El Concilio de Constanza y el Mito de la Sucesión Apostólica.

Re: El Concilio de Constanza y el Mito de la Sucesión Apostólica.

Tu lo has provocado por ello te dije:
A respuestas cínicas se cosecha lo mismo.

Lo que ocurre es que algunos respetamos las canas incluso cuando no se merecen respeto. De lo contrario hace ya mucho tiempo que te habría puesto en el lugar que merece un provocador nato como tú.

De todas formas, el foro no está para este tipo de debates personales, así que este es mi último mensaje en el que te hable a ti o hable sobre ti.

Copiaré lo de Basilea y Eugenio y despúes... bye, bye.
 
Re: El Concilio de Constanza y el Mito de la Sucesión Apostólica.

Lo que ocurre es que algunos respetamos las canas incluso cuando no se merecen respeto. De lo contrario hace ya mucho tiempo que te habría puesto en el lugar que merece un provocador nato como tú.
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Tobi
¿Respetar...? Tu respeto no lo he visto por ninguna parte. Ni siquiera te respetas a ti mismo.
¿Cuantas veces te he advertido cuando pasas a los personal? ¿Cuantas veces me he visto obligado a decirte que ansias el puesto de inquisidor general?
Ya es el colmo del cinismo acusarme a mi de aquello que tu haces.
Descalificas a Grau acusandole de falsedad, pero nunca lo has demostrado.
Pero claro tus descalificaciones es la mejor prueba que Grau en su "Concilios" os pone a parir mostrando vuestra falsedad.

Lo que duele a tu enfermiza mente es que ahora vuestra jerarquía eclesiástica (en minúsculas) ya no pueden decomisar sus libros como hicieron durante tu añorado nacional catolicismo. Centenares de libros decomisados e incinerados emulando al tambien tu añorado Hitler
¿Te das cuenta de lo que ocurre y se cosecha cuando siembras tu mala uva?

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De todas formas, el foro no está para este tipo de debates personales, así que este es mi último mensaje en el que te hable a ti o hable sobre ti.
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Tobi
¿Por que entonces los provocas? Eso siempre salió de ti cuando no tienes respuestas y te encuentras pillado.
Solo hay que repasar todos los epígrafes que has debatido con Tobi.
Esta en el Conclio de Calcedonia, en este y en otros.
Como Tobi si tiene respuestas no necesita de estas infantiles argucias.

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Copiaré lo de Basilea y Eugenio y despúes... bye, bye.
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Tobi
¿Cuantas veces lo has repetido y no lo has cumplido?
Tampoco esta lo cumplirás. Sino al tiempo.
Así, este "bye bye" es decirme en realidad que cuando te lo heche por tierra te ahorras defenderlo y demostrarlo. Eso es lo tuyo, tirar la piedra y esconder la mano.
¡¡¡Patético!!!
 
Re: El Concilio de Constanza y el Mito de la Sucesión Apostólica.

De LFP
Copiaré lo de Basilea y Eugenio y despues... bye, bye.

Por lo visto el Vaticano no le ha aprobado ni lo de Basilea ni lo de Eugenio.

O puede que haya confundido a Eugenio IV con el cómico Eugenio. Aquel que comenzaba sus chistes diciendo: ¿Saben aquel que dice...?

Hasta ahora lo único que aparece es el Bye Bye.
 
Re: El Concilio de Constanza y el Mito de la Sucesión Apostólica.

¿Porque las huidas con el rabo entre piernas?

Para hablar sobre la historia de la llamada cristiandad, se necesita algo más que la formidable obra de José Grau, "Concilios" & "Catolicismo Romano"
Y tambén algo más de las paginitas web romanistas. Estas, o tergiversan la verdad o la esconden.
Jose Grau, despues de una exaustiva (como es su costumbre) investigación, afirmó:
"Si guiados por los cánones del Derecho Eclesiástico papal, consideramos ilegal el concilio (de Constanza), no hemos de olvidar que este concilio "ilegal" es el que solucionó el cisma y el que al elegir a Martín V. colocó la base sobre la cual se apoya la "legitimidad" de todos los pontífices posteriores. Es decir, que todos los sucesores de Martín V., hasta el papa actual, se apoyan sobre un fundamento que el mismo Derecho Canónico contradice.

Si prescindimos del Derecho Canónico y reconocemos al Concilio entonces hemos de admitir la superioridad del conclio sobre el papa, teoría que entra en colisión con la misma esencia del papado. Ya hemos demostrado que no resiste la crítica de la Historia la hipótesis de que Gregorio VII confirmara algunas sesiones e invalidara aquellas en que fueron drecretados los principios concillaristas. No hay escape posible: las consecuéncias de Constanza destruten irremisiblemente todas las pretensiones de la primacía pontificia. Lejos de aclarar la confusión que el cismo trajo a la pretendida sucesión apostólica de la sede papal, Constanza arrebata al catolicismo romano todas sus esperazas de poder dar una contestación satisfactoria ante la Historia y la teología.

Si el concilio de Constanza no puede ser considerado legítimo. ¿Podemos considerar legítimos a los pontífices que se originaron en él? Si, en todo caso, el concilio es perfectamente ecuménico, ¿como podemos rechazar las teorías conciliaristas que lo rigieron y, por medio del emperador, lo copnvocaron, lo presidieron y lo confirmaron con el consentimiento unánime de toda la iglesia?

Roma no ha contestado nunca adecuadamente a estas preguntas.

José Grau. CATOLICISMO ROMANO. Orígenes y Desarrolo. Tomo I p. 452-453. 2ª edición acualizada de "CONCILIOS" Ed. Evangélicas Europeas. Barcelona 1987.

Ante esto que, como dice Jose Grau, "a Roma no le ha sido posible contestar adecuadamente a los resultados del conclio de Constanza", ¿alguien puede creer que un sujeto que no ha estudiado ni historia ni teología a nivel de estudios superiores puede contestarlos?
Lo que si puede hacer es lo que ha hecho, prometer que lo haría e incumplirlo.

Lo que si ha hecho es eso Bye Bye :srosa:
 
Re: El Concilio de Constanza y el Mito de la Sucesión Apostólica.

.... para que retirase el decreto de traslado.

El año 1433 estuvo marcado por fuertes tensiones, amenazadoras para la autorida del pontífice: la Iglesia entraba en vía revolucionaria. El 19 de febrero, en medio de un gran alboroto, los maestros pidieron que se declarara a Eugenio IV contumaz y se le depusiera, porque el concilio era cabeza de la Iglesia y todos le debían obediencia. El papa intentó entonces negociar enviando a Felipe de Malla, Ludovico Barbo, reformador de los benedictinos, Nicolás Tedeschi, conocido como el Panormitano, y Critóbal, obispo de Cervia. Propusieron una prórroga del concilio por otros cuatro meses a fin de culminar las negociaciones con los husitas, traslandándose luego a Bolonia, sin solución de continuidad, dándose a la propia asamblea la administración de la ciudad. La misma oferta en caso de que se escogiera otra sede satisfactoria para los griegos. Pero los padres conciliares, cada vez más exaltados, rechazaban cualquier fórmula: en las sesiones de 5 de junio, 13 de julio y 17 de noviembre se profirieron insultos y amenazas contra Eugenio, a quien se ordenaba comparecer y someterse.

Pero entonces muchos de los que al principio apoyaban el proyecto de reforma por la vía conciliar, empezaron a temer los desmanes de los asamblearios. E. Van Steenberghe (Le cardinal Nicolas de Cuse, 1401-1466: l´action, la pensée, Lille, 1920) explica que no hubo ningún cambio en el modo de pensar de los humanistas, sino un desbordamiento por parte de los revolucionarios. Segismundo temió que fuera a producirse el cisma y viajó a Roma para ser coronado emperador (31 de mayo de 1433), haciendo así público y expreso reconocimiento de la autoridad de Eugenio, al que, por otra parte, recomendaba que se mostrara condescendiente.


Continuará.....
 
Re: El Concilio de Constanza y el Mito de la Sucesión Apostólica.

Veremos si sigue has el mes de diciembre de 1433, cuando se produjo la retractación pública de la actitud anticoncliar de Eugenio IV mediante la bula Deus Novis
Citado por Grau ( Concil. p. 461)
y por Mansi en Concil XXIX, p. 78
 
Re: El Concilio de Constanza y el Mito de la Sucesión Apostólica.

Me complace añadir un resumen historico de lo que envolvió al Concilio de Constanza.
Asi, cualquier lector imparcial sacará sus propias impresiones.

El concilio de Constanza

El camino hacia el abismo

Muchas generaciones de católicos se habían lamentado: «El papado está en su punto más bajo». Dante lo había dicho de Bonifacio VIII. Petrarca se expresó del mismo modo refiriéndose al «exilio babilónico» de la etapa aviñonesa. Los dos eminentes poetas se equivocaban. Los días más oscuros estaban todavía por llegar.

La corrupción reinaba en Avignon cuando Catalina de Siena llegó a la ciudad para presionar al pontífice reinante, Gregorio IX, de que volviese a Roma. Era el año 1377. Siete papas franceses, uno tras otro, habían provocado en su rincón de Provenza el pasmo del mundo.

Las despechadas mujeres de la corte papal no tuvieron piedad de Catalina, esta monja toscana de desapacible palidez que parecía hechizar a Su Santidad. Tal vez le impresionase su extática actitud al recibir la comunión. Si llegaba a tener demasiada influencia, quizá tendrían que cerrar sus salons donde acudían jóvenes brillantes, hijos de duques y príncipes, a la búsqueda de promociones eclesiásticas. En la capilla se turnaban para pinchar y pellizcar el insensible cuerpo de Catalina y comprobar si sus trances eran o no genuinos. Una mujer cruel le traspasó uno de los pies con un largo alfiler, de manera que durante unos días, Catalina no pudo apoyarse en aquel pie para caminar.

Al final, se salió con la suya. Gregorio volvió a Roma, dejando a seis cardenales que no pudieron separarse de sus queridas residencias, sus mujeres provenzales y sus vinos de Borgoña. También pudo influir en esta decisión el ultimátum del pueblo romano, que amenazaba con elegir un nuevo papa si no regresaba el pontífice de Avignon.

De los doscientos setenta y ocho años, desde 1100, los papas sólo habían permanecido en Roma durante ochenta y dos. Del total, los papas habían vivido ciento noventa y seis años en otros sitios. Era un récord poco edificante; y este ejemplo no había pasado inadvertido en la Iglesia.

La Ciudad Eterna acabó pronto con Gregorio. Fue entonces cuando se hizo patente la tragedia real de Avignon.


Un papa,dos papas

Muerto Gregorio, el cónclave convocado para nombrar un sucesor se dividió en dos facciones, la francesa y la italiana. Durante el exilio, los siete papas aviñoneses habían creado ciento treinta y cuatro cardenales; todos, menos veintidós, eran franceses. Evidentemente, los franceses estaban dispuestos a conservar el solio pontificio para ellos. Dado que el palacio de Letrán había sido destruido por un incendio, el cónclave se reunió en el Vaticano en el mes de abril.

En el exterior, una muchedumbre calculada en cerca de treinta mil personas rugía para que se eligiese a un romano. «Romano lo volemo.» Si no era natural de Roma, al menos, italiano. La selección era limitada.
Solamente había cuatro cardenales italianos y ninguno de ellos era papabile. Para conseguir su objetivo, la muchedumbre se hacinó en una estancia encima de la habitación donde tenía lugar el cónclave; los ocupantes llevaban consigo leña para hacer fuego y, desde abajo, golpearon la tablazón con picos y alabardas durante toda al noche. Por si ello no fuera suficiente, hicieron tañer la campana del Capitolio a la que se unieron las campanas de San Pedro. A la mañana siguiente, la multitud perdió la paciencia y echó abajo la puerta del cónclave.

De los dieciséis cardenales presentes, todos hambrientos y faltos de sueño, trece votaron por un marginado, Bartolomeo Prignano, el bajito, grueso y de rostro amarillento arzobispo de Bari. No era de Roma. Un napolitano era lo mejor que pudieron suministrar. Desconfiando de lo acertado de la elección, vistieron a un octogenario romano, el reacio cardenal Tebaldeschi, con los ropajes pontificios y lo presentaron. Un correo se apresuró a ir a Pisa, donde la elección de Tebaldeschi se celebró con fuegos de artificio. Mientras tanto, los cardenales franceses pusieron pies en polvorosa.

Durante dos días, nadie se ocupó de Prignano o de rendirle el acostumbrado homenaje. Cuando al final se efectuó la ceremonia, el nuevo papa escogió el nombre de Urbano VI.

El arzobispo de Bari, de baja extracción social, había sido un oscuro y sumiso, cuando no exigente, funcionario de la curia durante quince años. Los aristocráticos cardenales franceses dieron por hecho que seguiría haciendo lo que se le ordenara y trasladaría de nuevo la corte a la suntuosa vida de Avignon. Su interpretación de la personalidad del nuevo papa fue un grave error.

Urbano VI resultó ser uno de los pontífices más rencorosos y de carácter más agrio de toda la historia. Su médico de cabecera reveló que apenas probaba bocado, pero no podía pasar sin alcohol. Según el cardenal de Bretaña, durante la comida de su coronación bebió ocho veces más que cualquier otro miembro del colegio cardenalicio, aunque algunos sostuviesen que no era humanamente posible. Bebida, religión, desquite —todo en exceso—, pusieron en evidencia lo explosivo de esta mezcla.
Nacido y criado en las malolientes callejuelas de Napóles, no podía sufrir las estériles pretensiones de los cardenales franceses. Según las crónicas, les sermoneó como un Jeremías acosado por el mal de estómago. Los reformaría costara lo que costase. Con su estridente voz de eunuco, expresó su franca opinión sobre el cardenal Orsini, llamándole sotus, alelado. En cierta ocasión, enrojecido por la ira, estuvo a punto de abofetear al cardenal de Limoges, pero la intervención del cardenal de Ginebra evitó que se consumara la agresión. «Santo Padre, ¿qué hacéis?» Cuando estaba a punto de excomulgar a otro miembro del colegio cardenalicio por simonía y dicho cardenal volvió a intervenir, ladró como un perro: «Puedo hacer lo que se me antoje, absolutamente todo lo que me plazca».

Un grupo de cardenales juzgó su violencia como un síntoma de demencia. Consultaron a un prestigioso jurista: ¿no habría algún mecanismo que permitiese a los cardenales asumir el poder en caso de incapacidad del papa? La maniobra llegó a oídos de Urbano y demostró que tenía la cabeza sobre sus hombros.

En primer lugar, excomulgó a un antiguo adversario, el rey Carlos de Nápoles, a quien acusó de estar detrás de esta «conspiración». La reacción del monarca fue poner sitio a la fortaleza de Nocera, en las proximidades de Pompeya, donde se encontraba el papa. Urbano subía cuatro veces al día a las almenas, con una campana, un libro de oraciones y una vela y lanzaba la excomunión a todo el ejército que se alineaba contra él. Parecía no preocuparse de los dardos que caían a su alrededor.

Rescatado por los genoveses, puso a los cinco cardenales sediciosos a buen recaudo. Seguidamente, se le vio en Génova, posiblemente en un arrebato alcohólico, yendo de un lado para otro del jardín recitando su breviario a voz en grito. En una estancia cercana, los rebeldes estaban siendo sometidos a tortura. Sus gritos no perturbaban su paz con Dios.

Apuntalado sobre un armazón, el viejo cardenal de Venecia era elevado y después se le dejaba caer mediante un juego de poleas. Con la cabeza presionando contra el techo podía ver, a través de los barrotes de la ventana, al papa y en cada ocasión con la ronquera de la agonía, decía: «Santo Padre, Cristo murió por nuestros pecados». Entonces le bajaban al suelo. Nunca más se volvió a ver a los cautivos.

De uno en uno, un grupo de cardenales franceses se escabulló en dirección a Anagni; en esta localidad se congregaron y pergeñaron una Declarado contra Prignano. No era papa. Sólo le habían elegido, afirmaban, porque sus vidas habían sido amenazadas por el populacho. Eligieron a otro papa, Roberto de Ginebra, primo del rey de Francia, que se autodenominó Clemente VII. Urbano contraatacó nombrando veintiséis nuevos cardenales que se comprometieron a serle fieles.
No era la primera vez que coexistían dos papas; ya había ocurrido en numerosas ocasiones, pero la crisis que se planteaba en aquel momento era excepcional. Estos dos papas habían sido elegidos más o menos por el mismo grupo de cardenales. De modo que, cuando alegaban que no habían elegido legítimamente a Urbano, lo decían con autoridad, aunque mintieran.

En Inglaterra, Wyclif se salió con un sarcasmo que parecía acertado: «Siempre supe que el papa tenía los pies hendidos. Ahora es la cabeza la que tiene hendida».

La cristiandad se vio en la tesitura de tomar partido. Si Urbano fue elegido bajo coacción, la elección no era válida. Sin embargo, si tan asustados estaban, ¿por qué no se decantaron por un romano —el anciano Tebaldeschi, por ejemplo— y se retiraron de inmediato a Anagni para mostrar su desacuerdo oficial? Seleccionar a un saludable napolitano y demorarse durante tres meses resultaba sospechoso. Como sagazmente observaría Catalina de Siena, si entonces ya tenían un falso papa como Tebaldeschi, ¿por qué necesitaban otro? Parecía evidente que los franceses deseaban librarse de alguien que había demostrado que era imposible convivir con él.

Sobrevino el caos. Un papa ausente ya era bastante triste; ahora el asiento de la unidad se estaba convirtiendo en fuente de desunión. Con arreglo al decreto de elección de 1059, un pontífice romano elegido no canónicamente era llamado «el destructor de la cristiandad». Este parecía ser el caso. Si los cristianos no podían identificar al verdadero papa, ¿de qué servía el papado? El rey de Inglaterra abogó por Urbano, el rey de Francia respaldó a Clemente. No hubo consenso en las universidades.

Como era de esperar, el bizco Clemente VII regresó a Avignon con sus seguidores franceses; en la ciudad provenzal su comportamiento dejó tanto que desear que no se diferenció en nada de un típico pontífice aviñonés. Ya había demostrado su fuste papal cuando, en 1377, actuó como legado pontificio en Cesena, a orillas del Adriático. Los habitantes se habían opuesto a sus mercenarios, que violaron a sus mujeres y ejecutaron a algunos de los culpables. Después de parlamentar con las autoridades locales, les convenció para que depusieran las armas. Luego, envió un ejército mixto de ingleses y bretones que mataron a los ocho mil habitantes, incluyendo a los niños.

Continuará.
 
Re: El Concilio de Constanza y el Mito de la Sucesión Apostólica.

Me ha costado pero ya lo tengo confirmado: No existe ninguna bula de Eugenio IV llamada Deus Novis. Sí existe la bula Dudum sacrum de 13 de diciembre de 1433.
Fue aceptada por el concilio en la 16ª sesión, que tuvo lugar el 5 de febrero de 1434.

Quien quiera comprobarlo, que busque en Internet. El dato está en inglés, francés, alemán y hasta en latín.


Una vez más se demuestra que el libro de Grau no es fiable.
 
Re: El Concilio de Constanza y el Mito de la Sucesión Apostólica.

Me ha costado pero ya lo tengo confirmado: No existe ninguna bula de Eugenio IV llamada Deus Novis. Sí existe la bula Dudum sacrum de 13 de diciembre de 1433.
Fue aceptada por el concilio en la 16ª sesión, que tuvo lugar el 5 de febrero de 1434.

Quien quiera comprobarlo, que busque en Internet. El dato está en inglés, francés, alemán y hasta en latín.


Una vez más se demuestra que el libro de Grau no es fiable.

Solo que te olvidas de decirnos que dice la ¿inventada? bula.
 
Re: El Concilio de Constanza y el Mito de la Sucesión Apostólica.

Sigamos con la "edificante historia de los papas romanos"

Dos papas, tres papas
En octubre de 1389, Urbano, el papa que nadie deseaba, realizó el único acto amistoso de su vida: falleció. Los catorce cardenales que no se movieron de Roma eligieron a su sustituto, Bonifacio IX, un homicida y, probablemente, el mayor simoniaco de la historia. Vendió todo lo imaginable al mejor postor; de esta manera, Alemania y Francia fueron invadidas por una muchedumbre de clérigos italianos con el agravante de que, tratándose a menudo de soldados licenciados, eran incapaces de hablar en el idioma del país. Los hermanos, sobrinos y en especial la madre de Bonifacio se beneficiaron de sus dádivas. Nadie, se dijo, consiguió más dinero con las canonizaciones de los santos. Nunca puso su nombre en documento alguno sin alargar de inmediato la mano y solicitar: «Un ducado». Lo único que no cargó en cuenta fue la excomunión de Clemente de Avignon. Clemente le devolvió el cumplido.

Y así continuó la historia. En cuanto moría un papa o un antipapa, en lugar de detenerse, los cardenales de los grupos respectivos nombraban un sucesor. ¿Qué son los cardenales sin un papa de su clan?

Para entonces, la cristiandad ya estaba ahita. ¿Quién, pese a todo, deseaba comprar un obispado o una abadía a un pontífice que resultaba ser un impostor? ¿Qué ocurre si una indulgencia de elevado coste, o la autentificación de reliquias del Salvador como su prepucio o su ombligo, no valen ni el valor del pergamino en las que están escritas? Incluso en el cielo había confusión. Batiendo todo un récord, Brígida de Suecia tuvo que ser canonizada tres veces consecutivas, para asegurarse por completo de su santidad.

Por otra parte, el cisma era un mal negocio. Banqueros sin entrañas oraban con fervor para que concluyese. Toda la vida del imperio se había quebrantado. Llegado el momento, ¿quién coronaría al próximo emperador?

Por fin, en las universidades se planteó la sugerencia de que, puesto que la unidad eclesial era una prioridad de mayor rango que el papado y ya que Cristo y no el romano pontífice era, en última instancia, la cabeza de la Iglesia, lo mejor sería prescindir de ambos papas. Algunos historiadores indicaron al emperador que depusiera a los dos pontífices basándose en el inequívoco argumento de que muchos emperadores así lo habían hecho en el pasado; además, la intervención imperial sería aceptada por todo el mundo. A pesar de esto, desde los tiempos del niño-papa en el siglo XI, el pontificado había afianzado progresivamente su poder hasta considerarse por encima de cualquier emperador. Y, en aquel momento, a pesar de la confusión, uno de los papas era auténtico. Y ¿si el emperador deponía al que no debiera? ¿No sería como si se echase la Biblia de la Iglesia para sustituirla por el Corán?

Cualquier concilio que se convocase se encontraría ante un dilema parecido. Si se reunía un concilio para deponer ambos pretendientes, una de las dos deposiciones no sería válida, pero ¿cuál de ellas? Otro problema estribaba en que los juristas de aquel tiempo afirmaban que solamente el papa —el auténtico— tenía autoridad para convocar un concilio.

La catastrófica situación de la Iglesia pedía a gritos una solución, la que fuese, pese a la incertidumbre canónica.
En 1409 se convocó un concilio en la hermosa ciudad amurallada de Pisa, cuya torre, al igual que la Iglesia, empezaba a ladearse.

En el Duomo, construido en mármol listado blanco y negro y ante la presencia del majestuoso Cristo de Cimbaue, se reunieron los padres mitrados. Con toda solemnidad decretaron que los papas contendientes, Gregorio XII de Roma y Benedicto XIII de Avignon, eran heréticos y cismáticos. Fue una decisión inteligente; los papas que incurrían en herejía en cierto sentido se deponían ellos mismos.

A mediados de junio eligieron como sustituto al cardenal Filargi, de Milán, un franciscano septuagenario, devoto y desdentado, de incierta prosapia y que había hecho voto de pobreza. Destacaba por tres defectos que no podían ocultarse: aunque diminuto y enjuto, se pasaba la mitad del día ante la mesa de comer; mantenía un palacio con una servidumbre de cuatrocientas personas, todas del sexo femenino y con uniforme apropiado; distribuía salarios con tal liberalidad que hasta los cardenales llegaron a asombrarse.

Filargi aceptó el nombre de Alejandro V. Al redoble de las campanas, recorrió las calles de Pisa con su atuendo pontifical, desde las zapatillas rojas hasta la tiara, montado sobre una mula blanca.

Los prelados le vitorearon, aliviados. Tras treinta años desconcertantes, el Gran Cisma había concluido.

Pero Gregorio y Benedicto no estuvieron de acuerdo, por lo que el mundo se despertó una mañana con una noticia: ayer sólo había dos papas; hoy, tenemos tres.

Un bromista sugirió que se dividiese la triple tiara desde el momento en que había tres cabezas donde ponerla. Una nueva versión del Credo ganó popularidad: «Creo en las tres santas Iglesias católicas». Durante generaciones, los creyentes se habían acostumbrado al interregno pontificio, períodos de dos y hasta tres años en que no había papas porque los cardenales no se habían puesto de acuerdo. La situación presente era la peor de todas.

La única certeza que podía surgir de Pisa habría sido que la persona elegida no era papa. Lo que siguió fue un espectáculo nunca visto antes: tres papas infalibles, todos ellos reivindicando la suprema autoridad sobre la Iglesia, cada uno excomulgando solemnemente a los otros dos, todos amenazando con convocar un concilio favorable a sus intereses en lugares diferentes.

Las dramatis personae de este teatro del absurdo eran las siguientes:

1. Angelo Corrario, Gregorio XII, un veneciano cercano a los noventa años, con muchos «sobrinos», en la línea directa del irascible Urbano VI. Fue elegido por los cardenales de obediencia romana debido, como decía sin empacho el cardenal de Florencia, «a que siendo de avanzada edad y demasiado caduco no podía ser corrompido». Otro error fatal. La primera acción del anciano pontífice fue empeñar la tiara por seis mil florines para pagar sus deudas de juego. Se fue a Rímini. Desde allí, vendió en Roma todos los bienes muebles y otros que no lo eran, como la misma ciudad, al rey de Napóles.

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Tobi
¡¡¡Y este se pretende que el papa legal!!!
El defendido por LFP. Eso de los "muchos sobrinos" es todo un poema. Con tatos sobrinos no hay duda de que era en soberbio TIO.
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2. Pedro de Luna, un español histérico, representante de la renovada obediencia aviñonesa. Es el que contaba menos. Abandonado por el rey de Francia y por todos a excepción de tres cardenales, pronto regresaría a su España natal donde siguió insistiendo hasta el final en que era el auténtico papa y prácticamente excomulgó a toda la Iglesia.

3. Baldassare Cossa, Juan XXIII. Alejandro V había fallecido hacía apenas diez meses y Cossa, pontífice suave, cautivador, pero despiadado, representaba ahora la obediencia pisana. Se rumoreaba que nunca había confesado sus pecados o recibido sacramento alguno. Tampoco creía en la inmortalidad del alma o en la resurrección de los muertos. Algunos dudaban sobre si creía en Dios.

Era conocido por su pasado de antiguo pirata, envenenador de papas (desgraciado Filargi), homicida múltiple, fornicador en serie particular, con predilección por las monjas, en realidad, adúltero a una escala desconocida, simoníaco par excellence, chantajista, proxeneta y maestro en maniobras sucias.

En el momento de ser elegido, en Bolonia, Cossa sólo era diácono. Ordenado sacerdote en un día, fue coronado papa al día siguiente.

Este embaucador fue admitido por la mayoría de los católicos como el soberano que defendería la unión de la Iglesia gracias a su férrea fe. Cuando el otro papa Juan XXIII fue elegido en 1958, rápidamente varias catedrales hicieron desaparecer de sus nóminas pontificias el Juan XXIII del siglo XV.

No me negareis que este fue un excelente representante del papado y sus virtudes.
 
Re: El Concilio de Constanza y el Mito de la Sucesión Apostólica.

Un concilio embarazoso

La suerte de Cossa cambió cuando Segismundo, emperador electo, consiguió obligarle a convocar un concilio para «reducir el número de papas de conformidad con el Evangelio». Debía reunirse en la ciudad amurallada de Constanza, al sur de Alemania, en la frontera con Suiza. En pocos meses, su población aumentaría de seis mil a dieciséis mil habitantes y más tarde se duplicaría.

Cuando el clero se congregaba en gran número, la prudencia aconsejaba elegir una localidad cercana al agua —lago o río— para deshacerse de los cadáveres. El lago de Constanza acogió más de quinientos mientras duraron las sesiones del concilio; también el Rin ocultó muchos secretos. Otro requisito era que el lugar de reunión fuese suficientemente espacioso para dar acomodo al gran número de prostitutas que, por experiencia, sabía que los requerimientos del clero eran más urgentes que los de los militares y pagaba precios más interesantes. En los momentos culminantes del concilio, se calcularon en doce mil las rameras presentes en Constanza, que prestaban sus servicios a todas horas del día.

El día de Todos los Santos de 1414, Juan XXIII, pirata afectado de reumatismo, de cuarenta y ocho años de edad, revestido de oro, ofició la misa y pronunció el sermón de la inauguración oficial del concilio general. Fue una asamblea muy concurrida, a la que acudieron trescientos obispos y trescientos teólogos de primera línea, además de los cardenales de las tres obediencias.

Huss, rector de la Universidad de Praga, a quien Segismundo había concedido un salvoconducto, fue arrestado inmediatamente por orden de Cossa y encarcelado. Fue una advertencia para todos, en particular para el papa Benedicto (llamado Benefictus, es decir, «Paparrucha») y el papa Gregorio (llamado Errorius, es decir, «Errata»).

Juan XXIII se había arriesgado al cruzar los Alpes y entrar en territorio imperial, pero contaba con los votos suficientes como para sentirse seguro. En aquel momento, al igual que en otras ocasiones, había más obispos italianos que de todas las otras nacionalidades juntas. Pero el fracaso de sus esperanzas se concretó cuando el concilio decidió votar no individualmente sino por naciones. Su mayoría desapareció al instante y descubrió que eran tres a uno en su contra. A primera hora de la mañana de Navidad, llegó Segismundo y le ordenó que renunciara.

Cossa adivinó de inmediato el contenido de su auto de procesamiento, un extenso catálogo de sus fechorías redactado con maligna precisión. Las «madames» que regían todos los prostíbulos de la cristiandad deberían de haber testificado en su contra. Cuando llegaron a sus oídos las exigencias, sobre todo de los ingleses, que debía ser quemado y lo que debería hacerse con él, aceptó renunciar con tal que los otros papas hiciesen lo mismo. Acto seguido, disfrazándose de palafrenero, abandonó Constanza al anochecer. Sin papa no había concilio, debió de pensar. En el grupo de cardenales que se unió a él en su escondite de Schaffhausen, a cincuenta kilómetros de distancia, se encontraba Oddo Colonna. Un destacamento de guardias imperiales le obligó a regresar para hacer frente a la situación.

Entretanto, el concilio había asumido toda la autoridad. En su cuarta y quinta sesiones pergeñó una declaración unánime de fe que ha obsesionado a la Iglesia católica desde entonces.

El santo Concilio de Constanza... declara, primero, que está legalmente constituido bajo la advocación del Espíritu Santo, que está establecido como concilio general representando a la Iglesia católica y, por lo tanto, recibe la autoridad inmediata de Cristo; todos los creyentes de cualquier rango y condición, incluyendo el papa, están obligados a obedecer al concilio en materia de fe, dando por finalizado el cisma y comenzando la reforma de la Iglesia de Dios en su cabeza y en sus miembros.
Eneas Sylvius, que un día sería el papa Pío II, escribió: «Apenas nadie duda que el concilio está por encima del papa». ¿Por qué habría de dudarlo alguien? La antigua doctrina de la Iglesia indica que el concilio general tiene la supremacía en cuestiones de fe y disciplina. En base a esta doctrina, más de un papa fue condenado por hereje en los concilios.

Las consecuencias de Constanza fueron importantes. Si el papa está obligado a obedecer a la Iglesia en materia de fe, no puede consentir sin la Iglesia en ser infalible. De hecho, cuando habla con independencia del concilio, el papa puede errar en cuestiones de fe. Esta doctrina fue relegada por los papas medievales como Gregorio VII e Inocencio III por motivos dudosos.

Una vez el concilio hubo afirmado su autoridad sobre el papa, procedió a ejercerla para deponer en primer lugar a Benedicto, quien ya había huido a Peñíscola.

El siguiente era Juan XXIII. Estaba resuelto a no renunciar. Los padres del concilio convinieron en que él era el papa legítimo, pero la Iglesia era más importante que el papado. Los cargos que se habían presentado contra él fueron reducidos de cincuenta y cuatro a cinco. Tal como observa Gibbon en The Decline and Fall: «Los cargos más escandalosos se suprimieron; el vicario de Cristo sólo fue acusado de piratería, homicidio, violación, sodomía e incesto». Era un hecho bien conocido que, desde que se había convertido en vicario de Cristo, el único ejercicio que había practicado había sido la cama. Es significativo que Juan XXIII fuera absuelto del cargo de herejía, probablemente porque nunca demostró suficiente interés por la religión como para ser señalado como heterodoxo. Hasta ese momento, la única acusación considerada suficientemente grave para deponer a un pontífice era la herejía. Cossa fue depuesto porque no se había comportado como debía hacerlo un papa.

El 29 de mayo de 1415, los sellos pontificios de Juan XXIII fueron solemnemente quebrados con martillo. Pero un ex papa, como un ex presidente, tiene derecho a cierto trato respetuoso. A pesar de su heroica promiscuidad, sólo fue condenado a tres años de encarcelamiento.

Huss, valeroso, casto, incorruptible, severo adversario de la simonía y del concubinato clerical, tuvo un destino peor. Después de negarle toda defensa legal, procesado por cargos irreales, interrogado por dominicos que no habían leído sus libros ni siquiera en traducción, fue sentenciado a la última pena. Tocado con un alto gorro en el que tres diablillos oscilaban al viento, escoltado por los soldados del conde del Palatinado, fue sacado de la prisión una soleada mañana estival de 1415. Prácticamente toda la ciudad siguió la procesión que inició su andadura en el otro lado del cementrerio, donde se había hecho una fogata con los libros de Huss, y siguió hasta una verde y risueña pradería. Oró por sus perseguidores mientras se encendía la hoguera. Se le oyó decir tres veces consecutivas: «Cristo, tú que eres hijo del Dios viviente, ten piedad de mí», antes de que las llamas avivadas por el viento llegasen a su rostro. Sus labios siguieron articulando algunas oraciones hasta que expiró sin un gemido. Para evitar que fuese honrado como un mártir, sus cenizas fueron esparcidas en el Rin. Obviamente, era más pecaminoso afirmar, como lo hicieran Huss y el Nuevo Testamento, que, tras la consagración, a la Eucaristía debía seguir llamándosela «pan», que ser un codicioso, homicida e incestuoso papa que engañó a la Iglesia en casi todo.

Finalmente, Gregorio XII, ya nonagenario y hastiado, convocó al concilio que había estado en sesión permanente desde hacía meses, y ofreció su renuncia. Cumplimentadas estas formalidades, se prescindió de los tres papas. La cristiandad podía volver a respirar.

Segismundo, aunque era igual de libertino, estaba empeñado en reformar la Iglesia antes de que fuera elegido un nuevo pontífice, convencido de que nunca podría confiarse en un papa para reformar la Iglesia. Durante siglos, arguyó, el papado no ha estado a la altura de esta tarea. En aquel tiempo, los clérigos castos eran tan escasos que los que no tenían una mujer eran acusados de practicar vicios menos honrosos.

Por desventura, Segismundo no disfrutaba del apoyo del rey de Francia, como tampoco del de Enrique V de Inglaterra, henchido de presunción por su reciente victoria en Agincourt.

El cardenal Otto Colonna, que ya había mostrado su fidelidad a Juan XXIII cuando éste huyó a Schaffhausen, fue elegido sin demora y optó por el nombre de Martín V. Con poco más de cincuenta años, Colonna era un eclesiástico de nacimiento y educación, hijo de uno de los cardenales de Urbano VI, Agapito Colonna. La Iglesia volvía a tener un único papa. No había muchas esperanzas de potenciar la reforma, aunque se hubiese reflexionado mucho en la forma de reconducir al clero.

Dos días después de su elección, el diácono Colonna fue ordenado sacerdote. Era el 13 de noviembre de 1417. Al día siguiente fue consagrado obispo. Una semana después, ya coronado pontífice, extendería sus pies bajo el altar para que fueran besados antes de mostrarse en público montado a caballo. Segismundo y Federico de Brandenburgo llevaron las bridas de su cabalgadura de un lado para otro.

Como Juan XXIII, el único objetivo de Martín era escapar del fausto de Constanza. No tenía ningún interés en reformar la curia o el papado. En efecto, cuando Cossa fue liberado de su cómoda prisión de Heildelberg y se traladó a Florencia, Martín rehabilitó a este confeso homicida y violador, confiándole el obispado de Frascati y nombrándole cardenal deTusculum.

La ansiedad de Martín por encontrar una solución rápida era comprensible. El mayor concilio que jamás se convocara en Occidente había decretado que los concilios generales recibían su autoridad directamente de Cristo. Todos, incluido el papa, estaban sometidos a ellos en cuestiones de fe, en la cicatrización del cisma y en la reforma eclesial. Lo que hacía especialmente delicada su posición era la aceptación unánime de estas cuestiones. Como cardenal, Colonna había votado a favor. Pero la historia enseña que, de forma inexorable, el papado transforma al hombre tan pronto como asciende al solio. Deseaba regresar a Roma donde afirmaría su superioridad sobre el concilio. En otras palabras, quería refutar las mismas bases de su elección. El problema se resumía en que si el papa ocupaba una posición superior en la Iglesia, no era él sino Juan XXIII el sumo pontífice.

Esta tensión tardaría otros cuatrocientos cincuenta años en resolverse. Finalmente, el Concilio Vaticano I declaró que era necesario para la salvación creer en la supremacía e infalibilidad pontificia. El precio de la resolución fue muy alto. El Vaticano I contradecía todo lo expuesto en los concilios previos de la Iglesia y que se había concretado en Constanza. Por ejemplo, con arreglo al Vaticano I, cuando un papa explica ex cathedra, sus definiciones «son irreformables por ellas mismas y no por el consentimiento de la Iglesia». En Constanza se dijo que el papa «está obligado a obedecerle [al concilio] en cuestiones de fe». Por ello, Tomás More, el seglar mejor informado de su tiempo, escribió en 1534 a Tomás Cromwell diciéndole que si bien creía que la primacía de Roma estaba instituida por Dios, «sin embargo, nunca pensé que el papa estuviese por encima del concilio».

¿Qué hubiese ocurrido si el dogma del absolutismo pontificio del Vaticano I hubiera existido antes de Constanza? En este caso, Constanza no se hubiera considerado competente para deponer un papa y la Iglesia podría haber perdurado sumergida en un pontificado trinitario durante siglos. Solamente negando sin más lo que se convertiría en dogma central del catolicismo pudo el concilio general de Constanza salvar a la Iglesia.

Bien, esto de salvar la iglesia no deja de ser una perogrullada. Lo que si puede decirse que fué la última oportunidad de, mediante una estricta reforma de los vicios del clero, volver al redil de Cristo. Peró esto se frusto con la condena y la ejecución en la hoguera de Juan Hus y sin que el emperador hiciese nada para evitarlo a pesar del salvoconducto en el que le garantizaba su seguridad.
Se mostró que esta Institución no tenia remedio. El remedio vino un siglo despues de mano de Martin Lutero
Curioso, El Martín V. Nada hizo.
Martin, sin numerito, les venció en toda la linea.
 
Re: El Concilio de Constanza y el Mito de la Sucesión Apostólica.

Continuamos s¡n respuesta que nuestro erudito:confused:prometió.
Puede que tenga la esperanza que voy a dejar que quede en el olvido este epígrafe.
Por lo visto "vive" de ilusiones.
 
Re: El Concilio de Constanza y el Mito de la Sucesión Apostólica.

Rumores de tormenta

En realidad, la Iglesia no se salvó en Constanza. El concilio se disolvió sin aplicar una sola reforma importante. Pocas semanas después del retorno a Roma, Martín V impartió sus bendiciones al sistema curial que había colocado la Iglesia a sus pies en primer lugar.

Una sensación de desespero se abrió paso en la cristiandad. Durante el siglo X, gracias a sus papas adolescentes, adúlteros y homicidas, el papado fue un fenómeno local. La cabeza de una poderosa familia romana coloca en el trono a su amado hijo adolescente; el muchacho se aprovecha de la ocasión durante unos meses o años frenéticos y cae en la emboscada de los miembros de una familia rival cuya hora había sonado.

Pero, desde el siglo XI, Gregorio VII había puesto su sello sobre el pontificado. Creció en dimensiones y prestigios. Tuvo la posibilidad de fiscalizar a toda la Iglesia, desde el más modesto cura de aldea hasta el más poderoso arzobispo. Emergió la más sorprendente corrupción que la cristiandad jamás había visto o pudo imaginar.
Comenzó por la cima. En el cónclave, el papado fue subastado al mejor postor con independencia de la valía del candidato. Un historiador del siglo XIX, T. A. Trollope, en su obra The Papal Conclaves (1876), opina:

«Pocas elecciones pontificias, si las hubo, no fueron manchadas por prácticas simoníacas... En conjunto, la invención del colegio cardenalicio, tal vez, ha sido la más fértil fuente de corrupción de la Iglesia». Muchos cardenales llegaron a Roma para asistir al cónclave, acompañados de sus banqueros. Se llevaron con ellos sus objetos de valor, especialmente su vajilla de plata; el papa electo tenía que padecer, de forma invariable, el saqueo de su palacio por parte del pueblo romano que incluso se llevaba puertas y ventanas.

Rara vez se elegía a un cardenal por sus servicios a la religión. Los cardenales debían su posición a la deshonestidad y la intriga. En la época renacentista casi todos tenían «compañeras femeninas». Una vez seleccionado entre tales hombres, el nuevo papa, disponiendo de nuevos recursos, no perdía el tiempo en beneficiar a sus familiares —hijos, sobrinos, sobrino-nietos— sin rubor, siguiendo el dicho italiano: «Bisogna far' per la famiglia» («Hay que procurar para la familia»). El tiempo era esencial, ya que el papado no era hereditario y quizá dispondrían de unos pocos meses o años para dejar bien asentada toda una dinastía. De ahí que tantos pontífices, tan pronto como recibían la tiara, miraban a su alrededor buscando el modo de llenarse los bolsillos. Un buen ejemplo de ello fue el viudo papa Clemente IV, en el siglo XIII. Enajenó millones de italianos meridionales a Carlos de Anjou a cambio de un tributo anual de ochocientas onzas de oro. Según los términos del contrato, si el duque se demoraba en el pago, sería objeto de excomunión. Si reincidía en los atrasos, todos sus territorios caerían bajo un decreto de interdicto. No se consideraba pecaminoso que un papa privase de la celebración de la misa y la administración de los sacramentos a regiones enteras simplemente porque los príncipes no le pagasen lo acordado.

Los cardenales tenían palacios inmensos e incontables servidores. Un edecán de cardenal comentó que nunca había ido a ver a un cardenal que no estuviese contando sus monedas de oro.

La curia estaba constituida por personas que habían comprado el cargo y andaban desesperadas por recuperar el enorme desembolso que ello había supuesto. Todos los cargos de cada departamento tenían su precio. A diario, estos cortesanos mostraban su poder recurriendo a las amenazas de terribles sanciones. Podían excomulgar a cualquiera. Obispos y arzobispos temblaban ante ellos.

Fue la curia la que fijó la tarifa de la simonía. Cada sede, abadía o parroquia, cada indulgencia estaba tarifada. El palio, la faja de lana con cruces bordadas en seda negra de cinco centímetros de anchura tenían un precio que todo obispo había de pagar. Durante años, estos modestos accesorios de lana proporcionaron millones de florines de oro a las arcas papales; por ello, en 1432, el Concilio de Basilea lo llamaría «la extratagema más usuraria que jamás ideara el papado». En el curso del siglo XVI, en Alemania, diócesis enteras eran arrendadas a banqueros como los Fugger y entraban a formar parte del patrimonio de compañías por acciones que revendían al mejor postor los beneficios eclesiásticos.

Las dispensas eran otra fuente de ingresos papales. Se promulgaban severas leyes de imposible cumplimiento para que la curia pudiera enriquecerse con la venta de dispensas. Se exigía el pago de la dispensa del ayuno durante la Cuaresma. También había que pagar por permitir que un monje anciano o enfermo permaneciese en cama en lugar de levantarse por la noche para recitar los oficios. El matrimonio era una próvida fuente de ingresos muy particular. Se alegaba la existencia de consanguinidad entre cónyuges que nunca se imaginaron haber sido parientes. La dispensa por consanguinidad para contraer matrimonio se cifraba en un millón de florines de oro por año.

Durante el Renacimiento, se daba por hecho que las altas jerarquías eclesiásticas disponían de las más hermosas mujeres y diócesis enteras vivían en régimen de concubinato clerical. En opinión de la curia, el clero romano era el peor de todos. Nada de ello producía sorpresa. Cargos y beneficios eran comprados y vendidos como si se tratara de otra mercancía. El clero no estaba preparado para la autodisciplina. Simplemente, quería una sinecura y una cómoda existencia. Muchos sacerdotes no sabían leer ni escribir; ante el altar farfullaban de forma ininteligible, puesto que no eran capaces de repetir como loros su latín. En aquella época, el peor insulto que se podía dedicar a un seglar era llamarle cura.

Tras el concilio de Constanza, surgieron protestas en todos lados. El mismo Martín V reconocía que muchos cenobios eran antros de perdición. Obispos, universidades, monasterios, protestaban reclamando un concilio para que reformase todos los abusos. La curia, que quiso pasarse de lista en Constanza pero no obtuvo ningún apoyo, convenció al papa de que un concilio no sería lo mejor para sus intereses.

Sin embargo, en Constanza se había tomado la solemne decisión de convocar un concilio en un plazo de diez años; además, a partir de entonces se convocarían nuevas sesiones conciliares a intervalos de tiempo regular. A pesar de los esfuerzos de la curia para desvirtuarlo, en 1432 se convocó un concilio en Basilea. Los obispos demostraron tomárselo con la mayor seriedad.

De ahora en adelante, todos los nombramientos eclesiásticos se harán de acuerdo con los cánones de la Iglesia; cualquier forma de simonía será rechazada. De ahora en adelante, todos los clérigos, tanto si son del más elevado rango como del más bajo, deberán repudiar sus concubinas y cualquiera que, en el plazo de dos meses de la promulgación de este decreto, hiciese caso omiso de lo que ordena, será apartado de sus funciones, aunque fuera obispo de Roma. De ahora en adelante, la administración eclesial de cada país cesará de depender del arbitrio pontificio... Los abusos del interdicto y el anatema por parte de los papas habrán de cesar... De ahora en adelante,» la curia romana, es decir, los papas no exigirán ni recibirán emolumentos por sus funciones eclesiásticas. De ahora en adelante, un papa no deberá pensar en sus tesoros mundanos, sino sólo en los del otro mundo venidero.

Era demasiado crudo. El pontífice reinante, Eugenio IV, reunió su propio concilio en Florencia. El papa calificó a Basilea como una tumultuosa reunión de pordioseros, una vulgar asamblea de individuos procedentes de la más baja escoria del clero, de apóstatas, de rebeldes blasfemos, de hombres reos de sacrilegio, de pajareros, de hombres que, sin excepción, lo único que merecían era ser arrojados de nuevo al infierno de donde habían salido.

El papado había desperdiciado su oportunidad. No habría ninguna más. El mismo siglo que viera a Eugenio IV censurando los mejores esfuerzos de Basilea para realizar la reforma, se cerraría con el papa que, más que nadie, procedía del infierno: Alejandro Borgia

Desde entonces y en su propia lengua se dice "Valencià i home de be, no pot ser" (Valenciano y hombre de bien no puede ser)

Como si el buen pueblo valenciano fuese culpable de las veleidades de los Borgia y de su procedencia infernal.

A todos los católicos que bi hayan perdido la capacidad de valuar los hechos.
¿Puede ser cristiana la iglesia romana con estos antecedentes históricos?

¿Si el Señor Jesucristo hubiese deseado tener a un vicario suyo en el mundo, habría tolerado semejantes energúmenos?

Creen que el Espírutu Santo habría escogido a semejantes hombres que mostraron ser los campeones de una corrupción jamás vista en la historia de la humanidad?

El Conclio de Constanza, el más numeroso en número de obispos asistentes, desde el 1º de Letran al Vaticano I es una muestra de la realidad romanista.

El cristianismo de salvó gracias a la Reforma y deseo que observen un detalle más que significativo. Lutero, rechazando el celibato -conforme a las carta de Pablo a Timoteo- se caso con Ana Bolena. Y los que disimulan la cantidad de concubinas de su curia vaticana y de todos los curas habidos y por haber le llaman corrupto. Como si el matrimonio fuese algo pecaminoso.

Sigan el consejo del libro de Apocalipsis 18:1-5
1.- Después de esto vi a otro ángel descender del cielo con gran poder; y la tierra fue alumbrada con su gloria.
2.- Y clamó con voz potente, diciendo: Ha caído, ha caído la gran Babilonia, y se ha hecho habitación de demonios y guarida de todo espíritu inmundo, y albergue de toda ave inmunda y aborrecible.
3.- Porque todas las naciones han bebido del vino del furor de su fornicación; y los reyes de la tierra han fornicado con ella, y los mercaderes de la tierra se han enriquecido de la potencia de sus deleites.
4.- Y oí otra voz del cielo, que decía: Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas;
5.- porque sus pecados han llegado hasta el cielo, y Dios se ha acordado de sus maldades

Hasta aquí este resumen.
Bendiciones.
 
Re: El Concilio de Constanza y el Mito de la Sucesión Apostólica.

Nuestro erudito en descalificaciones ha hecho mutis.
Mis últimas aportanciones sobre el más numeroso de los concilios romanistas que movilizó a toda Europa le ha dejado en un total mudismo. Ah, y en el mismo no hay una sola cita de José Grau y claro, ¿a quien va descalificar ahora?
Si con Grau no ha podido demostrarlo... ¿como va a poder ahora?
Bien, le hemos colocado en el lugar que le corresponde.
 
Re: El Concilio de Constanza y el Mito de la Sucesión Apostólica.

Habiendo regresado de mi viaje a la capital de España donde, entre otros proyectos de interés que -aunque no aquí- prontamente se harán públicos, he apalabrado un libro de conversos al catolicismo -o sea al cristianismo genuino heredero de los apóstoles-, este fin de semana seguiré copiando lo referente al concilio de Basilea y Eugenio IV.
 
Re: El Concilio de Constanza y el Mito de la Sucesión Apostólica.

Habiendo regresado de mi viaje a la capital de España donde, entre otros proyectos de interés que -aunque no aquí- prontamente se harán públicos, he apalabrado un libro de conversos al catolicismo -o sea al cristianismo genuino heredero de los apóstoles-, este fin de semana seguiré copiando lo referente al concilio de Basilea y Eugenio IV.

¿Cristianismo genuino y heredado de los apóstoles?
¿El Juan XXIII citado violador de monjas y antiguo pirata?
¿El gregorio XII con montones de "sobrinos"?
Pues menudos herederos tuvieron los apóstoles.
 
Re: El Concilio de Constanza y el Mito de la Sucesión Apostólica.

Habiendo regresado de mi viaje a la capital de España donde, entre otros proyectos de interés que -aunque no aquí- prontamente se harán públicos, he apalabrado un libro de conversos al catolicismo -o sea al cristianismo genuino heredero de los apóstoles-, este fin de semana seguiré copiando lo referente al concilio de Basilea y Eugenio IV.

Y yo voy a preparar un libro con todos los católicos que le han vuelto la espalda a la que llama iglesia católica.
Será fácil, Solo hay que tomar todas las páginas blancas de la guía telefónica de toda España y copiarlas. Mira si lo será que no voy a necesitar la colaboración de José Grau.
 
Re: El Concilio de Constanza y el Mito de la Sucesión Apostólica.

Y yo voy a preparar un libro con todos los católicos que le han vuelto la espalda a la que llama iglesia católica.
Será fácil, Solo hay que tomar todas las páginas blancas de la guía telefónica de toda España y copiarlas. Mira si lo será que no voy a necesitar la colaboración de José Grau.

El 80,4% de la población se declara católica, el 17,2% se declara no creyente, y el 2,3% restante se declara creyente de otra religión (musulmanes, ortodoxos, protestantes, judíos, etc.), según una encuesta del CIS realizada en el 2005 [13]. Es importante recalcar, sin embargo, que muchos españoles se hacen llamar católicos aunque realmente no sean practicantes: el 49,0% de los españoles encuestados dice no ir a misa o a otros oficios religiosos casi nunca, mientras que el 21,1% dice ir a éstos casi todos los domingos y festivos o varias veces por semana.

http://es.wikipedia.org/wiki/Demografía_de_España#Religi.C3.B3n

Exclente trabajo han hecho los cientos de denominaciones cristianas no católicas en España. :monsterey
 
Re: El Concilio de Constanza y el Mito de la Sucesión Apostólica.

Tobi, perdona la crudeza, pero si las panfletadas que escribes estuvieran mas resumidas, seria mas potable la lectura. LFP escribe 4 palabras para responder y ya uno entiende que hay detras de tus muchas parrafadas. Solo es una sugerencia, porque es que antes eras mas especifico.
 
Re: El Concilio de Constanza y el Mito de la Sucesión Apostólica.

Tobi, perdona la crudeza, pero si las panfletadas que escribes estuvieran mas resumidas, seria mas potable la lectura. LFP escribe 4 palabras para responder y ya uno entiende que hay detras de tus muchas parrafadas. Solo es una sugerencia, porque es que antes eras mas especifico.

Esas panfletadas como tu le llamas (tiene mandanga estos que se quejan siempre del vocabulario) son extractos conciliares, pero a ti que mas te da? si hace tiempo que no lees por tu cuenta, solo parapapagalleas (y te pago con la misma moneda :-D) lo que te dicta tus superiores.

En cuanto a lo de Luis Fernando, a ver... su maestro Fray Nelson era un 'artista' en el sintetizado, pero poco mas. (Y lo digo porque hace mas de ocho años que transito todo tipo de foros y se mas de lo que tu te puedes imaginar)

Así que si os molesta que Tobi os esté dando un meneíto de cuidado, ya sabes, dos piedras (y una pa sentare como dicen los pasotas)

Es sencillo, cuando alguien que no tiene ni zorropapa idea, intenta desviar el tema, yo le entro a saco!!!

Vale corazón?