El Apocalipsis: Una visión interior (XVI)
El mensaje a las iglesiasLa disciplina en Laodicea:
(Apo 3:15-20)Conozco tus obras, que no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Y por cuanto eres tibio, y no caliente ni frío, estoy por vomitarte de mi boca. Porque dices: ¡Soy rico, me he enriquecido y no tengo necesidad de nada! Y no sabes que eres un desventurado y un miserable, pobre, ciego y desnudo. Te aconsejo que de Mí compres oro refinado al fuego para que seas rico, y vestiduras blancas para que te cubras, y no aparezca la vergüenza de tu desnudez, y colirio para ungir tus ojos, para que veas. Yo reprendo y disciplino a todos los que amo, sé pues fervoroso, y arrepiéntete. ¡He aquí estoy en pie junto a la puerta dando aldabonazos! Si alguno oyera mi voz y abriera la puerta, entraré a él y cenaré con él, y él conmigo.
Muchos estarán pensando, ¿cómo es posible que, justo en la última etapa del Viaje Espiritual y después de soportar esta mirada examinadora tanto tiempo (después de una purificación tan grande), suframos esta disciplina tan severa y terrible? Muy pocas almas entienden el mensaje a “Laodicea” porque no se han dejado purificar por Él… y como no han andado demasiado por el Desfiladero de la Fe (demasiado arriesgado), no están familiarizados con Su obra interior; viven atentos a lo exterior, dando manotazos a cuanto les rodea. El Señor advierte en este último mensaje de los peligros que acechan al alma que ha madurado en Él. Laodicea es la vejez espiritual, lo que exige de nosotros después de meternos en Su Crisol. Alguno dirá, con buenas razones… “¡Pero si parece que esto está peor que al principio o en lo más duro del camino! ¡No parece que haya ninguna madurez ni crecimiento!”.
El Señor nos conoce bien. Sabe que, después de tanto traqueteo, “se nos pueden quedar los huesos muy duros” (decía Teresa de Jesús cuando en su vejez le tocaba tratar con sus novicias); también decía otra maestra del cuerpo de Cristo (Madame Guyón) que “el final del Camino es muy distinto al principio del Camino”. Hay dos peligros en la última fase de la Senda a la Montaña. El primero es la tibieza, pero esta tibieza es la de los "avanzados" y no los "recién iniciados", y vamos a explicar esto.
Después de tanta batalla es posible que el alma tenga tantos callos y durezas (los azotes y latigazos del Señor dejan auténticos callos espirituales en la piel) que sea fácil caer en la tibieza espiritual, de tal suerte que tu espíritu deje de responder a los tiempos del Señor, quien envía los fríos y calores (Mt 11:16). Cuando estábamos en Éfeso, en la inauguración de la Nueva Vida, respondíamos de inmediato al frío o al calor que Dios enviaba a nuestra planta; no teníamos cicatrices, teníamos la piel fina como la de un bebé; vivíamos en el momento presente y mostrábamos un afecto a Dios muy propio de los niños; nos quejábamos o dábamos gracias, bailábamos o llorábamos, y respondíamos con un corazón de enamorado: nos quedábamos pasmados de frío en invierno y nos tirábamos de cabeza a la piscina en verano. ¡Que extraño gozo y facilidad lo llenaba todo! No sabíamos, pero éramos sensibles como niños. La meta de este Camino Espiritual, advierte el Señor, es “volver a ser aquel niño”. Digámoslo así, alcanzamos las ignotas alturas espirituales que prometía Éfeso (la dependencia total del Señor, cosa que en Éfeso no teníamos), pero mantenemos el corazón tierno del principio.
Esta es la sabiduría para los que desprecian a esta “iglesia”: Laodicea es el cenit, lo imposible dentro de lo más difícil. Es muy “superior” a la famosa Filadelfia porque en la vejez se ha soportado la disciplina, se ha esperado en Él y, aún así, “debes mantener el corazón como el de un niño”. Laodicea es el paso más difícil y pocos entran en ella porque las experiencias del pasado pueden sacarnos de ese “presente” y de este “niño” (donde Dios nos desea) y que nuestra alma se instale en tibieza espiritual ante los dictados del Amor. No es que sea “fácil” caer en esto; de hecho, ¡Dios da por hecho que los latigazos nos endurecerán la piel y perderemos al niño por el camino! Así que, una vez más, se confirma el Evangelio donde Dios pide lo imposible: que después de los azotes nuestra piel reaccione como si no tuviera durezas. Laodicea fue una enseñanza del propio Señor cuando estuvo entre nosotros, y de ella muchos se espantaron y muchos otros quisieron salir corriendo. Él mostró el peligro de Laodicea en la historia del joven rico, alguien que realmente estaba en un alto pedestal moral y espiritual porque había alcanzado Filadelfia (alguien intachable en muchos sentidos, quizás ejemplo para una inmensa mayoría); pero al mismo tiempo, alguien que, en realidad, no tenía nada todavía y tenía que perder todo lo que tenía.
Cuando rozamos la meta, el Señor advierte de un segundo peligro (hijo del primero), que es el orgullo espiritual. Te crees ya muy enriquecido por Dios con tanta disciplina y familiaridad con Él. Crees que ya estás en Cenit del Cielo… cuando, en realidad, el propósito de la dura disciplina era desnudarte, dejarte totalmente ciego y sin una sola peseta espiritual en tu zurrón. ¡Claro! La disciplina del Señor nunca fue una meta en sí misma. Aunque hablamos de la disciplina como un Camino con línea de salida y meta, el fruto de la disciplina no es la propia disciplina, sino aquello para lo que nos prepara: unirnos a Él “en el Lecho Nupcial” para que empiece nuestra dicha y verdadero propósito, esta “Unión de Santidad” (Heb. 12:10). Este texto de Hebreos es la Meta Viva. “Participar de la santidad de Dios” habla de la unión total con Dios. Tras el atrio, el altar y el lugar santo del Tabernáculo hay otro lugar, que es el lugar santísimo, y la meta de la disciplina es “participar” de ese Lugar Santísimo para el cual todas las estancias anteriores nos preparan. La disciplina es progresiva, mas el resultado de la meta es perdernos en Dios Mismo: “participar de Él Mismo”. Esto lo merece todo.
Así que el Señor, a punto de unirnos a Él, nos lleva a un estado muy parecido al que teníamos cuando empezamos el viaje: un niño desnudo, pobre, ciego y miserable. El final del Camino de la Purificación es una especie de Tienda de Objetos Especiales a la que antes no teníamos acceso y donde podemos comprar: “oro refinado al fuego para ser ricos”, “vestiduras blancas para cubrirnos” y “colirio para el ojo para poder ver de verdad”. El final de la disciplina es dejarte absolutamente sin nada y hacerte un niño… y tener acceso a esta Tienda Celestial con objetos a los que antes no teníamos acceso.
Vuelve a insistir en que Él reprende y disciplina a los que ama, y pide al cristiano maduro que sea fervoroso… ¡y que no está exento de arrepentimiento! Yo he conocido a unos cuantos “líderes cristianos” a quien nadie se atrevía a decir que tenían que arrepentirse de sus miserias; incluso hablar de esto con otro miembro de la congregación implicaba que te miraran con cara de asombro proverbial, como si fueras de otro planeta. Las “iglesias” hoy están llenas de personas que no conocen el amor de Dios porque no se arrepienten. ¡Él ciertamente está a la puerta del corazón dando aldabonazos, a diestro y siniestro! Y si alguno oye a esa Voz y le abre la puerta, Él no tendrá problema en entrar y cenar. Y no cualquier tipo de cena: Él cena con el alma (le da Su compañía e incluso Su comida) y también el alma puede cenar con Él (el alma le ofrece su compañía y comida, y Él participa de ella). De esta cena ya habló el Señor alguna vez cuando llamó a sus discípulos “hermanos” y “madres” (Mt 12:48-49). Para esta Cena de Unión nos prepara la disciplina... y muy pocos la alcanzan.
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