La Mascarilla en Panamá
La obsesión enfermiza de la gente con las mascarillas me llamó la atención
desde el primer día que llegué a Panamá. Hoy he salido a hacer unos
trámites en la ciudad y he decidido desahogarme, esto ya excede todos los
límites de la ridiculez. Dice el refrán que el sentido común es el menos
común de los sentidos, y habida cuenta de lo que se ve por ahí, nunca mejor
dicho.
Salgo por las mañanas a caminar y trotar un poco, veo personas caminando con la mascarilla puesta, trotando con la mascarilla puesta, paseando a los perros con la mascarilla puesta. Estoy hablando de personas que caminan,
corren o pasean perros en la calle, es decir, sin aire acondicionado, sin
calefacción, sin puertas, sin ventanas, sin recintos cerrados, ¡A la intemperie!
Y pienso… ¿A qué tienen miedo? ¿Qué les pasa a estas personas por la
cabeza? Porque cabeza tienen, de eso no hay duda, pero no para pensar. Al
menos en el caso de los que pasean a sus perros me consuela ver que los
canes andan sin mascarilla (por ahora).
Veo personas que van por la calle caminando solas, sin un alma en 300
metros a la redonda, y sin embargo ahí van con su mascarilla bien acoplada,
felices. Veo guardias de seguridad que trabajan en la calle y no se quitan la
mascarilla, trabajadores de la construcción en obras a pleno sol, un sol de justicia, un sol inclemente, un calor y una humedad salvaje y ahí están con su mascarilla bien puesta, ¡realizados! Veo a personas solas manejando sus
vehículos con las ventanillas cerradas, aire acondicionado y con el bozal bien
colocado. Veo todo esto y me deja desconcertado. Sobre estos últimos, me refiero a los conductores solitarios, me pregunto si también duermen solos
con el condón puesto. ¿Qué pasa? ¿Por qué tanta locura? ¿Cuál es el
histerismo? Y pienso… veamos… ¿Qué podrá ser? Se me ocurren varias
posibilidades:
(i) Están aterrorizados por lo que escuchan en la radio, lo que ven en la
televisión o lo que les cuenta el gobierno y se lo creen todo (muy
probable)
(ii) Solo ven CNN (puede ser)
(iii) Están obligados a llevarla (¿a cielo abierto?)
(iv) El doctor les ha recomendado respirar el menos oxígeno posible
(poco probable)
(v) Piensan que se ven bien (quién sabe… hay gente para todo)
(vi) Pertenecen a un club, el club de los embozados (no creo)
(vii) Piensan que son feos y por eso se cubren la nariz y la boca
(¿complejo?)
(viii) Simplemente les gusta el tema de no quitarse la mascarilla, son
masoquistas (de todo hay en la viña del Señor)
(ix) Son incapaces de pensar (me niego a creerlo, somos homo sapiens)
El otro día paré a repostar combustible en una estación de gasolina de la
carretera panamericana, una estación en la que no había nadie excepto la
persona que cobra y activa el surtidor desde dentro de la caseta construida
con vidrio de seguridad. El caballero estaba ahí, él solo metido en la caseta
con su mascarilla por supuesto, y eso ustedes lo podrán entender, pero
cuando me acerqué a la caseta para pagar y pedir que me activara el surtidor, el caballero, a través del cajón que se abre para poner el efectivo o la tarjeta me espetó: ¡Jefe! ¡Póngase la mascarilla! Sí amigos, esto no es un chiste, no les estoy mintiendo. Como todo lo que cuento arriba se trata de una experiencia personal, esto está ocurriendo en Panamá.
¡Ojo! Que no hemos hablado de los pobres niños, porque muchos de esos
caminantes, corredores, paseadores de perros, trabajadores de la
construcción y hasta lo que yo llamo “conductores solitarios enmascarados”,
muchas de esas personas le ponen bozal a sus hijos chiquitos, a esos pobres niños que están en plena fase de crecimiento en la que cualquier merma prolongada en la toma de oxígeno tiene consecuencias devastadoras en el desarrollo de sus cerebros. Y por ahí veo a esas pobres criaturas con el bozal caminando de la mano de sus papás o de sus maestros. ¿Nos hemos vuelto locos? ¿Hasta dónde vamos a llegar?
- Jose Manuel Ruiz
La obsesión enfermiza de la gente con las mascarillas me llamó la atención
desde el primer día que llegué a Panamá. Hoy he salido a hacer unos
trámites en la ciudad y he decidido desahogarme, esto ya excede todos los
límites de la ridiculez. Dice el refrán que el sentido común es el menos
común de los sentidos, y habida cuenta de lo que se ve por ahí, nunca mejor
dicho.
Salgo por las mañanas a caminar y trotar un poco, veo personas caminando con la mascarilla puesta, trotando con la mascarilla puesta, paseando a los perros con la mascarilla puesta. Estoy hablando de personas que caminan,
corren o pasean perros en la calle, es decir, sin aire acondicionado, sin
calefacción, sin puertas, sin ventanas, sin recintos cerrados, ¡A la intemperie!
Y pienso… ¿A qué tienen miedo? ¿Qué les pasa a estas personas por la
cabeza? Porque cabeza tienen, de eso no hay duda, pero no para pensar. Al
menos en el caso de los que pasean a sus perros me consuela ver que los
canes andan sin mascarilla (por ahora).
Veo personas que van por la calle caminando solas, sin un alma en 300
metros a la redonda, y sin embargo ahí van con su mascarilla bien acoplada,
felices. Veo guardias de seguridad que trabajan en la calle y no se quitan la
mascarilla, trabajadores de la construcción en obras a pleno sol, un sol de justicia, un sol inclemente, un calor y una humedad salvaje y ahí están con su mascarilla bien puesta, ¡realizados! Veo a personas solas manejando sus
vehículos con las ventanillas cerradas, aire acondicionado y con el bozal bien
colocado. Veo todo esto y me deja desconcertado. Sobre estos últimos, me refiero a los conductores solitarios, me pregunto si también duermen solos
con el condón puesto. ¿Qué pasa? ¿Por qué tanta locura? ¿Cuál es el
histerismo? Y pienso… veamos… ¿Qué podrá ser? Se me ocurren varias
posibilidades:
(i) Están aterrorizados por lo que escuchan en la radio, lo que ven en la
televisión o lo que les cuenta el gobierno y se lo creen todo (muy
probable)
(ii) Solo ven CNN (puede ser)
(iii) Están obligados a llevarla (¿a cielo abierto?)
(iv) El doctor les ha recomendado respirar el menos oxígeno posible
(poco probable)
(v) Piensan que se ven bien (quién sabe… hay gente para todo)
(vi) Pertenecen a un club, el club de los embozados (no creo)
(vii) Piensan que son feos y por eso se cubren la nariz y la boca
(¿complejo?)
(viii) Simplemente les gusta el tema de no quitarse la mascarilla, son
masoquistas (de todo hay en la viña del Señor)
(ix) Son incapaces de pensar (me niego a creerlo, somos homo sapiens)
El otro día paré a repostar combustible en una estación de gasolina de la
carretera panamericana, una estación en la que no había nadie excepto la
persona que cobra y activa el surtidor desde dentro de la caseta construida
con vidrio de seguridad. El caballero estaba ahí, él solo metido en la caseta
con su mascarilla por supuesto, y eso ustedes lo podrán entender, pero
cuando me acerqué a la caseta para pagar y pedir que me activara el surtidor, el caballero, a través del cajón que se abre para poner el efectivo o la tarjeta me espetó: ¡Jefe! ¡Póngase la mascarilla! Sí amigos, esto no es un chiste, no les estoy mintiendo. Como todo lo que cuento arriba se trata de una experiencia personal, esto está ocurriendo en Panamá.
¡Ojo! Que no hemos hablado de los pobres niños, porque muchos de esos
caminantes, corredores, paseadores de perros, trabajadores de la
construcción y hasta lo que yo llamo “conductores solitarios enmascarados”,
muchas de esas personas le ponen bozal a sus hijos chiquitos, a esos pobres niños que están en plena fase de crecimiento en la que cualquier merma prolongada en la toma de oxígeno tiene consecuencias devastadoras en el desarrollo de sus cerebros. Y por ahí veo a esas pobres criaturas con el bozal caminando de la mano de sus papás o de sus maestros. ¿Nos hemos vuelto locos? ¿Hasta dónde vamos a llegar?
- Jose Manuel Ruiz