Aclaración de D. César Vidal sobre campaña de descrédito

Re: Aclaración de D. César Vidal sobre campaña de descrédito

Originalmente enviado por Xoán Xulio

...el evangelismo o protestantismo es una doctrina fundamentalmente "anticatólica". Su núcleo no es el Evangelio de Jesucristo, sino el anticatolicismo. Éste es a veces más evidente y otras más soterrado, pero en el fondo siempre está presente de una forma u otra y a la mínima ocasión sale a flote de la manera más paranoica y destructiva

Con eso de la paranoia, lo has escrito mirándote en un espejo.
Seguro que si.

Mas del 80% de vuestros bautizados le han dado la espalda al catolicismo romano. Y ni siquiera lo odian, simplemente pasan de él.
Aquellos que se convierten en protestantes lo que hacen es encontrarse con el Cristo que la Institución romanista les habia velado con una parafernalia de virgenes, santos y otras hierbas por el estilo. Ahora tambien pasan de todo esto, puesto que su núcleo no es el Evangelio de Cristo
 
Re: Aclaración de D. César Vidal sobre campaña de descrédito

Gracias por dar publicidad al que quizás es uno de mis artículos más acertados sobre el protestantismo. Eso sí, debería actualizarlo. En algunas cosas me quedo corto.

Solo que dices en ese artículo -cargado de tópicos y de revanchismo sobre el cristianismo evangélico- una verdad a medias:

NUNCA has sido cristiano evangélico, a lo sumo has sido un pobre católico-romano confundido que estuvo 9 años en un grupúsculo medio rarillo de Madrid de los más satélites del cristianismo evangélico.

Y de ahí te viene esa amargura que llevas dentro contra el protestantismo: No supiste ver más allá de tu grupillo carismático pseudo-evangélico.

Y por ahí ya estamos viendo que todo lo raro sale últimamente del carismatismo, de ahí tú.

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Re: Aclaración de D. César Vidal sobre campaña de descrédito

Sin embargo, César Vidal es la excepción que confirma la regla.
Y la regla es Su Excelencia.


Ahora no vengas con gaitas.

Dices por un lado que el protestantismo es fundamentalmente anticatólico-romano, y por otro que el insigne protestante español (al que Dios guarde del mal) D. César Vidal es un buen protestante porque no es anticatólico-romano (habría que definir qué es o que no es "ser anticatólico-romano")....

Vaya...

Me lo explique.

Nuevamente tu ignorancia sobre el verdadero cristianismo evangélico te ciega.

¡Ala!, a rezar el Rosario.

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Re: Aclaración de D. César Vidal sobre campaña de descrédito

Solo que dices en ese artículo -cargado de tópicos y de revanchismo sobre el cristianismo evangélico- una verdad a medias:

NUNCA has sido cristiano evangélico, a lo sumo has sido un pobre católico-romano confundido que estuvo 9 años en un grupúsculo medio rarillo de Madrid de los más satélites del cristianismo evangélico.

Y de ahí te viene esa amargura que llevas dentro contra el protestantismo: No supiste ver más allá de tu grupillo carismático pseudo-evangélico.

Y por ahí ya estamos viendo que todo lo raro sale últimamente del carismatismo, de ahí tú.

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Siento comunicarte que el que era mi pastor fue vocal del Consejo Evangélico de Madrid e impulsor de una de las pocas campañas de publicidad que se han dado en España para intentar dar a conocer al español medio lo que es ser cristiano evangélico. Así que eso de grupúsculo medio rarillo... nada. Y también siento informarte de que fui miembro de Libertad, asociación evangélica anti-sectas, presidida por el pastor reformado José de Segovia.
Y ya que estamos en un epígrafe sobre César Vidal, y no sobre mí, te diré que cuando le dije que dejaba el protestantismo para ir a la Iglesia Ortodoxa, me recomendó que probara con el anglicanismo, para así no romper del todo los lazos con el protestantismo, al cual él no tenía la menor duda de que yo pertenecía.

Eso sí, hay algo que tengo clarísimo. Cuando yo estaba en el mundillo de la Nueva Era, fue un matrimonio protestante evangélico el que nos predicó el evangelio a mí y a mi esposa. Fueron instrumentos del Señor para devolverme al cristianismo. Pues bien, creo que es del todo imposible que yo me hubiera hecho evangélico leyendo este foro. De hecho uno de mis mejores amigos, evangélico, piensa que yo hoy soy católico porque me empujaron a ello los evangélicos de este foro (no sería el único, te lo aseguro). Yo le digo que eso no es así, pero sí que es cierto que si yo hubiera tenido alguna duda sobre volver al protestantismo, la participación de los evangélicos en este foro, salvo excepciones, sería el antídoto perfecto contra ello.
 
Re: Aclaración de D. César Vidal sobre campaña de descrédito

Hola,

¿No fue el tal César Vidal quién escribió un libro para desacreditar Los protocolos de los Sabios de Sion?. Lo digo, porque tras estudiar dichos protocolos (lo cual confieso que a dia de hoy aún sigo haciendo) he podido ver similitudes para con los acontecimientos Apocalipticos en la Biblia y la tendencia y jugada de hacernos ir hacia una Republica (como en otros paises se está haciendo) de forma natural y pareciendo encajar perfectamente con los planes expuesto en dichos protocolos.

http://www.aztlan.net/protocolos.htm

La verdad es que siempre he tenido la tendencia a dar mayor credibilidad a la "derecha" que a la "izquierda". Pero ultimamente desconfio de ambos lados.

Un saludo,

Hope
 
Re: Aclaración de D. César Vidal sobre campaña de descrédito

ENIGMAS DE LA HISTORIA
Los Protocolos de los sabios de Sión
Por César Vidal

Utilizado por los antisemitas de todo el mundo —sin excluir a los nazis o a los árabes de las últimas décadas— los Protocolos constituyen un documento de enorme interés histórico y político. Sin embargo, ¿tienen realmente alguna relación con los judíos? ¿Quién escribió los Protocolos de los sabios de Sión?


En las últimas semanas se ha producido un revuelo considerable en el mundo árabe a consecuencia de una serie de TV egipcia en la que se sostenía la autenticidad de un documento denominado los Protocolos de los sabios de Sión. El citado texto, redactado a finales del siglo XIX, contendría las líneas maestras de un plan de dominio mundial por parte de los judíos.

El antisemitismo constituye una actitud mental y una conducta que se pierde en la noche de los tiempos. Manetón, el sacerdote e historiador judío del periodo helenístico, ya dedicó vitriólicas páginas a los primeros momentos de la Historia de Israel y sus pasos siguieron los antisemitas de la Antigüedad clásica —prácticamente todos los autores de renombre— desde Cicerón a Tácito pasando por Juvenal. En términos generales, su antisemitismo, que presentó manifestaciones de enorme dureza en medio de una considerable tolerancia legal, era cultural más que racial. Durante la Edad Media, el antisemitismo estuvo relacionado con categorías de corte religioso (la resistencia de los judíos a convertirse al islam o al cristianismo) y social (el desempeño de determinados empleos por los judíos). Solamente con la llegada de la Ilustración, el antisemitismo se fue tiñendo de tonos raciales que aparecen ya en escritos injuriosos —y falsos— de Voltaire y que volvemos a encontrar muy acentuados en Nietzsche o Wagner. Aunque la figura del judío perverso y conspirador no se halla ausente de algunas de estas manifestaciones antisemitas y aunque, por ejemplo, Wagner y Nietzsche insistieron en tópicos como el del poder judío o el de su capacidad de corrupción moral (e incluso racial) no llegaron a agotar hasta el final el tema de una de las acusaciones ya popularizadas en su tiempo, la de la conspiración judía mundial. Ambos autores no llegaron a articular —aunque no les faltó mucho para ello— la tesis de que todo el poder degenerador de los judíos en realidad obedecía a un plan destructivo de características universales cuya finalidad era el dominio del orbe. Semejante papel le correspondería a un panfleto de origen ruso conocido generalmente como “Los Protocolos de los sabios de Sión”, en el que, supuestamente, se recogían las minutas de un congreso judío destinado a trazar las líneas de la conquista del poder mundial.

El análisis de esa obra constituye el objeto del presente Enigma, sin embargo, antes de entrar en el contenido y en las circunstancias en que la misma se forjó debemos detenernos siquiera momentáneamente en algunos de sus antecedentes. “Los Protocolos de los sabios de Sión” no fueron, en buena medida, una obra innovadora. Aunque, sin lugar a dudas, cuentan con el dudoso privilegio de constituir la obra más conocida y difundida sobre la supuesta conjura judía mundial, no son ni con mucho la única ni la primera. La idea de una conjura parcial (para envenenar las aguas, para empobrecer a la gente, para sacrificar niños, etc) aparecía periódicamente durante la Edad Media. Sin embargo, siempre se trataba de episodios aislados, regionales, desprovistos de un carácter universal. El cambio radical se produjo en 1797. Con la publicación de la Memoria para servir a la historia del Jacobinismo no quedará perfilada la tesis de una conspiración subversiva mundial. El autor de la obra, un clérigo llamado Barruel, pretendía que la orden de los Templarios, disuelta en el s. XIV, no había desaparecido sino que se había transformado en una sociedad secreta encaminada a derrocar todas las monarquías.

Cuatro siglos después, la misma se habría hecho con el control de la masonería y, a través de la organización de los jacobinos, habría
provocado la revolución francesa. Barruel afirmaba también que los masones eran, a su vez, una marioneta en manos de los iluminados bávaros que seguían a Adam Weishaupt. A menos que se acabara con estos grupos, afirmaba Barruel, pronto el mundo estaría en sus manos. Como suele ser habitual en todas las obras que desarrollan la teoría de la conspiración no sólo los datos expuestos recogen tergiversaciones sino también absolutos disparates. Barruel pasaba por alto, entre otras cosas, que el grupo de Weishaupt ya no existía en 1786, que siempre estuvo enemistado con los masones y que éstos no sólo por regla general habían sido monárquicos y conservadores sino que además habían experimentado la persecución a manos de los revolucionarios, muriendo centenares de ellos en la guillotina. Con todo Barruel, que había tomado sus ideas de un matemático escocés llamado John Robinson, apenas mencionaba a los judíos porque, ciertamente, éstos no habían tenido ningún papel de importancia durante la Revolución y porque además incluso habían sido víctimas de los excesos de ésta.

Pese a sus evidentes deficiencias, la obra de Barruel despertó, sin embargo, la pasión de un oficial llamado J. B. Simonini que le escribió desde Florencia proporcionándole supuestas informaciones sobre el papel judío en la conspiración masónica. En una carta —que fue un fraude de Fouchá para impulsar a Napoleón hacia una política antisemita— el militar felicitaba al clérigo por desenmascarar a las sectas que estaban “abriendo el camino para el Anticristo” y se permitió señalarle el papel preponderante de la “secta judaica”. Según Simonini, los judíos, tomándole por uno de los suyos, le habían ofrecido hacerse masón y revelado sus arcanos. Así se había enterado de que el Viejo de la Montaña (el fundador de la secta islámica de los Asesinos que tanto agradaba a Nietzsche) y Manes eran judíos, que la masonería y los iluminados habían sido fundados por judíos y que en varios países —especialmente Italia y España— los clérigos de importancia eran judíos ocultos. Su finalidad era imponer el judaísmo en todo el mundo, objetivo que sólo tenía como obstáculo la Casa de Borbón a la que los judíos se habían propuesto derrocar. Ni que decir tiene que las afirmaciones de Simonini carecían de la más mínima base (por esa época tanto los masones como los iluminados si acaso habían tenido alguna actitud hacia los judíos era de rechazo). Sin embargo, los dislates contenidos en la misma hicieron mella en la mente de Barruel, que, a juzgar por su obra, estaba bien predispuesto a creer este tipo de relatos.

De hecho, pese a que juzgó más prudente no publicarla, entre otras razones porque temía que provocara una matanza de judíos, distribuyó algunas copias en círculos influyentes. Finalmente, antes de morir en 1820, relató todo a un sacerdote llamado Grivel. Nacería así el mito, tan querido a tantos personajes posteriores, de la conjura judeo-masónica, mito al que se incorporaron los datos suministrados por Simonini en su carta. Con todo, inicialmente, la idea de una conspiración judeo-masónica iba a caer en el olvido y durante las primeras décadas del siglo XIX ni siquiera fue utilizada por los antisemitas. Con posterioridad, una obra de creación titulada Biarritz volvería a resucitarlo en Alemania. El autor de la novela se llamaba Hermann Goedsche y ya tenía un cierto pasado en relación con documentos de carácter sensacional. En el período inmediatamente posterior a la revolución de 1848 había presentado unas cartas en virtud de las cuales se pretendía demostrar que el dirigente demócrata Benedic Waldeck había conspirado para derrocar al rey de Prusia.

El acontecimiento dio origen a una investigación cuyo resultado no pudo resultar más bochornoso: los documentos eran falsos y además Goedsche lo sabía. Este se dedicó entonces a trabajar como periodista en el Preussische Zeitung, el periódico de los terratenientes conservadores, y a escribir novelas como Biarritz. Esta se publicó en 1868, una fecha en que la población alemana comenzaba a ser presa de renovados sentimientos antisemitas a causa de la Emancipación —sólo parcial— de los judíos. En un capítulo del relato, que se presentaba como ficticio, se narraba una reunión de trece personajes, supuestamente celebrada durante la fiesta judía de los Tabernáculos, en el cementerio judío de Praga. En el curso de la misma, los representantes de la conspiración judía mundial narraban sus avances en el control del gobierno mundial, insistiendo especialmente en la necesidad de conseguir la Emancipación política, el permiso para practicar las profesiones liberales o el dominio de la prensa. Al final, los judíos se despedían no sin antes señalar que en cien años el mundo yacería en su poder. Como en el caso de la conjura judeo-masónica, el episodio narrado en este capítulo de Biarritz iba a hacer fortuna.

En 1872, se publicaba en San Petersburgo de forma separada señalándose que, pese al carácter imaginario del relato, existía una base real para el mismo. Cuatro años después en Moscú se editaba un folleto similar con el título de “En el cementerio judío de la Praga checa (los judíos soberanos del mundo)”. Cuando en julio de 1881 Le Contemporain editó la obra, ésta fue presentada ya como un documento auténtico en el que las intervenciones de los distintos judíos se habían fusionado en un solo discurso. Además se le atribuyó un origen británico. Nacía así el panfleto antisemita conocido como el “Discurso del Rabino”. Con el tiempo la obra experimentaría algunas variaciones destinadas a convertirla en más verosímil. Así el rabino, anónimo inicialmente, recibió los nombres de Eichhorn y Reichhorn e incluso se le hizo asistir a un (inexistente) congreso celebrado en Lemberg en 1912.

Un año después de la publicación de Biarritz, Francia iba a ser el escenario donde aparecería una de las obras clásicas del antisemitismo contemporáneo. Se titulaba Le juif, le judaásme et la judaásation des peuples chrátiens y su autor era Gougenot des Mousseaux. La obra partía de la base de que la cábala era una doctrina secreta transmitida a través de colectivos como la secta de los Asesinos, los templarios o los masones pero cuyos jerarcas principales eran judíos. Además de semejante dislate —que evidencia una ignorancia absoluta de lo que es la cábala— en la obra se afirmaba, igual que en la Edad Media, que los judíos eran culpables de crímenes rituales, que adoraban a Satanás (cuyos símbolos eran el falo y la serpiente) y que sus ceremonias incluían orgías sexuales. Por supuesto, su meta era entregar el poder mundial al Anticristo para lo que fomentarían una cooperación internacional en virtud de la cual todos disfrutaran abundantemente de los bienes terrenales, circunstancias estas que, a juicio del católico Gougenot des Mousseaux, al parecer sólo podían ser diabólicas. Pese a lo absurdo de la obra, no sólo disfrutaría de una amplia difusión sino que además inspiraría la aparición de panfletos similares generalmente nacidos de la pluma de sacerdotes. Tal fue el caso de Les Francs-Maçons et les Juifs: Sixième Age de l'Eglise d'après l'Apocalypse (1881) del abate Chabauty, canónigo honorario de Poitiers y Angulema, donde aparecen dos documentos falsos que se denominarían “Carta de los judíos de Arles” (de España, en algunas versiones) y “Contestación de los judíos de Constantinopla”. Tanto la obra de Chabauty como la de Gougenot de Mousseaux serían objeto de un extenso plagio —a menos que podamos denominar de otra manera al hecho de copiar ampliamente secciones enteras sin citar la procedencia— por parte del antisemita francés Edouard Drumond, cuyo libro La France juive (1886) demostraría ser un poderoso acicate a la hora de convertir en Francia el antisemitismo en una fuerza política de primer orden.

El único país donde, por aquel entonces, el antisemitismo resultaba más acentuado que en Francia y Alemania, y donde, dicho sea de paso, se originaría el plan que culminaría en los Protocolos, era Rusia. Las condiciones de vida de los judíos bajo el gobierno de los zares se han calificado de auténticamente terribles pero la cuestión es digna de considerables matizaciones ya que no pocos progresaron considerablemente y llegaron a escalar socialmente puestos que les estaban vedados en países limítrofes al imperio zarista. Sin embargo, tras el asesinato de Alejandro II y el acceso al trono de Alejandro III empeoraron en parte, siquiera porque no eran pocos los judíos —generalmente jóvenes idealistas de familias acomodadas— que participan en grupos terroristas de carácter antizarista y, en parte, porque los revolucionarios recurrieron al antisemitismo en no pocas ocasiones como forma de obtener un ascendente sobre el pueblo. Así, a un antisemitismo instrumental de izquierdas —del que participaron no pocos judíos filorevolucionarios— se sumó otro popular que abominaba de la subversión y que estallaba ocasionalmente en pogromos. Tal situación estaba acompañada por la propaganda antisemita. Fue esta una floración libresca pletórica de odio, mala fe e ignorancia, que se extendió desde el Libro del Kahal (1869) de Jacob Brafman, editado con ayuda oficial, y en el que se pretendía que los judíos tenían un plan para eliminar la competencia comercial en todas las ciudades, hasta los tres volúmenes de El Talmud y los judíos (1879©1880) de Lutostansky, obra en que el autor demostraba ignorar lo que era el Talmud y además introducía en Rusia el mito de la conjura judeo-masónica.

No obstante, es posible que la obra de mayor influencia de este período fuera La conquista del mundo por los judíos (7ª ed. 1875) escrita por Osman-Bey, pseudónimo de un estafador cuyo nombre era Millinger. El aventurero captó fácilmente la paranoia antisemita que había en ciertos segmentos de la sociedad rusa y la aprovechó en beneficio propio. Su panfleto sostenía que existía una conjura judía mundial cuyo objetivo primario era derrocar la actual monarquía zarista. De hecho, sirviéndose de semejantes afirmaciones, el 3 de septiembre de 1881 salía de San Petersburgo con destino a París, provisto del dinero que le había entregado la policía política rusa, con la misión de investigar los planes conspirativos de la Alianza Israelita Universal que tenía su sede en esta última ciudad. Pasando por alto, como lo harían muchos otros, que este organismo sólo tiene fines filantrópicos Millinger afirmó que se había hecho con documentos que la relacionaban con grupos terroristas que deseaban derrocar el zarismo. En 1886, se editaban en Berna sus Revelaciones acerca del asesinato de Alejandro II. Con el nuevo panfleto quedaba completo el cuadro iniciado con La conquista... No sólo se afirmaba la tesis del peligro judío sino que además se indicaba ya claramente el camino a seguir para alcanzar “la Edad de Oro”. Primero, había que expulsar a los judíos basándose en “el principio de las nacionalidades y de las razas”. Un buen lugar para enviarlos sería África. Pero tales acciones sólo podían contemplarse como medidas parciales. En realidad, sólo cabía una solución para acabar con el supuesto peligro judío:

“La única manera de destruir la Alianza Israelita universal es a través del exterminio total de la raza judía”. El camino para la aparición de los Protocolos —y para realidades aún más trágicas— quedaba ya más que trazado. Del 26 de agosto al 7 de septiembre de 1903 aparecía en el periódico de San Petersburgo Znamya (La Bandera) la primera edición de los Protocolos, bajo el título de Programa para la conquista del Mundo por los judíos. El panfleto encajaba como un guante en el medio ya que el mismo estaba dirigido por P. A. Krushevan, un furibundo antisemita que había sido un personaje clave en el desencadenamiento del pogromo de Kishiniov. Krushevan afirmó que la obra —cuyo final aparecía algo abreviado— era la traducción de un documento original aparecido en Francia.

En 1905, el texto volvía a editarse en San Petersburgo en forma de folleto y con el título de La raíz de nuestros problemas a impulsos de G. V. Butmi, un amigo y socio de Krushevan que junto con éste se dedicaría a partir de ese año a sentar las bases de la Centurias negra. En enero de 1906, el panfleto era reeditado por la citada organización con el mismo título que le había dado Butmi e incluso bajo su nombre. Sin embargo, se le añadía un subtítulo que, en forma abreviada, haría fortuna: Protocolos extrañados de los archivos secretos de la Cancillería Central de Sión (donde se halla la raíz del actual desorden de la sociedad en Europa en general y en Rusia en particular).

Las ediciones mencionadas tenían una finalidad masivamente propagandística y consistieron en folletos económicos destinados a todos los segmentos sociales. Pero en 1905 los Protocolos aparecían incluidos en una obra de Serguei Nilus titulada Lo grande en lo pequeño. El Anticristo considerado como una posibilidad política inminente. El libro de Nilus ya había sido editado en 1901 y 1903, pero sin los Protocolos. En esta nueva edición se incluyeron con la intención de influir de manera decisiva en el ánimo del zar Nicolás II. La reedición de Nilus contaba con algunas circunstancias que, presumiblemente, deberían haberle proporcionado un éxito impresionante. Así, el metropolitano de Moscú llegó incluso a ordenar que en las 368 iglesias de la ciudad se leyera un sermón en el que se citaba esta versión de los Protocolos. Inicialmente, no resultó evidente si prevalecería la versión de Butmi o la de Nilus. Finalmente, sería esta última reeditada con ligeras variantes y bajo el título de Está cerca la puerta... Llega el Anticristo y el reino del Diablo en la Tierra la que llegaría a consagrarse. El motivo de su éxito estaría claramente vinculado a haberse publicado una vez más en 1917, el año de la Revolución rusa. El texto de Nilus está dividido en 24 supuestos protocolos en los que, realmente, se intenta demostrar la bondad del régimen autocrático (obviamente el zarista) y la perversidad de las reformas liberales.

Como justificación última de semejante discurso político se aduce la existencia de un plan de dominio mundial desarrollado por los judíos. Así el panfleto deja claramente establecido el supuesto absurdo del sistema liberal ya que la idea de libertad política no sólo resulta irreal sino que además sólo puede tener desastrosas consecuencias:

“La libertad política no es una realidad, sino una simple idea”. (1, 5)

“La idea de la libertad no puede realizarse porque nadie sabe hacer de ella el uso adecuado. Basta con permitir que el pueblo se gobierne durante un período breve de tiempo para que la administración se transforme al poco en desenfreno... los Estados arden en llamas y toda su grandeza se viene abajo convertida en cenizas”. (1, 6)

La razón fundamental que aduce Nilus, por boca de los supuestos conspiradores judíos, es similar a la esgrimida por otros antidemócratas anteriores y posteriores. Es absurda la libertad ya que la gente del pueblo no puede llegar a comprender lo que es la política:

“Los miembros de la plebe que han salido del pueblo, por más dotados que están, al no comprender la alta política no pueden guiar a la masa sin despeñar a toda la nación en la ruina”. (1, 18)

Si la idea de libertad política podía ser relativamente tolerada, esto se debería a algunas condiciones previas. Primero, su sumisión al poder clerical; segundo, la exclusión de los enfrentamientos sociales y, tercero, la eliminación de la búsqueda de reformas. En resumen, puede ser aceptable si no afecta en absoluto el sistema autocrático:

“La libertad podría ser inofensiva y darse sin peligro para el bienestar de los pueblos en los estados si se basase en la fe en Dios y en la fraternidad de los seres humanos y se alejase de la idea de igualdad, que está en contradicción con las leyes de la Creación...” (4, 3)

Sin embargo, la libertad no ha discurrido por los cauces deseados por Nilus y puestos en boca de los presuntos conspiradores judíos. El resultado ha sido por ello especialmente peligroso y ha degenerado en la mayor de las aberraciones posibles, la corrupción de la sangre:

“Después de haber instalado en el órgano estatal el “veneno del liberalismo”, toda su condición política ha sufrido una metamorfosis; los Estados han sido atacados por una dolencia mortal, “la corrupción de la sangre”; sólo hace falta esperar el final de su agonía. Del liberalismo han surgido los Estados constitucionales que han sustituido a la autocracia, único gobierno útil a los no judíos”. (10, 11-12)

Las afirmaciones relativas a lo nocivo de la libertad política tienen, lógicamente, en esta obra un reverso diáfano consistente en alabar las supuestas virtudes de la autocracia. Esta —sea la política de los zares o la religiosa de los papas— constituye, según los Protocolos, el único valladar contra el peligro judío:

“La autocracia de los zares rusos fue nuestro único enemigo en todo el mundo junto con el papado”. (15, 5)

Precisamente por eso, el poder del autócrata debe tener para ser efectivo un tinte innegable de cinismo, de maquiavelismo, de pura hipocresía utilitarista:

“La política no tiene nada que ver con la moral”. Un soberano que se deja guiar por la moral no actúa políticamente y su poder descansa sobre frágiles apoyos. “El que quiera reinar debe utilizar la astucia y la hipocresía”. (1, 12)

Sin embargo, tal actitud no debe causar malestar ni ser objeto de censura. Está más que justificada por el hecho de que la autocracia es la única forma sensata de gobierno y la única manera de crear y mantener en pie la civilización, algo que nunca puede emanar de las masas:

“Solamente una personalidad educada desde la juventud para la autocracia puede entender las palabras que forman el alfabeto político”. (1, 19) “... Sin despotismo absoluto no hay civilización; ésta no es obra de las masas sino sólo de su guía, sea quien fuere”. (1, 21)

Naturalmente, el modelo autocrático no se sustenta sólo sobre la figura del soberano sino sobre otros pilares del sistema. Los Protocolos contienen, por lo tanto, loas a estos estamentos concretos que se sitúan en labios de los supuestos conspiradores judíos. El primero de ellos es la nobleza:

“... El triunfo más importante... es acabar con los “privilegios”, que son indispensables para la vida de la “nobleza no-judía” y la única protección que las naciones tienen frente a nosotros” (1, 30)

Obviamente, la aristocracia es presentada en términos ideales y, dicho sea de paso, radicalmente falsos desde una perspectiva histórica. Así se afirma que es la protectora de las clases populares y que comparte sus mismos intereses:

“Bajo nuestra dirección fue “aniquilada la nobleza”, que es la protectora natural y la madre nutricia del pueblo, y cuyos intereses están unidos inseparablemente del bienestar del pueblo... La nobleza, que conforme a un derecho legal exigía la fuerza de trabajo de los trabajadores, estaba interesada en que los trabajadores estuvieran bien alimentados, sanos y fuertes”. (3, 6 y 8)

Obviamente el otro estamento que debe colaborar —y al que se retrata de nuevo en términos excesivamente positivos— es el clero que en Rusia llegó a extremos de cesaropapismo extraordinarios:

“Controlado por su fe, el pueblo avanzará bajo la tutela de su clero, pacífica y modestamente de la mano de sus pastores espirituales”. Frente al panorama idealizado de la autocracia, sustentada por la nobleza y el clero, Nilus opone el retrato de una supuesta conjura mundial tras la que se encuentran los judíos. Estos, en teoría, se hallarían ya muy cerca de la conquista del poder:

“... Hoy estamos sólo a unos pocos pasos de nuestra meta. Sólo un tramo breve y el círculo de la serpiente simbólica”, el símbolo de nuestro pueblo se cerrará. Y una vez que se cierre el círculo, todos los Estados de Europa quedarán apresados en él como dentro de un torno”. (3, 1)

Siguiendo un patrón multisecular, Nilus presenta como base del poder judío el dominio económico, dato no sólo falso sino sangrante si tenemos en cuenta la situación miserable de los judíos de la Rusia de la época:

“Toda la maquinaria de gobierno depende de un motor que está en nuestras manos y es el oro”. (5, 8)

La conjura, obviamente, se manifiesta en una serie de acciones moralmente perversas desencadenadas por los judíos. La primera es, naturalmente, intentar contaminar con su materialismo a los que no son como ellos:

“Para no dejar tiempo a los no-judíos para la reflexión y la observación, debemos apartar sus pensamientos hacia el comercio y la industria” (4, 4)

Pero eso es sólo el comienzo. Según los Protocolos de Nilus, para que los judíos dominen el mundo se entregan a una serie de actividades simultáneas que desafían la imaginación más delirante. A ellos se les atribuye potenciar la idea de un “gobierno internacional” (5, 18), crear “monopolios” (6, 1), apoyarse en “las logias masónicas” (15, 13) (de nuevo la tesis de la conjura judeo-masónica!), fomentar “el incremento de los armamentos y de la policía” (7, 1), provocar una “guerra general”, “idiotizar y corromper a la juventud de los no-judíos” (9, 12), aniquilar “la familia” (10, 6), “distraer a las masas con diversiones, juegos, pasatiempos, pasiones” (13, 4), eliminar “la libertad de enseñanza” (16, 7) e incluso “destruir todas las otras religiones” (14, 1). En suma no hay nada que repugne a la mente autocrática de Nilus que no se deba atribuir a los judíos.

En esa paranoia que ve la mano judía detrás de todo lo inaceptable llega en algunos casos hasta el retorcimiento más absoluto o el ridículo más absurdo. Así queda de manifiesto al afirmar que los no-judíos padecen “las enfermedades que les causamos (los judíos) mediante la inoculación de bacilos” (10, 25) o al atribuir la construcción del metro a turbias intenciones políticas:

“Pronto se habrán construido en todas las capitales “trenes subterráneos”; partiendo de los mismos volaremos por los aires todas las ciudades junto con todas sus instalaciones y documentos”. (9, 14)

Al final, los judíos conseguirán mediante semejantes artimañas su meta final:

“El “Rey de Israel” será el patriarca del mundo cuando se ciña en la cabeza santificada la corona que le ofrecerá toda Europa”. (15, 30)

Los últimos Protocolos están dedicados presuntamente a pergeñar una descripción de cómo deberá gobernar mundialmente el Rey de Israel. En realidad, son una descripción de la monarquía autocrática ideal según Nilus. En la misma el monarca ideal deberá evitar “los impuestos demasiado elevados” (20, 2) para evitar sembrar la semilla de la revolución (20, 5), introducirá reformas como la creación de un impuesto progresivo de timbres (20, 12), de un fondo de reservas (20, 14), de un tribunal de cuentas (20, 17) y de un patrón basado en la fuerza de trabajo (20, 24) y llevará a cabo una serie de medidas económicas como la restricción de los artículos de lujo (23, 1), el fomento del trabajo artesanal (23, 2) y de la pequeña industria (23, 3) o el castigo del alcoholismo (23, 4).
 
Re: Aclaración de D. César Vidal sobre campaña de descrédito

...pero sí que es cierto que si yo hubiera tenido alguna duda sobre volver al protestantismo, la participación de los evangélicos en este foro, salvo excepciones, sería el antídoto perfecto contra ello.

Hola LF,

Esto que dices es porque tú te tomas la apologética como un ataque personal. Yo amo a los católico-romanos (ya es triste que os hayáis apropiado del término "católico" como algo exclusivos: Nosotros somos católicos -en el sentido paleocristiano del término- pero NO romanos).

Estoy seguro que si me conocieses en persona a mi o a otros que escribimos aquí desde el mundo evangélico, no tendrías esta imagen ni dirías lo que dices. Mis numerosísimos amigos católico-romanos (serios, del Opus, de esos que van cada semana a reuniones de Jesuítas, etc.) me aprecian mucho, me cuentan entre uno de sus mejores amigos, les amo y salvo que ellos me pregunten, no les estoy "apologetizando" todo el día, y si lo hago lo hago con sumo respeto y tacto. Este es sin embargo un foro de debate y para esto está.

Sin embargo te diré algo parecido a lo que tú dices, pero al revés: Si cuando le pregunté hace ya 17 años a un sacerdote del Opus Dei de una parroquia de Madrid -donde me convertí- si estaba bien que empezase a ir a una iglesia Evangélica él no me hubiese contestado: "Si vas, ve a lo que te une, y no a lo que te separa", y en vez me hubiese presentado a uno de vosotros (como aquel forista tan majo que había aquí hace un tiempo cuya imagen era un monje -lo mejo que he encontrado por estos lares-), conociéndome entonces, posiblemente me hubiese quedado en el Catolicismo Romano, que nunca me mostró a un Jesús Vivo y Resucitado como encontré en la Iglesia Evangélica. Sin embargo hoy en día, debatiendo aquí con los que son como tú, no hacéis más que reforzarme en mis convicciones evangélicas en lo que a "Religión" se refiere (que en cuanto a saber Quién me ha salvado, y a Quién sigo, y por Quién vivo, no tengo duda y antes preferiría perder la vida mía que perderLe a Él).

Dios te bendiga, LF.

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Re: Aclaración de D. César Vidal sobre campaña de descrédito

Hola LF,

Esto que dices es porque tú te tomas la apologética como un ataque personal.

No, para nada. Yo no tengo nada contra la gente que limita su participación a debates doctrinales. Pero claro, aunque no voy a hacer una lista de las cosas que me pasaron acá cuando me hice católico (y fue precisamente entonces, no cuando dejé el protestantismo y me fui hacia la Iglesia Ortodoxa), sí te aseguro que aquello fue para mí una de las señales claras de que había tomado el camino correcto.
 
Re: Aclaración de D. César Vidal sobre campaña de descrédito

...Pero claro, aunque no voy a hacer una lista de las cosas que me pasaron acá cuando me hice católico...

Lo ignoro, no estaba, pero en todo caso que uno decida cambiarse de religión, es muy respetable.

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