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Es manifiesto que S. Juan enseña que Cristo es verdadera y propiamente Dios, y aparece de forma totalmente patente en su Evangelio entero y en su primera Epístola. Más aún, la divinidad de Cristo resplandece en S. Juan, no solamente en algunos textos, sino que vivifica íntimamente toda su exposición de la doctrina y de la vida de Cristo.
a) El autor mismo manifiesta en su cap. 20 V. 31, cuál fue la finalidad del cuarto Evangelio: Estas señales fueron escritas para que creáis que Jesús es el Mesías Hijo de Dios ότι Іησούς έστιν ό χριστός ό υίός τού θεού , lo cual es evidente que debe entenderse acerca del Hijo verdadero y natural; pues todo esto se dice después de narrar la confesión de Sto. Tomas, S. Jn. 20.20, respondió Tomas y dijo: (Señor mío y Dios mío! Ο κύριος μου καί ο θεός, confesión aprobada por Cristo como confesión de fe en Él mismo, en la que habla Sto. Tomás de forma clara acerca de la verdadera divinidad de Cristo.
Esta misma finalidad la pone de manifiesto S. Juan al final de la primera epístola, la cual es a manera de introducción del Evangelio 1 S. Jn. 5,20, donde en griego leemos: ινα γινώσκομεν τόν αληθινόν, καί εν τώ αληθινώ εσμεν εν τώ υιώ αυτού τησού χριστύ ούτός εστιν ο αληθινός θεός καί ζωή αιώνιος , para que conozcamos al que es Verdadero, y nosotros estemos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo; Él es el verdadero Dios y la Vida eterna. Que el pronombre ÉL se refiere al Hijo, como a sustantivo que precede inmediatamente a este pronombre, lo exige la ordenación simétrica de la frase, y lo confirma especialmente todo el modo de expresarse de S. Juanh; pues ο αληθινός , el verdadero, con artículo y ζωή αιώνιος , la vida eterna, son nombres personales de Cristo (Apoc. 3,7; 19,11; S. Jn. 11,25; 14,16: 1 S. Jn. 1,2; 5,11‑12); y la finalidad de S. Juan no era mostrar que el Padre es verdadero Dios (lo cual, por otra parte, ya lo había dicho) sino que su Hijo Jesucristo es Dios.
309. B) La divinidad de Cristo resplandece en las primeras palabras del evangelio en el sublime prólogo, donde es revelada la doctrina acerca del Verbo divino, el cual texto es "el culmen y al mismo tiempo el resumen de la doctrina entera acerca de la persona divina de Jesucristo".
V. 1 Al principio... se muestra aquí la doctrina de la distinción del Verbo respecto del Padre (véase anteriormente núm. 296) y la eternidad y divinidad del Verbo. Έν άρχή hace referencia, según parece, a la creación del mundo (Gén. 1,1). Ahora bien, cuando Dios creó el mundo ya era el Verbo ήν no fue hecho; preexistía, por tanto, en la inmutable eternidad divina. El nombre ό λόγος Verbo se encuentra cini nombre propio solamente en este capítulo y en la epístola de S. Juan 1,1, y en el Apoc. 19,13, y en el V. 14 nos dice S. Jn. que el Verbo se hizo carne, el Unigénito del Padre, que habitó entre nosotros; a saber, Jesucristo. Y Dios era el Verbo θεός ήν ό λογος (que es el sujeto) era Dios (el predicado). El cual predicado se antepone al sujeto en sentido enfático y a fin de mantener la estructura de construcción de todo el versículo, ya que se pretende, principalmente, enseñar la divinidad del Verbo. Y θεός sin artículo significa la naturaleza divina; esto es, el que posee esta naturaleza divina.
Por ello, en el V. 3 se dice: Todas las cosas fueron hechas por Él. A saber, el Verbo es creador como el Padre, al decir πάντα que todas y cada una de las cosas han sido creadas por Él; δι‘αύτού puesto que Dios *obra intelectualmente+. Por el mismo motivo, en el V. 4 se dice en Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres, y los que reciben ésta, vienen a ser hijos de Dios, τέκνα θεού , nacidos de Dios; pues la gracia y la verdad, V. 17, vino por Jesucristo, de cuya plenitud recibimos todos.
V. 18 El Verbo es el Unigénito del Padre, el Hijo Unigénito, o según la lección más probable el Dios Unigénito, μονογενής; θεός , el cual una vez hecho hombre, narró lo relacionado con Dios, lo cual ninguna creatura lo vio jamás; sin embargo, el Hijo Unigénito nos lo narró, porque estaba en el seno del Padre. Donde el título μονογενής como propio del Hijo natural, le distingue de aquellos que vienen a ser hijos por participación τέκνα θεού; ahora bien, la gloria de Cristo es aquella que conviene al Unigénito del Padre.
De nuevo repite S. Juan estos puntos capitales en su primera epístola 1,1‑3 (véase S. Jn. 3,18). El Verbo de vida, la vida eterna, que estaba en el Padre y se nos manifestó;... y esta comunión nuestra es con el Padre y con su Hijo Jesucristo, el cual se nos dice en el cap. 4,9 es el Unigénito de Dios.
310. e) A lo largo de toda la predicación de Cristo, descrita por S. Juan, Él mismo reivindica de muchas y distintas formas su divinidad y su unidad de naturaleza, de vida y de operación con el Padre.
Reclama para Él lo mismo que para el Padre; a saber: el culto de la fe, todo el que ve al Hijo y cree en Él, tiene la vida eterna, 6,40, no morirá para siempre, 11,26; creéis en Dios, creed también en mí, 14,1, 17,2; culto de esperanza, en la cual se fundamenta la oración, lo que pidiéreis al Padre en mi nombre, éso haré, 14,13‑14; 15,5‑7, para que tengáis paz en mí;... el que me ama a mí, será amado de mi Padre... 14,21‑28; y los honores divinos, para que todos honren al Hijo, como honran al Padre; el que no honra al Hijo no honra al Padre, 5,22‑23.
Cristo afirma en muchas ocasiones su preexistencia eterna. Él mismo bajó del cielo, 3,13; 6,38‑41.50‑51.62, lo cual ya lo había afirmado muchas veces S. Juan Bautista, 1,27‑30; 3,31‑32. Lleva a término Jesucristo una fuerte discusión con los judíos, de la que se nos habla en el capítulo 8, con la siguiente declaración solemne: En verdad, en verdad os digo: antes que Abraham naciese, yo soy, 8,58, donde se ha de notar la contraposición entre antes que Abraham naciese πρίν А βραάμ γενέσθαι y yo soy, εγώ ειμι , cuya 3expresión hace referencia al nombre divino mismo de Yahvé puesto en primera persona; por eso, los judíos quisieron apedrearle, porque se hacía Dios. Jesús hace mención de su misma preexistencia eterna junto al Padre en la oración sacerdotal; ahora Tú, Padre, glorifícame cerca de Ti mismo con la gloria que tuve cerca de Ti antes que el mundo existiese, 17,5 (véase 16,28; 17,8).
Jesucristo tiene un modo de obrar divino y que es exactamente idéntico al modo de obrar del Padre. Enseña esto Jesucristo en la discusión con los judíos; 5,17, mi Padre sigue obrando todavía, y por eso obro yo también; por esto los judíos le acusaban porque decía a Dios su Padre, haciéndose igual a Dios, 5,18; a los cuales responde afirmando otra vez lo mismo, porque lo que Éste (el Padre) hace, lo hace igualmente el Hijo, 5,19; más aún, ha entregado el Pazdre al Hijo todo el poder de juzgar, a fin de que tenga honores divinos, 5,22‑23. En el sermón de la cena, afirma repetidas veces la unidad entre Él y el Padre en la procesión y en la misión del Espíritu Santo, 14,15‑16.26; 15,26; 17,6.13‑15, porque todo cuanto tiene el Padre es mío.
311. Por último, reivindica para sí Jesucristo, la unidad de naturaleza con el Padre. En presencia de los judíos en el tempo, 10,24.38, que estaban intentando el que dijera públicamente si era Cristo, habiéndoles, en primer término, reprendido su incredulidad, y después de recurrir al testimonio de las obras de su Padre, y habiendo afirmado su potestad suprema y la potestad del Padre sobre ovejas, dice Cristo: Yo y el Padre somos una sola cosa, έγώ κάί ό πατήρ έν έσμεν, 10,30. La unidad debe entenderse simplemente como unidad en la naturaleza de aquellos que son distintos en las personas; puesto que con estas palabras, Jesucristo da la razón de la unidad de la potestad, ya muchas veces afirmada y de nuevo repetida, 10,28‑29, por la cual viene a suceder el que nadie arrebate a las ovejas de su mano, puesto que el Padre es mayor que todos. Y queriendo los judíos apedrearle por lo que ellos llamaban blasfemia, puesto que decía: Tú, siendo hombre, te haces Dios, 10,33, rechaza en primer término el escándalo verbal, 10,34‑36, cuando dice decíais vosotros: blasfemas, porque dije: soy Hijo de Dios; y apela de nuevo a las obras de su Padre para que sepáis y conozcáis que el Padre Está en mí y yo en el Padre, 10,38. Donde Jesús pronuncia tres expresiones equivalentes para proclamar esta unidad de naturaleza: Yo y el Padre somos una sola cosa, V. 30; soy Hijo de Dios, V.36; el Padre está en mí y yo en el Padre, V. 38; en la primera expresión se da a conocer de modo inmediato la consustancialidad o unidad de naturaleza en las dos personas, en la segunda, la filiación natural, y en la tercera, la mutua en compañía.
En compañía de sus discípulos, en el sermón de la cena, 14,7‑11, habiendo dicho Jesucristo si me habéis conocido conoceréis también a mi Padre (en el texto griego con toda probabilidad del siguiente modo: θί έγνώκατέ με, καί τόν πατέρα μον γνώσεσθε V. 7, responde Jesús a Felipe que deseaba que le mostrara más e inmediatamente al Padre: )Tanto tiempo ha que estoy con vosotros y no me habéis conocido? Felipe, el que me ha visto a mí ha visto al Padre, V. 9, porque yo estoy en el Padre y el Padre en mí, V. 10‑11, donde dice el Padre, que mora en mí, hace sus obras; a saber: a causa de la unidad de naturaleza y de la inexistencia mutua, las palabras de Cristo son del Padre y el Padre morando en el Hijo hace sus obras. Por ello, los discípulos podían entender lo que Jesucristo había afirmado en multitud de ocasiones, 5,17; 14,8.15.7.23. "Difícilmente puede hallarse en el N. Testamento algo más expreso acerca de la unidad del Padre y del Hijo".
Por último, en la oración sacerdotal, 17,20‑23, propone como modelo de la unidad de todos los cristianos entre sí y con Cristo, la unidad perfectísima entre el Padre y el Hijo en naturaleza, como tú, Padre, estás en Mí y yo en Tí, así como nosotros somos una sola cosa.
312. Una vez estudiados estos testimonios, no es extraño el que el Evangelista S. Jn. 14,17‑41, para explicar el que los judíos no creyeron en Cristo, al predicarles Éste, y a pesar de hacer tantos milagros, refiere el texto de Is. 53,1 y la teofanía de la visión inaugural del mismo profeta, Is. 6, añadiendo: Esto dijo Isaías porque vio su gloria y habló de Él, V. 41.
El Apocalipsis, obra de S. Juan, presenta muchas veces a Cristo como Dios; se le atribuyen a Cristo títulos divinos, 1,17‑18: Yo soy el primero y el último (Is. 44,6) y poseo las llaves de la muerte y del infierno; 22,13: Yo soy el α y la ω (el principio y el fin), y se le atribuye a Cristo el honor de adoración, 5,8.12‑14, todo lo cual compete exclusivamente a Dios, 22,9.
En los otros escritos apostólicos, se dan también testimonios explícitos acerca de la divinidad de Cristo. Ya antes hemos hecho referencia al nombre del Señor, κύριος y al texto de los Act. 20.28. I. Pe. 2,3: 3,15 se aplican a Cristo textos del A. Testamento acerca de Dios; y se repiten muchos datos que se encuentran en los Sinópticos. 2 Pe. 1,1, Cristo es nuestro Dios y Salvador; y la epístola se termina con la doxología en el conocimiento de nuestro Señor y salvador Jesucristo, 3,18. Sant. 2,1 Cristo es el Señor de la gloria. Judas 1,5‑6 en este texto se dice que Jesús salvó al pueblo de Israel de Egipto y condenó a los ángeles pecadores; no puede decirse nada más claro en favor de la verdadera divinidad de Jesucristo.
313. LA DIVINIDAD DEL ESPÍRITU SANTO aparece de forma manifiesta en el Nuevo Testamento; en efecto, el Espíritu Santo es presentado como algo tan divino, que hay que probar más bien la personalidad distinta de Él. Ahora bien, una vez que se muestra esta personalidad, queda clara también su divinidad[2]. En efecto.
1. Lo que S. Juan, 14,16, dice acerca del Espíritu Santo, le constituye en comunidad de vida con el Padre y con el Hijo; y se le atribuye al Espíritu Santo el complemento y la perfección de la obra de Cristo de un modo totalmente divino. El Espíritu Santo procede del Padre, 15,26, y recibe la ciencia con eterna procesión del Hijo, 16,13; será enviado por el Padre a ruegos del Hijo, y por el Hijo mismo, cuando éste haya sido glorificado, y estará para siempre con los apóstoles, 14,16; es el Espíritu de la verdad, que enseñará toda la verdad, 14,17.26, incluso aquellas cosas que no pueden los apóstoles llevarlas ahora, 16,15.
2. La acción del Espíritu Santo en la vida espiritual, es totalmente divina. La vida divina del hombre es fruto del Espíritu, Rom. 8,6‑11; Gal. 5,19‑23, a causa de la inhabitación del Espíritu de Dios con nosotros; estamos en Cristo y somos hijos de Dios por el Espíritu Santo, Rom. 8,14; Ef. 1,13; todo lo que se da en Cristo se da también en el Espíritu, la justificación, la santificación, la acción de sellar, 1 Cor. 6,11; Rom. 15, 16; Ef. 1,13; 4,30 y en otros textos constantemente; Él mismo distribuye los carismas, 1Cor. 12,4-6, el cual textos, algunos intérpretes lo entienden todo entero acerca del Espíritu Santo, el cual también recibiría el nombre de Dios y Señor; y si, según parece más probable, el texto es trinitario, el Espíritu Santo queda manifiestamente situado en el mismo orden divino que el Padre y el Hijo, de donde sucede que somos templo del Espíritu Santo, 1 Cor. 6,19‑20: )O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios?... Glorificad, pues a Dios en vuestro cuerpo. En este texto, o bien se le llama Dios al Espíritu Santo, o bien (si el V. 20 debe referirse al Padre); al menos el Espíritu Santo -posee el templo, lo cual es algo divino. También la acción del Espíritu Santo en el cuerpo de la Iglesia descrita en el libro de los Hechos de los Apóstoles, es totalmente divina, libre e independiente.
314. 3. Al Espíritu Santo le atribuye tanto S. Pablo como el libro de los Hechos de los Apóstoles, atributos divinos. El Espíritu escudriña las profundidades de Dios; esto es, tiene ciencia divina, 1 Cor. 2,10‑11; pues así como lo que hay en el hombre nadie lo conoce sino el espíritu del hombre, así también, las cosas de Dios nadie las conoce sino el Espíritu de Dios; y Dios las revela por su Espíritu; el cual Espíritu es una persona distinta del Padre, pues el escudriñar las profundidades de otro es propio de una persona distinta. El Espíritu Santo inspira a los profetas y habla por medio de ellos, Act. 1,16; 21,11; 28,15, 2 Pe. 1,21. Los carismas del Espíritu Santo son señales de Dios que está en medio de los fieles, 1 Cor. 14,14‑25. Pero si profetizando todos entrare algún infiel o no iniciado, se sentirá argüido de todos, juzgado por todos, los secretos de su corazón quedarán de manifiesto, y cayendo de hinojos, adorará a Dios confesando que realmente está Dios en medio de vosotros. Act. 5,3‑4, habiendo Ananías mentido a San Pedro, éste le dijo: Ananías )por qué se ha apoderado Satanás de tu corazón, moviéndote a engañar al Espíritu Santo...? No has mentido a los hombres, sino a Dios. Estando S. Pablo predicando a Cristo delante de los judeo‑roma*nos, como éstos no le creyeran, dijo, Act. 28,25‑27: Bien habló el Espíritu Santo por el profeta Isaías a nuestros padres diciendo: ...con los oídos oiréis, pero no entende*réis... Is.6,9‑10, en el cual texto estas palabras las dice el Señor.
3. Lo que se dice en los Sinópticos acerca del Espíritu Santo, muestra la divinidad de éste. En efecto, se le atribuye la Encarnación, S. Lc. 1,35; Jesucristo mismo atribuye su misión al Espíritu Santo en cuanto que descansa en él, S. Lc. 4,18, así como también en Heb. 9,14, se dice que su sacrificio ha sido hecho por obra del Espíritu Santo; arroja a los demonios en el Espíritu Santo y con el poder de éste, S. Mt. 12,28; más aún, la blasfemia contra el Espíritu Santo es más grave que la blasfemia contra Jesucristo en cuanto hombre, S. Mat. 12,32. En los Símbolos del Apocalipsis, 22,1, se llama al Espíritu Santo río de agua de vida, clara como el cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero.
Por último, la misma enumeración conjunta con el Padre y el Hijo en los textos trinitarios, es una clara descripción de la divinidad del Espíritu Santo.
315. Se prueba el misterio de la Santísima Trinidad por los textos trinitarios.
Una vez probado el misterio por el N. Testamento en general, está ya suficientemente manifiesto el que esta doctrina se encuentra contenida en los textos trini5tarios que hemos presentado al principio; pues en último término no son más que el conjunto de la revelación transmitida de distintos modos en otras ocasiones en los libros del N. Testamento. Y ahora pretendemos aducir una prueba especial, en cierto modo independiente, en base a algunos de estos textos, a fin de que resplandezca de forma más clara la intención divina de revelar el misterio trinitario en cuanto tal, y de tal modo que las fórmulas que han sido elaboradas posteriormente en los símbolos y en la predicación de la Iglesia, no son mas que una nueva explicación ulterior de la doctrina que ya había sido claramente propuesta en el N.Testamento como trinitaria. Elegimos con este fin, cuatro de los textos anteriormente indicados: el mandato de bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo: S. Mt. 28,19; la teofanía en el bautismo de Cristo, S. Mt. 3,13‑16 (S. Mc. 1,10‑11; S. Lc. 3,22); la distribución de los carismas, 1 Cor. 12,4‑6; la bendición, 2 Cor. 15,13[3].
316. MANDATO DE BAUTIZAR. S. Mt. 28,19: Id, pues; enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. No hay ningún texto del N. Testamento que tenga tanta importancia en las controversias trinitarias, puesto que está totalmente de acuerdo con la conexión que guarda con el rito bautismal. Apelan a este texto muchísimos Padres en contra de los arrianos y de los pneumatómacos. Y no hay ningún motivo para poner en duda la autenticidad de estos versículos que se encuentran de modo uniforme, absolutamente, en todos los códices y versiones. La sospecha de Conybeare, contraria a todas las reglas de la crítica, inmediatamente cayó en desuso, habiendo sido abandonada, prácticamente, por todos los propios racionalistas.
a) La distinción personal entre el Padre y el Hijo está clara. Y la distinción de la tercera persona se muestra brillantemente por la enumeración conjunto con las otras. En el texto griego se nota la distinción por la repetición del artículo y de la conjunción copulativa είς όνομα τοΰ πατρός, καί τοΰ υίοΰ, καί τοΰ άγίου πνεύματος. Además, lo que se contiene en la fórmula ser bautizado en el nombre de alguien no puede competir mas que a un ser personal.
b) El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, tienen naturaleza y potestad divinas. En efecto, ser bautizado en el nombre de alguien en cuanto rito religioso, significa ser dedicado, ser consagrado al culto de él, en razón de sdu potestad dotada de autoridad en orden a Santificar (Rom. 6,3‑13; 1 Cor. 1,12‑15; etc.). Además, el Padre es Dios; luego también lo son el Hijo y el Espíritu Santo, los cuales están constituidos en el mismo nivel.
c) Los Padres ven, de forma expresa, la unicidad de naturaleza en las tres personas, y, por tanto, la perfecta igualdad de las mismas; cuya igualdad nos es conocida por otros textos, en la expresión de en el nombre, puesta en singular, con la cual se da a conocer en la lengua hebrea la esencia y el poder.
317. TEOFANÍA EN EL BAUTISMO DE CRISTO. S. Mt. 3,16‑17; S. Mc. 1,10‑11; S. Lc. 3,22. Una vez bautizado Jesucristo por S. Juan Bautista, vió abrírsele los cielos y al Espíritu de Dios descender como paloma y venir sobre Él, mientras una vez del cielo decía: "Este es (tu eres Mc., Lc.) mi hijo muy amado, en quien (en tí) tengo mis complacencias" ό υίός μου ό άγάπητός. Se manifiestan el Padre mediante la voz que se escucha del cielo, el Hijo en la propia persona, y el Espíritu Santo bajo forma de paloma. Ahora bien, en esta manifestación se revela el misterio de la Santísima Trinidad.
a) El Padre y el Hijo son personas realmente distintas, según está claro. El Espíritu Santo es persona realmente distinta del Padre y del Hijo. En efecto, está clara la intención de manifestarle al Espíritu Santo, como persona distinta del Padre y del Hijo, y al mismo tiempo está clara la intención de manifestarle como persona que está en el mismo orden y del mismo modo que el Padre y el Hijo; los cuales se manifiestan, según hemos visto, el Padre mediante una voz corporal, que no tiene, y el Hijo en la naturaleza que ha tomado; luego la manifestación del Espíritu Santo mediante la paloma, no es ningún obstáculo a la personalidad del mismo, sino que tiende a designar corporalmente la acción del Espíritu Santo sobre Cristo. Además, es persona el Espíritu Santo, el cual lleva a Jesús al desierto, S. Mt. 4,1, y dirige la misión de Jesucristo, S. Lc. 4,18.21.
b) Esta manifestación es una teofanía, semejante a las teofanías del A. Testamento; luego, los que se manifiestan tienen naturaleza divina. Por otra parte, el Padre el Dios; el Hijo es proclamado, solemnemente, Dios en virtud de la filiación natural que aquí se afirma; luego, también el Espíritu Santo es Dios, el cual aparece de forma clara como divino.
HERMANOS SI CREEN EN LA BIBLIA, CREAN EN LA TRINIDAD.