Un SEMANARIO de lo propio y ajeno con algo de sal, pimienta y una pizca de curry.

La religión: Cristianismo (III)

Hoy vamos a hablar de algo de lo que llevo mucho tiempo queriendo hablar, y espero que el Señor me de palabras para a ofender a cuantos más mejor.

Hay una gran paradoja, quizás la mayor de todas (un “gran misterio”, lo definió Juan), en este llamado cristianismo que se erige como heredero de Aquel que dijo que venía a quemar el mundo en un gran incendio espiritual.

Lee despacio la frase anterior porque hay una gran ironía aquí.

Los cristianos deberían saber, pues fue cosa notoria, que fue Cristo quien profetizó la eliminación de la religión judía en su Via Crucis. Fue Cristo unos 40 años después de su ascensión (número simbólico) quien envió y permitió que ese ejército romano sitiara Jerusalén, destruyera hasta sus cimientos el Templo donde se practicaban los rituales con animales que no podían quitar el pecado, convirtiera en cenizas el famoso sacerdocio levítico y expulsara de la Tierra de Israel a su amado pueblo. ¡Fue Cristo, señores míos, quien se encargó personalmente del asunto! No fue el diablo ni santa Rita, sino Dios mismo, con el mismo “brazo extendido” con que los sacó de Egipto, quien acabó con la religión que habían erigido en Su nombre para que dejaran de engañarse a sí mismos y al mundo con sus “mandamientos de hombres”. El Cumplidor del Pacto fue quien envió a los crueles soldados romanos a destruir el sistema de lo externo hasta convertirlo en arena del desierto.

Y, después de semejante ejemplo anunciado y ejecutado por el Ungido en relación con la religión en que fue educado desde su infancia y a la que ministró Vida en vida (la religión más perfecta que jamás haya existido); después de un juicio tan terrible y dramático; después de tan radical y violento acto “que todo ojo pudo ver”… todavía algunos creen que la “religión cristiana”, con sus templos dominicales, sus rituales que no quitan el pecado, sus pastores encumbrados, sus sacerdotes perdonavidas, sus excomuniones basadas en mandamientos de hombres, su incesante afán de notoriedad y poder terrenal, su amor al dinero, su proverbial desunión, su fijación por la apariencia externa, sus incontables asesinatos en nombre de Dios… ¡de verdad creen que esta religión que blasfema continuamente Su nombre queda mágicamente excluida del juego!

¿Veis la ironía ahora?

Dios está haciendo lo mismo con el cristianismo que con el judaísmo. El mismo juicio. El que tenga acceso a un libro de historia sabrá que esta tediosa rueda de molino llamada cristianismo ha sufrido un juicio incesante desde su misma concepción. El horno divino no es una broma y esta prostituta indecente “ebria de la sangre de los santos” ha sufrido incendios sin cesar, uno detrás de otro. Para quien tenga algo de ojo espiritual en su cuenca espiritual, sabrá que la religión no sólo se muere de inanición (ya suficiente drama), sino que muere por el fuego que Dios rocía sobre el sistema al que prende fuego en cuanto “reverdece”.

Hubo un día en que yo creía que este invento masoquista de la religión cristiana nació con el emperador romano Constantino. Hoy ya no creo esto porque me conozco un poco mejor a mí mismo, y reconozco que este asunto empezó en época de los apóstoles y fue una trasposición de la extinta religión judía al mundo pagano, con quien se mezcló totalmente. El cristianismo nominal no deja de ser un judaísmo paganizado.

La religión es una tentación que está en todos nosotros. Cristo tuvo que luchar con sus propios apóstoles para evitar que la bestia naciera allí mismo, delante de sus narices: discutiendo sobre “quién era el mayor”, el Señor les tuvo que sacar de la boca del monstruo (o el monstruo de la boca), les tuvo que rescatar de este concepto de pirámide religiosa que tenían en el corazón y donde tan cómodos se sentían. Los propios apóstoles se las vieron con un tal “Simón” que quería obtener con moneda externa lo que sólo podía pagarse con moneda interna y fue Pedro quien lo definió así: “Vives en hiel de amargura y en atadura de maldad”. Palabras duras para el tal entusiasmado Simón, un hombre que hoy sería Papa o, cuanto menos, pastor exitoso de alguna iglesia protestante multitudinaria y próspera.

Los apóstoles advirtieron contra la religión que ya estaba en ciernes en los días de su carne de muchas maneras: “Harán mercadería de vosotros con palabras manipuladas”, “de entre vosotros mismos se alzarán hombres que hablarán perversidades para que los discípulos los sigan”, “entrarán lobos que no perdonarán al rebaño”. Jesús también advirtió a los discípulos de este modo: “Guardaos de los falsos profetas que se visten de ovejas pero por dentro son lobos rapaces”.

Así que el emperador Constantino legalizó la religión cristiana, no la inventó. Legalizó un sistema que se mantenía en estado larvario en el corazón de la inmensa mayoría de sus súbditos, mayoría silenciosa que desea caminar este camino externo ancho y fácil manifestado desde el principio, allá en Babel-Babilonia. La prostituta ya estaba preparada, vestida para hacer su trabajo, y Constantino se limitó a dejarla salir y pasearse por su reino terrenal, ofreciéndole lugares donde parir sus hijos de prostitución. Desde aquel entonces se empezaron a construir edificios con ladrillos y a llamar a eso “iglesia cristiana”, y desde entonces sus líderes (casi todos filósofos que querían sacar lustro a la nueva religión imperial) paganizaron lo poco que quedaba sin corromper. Todo lo demás, vino rodado, aconteció por como por su propia ley de gravedad.

El cristianismo nominal vive en una atroz ceguera, fruto de la falta de quebrantamiento interior. En su fanatismo religioso, en verdad creen que el que no perdonó a la religión judía… ¡va a perdonarles a ellos la suya! ¡Qué ceguera! Leed las cartas de Cristo a las “siete iglesias”. ¡Los malos en cada una de las siete iglesias son los “falsos discípulos”! Los malos contra los que Él advierte no son los incrédulos, sino los FALSOS PROFETAS. Es decir, los falsos hermanos. Es decir, el foco está en cada uno de nosotros, los que nos decimos cristianos.

Dios quiere que se atienda a lo interior, que se acometa el camino de la fe, como hizo Abram, poniendo los ojos en lo interior y abandonando la vanidad del exterior, que es donde triunfa y se mueve Babilonia hasta el día señalado. Más vale, querido amigo, que en estos tiempos finales acudamos con corazón contrito al Dios Interior, porque Él no va a dejar piedra sobre piedra ni el fuego va a detenerse en la puerta de tu “iglesia de domingo". Abandona el sistema externo, abandona esto que se ha erigido en nombre de Cristo para hablar por Cristo, abandona la senda de “los que se dicen judíos pero son de la sinagoga de Satanás” y camina el solitario camino interno de la fe.

Y, cuando lo hagas, encontrarás a la Iglesia… y ella también te encontrará a ti.



Amor,
Ibero
 
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La religión: El Islam (IV)

La sensación que tengo con el Islam es la misma que con las avispas o con los cocodrilos. “¿Por qué permite Dios semejantes cosas?”.

Si el “cristianismo nominal” o “cristianismo oficial” es, básicamente, un judaísmo paganizado con Cristo como telón de fondo, el Islam, que hizo acto de presencia después de tomar forma esa paganización, resulta en otra vuelta de tuerca al mismo asunto. No es casualidad que los musulmanes vivan instalados en ese complejo de inferioridad tan característico suyo. Les han vendido un cuadro falso y tardío, un judeocristianismo paganizado que, para colmo, es artificial… y lo saben. En el fondo (y quizás no tan en el fondo) lo saben. Esa condenación, ese extraño complejo de inferioridad, proviene de la ostentosa pared que les han vendido desde la infancia, ese muro fastuoso que les enseñan a mantener en pie y tras el que se esconde un simple decorado de cartón-piedra. Pues el tal Mahoma bebió de las fuentes judeocristianas para fundar su religión particular, “añadiendo”, “quitando”, “adoptando” o “modificando” lo que le convenía con tal de justificar los caprichos de su concupiscente naturaleza con un énfasis especial en su ardiente entrepierna. Y, a la vez que “añadió”, la maldición recayó sobre él y su descendencia, como ocurre con el propio cristianismo oficial (Apoc. 22:18-19).

Lo que importa al final del día en todo este asunto relacionado con Dios es la praxis del asunto. El Señor-Dios nos lo enseñó: “Por sus frutos los conoceréis”. Lo que puedes ver con tus ojos y sufrir con tus huesos es el mejor maestro. El Señor decía que había que esperar a los frutos para conocer a los hombres y sus obras. Las religiones han demostrado ser, históricamente, el caballo que montan las bestias para dar rienda suelta a toda su maldad, el vehículo que conducimos en nombre de Dios (siempre en nombre de Dios) para atropellar al prójimo y esclavizarlo. Pero es que el Islam, aparte de ser caballo y esclavitud (fundamento del que se jacta), atenta contra la esencia más tierna del ser humano. Si bien, como toda religión pagana adopta costumbres paganas y está diseñada para controlar a la humanidad, a diferencia de la mayoría de religiones (que lo denuncian de esta u otra manera), el Islam está ideado para justificar el pecado. El Islam no intenta controlar o denunciar el pecado, sino que eleva la concupiscencia, madre del pecado y la muerte (Santiago 1:15), a “arte religioso”, a “paraíso prometido”, a “medalla de honor” para sus fieles. Es una religión que no sólo intima con los instintos más animales y salvajes del hombre, sino que bendice en nombre de ese tal “Allah” todo aquello que Dios reprueba. Es la trasposición del judeocristianismo paganizado del que hablábamos antes, pero con los anteojos de Baal y, además negando la obra redentora de Cristo.

¿El resultado? ¿Lo práctico?

Al transmutar la violencia y el fornicio misógino en arte religioso, al negar la obra irreemplazable del Mesías, los adoradores de la piedra negra se han convertido en el refugio perfecto de toda suerte de maltrato contra la mujer y el niño. Han transformado su fervor en la ciencia del abuso sistemático de los más débiles y han creado una industria militar con la interminable capacidad de asesinar a cualquier inocente que se les interponga en su deber ante Allah de “conquistar el mundo entero…”, y aquí sería interesante que leyerais los fabulosos frutos del Islam en su invasión de la India[1]. Lo único que ha permitido al resto de la humanidad respirar un poco es que no son demasiado listos, pues su insistente consanguinidad ha corrompido tanto el linaje a lo largo de los siglos que han conseguido que su inteligencia sea inferior a la media y dependan tecnológicamente del occidente judeocristiano. Si no fuera por esto, el incendio espiritual que Jesús prometió ya sería incendio terrenal. El apocalipsis laico de las películas de zombies ya estaría aquí desde hace siglos. Bien, esto es el Islam: pederastia (vehículo para demonios y carta habitual de los ritos satánicos), abuso de la mujer y violencia desmedida bajo el lustro de un falso orgullo religioso.

Ahora me voy a dirigir a los musulmanes y haré algo que no suelo hacer, que es contar asuntos personales. ¿Qué debo decir de los musulmanes, de las personas que forman parte de esta religión? En X y redes sociales semejantes contemplarás lo peor del Islam… los detestables frutos de esa religión mostrados en todo su esplendor. Pero… ¿y las personas? Yo contaré MI experiencia, que no tiene por qué ser la tuya.

He tenido algunos encuentros personales con los musulmanes; todos ellos muy sencillos, muy poco religiosos, una interacción social “un poco más allá de los buenos días”. Bien. Mi experiencia con ellos es, sencillamente, divina. El MUSULMÁN es la persona que MEJOR responde al AMOR de DIOS de todas las criaturas que pueblan el planeta tierra, al menos de las personas y culturas que yo he conocido. Esa es mi experiencia con ellos, con los hombres y mujeres de a pie de calle, cuando quitas la religión y Dios interviene. Responden al Amor de una forma absolutamente MARAVILLOSA y EJEMPLAR. Las mujeres no responden mal… pero yo diría que los hombres musulmanes (los “machos”) son los que MEJOR responden al Amor de Dios. Lo diré aquí para mis lectores: ojalá los millones de cristianos nominales respondieran al Amor de Dios una cuarta parte de lo que responden ellos.

Ese es el resumen de mi experiencia más profunda con ellos… son las personas más necesitadas del Amor de Dios y las que MEJOR han respondido al Amor de Dios en mí. Hay algo en ellos, como un “resorte”, que salta en cuanto se manifiesta un gramo del Amor de Dios. Me ha pasado VARIAS veces. No UNA, sino VARIAS veces. ¡Es el pueblo que MEJOR responde al Amor de Dios que me he encontrado en toda mi tierra, en mi querida España! Cuando el Amor de Dios hacia ellos “salta” en mí (y lo ha hecho en detalles sin importancia, no en cosas “espectaculares”), ellos responden a ese Amor de una forma sencillamente indescriptible. Y no sólo es una opinión mía, sino vox populi; en Youtube podéis escuchar de primera mano algunos testimonios de musulmanes que verdaderamente han conocido el Amor de Dios y todos ellos son desgarradores.

Por todos ellos elevo una plegaria al cielo y doy gracias a Dios por Cristo Jesús, nuestro Regalo y Señor, quien persigue y ama con locura a los musulmanes… Amor del cual soy testigo y del cuál doy testimonio.


Amor,
Ibero







[1] https://religion.antropo.es/_textos/TheMuslimIssue.Invasion-islamica-de-India.html
 
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Fe de erratas:

Sin corregir: He tenido algunos encuentros personales con los musulmanes; todos ellos muy sencillos, muy poco religiosos, una interacción social “un poco más allá de los buenos días”.

Corregido: He tenido algunos encuentros personales con los musulmanes, encuentros todos ellos muy sencillos y poco religiosos que han llegado un poco más allá de la interacción social de los buenos días.
 

La religión: Hinduismo/Budismo (V)

El hinduismo surgió en la India casi al mismo tiempo que el judaísmo, hace más de 4000 años. No tiene un origen único ni texto central, sino que se basa en una variedad de escrituras, prácticas y creencias. Puede considerarse como una religión muy cercana a un “modo de vida”, y sus conceptos principales son el Dharma (orden cósmico o deber moral que guía la vida); el Karma (ley de causa y efecto donde la acciones determinan el destino futuro); el Samsara (ciclo de nacimiento, muerte y reencarnación) del que se puede escapar a través del Moksha (liberación del Samsara uniéndote a lo divino); el Brahman, la “Realidad” manifestada en múltiples dioses como Brahma (creador), Vishnu (preservador) y Shiva (destructor). Es una religión con templos, sacerdotes, textos sagrados y culto (cánticos de himnos, yoga-meditación, rituales de ofrendas (pujas), festivales, peregrinaciones, recitaciones y ayunos).

En la práctica, el Hinduismo quizás sea lo más parecido al cristianismo oficial en sus versiones más recientes y antiguas, pues invoca el beneplácito de los dioses mediante ofrendas y sacrificios personales para “recibir divina bendición”… ofrendas y sacrificios normalmente depositados en el regazo de una “casta sacerdotal”. En lo espiritual también tiene semejanzas, pues presenta un camino de redención a través del sufrimiento personal. No obstante, ausente la figura redentora del Mesías, en la práctica los frutos del Hinduismo son los propios del paganismo más cruel. La India vive entregada a la idolatría de mil dioses a los que colocan en mil atriles (entre ellos, un templo dedicado a una motocicleta, a un jabalí cósmico o al dios de las flatulencias) mientras practican la esclavitud social más cruel. A la sombra de las normas que ellos mismos han ido añadiendo siglo a siglo, India ha permitido hasta el día de hoy un sistema de castas donde las inferiores nunca pueden salir de su estatus social porque el Karma los ha puesto ahí como castigo por los pecados de su vida anterior. En total condena y fatalidad, si naces pobre debes contentarte con tu vida miserable, lo cual convierte de facto a tu familia en eterna mendicante por la propia definición del Karma: si tu padre y madre nacen pobres, tú también vas a serlo por herencia y tu estirpe estará condenada a una esclavitud ad aeternum. Si eres lo suficientemente bueno, en la siguiente reencarnación quizás subas de categoría, es decir, te encarnarás en una familia más acomodada… pero tu linaje terrenal permanecerá paupérrimo per secula seculorum.

Esta religión quizás sea la que más se acerca a este cristianismo oficioso, con quien comparte elementos e ideas. C.S.Lewis decía que los únicos dos sistemas religiosos donde culto y filosofía se unen son el hinduismo y cristianismo, aunque el hinduismo en la práctica no era capaz de unirlos y el cristianismo sí. Estoy de acuerdo, siempre y cuando hablemos del “culto cristiano” como lo plantea el cristianismo organizado (y como C.S.Lewis lo entendía, al menos en parte). Es en este sentido que digo que ambas religiones son parecidas, y no en el sentido con el que realmente entiendo el mensaje cristiano.

En cuanto al budismo, no presenta la idea de dioses ni de alma o reencarnación, así que se podría entender como un hinduismo simplista y descafeinado, algo parecido a lo que sucede con el islamismo frente al cristianismo. El budismo ni siquiera intenta escapar del Samsara uniéndose a Dios sino alcanzando una suerte de “vacío puro”.

Bien, con esto termino lo básico de las religiones hasta la próxima oportunidad. La siguiente serie será sobre el Apocalipsis, asunto que en su día empecé y dejé a medias por asuntos personales.



Amor,
Ibero
 
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El Apocalipsis: Una visión interior (I)

Introducción del autor

Hace 3 o 4 años empecé una serie de audios sobre el Apocalipsis de San Juan que compartí por Whatsapp con varios hermanos y que dejé sin terminar. El propósito de esta serie de audios era acercarme a esta profecía de una forma sistemática y subjetiva. No quería ignorar el detalle de la profecía y al mismo tiempo quería ser fiel al “ojo interior”.

Decía Pedro en su segunda epístola:

Tenemos también la palabra profética, la más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro hasta que el día amanezca, y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones; entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura surge por iniciativa propia, porque la profecía nunca fue traída por voluntad humana, sino que los hombres hablaron de parte de Dios siendo guiados por el Espíritu Santo.
(2 Ped 1:19-21, RV1960 Textual 3ª Ed.)


Así, la profecía de Juan “que Dios le dio” (según sus propias palabras), no surgió de la propia iniciativa ni interpretación de Juan, sino que la recibió de Dios directamente. Según las explicaciones de Ellicott y el Pulpit Commentary, la manera de entender 2 Ped 1:20 está explicada en el versículo siguiente. En ninguna parte se nos impide que nos acerquemos a la profecía personalmente, individualmente, privadamente. Pedro no nos enseña que tengamos que acudir a otro hombre, “erudito comentarista” u “obispo certificado” para entender una profecía, sino que nos asegura que la profecía brilla por sí misma y que el profeta entrega su profecía bajo el influjo e inspiración del Espíritu Santo.

Aunque considero que la traducción correcta es la que he expuesto (que el profeta no trajo la profecía por su propia imaginación o voluntad), también estoy de acuerdo con la forma de traducirlo más universalmente conocida. Aunque Pulpit Commentary explica claramente con pruebas gramaticales del griego que la idea es la que expone la RV1960 Textual 3ª Ed., Ellicott dice que la otra traducción también es válida: si una profecía fue inspirada por Dios y no por la voluntad del hombre, se hace necesario e indispensable que Su Espíritu esté en nosotros para que no la entendamos según nuestra voluntad o imaginación.

Aún así, no reclamo cátedra. Sólo quiero poner en orden mi propia vida interior con estos estudios, exponerme al oráculo, a lo que entiendo cuando abro esta profecía y la leo; en el peor de los casos, sería una cátedra personalísima, dirigida a mi persona y sólo a mi persona. No pretendo, ni por asomo, ser vocero del Espíritu Santo, y admito que es perfectamente posible que otras interpretaciones sean las correctas, que yo esté totalmente equivocado o que mi imaginación me juegue malas pasadas.

Dicho esto, he de decir que no he encontrado interpretaciones que realmente se aproximen al clamor de mi corazón, “a cómo el Espíritu me impulsa a entender”. Y es que las letras sagradas me han llamado desde joven a ser recibidas de una forma íntima y personal, y este libro no es una excepción. Digo que he deseado encontrar una interpretación espiritual de símbolos internos, pertenecientes al mundo interior e íntimo, aquel que toca el corazón y alimenta el alma; ese mundo donde profanos y eruditos se dan la mano. Hasta este día, ha sido una búsqueda infructuosa: la inmensa mayoría de interpretaciones de esta profecía se basan en acontecimientos históricos externos, y las pocas visiones que entran en el significado metafísico las encuentro bastante superficiales. Es cierto que muchos místicos han conseguido entrar en ese “terreno subjetivo que alimenta al alma”, pero no suelen abundar los comentarios de este libro en un castellano moderno al alcance del no iniciado.

Es el propio Pedro quien expresa con proverbial exactitud que debemos estar atentos a la profecía, y la de Juan tiene un lugar de honor entre las más importantes, amplias y concisas jamás reveladas por Dios a un ser humano. Este fue un apóstol escogido por el propio Señor, uno que se recostó sobre el pecho de Jesús, que era “muy amado”, y esta profecía que recibió cierra nuestras “Biblias” y nuestro “Nuevo Testamento”. Esta es la última gran profecía con que el Señor selló una época de esplendor y martirio, una profecía históricamente incomprendida cuando no ignorada[1].

Me lanzo a la aventura con la misma actitud que entregas anteriores, con el ánimo de examinarme ante Dios y ver si yo mismo aprendo algo. Intentaré no extenderme demasiado y ser lo más conciso posible. La traducción del texto griego proviene de la edición Reina Valera 1960 Textual 3ª Ed excepto donde se indique otra fuente o veas el texto bíblico subrayado: esto significará que ahí precisamente se ha usado otra versión.




Amor,
Ibero



[1] El propio Martín Lutero, en su Prólogo a su edición del nuevo Testamento de 1546, Sección VII-404, decía orgulloso y convencido: «Sobre el Apocalipsis, yo no encuentro en este libro nada de apostólico ni profético».
 
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El Apocalipsis: Una visión interior (II)
Presentación y saludos.

Revelación de Jesús el Mesías, que Dios le dio para manifestar a sus siervos lo que debe suceder en breve, y la declaró enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan, el cual ha dado testimonio de la palabra de Dios y del testimonio de Jesús el Mesías: de todo cuanto vio. Bienaventurado el que lee y los que oyen las palabras de la profecía, y guardan las cosas en ella escritas, porque el tiempo está cerca.
(Apo 1:1-3)


Como todos sabéis, este libro no se titula Apocalipsis, sino Revelación: la apertura de algo que estaba escondido y sellado hasta que ahora es dado a conocer. “Apocalipsis” es la palabra griega original y Revelación es la traducción a nuestro idioma. Este Apocalipsis no sabemos cuándo sucedió, pues está fuera del tiempo y el espacio en tanto “Dios se lo dio al propio Jesús”[2]. Es decir, la Deidad primero reveló la persona de Jesús al propio Jesús. Después, Jesús lo transmitió al "ángel de Dios", quien a su vez lo transmitió a alguien que vivía inserto en el tiempo, a un judío discípulo de Jesús. Se calcula que Juan ya era muy anciano y lo recibió entre el 90-96 d.C, unos 20-25 años después de la Gran Diáspora judía del año 70 d.C. y que Juan probablemente sufrió porque estaba exiliado en ese momento en la isla de Patmos. Los expertos dicen que el estilo del griego difiere de las cartas de Juan, por lo que es posible que Juan, dada su vejez, lo relatara a un copista que usara vocabulario más erudito y añadiera su propio estilo.

Así que tenemos a tres intermediarios en esta "misiva celestial". Entre el remitente (la Deidad) y el destinatario (los siervos), tenemos a Jesús (el Ser de la Deidad), el ángel de Dios (un ser celestial creado) y Juan (un ser terrenal creado). El Padre lo revela a Jesús, Jesús lo entrega al ángel, y el ángel lo entrega a Juan. Son tres los intermediarios, y mantienen un orden perfecto donde queda involucrado Dios y su creación.

Juan empieza diciéndonos que hay un Apocalipsis de Jesús, una revelación de Jesús el Mesías, y que el propósito de esta revelación de Jesús es "para que los siervos sepan las cosas que deben suceder en breve”. No debemos entender este “breve” como un periodo de 5 o 20 o 100 años, sino como un “tiempo breve” dentro de la mente de Dios. Hay dos razones para ello. La primera que los “siervos” que Juan cita son genéricos. Es para TODOS los siervos de Dios, no para algunos “vivos” en la época de Juan. Se habla a todos los siervos del Señor, sin distinciones de edad o estado mortal (muertos esperando resurrección o vivos en la carne). La segunda es que los hechos principales aquí narrados no se han cumplido todavía: ni el Señor ha venido, ni ha caído Babilonia, ni ha habido Bodas del Cordero, ni hay nuevos cielos y tierra, etc... Tras casi 2000 años, seguimos en los "tiempos breves", pues algunas de estas "cosas que han de suceder en breve" todavía no se han manifestado.

El papel que desempeña Juan en esta “Revelación de Jesús” consiste en ser testigo “de la palabra de Dios” y “del testimonio del propio Jesús” para transmitirlo a los verdaderos destinatarios: “los siervos”. En este libro se van abriendo puertas sucesivamente; un lugar puede abrir otro lugar, y así sucesivamente. La primera puerta que lleva a las demás es Jesús, y dentro de Jesús veremos “las cosas que van a suceder”. Este “futuro dentro de Jesús” es “Palabra de Dios” y tiene a Jesús como “Notario”. El “testimonio de Jesús” significa que Jesús actúa como “Testigo”. ¿Testigo de qué? De esa Palabra. A su vez, Juan nos da fe de todo esto porque es un invitado de honor de esta Palabra y de este Testimonio; y nos dicen que este “futuro dentro de Jesús” consiste en una Visión: “Todo lo que vio”. Hay un espectador privilegiado, Juan, a quien el cielo ha escogido para darle una traducción visual de su “Palabra Activa” y de su “Testigo Activo”; es un Apocalipsis que consiste en una Visual de Jesús porque es dentro del propio Jesús donde contemplamos el futuro (“las cosas que pronto sucederán”).

Esta Visión Reveladora de Jesús está repleta de números simbólicos. El 3, el 7, el 12 (y sus múltiplos) son números recursivos, y pueden aparecer de forma "literal" u "oculta". Por ejemplo, el 7 aparece de forma "oculta" en 7 bienaventuranzas (hay que contarlas para ver que son 7, en ninguna parte se menciona el 7) y la primera está aquí mismo, al principio. La primera “gozosa bendición” consiste en leer, oír y guardar la Profecía. Jesús nos es revelado en esta Visión que también es una Profecía, y esto quiere decir que la Visión se cumplirá porque tiene naturaleza de Profecía y Dios no miente.

Leemos, oímos y guardamos:

  • Leer la visión nos obliga a aplicar nuestros ojos y entendimiento naturales al texto: un entendimiento natural (si no podemos leer, quizás alguien nos deba leer las palabras).
  • Oír la visión nos obliga a abrir nuestros oídos espirituales para penetrar en sus símbolos: un entendimiento espiritual.
  • Guardar la visión nos obliga a asentar la profecía en el corazón, aunque no volvamos a leerla nunca más: es una conservación espiritual más allá de las capacidades de nuestra mente. Juan NO dice que el lector deba memorizar esta visión. Una sola vez debería bastar para poder “guardarla” en el corazón. Así que, quizás lo importante de esta visión no sean los múltiples detalles que nunca podremos recordar totalmente, sino las líneas maestras. Hay unos pilares que deben quedar asentados en nuestro corazón para siempre, y hay una gozosa bendición en este simple hecho.
Leer está en singular, oír y guardar están en plural. Se lee individualmente, pero se oye y se guarda corporalmente. Es responsabilidad del individuo informarse del asunto con sus medios naturales, pero es responsabilidad del grupo, de la “iglesia”, oír y guardar espiritualmente lo leído. Leo esta palabra en soledad, pero la escucho y guardo en compañía de otros hermanos, aunque ni siquiera tenga contacto físico con ellos ni los conozca en esta vida.

La razón para “leer, oír y guardar” es una cuestión de tiempo: “está cerca”. ¿Qué tiempo está cerca? Entendemos que “el tiempo para que todo lo que vas a leer aquí sea cumplido”. Como decíamos antes, este “cerca” es según la mente de Dios, para quien 1000 años equivalen a un día. Son tiempos divinos por cuanto la visión no empieza en la tierra, en el cielo, debajo de la tierra o en otro planeta, sino en la propia Deidad. No son “tiempos humanos” los que recorren el texto, sino "de Cristo": tiempos que emanan de Él porque Él es el Centro de la Visión y la Puerta que abre la Visión y la Persona revelada en la Visión. Se hablará de cosas de la tierra, de cosas del cielo y de cosas situadas fuera de tierra y cielos, pero en todas estas cosas impera el tiempo de Dios y no el de los hombres.




[2] Una mayoría de comentaristas y analistas del griego confirman que la expresión “que Dios le dio”, significa “que Dios le dio a Jesús”. (Benson, Meyer, Expositor’s Greek Testament, Cambridge Bible for Schools and Colleges, etc.)
 
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El Apocalipsis: Una visión interior (III)

Presentación y saludos


Juan, a las siete iglesias que están en el Asia: Gracia y paz a vosotros, del que es y que era y que está viniendo…
(Apo 1:4)

Ahora Juan da un nuevo nombre a esos “siervos” de los que antes hablaba, y los identifica como “siete iglesias que están en Asia”. Estas “siete iglesias” son simbólicas, están justo al Norte de la Tierra Prometida, un punto cardinal que significa “morada celestial”, “eternidad” y “permanencia”. También significa “purificación”, pues del Norte vendrá juicio y destrucción para santificación en los últimos días (Ez. 38:14-16). Estas siete iglesias conforman la tribu de los hijos de Dios, TODOS ellos. Hay dos razones por la que son simbólicas y universales: No es de recibo que Jesús sólo advirtiera a las “siete iglesias de Asia” contemporáneas a Juan, pues ha habido muchas iglesias a lo largo de la historia y las palabras de la profecía no se han cumplido aún en su totalidad. ¿Es razonable que queden excluidas de una profecía tan importante el resto de “millones de iglesias” en tanto no ha sido cumplido lo que se ha visto? Esas iglesias en Asia dejaron de existir para convertirse en templos religiosos o cenizas, por lo que hoy ni siquiera tendrían sentido todas estas palabras. ¿Era este el propósito de Dios, limitar el mensaje a un pequeño grupo de personas que sólo vivieron en época de Juan en Turquía para hacerlo inútil al resto de “siervos”? En modo alguno, pues Dios mismo nos explica que es una palabra simbólica cuando en Apo. 22:16 (y otros lugares) las denomina “las iglesias” (TODAS, en general). Estas “siete iglesias de Asia” están vivas hoy por su carácter universal, sobre ellas pende una permanencia, sobre ellas viene juicio para santificación y su número siete es simbólico porque las incluye a TODAS. En este 7 vemos a la plenitud de la Iglesia, no en edificios, sino en “personas”: somos todos los redimidos aquí y ahora, y todos aquellos redimidos de ayer y de mañana.

Juan saluda a estas “siete” iglesias y les transmite un saludo: “GRACIA y PAZ a vosotros”. Primero gracia porque en la gracia de Dios está la paz de Dios y en Su gracia es donde Él quiere que vivamos porque no hay otra forma de vivir.

A continuación, nos definen a Dios-Padre con una triada interesante: “El que es y que era y que está viniendo”, reconociéndolo como el Dueño del tiempo.


  • “ES” significa “el Padre del ahora”; la gracia de Dios se derrama en la supremacía del ahora, en nuestra existencia del ahora, en el “momento del presente”, con preeminencia sobre el resto de “tiempos”. Por eso el “ahora” se presenta en primer lugar; ahí es donde el Padre quiere que “vivamos”.
  • “ERA” significa “el Padre de la historia”, confirmando con ello que el pasado del tiempo le pertenece a Él, y sólo a Él; no somos dueños del pasado ni del juicio del pasado: nosotros no “éramos”, sólo Él “ERA”; aunque es cierto que nosotros “fuimos escogidos en Él antes de la fundación del mundo” (Ef 1:4), el Existir con mayúscula pertenece a Su Persona (Juan 1:1 / Rom 11:36).
  • Dispuesta esta gran consolación donde nos aseguran que el Padre ES dueño del hoy y del ayer, Juan cambia de verbo y tiempo verbal para hablar del futuro y menciona una VENIDA. Se marca el carácter de toda esta profecía mediante una VENIDA en presente continuo: “está viniendo”. Juan asegura que Dios-Padre YA está viniendo (ya se ha puesto en marcha) y el futuro de Su ser/existir se concentra en esta VENIDA. Todo cuanto Dios-Padre dice y revela aquí sobre Jesús queda sujeto a esta VENIDA. La profecía se sublima en esta VENIDA, sinónimo del “ser”, el “estar”, el “existir” de Dios-Padre. ¿El verdadero futuro (y dilema humano)? Que el Padre está viniendo y toda la profecía/revelación que vamos a leer está viniendo con Él, y que junto al Padre viene el Espíritu y el Hijo.
Esta revelación es la historia del tiempo cuyo futuro se focaliza en una VENIDA. Todo lo escrito en este libro ("las cosas que van a suceder pronto") es DIOS-VINIENDO, ahora y hace 2000 años.


 
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El Apocalipsis: Una visión interior (IV)

Presentación y saludos.

… (Gracia y paz a vosotros) de los siete espíritus que están ante su trono, y de Jesús el Mesías, el Testigo fiel, el Primogénito de los muertos y el Soberano de los reyes de la tierra.
(Apo 1:4-5)

Esta gracia y paz proviene de Dios-Padre, del Espíritu (formalizado como “siete espíritus ante el trono”) y de Jesús. Entendemos aquí el misterio de Dios, manifestado en un Padre, en un Espíritu poliédrico (de hecho, uno por cada “iglesia”) y en un Hijo. Nunca antes nos había informado sobre el Espíritu Santo como algo relacionado con el “siete”, pero parece claro que el saludo proviene de la Divinidad desgranada en “Padre, Espíritu e Hijo”, estando el Espíritu especialmente unido a estas “siete iglesias”. Tal es la presencia del Espíritu con estas “siete iglesias”, que se manifiesta en “siete formas”. Es una forma de presentar al Espíritu Santo en íntima relación con las “siete iglesias”. Jesús en su ministerio terrenal parece hablar presentando este mismo orden apocalíptico: el Padre era lo primero, del Padre rogaría que enviara un Consolador… y después Él (Cristo) “también estaría con nosotros hasta el fin”.

Ahora se define a Cristo con otra triada: “Testigo Fiel” (se puede confiar plenamente en Él), “Primogénito de entre los muertos” (el primero que escapó realmente de la muerte) y “Rey de reyes” (Rey de los redimidos)

A continuación, otra triada nos expone lo que ha hecho por nosotros:


Al que nos ama y nos libertó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo un reino sacerdotal para su Dios y Padre: a Él sea la gloria y la soberanía por los siglos, amén.
(Apo 1:5-6)

Primero, nos ama. ¡Sí, nos ama! Y porque nos ama, nos libera de nuestras maldades con su gran sacrificio y dolor personal (su sangre) y después hace de nosotros un reino de sacerdotes, y esto significa participar íntimamente de Dios-Padre, tener la dicha de servirle en Su presencia. Se subraya la naturaleza del Hijo en la Deidad, que coincide con el testimonio de sus palabras cuando estuvo entre nosotros: el Hijo era semejante a Dios, se humilla, y como hombre nos enseña a amar al Padre y se somete a la voluntad de ese Padre. No obstante, la gloria y el poder soberano eternamente serán para el Hijo, están reservados para Él. Sin embargo, sabemos que después “someterá esa gloria y poder voluntariamente al Padre” (1 Cor 15:28).


He aquí viene con las nubes, y todo ojo lo verá, y también aquéllos que lo traspasaron, y harán lamentación por Él todas las tribus de la tierra. Sí, amén. Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, el que es, y que era, y que está viniendo, el Todopoderoso.
(Apo 1:7-8)

Ahora presentan la venida de Dios en cierto detalle: Dios “está viniendo en las nubes”. ¿Cómo viene Dios? “En Jesús (el traspasado) junto a los redimidos” (Mr. 14:62 y 1 Ts. 4:17). Estas “nubes” con las que viene no son las de Valencia o Tel-Aviv, sino multitudes de personas, “nubes de testigos” (Heb 12:1). Y en esta VENIDA del Padre que es la venida de Jesús y los redimidos “todo ojo lo verá”, incluido el pueblo judío. Entendemos, pues, que la venida del Señor será vista por todos los hombres, y no por medios terrenales como la televisión, sino como por la inclusión de una dimensión superior en otra inferior. En tu casa estarás viendo exactamente lo mismo que un conductor de autobús en Bangkok o un turista en Jerusalén. No dependerá de tecnología humana o extraterrestre. Una dimensión superior visitará esta dimensión inferior y, como consecuencia de la irrupción, “absolutamente todos lo verán”.

¿Qué ocurrirá entonces? Que las gentes (no redimidas) de la tierra se lamentarán por Él. ¿Por quién? Por este “Jesús-y-los-redimidos” (forman una unidad, no vienen “por separado”). ¿Por qué se lamentarán por Él-Ellos? Porque se darán cuenta de cuánto han sufrido Él-Ellos por causa del Amor, y cuánto sufrimiento el mundo les ha causado, y cuánto ellos mismos han sido responsables de ese sufrimiento. Contemplar la manifestación de este Reino glorioso combatido durante siglos por el pecado provocará grandes lloros y lamentos sobre la tierra.

Ahora se identifica al Señor-Dios como “el que es, era y está viniendo”, “el Todopoderoso”, “El Principio y Fin”. Otra triada que se completa a sí misma, donde se confirma que el Padre, el Espíritu y el Hijo son uno y son la persona de Dios, y este Dios “es, era y está viniendo”, lo puede todo, y es quien abre y cierra la puerta del tiempo.


 
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El Apocalipsis: Una visión interior (V)

Introducción

Yo, Juan, vuestro hermano, y partícipe con vosotros en la tribulación, y en el reino, y en la perseverancia en Jesús, estaba en la isla llamada Patmos, por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesús
(Apo 1:9)


Juan se nos presenta con una frase que me ha acompañado durante años.

Todos los hijos de Dios comparten esta “triada espiritual”, tres cosas en las que participan todos los que en verdad son hijos: Tribulación, Reino y Perseverancia.

Esto sería algo parecido a como los inversores participan de las acciones de una empresa: se hace necesaria una inversión inicial y sustento que es la Tribulación. De ella participamos todos por creer en el Nombre de Jesús, es la base del cristiano y se manifiesta de muchas maneras, no necesariamente mediante una persecución religiosa o un cruento martirio; el mero hecho de creer en Cristo supone una batalla espiritual de gran calado en el alma que propicia muchísimo sufrimiento. El “beneficio bruto” de esta inversión es el Reino: su protección, su gente, su ambiente. El sufrimiento nos hace descubrir “el Reino de Dios”, sea un solo milímetro cuadrado o grandes áreas, según el llamado de cada uno y la gracia de Dios para encarar el sufrimiento. Esta tribulación nos traslada al Reino de Dios, nos hace participar de un Rey con un Reino imperecedero y poderoso, sea en pequeña o en gran medida, según Su gracia y propósito para cada uno. Todos los gigantes espirituales sufrieron mucho, sin excepción, mostrándonos con su ejemplo que dar la mano a Cristo supone sufrimiento a raudales, pero también experimentaron mucho Reino de Dios. Por último, como “beneficio neto” que es también “meta final” tenemos la Perseverancia, y en estos últimos años creo estar viendo y experimentando este tema de la Perseverancia bajo una nueva luz. La Perseverancia es un asunto que emana del propio Reino de Dios, pues no se puede Perseverar sin el Reino. Por así decirlo, la perseverancia es más “un lugar en el que entras” que “una cosa que haces”. La perseverancia se sostiene en un camino de pérdida personal: en la medida en que pierdes tu vida, puedes perseverar. Por esto, y al contrario de lo que podría pensarse, la perseverancia espiritual no es una cuestión estática. No tiene nada que ver con “guardar impertérritamente los tomos doctrinales y teológicos de mi religión”, sino un avance dinámico siempre “hacia adelante”, como “de gloria en gloria”. Porque esta triada, como muchas otras enseñanzas (tanto de Jesús como de los apóstoles), funciona en el orden en que se presenta y sólo en ese orden: no puedes perseverar sin el aliento y fuerza del Reino, y no puedes tener Reino sin tribulación.

Gran parte del fracaso de muchos cristianos en su vida interior (el motor que mueve al hombre) proviene de una gran ignorancia de esta terna espiritual, bien por falta de maestros, bien por falta de interés por aprender leyendo las Escrituras. ¿Estás sufriendo mucho? Dios, en Su tiempo, te mostrará el Reino y te dará aliento. A su vez, el Reino te hará crecer y madurar, y el fruto será esta extraña Perseverancia. ¿Cuál es el más importante de los tres? Mucha Tribulación y mucha experiencia del Reino no me sirven de nada si no hay Perseverancia. La Perseverancia es el mar donde desemboca el río, el “premio” de la triada.

Lo que dice ahora Juan es muy curioso. La causa por la que Juan está viviendo en la soledad y tristeza del exilio en una pequeña isla más pequeña que muchas ciudades modernas (unos 45km2) no es la persecución romana o el diablo, sino el propio Apocalipsis que nos va a relatar. Juan nos dice que está allí por “ser testigo de la Palabra de Dios y del Testimonio de Jesús” (la definición de “todo lo que vio” que ya vimos en Apoc 1:2). Es decir, la Visión Reveladora va a mostrar eso mismo a lo que ha dedicado su vida. Él está allí exiliado por “ser testigo”, y el regalo que Dios le ha hecho mostrándole esta Visión es revelar la verdadera dimensión de aquello por lo que ha sido testigo. Este es un cuadro ampliado en altísima definición de aquello a lo que Juan ha dedicado su vida y por lo que ha sufrido y luchado.



Y estando en espíritu en el día dominical, oí detrás de mí una gran voz, como de trompeta, que decía: Escribe lo que ves en un rollo, y envíalo a las siete iglesias: a Éfeso, a Esmirna, a Pérgamo, a Tiatira, a Sardis, a Filadelfia y a Laodicea. Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo…
(Apo 1:10-12)


Varias versiones traducen “vine a estar bajo el poder del Espíritu”… o “vine a estar bajo un éxtasis espiritual”. Esto sucedió un domingo, el “primer día de la semana judío”. En aquellos tiempos era como un lunes cualquiera, aunque no es un día casual, ya que en domingo resucitó el Señor, este “Día del Señor” este “Día de la Resurrección” negado y combatido por el mundo hasta nuestros días, hasta en Navidad, es el preciso día que Dios escogió.

Entonces Juan escuchó a su espalda una Voz enorme y como de trompeta que le ordenaba escribir en un rollo lo que veía para enviarlo a estas siete iglesias que son TODAS las “congregaciones” y TODOS los hijos de Dios…

Juan vuelve su rostro hacia la Voz y empieza la Visión…
 
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