Obviamente, si siempre preguntan lo mismo, uno debe responder con la misma estructura y el mismo argumento ya expuesto. Para evitar entrar en un círculo repetitivo de preguntas y respuestas, es necesario proponer algo diferente.
En cuanto a la palabra hórama, querer traducirla como “aparición” para desligarla de la idea de ser simplemente algo observado carece de sentido, porque se está saliendo de lo que precisamente buscamos demostrar desde la Escritura. Esta palabra no significa solamente “aparición” o “algo que se ve”; hórama está directamente relacionada, siempre que se usa, con eventos de revelaciones que Dios da por medio de un mensaje a un vidente, el cual nunca interactúa con los elementos de la visión, sino con el mensajero que la presenta, sea Dios, Jesús o un ángel.
Por eso hórama no entra en la categoría de una simple aparición o algo meramente visible. Jesús mismo llamó “hórama” al evento de la transfiguración, y vemos que Moisés y Elías nunca interactuaron con los testigos o videntes, Pedro, Juan y Jacobo, sino que ellos solo interactuaron con la persona que estaba física y literalmente con ellos, es decir, Jesús.
En este hórama (ὅραμα), los que presenciaron el evento fueron aquellos que Cristo escogió específicamente para que fueran testigos: Pedro, Jacobo y Juan (Mateo 17:1; Marcos 9:2; Lucas 9:28).
No fue una visión abierta a todo el pueblo, sino un acontecimiento revelado únicamente a un grupo reducido. Y con más razón, si estos testigos fueron seleccionados para contemplar la gloria de Cristo (Juan 1:14), sería lógico esperar que existiera algún registro de intercambio, interacción o diálogo con dos de los personajes más representativos de las Escrituras: Moisés, mediador de la Toráh (Éxodo 34:29-35), y Elías, profeta defensor del pacto (1 Reyes 18:36-39).
Sin embargo, la ausencia total de cualquier diálogo registrado entre los testigos oculares y Moisés o Elías confirma la naturaleza de lo que Jesús denominó hórama (Mateo 17:9).
Vuelvo y te repito: En las Escrituras, este término se emplea para referirse a revelaciones de carácter sobrenatural dadas a un vidente, en las cuales el receptor no interactúa con los elementos de la visión, sino con el mensajero que la comunica (por ejemplo, Hechos 7:31; 9:10, 12).
Ahora, analizando el contexto bíblico, entendemos que el propósito central de la transfiguración nunca se centró en Moisés ni en Elías, sino en la manifestación de la gloria del Hijo amado y en la confirmación divina de su autoridad mesiánica (Mateo 17:5). De hecho, cuando Pedro, décadas después (más de 30 años), testificó acerca de este evento en su segunda carta, mencionó que había sido testigo ocular de la majestad de Cristo, pero no hizo referencia alguna a Moisés ni a Elías (2 Pedro 1:16-18).
Además, en todo el Nuevo Testamento no existe registro alguno de que los tres testigos relataran o dieran testimonio sobre estos dos personajes en particular específicamente relacionado con el hórama de la transfiguración.