Re: Vida Cristiana
Una persona madura en el Señor, es aquella que su vida ya no es tan importante para él. Pablo lo dice con estas palabras:
“y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.” (Gálatas 2:20)
Pero para una persona inmadura, lo que más importa es todo aquello que HACE (hablando de obras). Y mientras tenga fuerza lo va a seguir haciendo, pero pronto se dará cuenta que todo lo que hace resulta infructuoso.
No se ha dado cuenta que no es el HACER lo que va a dar fruto en su vida, sino el permanecer en el Amor de Dios (Juan 15). Que el mucho hacer (obras-activismo religioso) termina por cansarnos, y que no importa todo aquello que hagamos, y que digamos que andamos en la luz, si no lo hacemos con amor y por amor, y si no permanecemos en él, de nada sirve.
Podemos aún “servir” o hacer muchas cosas sin amor, porque todo lo seguimos haciendo para ser protagonistas. Son muchas las cosas que podemos hacer en ese protagonismo como “inmaduros espirituales”, pero lo cierto es que todo lo que hacemos lo hacemos para nosotros, buscando nuestro propio beneficio, y no para los demás.
El apóstol Juan, aquí en su primera carta, nos lo dice así:
"El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas. 10El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo. 11Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos.” (1 Juan 2:9)
Hay muchas congregaciones que son gobernadas por líderes que no han dejado de ser “inmaduros”, y esto alimenta el denominacionalismo congregacional. Pues estos ”líderes", en su afán por el protagonismo, exaltan su propio nombre, en su inmadurez.
La iglesia en Corinto pasaba por este serio problema, había muchos niños y jóvenes espirituales inmaduros, y en su afán protagónico había celos y contiendas entre muchos de ellos. Cada uno peleaba a los demás su ministerio, su jerarquía. Cada uno defendía su liderazgo a todo costa sobre los demás. Cada uno se sentía mejor que el otro.
En su primera carta a los Corintios (3:1), el apóstol Pablo les dice: “
De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. 2Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía, 3porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres? 4Porque diciendo el uno: Yo ciertamente soy de Pablo; y el otro: Yo soy de Apolos, ¿no sois carnales? 5¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos? Servidores por medio de los cuales habéis creído; y eso según lo que a cada uno concedió el Señor. 6Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. 7Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento. 8Y el que planta y el que riega son una misma cosa; aunque cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor. 9Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios. 10Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica. 11Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. 12Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, 13la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. 14Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. 15Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego. 16¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? 17Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es.”
Es tiempo de crecer, y no ser jóvenes inmaduros “de planta”, que siguen buscando su “fuente de eterna juventud.” Hay muchos de ellos, pensemos en esto.
En su misma primera carta a los Corintios, Pablo les escribe a muchos de estos “niños-jóvenes” que eran tan espirituales que presumían de todo lo que hacían, ya hasta hablaban en lenguas, profetizaban, tenían sueños y visiones, pero de pronto el apóstol les pone en claro algunas cosas, les dice a que ya no sean infantiles en su modo de pensar y de actuar, y les escribe:
“Hermanos, no seáis niños en el modo de pensar, sino sed niños en la malicia, pero maduros en el modo de pensar.” (1 Co.14:20)
Queda claro que todo aquello que pensamos o creemos hacer para Dios, no significa que somos maduros.
Un hijo de Dios no se distingue por lo mucho que hace, sino que “
se sabe quiénes son hijos de Dios y quiénes son hijos del diablo, porque cualquiera que no hace el bien o no ama a su hermano, no es de Dios.” (1 Juan 3:10)
“Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? 17Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. 18No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. 19Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. 20Así que, por sus frutos los conoceréis.” (Mt.7:16)
“Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.” (Jn. 15:5)
“Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas,
Que da su fruto en su tiempo,
Y su hoja no cae;
Y todo lo que hace, prosperará.” (Sal. 1:3)
“Fruto”, “frutos”, “mucho fruto”, no nos engañemos, la vida cristiana es un asunto de producir frutos de vida en el Espíritu: (Y no estoy hablando de obras, hablo de "frutos" o "buenas obras")
“No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. 8Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. 9No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos. 10Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe.” (Gá. 6:7)
“Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios. 10En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios.” (1 Juan 3:7)
El apóstol Pedro, en su segunda carta (1:3-8), les escribe a los padres:
“Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, 4por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia; 5vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; 6al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; 7a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. 8Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo.”
Pedro hace una “ecuación”, y llega a un solo resultado:
el amor.
Dice que a nuestra fe, sumemos virtud (o buena conducta) (+) conocimiento (+) dominio propio (+) paciencia (+) piedad (+) afecto fraternal (+) AMOR (=) AMOR.
Estos son “frutos” de la madurez de un padre espiritual maduro, que ha sido ejercitado en el amor de Cristo:
“nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, 4por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina...”
No es que un fruto sea mayor o más importante que otro, sino que juntos nos conllevan al amor. Es poner “manos a la obra” a nuestra fe, o como nos dice Pablo:
“echar mano de nuestra salvación.” (1 Ti. 6:12) La fe de un padre, sin buenas obras, es muerta, es vana, no hay crecimiento, pues no ha sido ejercitado en el amor de Cristo.
Por eso Pedro nos dice:
“deben esforzarse” (“poniendo toda diligencia por esto mismo” -v.5-) en sumar frutos a su fe. La escritura nos dice que
“no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor.” (2 Timoteo 1:7-8) Y ese testimonio se refleja en frutos de vida. Un padre espiritual maduro se conoce por sus frutos de vida. El amor, el poder, y el dominio propio, van de la mano.
Por su parte, Pablo también hace una petición al Padre celestial, y le dice (Ef.3:17):
“para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, 18seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, 19y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios.”
¿Nos damos cuenta de estas palabras?:
“y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios.” El amor, el amor, el amor, literalmente Pablo dice aquí que al conocer el amor de Cristo, seremos llenos de toda la plenitud de Dios. ¡Tremendas palabras! ¡Todo nos lleva al amor de Dios, por medio de Cristo!
Así que la santificación está liagada al AMOR, pues conociendo el AMOR de Dios, por medio de Cristo, somos llenos de toda la plenitud de Dios.
Y es muy importante que leamos estas palabras, porque muchas veces creemos que si estudiamos teología en algún seminario, nos titulamos ahí como pastores o maestros, o hacemos algún doctorado en exégesis bíblica, u oramos lo suficiente, ayunamos, profetizamos, diezmamos, obedecemos lo suficiente, etc. etc., creemos que hacer esto es sinónimo de “ser llenos” o ser más santos. (espiritualmente hablando).
Pero aquí el apóstol Pablo nos dice claramente que para ser llenos de toda la plenitud de Dios, NO es un asunto de “hacer algo”, sino de madurez. Debemos conocer el amor de Dios, por medio de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Y para conocer el amor de Cristo, se debe conocer personalmente a “Aquel que es desde el principio”, y al conocerle seremos llenos de toda su plenitud.
Y ese madurez solo se logra por medio de las pruebas:
“Puesto que Dios ya nos ha hecho justos gracias a la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo. 2Pues por Cristo hemos podido acercarnos a Dios por medio de la fe, para gozar de su favor, y estamos firmes, y nos gloriamos con la esperanza de tener parte en la gloria de Dios. 3Y no solo esto, sino que también nos gloriamos de los sufrimientos; porque sabemos que el sufrimiento nos da firmeza para soportar, 4y esta firmeza nos permite salir aprobados, y el salir aprobados nos llena de esperanza. 5Y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha llenado con su amor nuestro corazón por medio del Espíritu Santo que nos ha dado.” (Ro.5:1)
Toda la escritura está llena de testimonios de padres espirituales que fueron pasados por el fuego para madurar, pero Dios nunca los desamparó. En Apocalipsis 12:11 encontramos estas palabras:
“Y ellos le han vencido (al diablo)
por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte.” Como hemos dicho, un “padre” ha aprendido a menospreciar su vida hasta la muerte, sabiendo que la vida es Cristo (permanecer en él, para dar mucho fruto), y que la misma muerte es ganancia.
Esto debe confrontarnos, pues toda la Biblia nos dice que la presencia del Espíritu Santo en la vida de un hijo de Dios, debe producir frutos de vida. Es decir, debe haber un cambio radical de conducta, una vida transformada. Así que si no hemos sido transformados radicalmente, o vemos que no hay avance en nuestra vida, es que estamos en serios problemas, y deberíamos meditar y reconsiderar nuestro “cristianismo.”
Un grave error es confundir los frutos con obras. Una cosa son los frutos del Espíritu, y otra cosa son las obras. Notemos que Pablo menciona como frutos del Espíritu al amor en primer lugar (Gá. 5:22), gozo, paz, paciencia, fe mansedumbre, templanza, benignidad, bondad. ¿Y qué nos sugieren estos frutos? ¿obras?
Otro error es que cuando hablamos de “obras” inmediatamente entendemos que se trata de <servicio>, y servicio dentro de la iglesia o para beneficio de la misma. Por ejemplo, el hablar a la gente del Señor en la calle, hacer esta obra es considerada como llevar fruto. O por ejemplo si yo soy médico, y presto mis servicios a los hermanos o a la comunidad sin cobrar un centavo, esa obra también la considero como llevar fruto.
Las obras tienen que ver con servir, pero no tienen que ver con frutos. Los frutos, como Pablo menciona, son cualidades que van transformando y moldeando mi vida, y son producidos en mi interior por la presencia del Espíritu Santo. De manera que cuando el Señor habla de llevar “mucho fruto” (como en Juan 15), no se trata solamente de hacer muchas obras o servicios, sino que es un asunto de modelación de mi vida.
Si era un iracundo, ahora en Cristo ya no lo soy más, y eso genera fruto en mi vida. si era un soberbio e irrespetuoso, ahora soy diferente. La gente que me conocía como iracundo, soberbio y problemático, ahora al verme, van a reconocer que soy diferente, que algo está pasando en mi vida, y ese es el testimonio que soy una nueva persona. Hay fruto en mi vida, y conforme permita al Espíritu Santo, que su presencia vaya transformado mi ser, habrá más fruto en mi vida.
Consideremos estas palabras del apóstol Juan: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? 21Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano.”
Por otra parte, un síntoma de crecimiento espiritual es cuando los ministerios (las obras) ya no son tan importantes para nosotros, como lo es el hecho de saber que somos ministros, prestemos un servicio o no. Cuando los dones ya no importan tanto, sino aquel que nos da los dones. Cuando las sanidades ya no son las buscadas, sino el sanador, y aunque no siempre haya sanidad. En otras palabras, cuando las obras ya no son las importantes, sino el amor que emana de mi ser por la presencia del Espíritu Santo. Entonces las obras saldrán como frutos, y sin ser una carga para mi.
A esto se refiere Pablo en su primera carta a los Corintios, en donde les dice: “
Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. 2Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. 3Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve.” (13:1-3)
Un padre ha sido perfeccionado en el amor de Dios:
“El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará. 9Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; 10mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará. 11Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño. 12Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido. 13Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.” (1 Co. 13:8-13)
Dios les bendice!
