En el año 325 E.C., el emperador romano Constantino convocó un concilio de obispos en la ciudad de Nicea, Asia Menor. Su objetivo era zanjar las continuas disputas religiosas sobre la relación del Hijo de Dios con el Dios Todopoderoso. Respecto a los resultados de ese concilio, la Encyclopædia Britannica dice:
“Constantino mismo presidió y dirigió activamente las discusiones y personalmente propuso [...] la fórmula decisiva que expresaba la relación de Cristo con Dios en el credo que el concilio emitió, que es ‘consustancial [ho·mo·óu·si·os] al Padre’. [...] Impresionados por el emperador, los obispos —con solo dos excepciones— firmaron el credo, aunque muchos de ellos no estaban muy inclinados a hacerlo”. Encyclopædia Britannica, 1971, tomo 6, página 386.
¿Se debió la intervención de ese gobernante pagano a sus convicciones bíblicas? No.
El libro A Short History of Christian Doctrine (Breve historia de la doctrina cristiana) declara: “Básicamente, Constantino no entendía nada de las preguntas que se hacían en teología griega”. A Short History of Christian Doctrine, por Bernhard Lohse, 1963, página 51.
Lo que sí entendía era que las disputas religiosas amenazaban la unidad de su imperio, y quería zanjarlas.