Re: Testigos de Jehová...¿restauración del cristianismo original?
Sigamos leyendo a los padres de la Iglesia...
EL ESPÍRITU SANTO (II)
Pronunciada en Jerusalén, termina lo que quedaba acerca del Espíritu Santo. La lectura se toma de la Primera epístola a los Corintios: «Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro palabra de ciencia...» (I Cor 12,8 ss.)(1).
Nos detendremos en puntos fundamentales del Nuevo Testamento
1. En la catequesis precedente ofrecimos, en cuanto lo permitieron nuestras fuerzas, una pequeña parte de los testimonios referentes al Espíritu Santo. En la presente, en cuanto se nos permita, tocaremos, si Dios quiere, lo que nos queda, es decir, lo referente al Nuevo Testamento. Ya entonces, para no excedernos en el hablar, pusimos límites a nuestra tarea —pues nunca se acabaría de hablar del Espíritu Santo— y ahora daremos cuenta de una pequeña parte de lo que resta. No pretendemos ingenuamente cubrir lo poco que diremos con la multitud de lo que puede extraerse de la Escritura. Tampoco utilizaremos hoy razonamientos e invenciones humanas—no debe hacerse—, sino que nos bastará traer a la memoria las sentencias de la Sagrada Escritura. Es el procedimiento más seguro según el bienaventurado apóstol Pablo, que dice «... de las cuales también hablamos(2), no con palabras aprendidas de sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu, expresando realidades espirituales en términos espirituales» (1 Cor 2, 13). Hacemos cosas semejantes a los viandantes y navegantes, los cuales, teniendo en mente la meta de un larguísimo camino, se apresuran adrede, pero acostumbran, por la limitación humana, a detenerse en las distintas ciudades y puertos.
Un solo Dios Padre, un solo Hijo, un solo Espíritu Santo
2. Pues aunque se han dado divisiones a la hora de disputar acerca del Espíritu Santo, él permanece no obstante indiviso, puesto que es único y el mismo. Igualmente cuando hablábamos del Padre, mencionábamos, por un lado, el sumo y único poder de su persona, y por otro, cómo se llamaba «Padre» y «Todopoderoso» y, además, creador de todas las cosas(3) pero esta distribución de las catequesis no significaba una división de la fe. Era único también el propósito de la piedad y de nuestra religiosidad cuando hablábamos del Hijo unigénito de Dios, cuando enseñábamos tanto lo que se refiere a su divinidad como lo que atañe a su humanidad. De este modo cuando distribuíamos en cuestiones diversas lo que había que decir acerca de nuestro Señor Jesucristo, predicábamos una fe indivisa en él. Así, pues, también ahora, aun habiendo dividido las catequesis acerca del Espíritu Santo, es una fe indivisa en él la que anunciamos. Pues el Espíritu Santo es uno y el mismo, pues «todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad» (1 Cor 12,11), pero él permanece sin división. Pues no hay otro Paráclito que no sea el Espíritu Santo, pero es único e idéntico aunque con diversas denominaciones: vivo y subsistente(4), que habla y actúa. Es santificador de todas las criaturas dotadas de razón que Dios ha hecho por medio de Cristo, los ángeles y los hombres.
Diversas denominaciones, pero un solo Espíritu
3. Pero que no crean algunos, por su ignorancia y por la diversidad de denominaciones del Espíritu Santo, que se trata de espíritus diversos, y no de uno único e idéntico, el único que existe. Por ello, la Iglesia Católica, que vela por tu seguridad, transmitió en la confesión de fe que creyésemos «en un único Espíritu Santo Paráclito, que habló por los profetas»: para que pudieses darte cuenta de que ciertamente las denominaciones pueden ser muchas, pero Espíritu Santo sólo hay uno. De aquellas muchas denominaciones os hablaremos ahora de algunas.
La relación del Espíritu Santo al Hijo y al Padre
4. Se llama Espíritu según lo que hemos leído: «Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría» ( 1 Cor 12,8). Y se le llama Espíritu de Verdad, según lo que dice el Salvador: «Cuando venga él, el Espíritu de la verdad...» (Jn 16, 13). También se le llama Paráclito, como también dijo: «... porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito» (16, 7). Y que se trata de una única y misma realidad, a la que se denomina con nombres diversos, se explica claramente por lo que inmediatamente diré. Pues ya se dijo que el Espíritu Santo y el Paráclito son el mismo. Pero está igualmente dicho que son lo mismo el Paráclito y el Espíritu de la verdad: «(Y yo pediré al Padre) y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad» (14, 16-17). Y también, «cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad» (15, 26). Se le llama Espíritu de Dios, como está escrito: «He visto al Espíritu que bajaba... sobre él» (Jn 1, 32), y, a su vez: «Todos los que son guiados por el espíritu de Dios son hijos de Dios» (Rm 8, 14). También se le denomina Espíritu del Padre, como dijo el Salvador: «No seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará por vosotros» (Mt 10, 20). Y también Pablo: «Doblo mis rodillas ante el Padre» (Ef 3, 14) y, más abajo: «... para que os conceda... que seáis fortalecidos por la acción de su Espíritu» (3, 16). Se le llama también Espiritu del Señor, como dice Pedro: «¿Cómo os habéis puesto de acuerdo para poner a prueba el Espíritu del Señor?» (Hech 5, 9). Igualmente se le llama Espíritu de Dios y de Cristo, como Pablo escribe: «Más vosotros no estáis en la carne, sino en el Espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no le pertenece» (Ro». 8, 9). Se le llama asimismo Espíritu del Hijo de Dios, como está dicho: «La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo» (Gál 4). Y se le menciona también como Espíritu de Cristo, como ha quedado escrito: «... procurando descubrir a qué tiempo y a qué circunstancias se refería el Espíritu de Cristo» (I Pe 1, 11). Y también: «... gracias a vuestras oraciones y a la ayuda prestada por el Espíritu de Jesucristo» (Flp 1, 19). [...]
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EL ESPÍRITU SANTO (II)
Pronunciada en Jerusalén, termina lo que quedaba acerca del Espíritu Santo. La lectura se toma de la Primera epístola a los Corintios: «Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro palabra de ciencia...» (I Cor 12,8 ss.)(1).
Nos detendremos en puntos fundamentales del Nuevo Testamento
1. En la catequesis precedente ofrecimos, en cuanto lo permitieron nuestras fuerzas, una pequeña parte de los testimonios referentes al Espíritu Santo. En la presente, en cuanto se nos permita, tocaremos, si Dios quiere, lo que nos queda, es decir, lo referente al Nuevo Testamento. Ya entonces, para no excedernos en el hablar, pusimos límites a nuestra tarea —pues nunca se acabaría de hablar del Espíritu Santo— y ahora daremos cuenta de una pequeña parte de lo que resta. No pretendemos ingenuamente cubrir lo poco que diremos con la multitud de lo que puede extraerse de la Escritura. Tampoco utilizaremos hoy razonamientos e invenciones humanas—no debe hacerse—, sino que nos bastará traer a la memoria las sentencias de la Sagrada Escritura. Es el procedimiento más seguro según el bienaventurado apóstol Pablo, que dice «... de las cuales también hablamos(2), no con palabras aprendidas de sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu, expresando realidades espirituales en términos espirituales» (1 Cor 2, 13). Hacemos cosas semejantes a los viandantes y navegantes, los cuales, teniendo en mente la meta de un larguísimo camino, se apresuran adrede, pero acostumbran, por la limitación humana, a detenerse en las distintas ciudades y puertos.
Un solo Dios Padre, un solo Hijo, un solo Espíritu Santo
2. Pues aunque se han dado divisiones a la hora de disputar acerca del Espíritu Santo, él permanece no obstante indiviso, puesto que es único y el mismo. Igualmente cuando hablábamos del Padre, mencionábamos, por un lado, el sumo y único poder de su persona, y por otro, cómo se llamaba «Padre» y «Todopoderoso» y, además, creador de todas las cosas(3) pero esta distribución de las catequesis no significaba una división de la fe. Era único también el propósito de la piedad y de nuestra religiosidad cuando hablábamos del Hijo unigénito de Dios, cuando enseñábamos tanto lo que se refiere a su divinidad como lo que atañe a su humanidad. De este modo cuando distribuíamos en cuestiones diversas lo que había que decir acerca de nuestro Señor Jesucristo, predicábamos una fe indivisa en él. Así, pues, también ahora, aun habiendo dividido las catequesis acerca del Espíritu Santo, es una fe indivisa en él la que anunciamos. Pues el Espíritu Santo es uno y el mismo, pues «todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad» (1 Cor 12,11), pero él permanece sin división. Pues no hay otro Paráclito que no sea el Espíritu Santo, pero es único e idéntico aunque con diversas denominaciones: vivo y subsistente(4), que habla y actúa. Es santificador de todas las criaturas dotadas de razón que Dios ha hecho por medio de Cristo, los ángeles y los hombres.
Diversas denominaciones, pero un solo Espíritu
3. Pero que no crean algunos, por su ignorancia y por la diversidad de denominaciones del Espíritu Santo, que se trata de espíritus diversos, y no de uno único e idéntico, el único que existe. Por ello, la Iglesia Católica, que vela por tu seguridad, transmitió en la confesión de fe que creyésemos «en un único Espíritu Santo Paráclito, que habló por los profetas»: para que pudieses darte cuenta de que ciertamente las denominaciones pueden ser muchas, pero Espíritu Santo sólo hay uno. De aquellas muchas denominaciones os hablaremos ahora de algunas.
La relación del Espíritu Santo al Hijo y al Padre
4. Se llama Espíritu según lo que hemos leído: «Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría» ( 1 Cor 12,8). Y se le llama Espíritu de Verdad, según lo que dice el Salvador: «Cuando venga él, el Espíritu de la verdad...» (Jn 16, 13). También se le llama Paráclito, como también dijo: «... porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito» (16, 7). Y que se trata de una única y misma realidad, a la que se denomina con nombres diversos, se explica claramente por lo que inmediatamente diré. Pues ya se dijo que el Espíritu Santo y el Paráclito son el mismo. Pero está igualmente dicho que son lo mismo el Paráclito y el Espíritu de la verdad: «(Y yo pediré al Padre) y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad» (14, 16-17). Y también, «cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad» (15, 26). Se le llama Espíritu de Dios, como está escrito: «He visto al Espíritu que bajaba... sobre él» (Jn 1, 32), y, a su vez: «Todos los que son guiados por el espíritu de Dios son hijos de Dios» (Rm 8, 14). También se le denomina Espíritu del Padre, como dijo el Salvador: «No seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará por vosotros» (Mt 10, 20). Y también Pablo: «Doblo mis rodillas ante el Padre» (Ef 3, 14) y, más abajo: «... para que os conceda... que seáis fortalecidos por la acción de su Espíritu» (3, 16). Se le llama también Espiritu del Señor, como dice Pedro: «¿Cómo os habéis puesto de acuerdo para poner a prueba el Espíritu del Señor?» (Hech 5, 9). Igualmente se le llama Espíritu de Dios y de Cristo, como Pablo escribe: «Más vosotros no estáis en la carne, sino en el Espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no le pertenece» (Ro». 8, 9). Se le llama asimismo Espíritu del Hijo de Dios, como está dicho: «La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo» (Gál 4). Y se le menciona también como Espíritu de Cristo, como ha quedado escrito: «... procurando descubrir a qué tiempo y a qué circunstancias se refería el Espíritu de Cristo» (I Pe 1, 11). Y también: «... gracias a vuestras oraciones y a la ayuda prestada por el Espíritu de Jesucristo» (Flp 1, 19). [...]
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