No lo sé. Quizá solo lo sepan las personas que los experimentaron. De que los milagros son POSIBLES, lo son, pues Dios no está limitado por las leyes que puso en su Creación.
El milagro mejor atestiguado de la Biblia es la resurrección de Jesucristo; por eso,
¿por qué no usarlo como caso de prueba, por decirlo así?
Primero, consideremos los datos que se informan: Jesús fue arrestado la noche del 14 de Nisán, un jueves por la noche, según contamos la semana en tiempos modernos.
Compareció ante los líderes de los judíos, que lo acusaron de blasfemia y decidieron que tenía que morir.
Los líderes judíos llevaron a Jesús ante el gobernador romano Poncio Pilato, quien cedió a la presión de aquellos hombres y lo entregó para que fuera ejecutado.
El día siguiente, viernes —todavía 14 de Nisán en el calendario judío— Jesús fue fijado con clavos a un madero de tormento, y pocas horas después murió. (Marcos 14:43-65; 15:1-39.)
Después que un soldado romano punzó el costado de Jesús con una lanza para asegurarse de que en verdad estaba muerto, el cadáver de Jesús fue colocado en una tumba nueva.
El día siguiente, 15 de Nisán (viernes/sábado), era día de descanso judío, o sábado.
Pero la mañana del 16 de Nisán —domingo por la mañana— unos discípulos fueron a la tumba y la hallaron vacía.
Pronto empezaron a circular informes de que se había visto vivo a Jesús.
Aquellos relatos fueron recibidos al principio exactamente como serían recibidos hoy... con incredulidad.
Ni siquiera los apóstoles creyeron. Pero cuando ellos mismos vieron vivo a Jesús, tuvieron que aceptar la realidad de que había sido levantado de entre los muertos. Jn 19:31–20:29; Lc 24:11.
¿Había sido resucitado Jesús, o es todo puro invento?
Algo que la gente de entonces quizás habría preguntado es:
¿Está el cuerpo de Jesús todavía en la tumba?
Los seguidores de Jesús habrían tenido que enfrentarse a un obstáculo enorme si sus adversarios hubieran podido señalar al cadáver todavía en el sepulcro como prueba de que Jesús no había sido resucitado.
Sin embargo, no hay ningún registro de que hicieran eso.
Más bien, según la Biblia ellos dieron dinero a los soldados asignados a vigilar la tumba y les dijeron:
“Digan: ‘Sus discípulos vinieron de noche y lo hurtaron mientras nosotros dormíamos’”. Mt 28:11-13.
También tenemos prueba, aparte de lo que dice la Biblia, de que los líderes judíos hicieron eso.
Alrededor de un siglo después de la muerte de Jesús, Justino Mártir escribió una obra llamada Diálogo con Trifón.
En ella dijo: “Ustedes (los judíos) han enviado por todo el mundo a hombres escogidos y ordenados para proclamar que una herejía impía y desaforada había procedido de cierto Jesús, un engañador galileo, a quien crucificamos, pero a quien por la noche sus discípulos robaron de la tumba donde había sido puesto”.
Ahora bien, Trifón era judío, y el Diálogo con Trifón se escribió para defender el cristianismo contra el judaísmo.
Por lo tanto, no sería probable que Justino Mártir hubiera dicho lo que dijo —que los judíos acusaban a los cristianos de haber robado el cuerpo de Jesús de la tumba— si los judíos no hubieran presentado tal acusación.
De otro modo se habría expuesto a una acusación fácilmente verificable de haber mentido.
Justino Mártir sólo habría dicho eso si en realidad los judíos hubieran enviado tales mensajeros.
Y ellos habrían hecho eso únicamente si en realidad la tumba hubiera estado vacía el 16 de Nisán de 33 E.C. y ellos no hubieran podido señalar al cadáver de Jesús en la tumba como prueba de que no había sido resucitado.
Por eso, puesto que la tumba estaba vacía,
¿qué había sucedido?
¿Sería verdad que los discípulos habían robado el cadáver, o había sido eliminado el cuerpo milagrosamente como prueba de que Jesús realmente había sido resucitado?
Un hombre muy educado del primer siglo que dio consideración cuidadosa a las pruebas fue Lucas, un médico. (Colosenses 4:14.)
Lucas escribió dos libros que ahora son parte de la Biblia: uno fue un Evangelio, o historia del ministerio de Jesús, y el otro, llamado los Hechos de Apóstoles, fue una historia de la propagación del cristianismo en los años posteriores a la muerte de Jesús.
En la introducción a su Evangelio Lucas alude a muchas pruebas que le estuvieron asequibles, pero que ya no lo están a nosotros.
Habla de los documentos escritos que consultó acerca de la vida de Jesús.
También indica que habló con testigos oculares de la vida, la muerte y la resurrección de Jesús.
Entonces dice: “He investigado todas las cosas desde el comienzo con exactitud”. (Lucas 1:1-3.)
Es patente que la investigación de Lucas fue minuciosa.
¿Era buen historiador Lucas?
Muchos han atestiguado que lo era. Allá en 1913, en un discurso, sir William Ramsay comentó sobre la historicidad de las obras de Lucas.
“Lucas es un historiador de primera categoría; no solo porque se puede confiar en los hechos que expone, sino también porque tiene verdadero sentido histórico8.”
Investigadores más recientes han llegado a la misma conclusión.
Comentario sobre la Palabra viva, al introducir sus tomos sobre Lucas, dice: “Lucas fue tanto historiador (e historiador fiel) como teólogo”.
El Dr. David Gooding, ex profesor de griego del Antiguo Testamento en Irlanda del Norte, declara que Lucas fue “un historiador antiguo a la manera de los historiadores del Antiguo Testamento y a la manera de Tucídides (uno de los historiadores más estimados del mundo antiguo).
Como ellos, él habrá hecho grandes esfuerzos por investigar sus fuentes y escoger y ordenar su material. [...]
Tucídides combinó este método con una pasión por la exactitud histórica: no hay razón para creer que Lucas hizo menos que eso”.
¿A qué conclusión llegó ese hombre tan capacitado, Lucas, tocante a por qué se encontró vacía la tumba de Jesús el 16 de Nisán?
Tanto en su Evangelio como en el libro de Hechos, Lucas informa como realidad que Jesús fue levantado de entre los muertos. (Lc 24:1-52; Hch 1:3.)
No tenía ninguna duda de ello. Puede que sus propias experiencias fortalecieran su fe en el milagro de la resurrección.
Aunque parece que no fue testigo ocular de la resurrección, sí informa que fue testigo de milagros que hizo el apóstol Pablo. (Hch 20:7-12; 28:8, 9.)
Tradicionalmente dos de los Evangelios se atribuyen a hombres que conocieron a Jesús, lo vieron morir y afirmaron que hasta lo habían visto después de su resurrección.
Estos son el apóstol Mateo, ex recaudador de impuestos, y Juan, el apóstol amado de Jesús.
Otro escritor bíblico, el apóstol Pablo, también afirmó haber visto a Cristo resucitado.
Además, Pablo enumera por nombre a otras personas que vieron a Jesús vivo después de su muerte, y dice que en cierta ocasión Jesús se apareció a “más de quinientos hermanos”. (1Cor15:3-8.)
Pablo menciona entre los que fueron testigos oculares a Santiago, medio hermano carnal de Jesús, quien tiene que haber conocido a Jesús desde la infancia.
También fue testigo ocular el apóstol Pedro; el historiador Lucas informa que Pedro dio un testimonio denodado sobre la resurrección de Jesús tan solo pocas semanas después de Su muerte. (Hch 2:23, 24.)
La tradición atribuye dos cartas de la Biblia a Pedro, y en la primera de estas él muestra que su fe en la resurrección de Jesús era todavía en él un impulso poderoso muchos años después de aquel acontecimiento.
Escribió: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, porque, según su gran misericordia, nos dio un nuevo nacimiento a una esperanza viva mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos”. (1 Pd 1:3.)
A pesar de que no podemos hablar con testigos oculares de la resurrección, ¿qué prueba impresionante nos está asequible?
Por consiguiente, tal como Lucas pudo hablar con personas que afirmaban haber visto a Jesús y hablado con él después de su muerte, nosotros podemos leer las palabras que algunas de ellas escribieron.
Y podemos juzgar para nosotros mismos si a aquellas personas se las había engañado, si estaban tratando de engañarnos, o si en realidad habían visto al Cristo resucitado.
Francamente, nadie pudiera haberlas engañado. Varias de ellas habían tenido amistad íntima con Jesús hasta Su muerte.
Algunas habían sido testigos de su agonía. Vieron la sangre y el agua que fluyó de la herida de lanza que le infligió un soldado.
El soldado supo, y ellos supieron, que indisputablemente Jesús había muerto.
Después esas personas dicen que lo vieron vivo y hasta hablaron con él.
No; nadie pudo haberlas engañado.
Entonces, ¿estaban tratando de engañarnos al decir que Jesús había sido resucitado? (Jn 19:32-35; 21:4, 15-24.)
Para contestar eso, simplemente tenemos que preguntarnos:
¿Creían aquellas personas lo que decían? Sí; sin duda alguna.
Para los cristianos, entre ellos los que afirmaban haber sido testigos oculares, la resurrección de Jesús era el fundamento mismo de lo que creían.
El apóstol Pablo dijo: “Si Cristo no ha sido levantado, nuestra predicación ciertamente es en vano, y nuestra fe es en vano [...] Si Cristo no ha sido levantado, la fe de ustedes es inútil”. (1 Cor 15:14, 17.)
¿Parecen esas las palabras de un hombre que miente cuando dice que ha visto a Cristo resucitado?
Consideremos lo que significaba ser cristiano en aquellos días.
No se ganaba prestigio, poder ni riquezas. Todo lo contrario. Muchos cristianos primitivos “aceptaron gozosamente el saqueo de sus bienes” por retener su fe. (Hebreos 10:34.)
El cristianismo exigía una vida de sacrificio y aguantar persecución, que en muchos casos terminaba en martirio mediante una muerte vergonzosa y dolorosa.
Algunos cristianos provenían de familias prósperas, como el apóstol Juan, cuyo padre evidentemente tenía un próspero negocio de pesca en Galilea.
Muchos tenían buenas perspectivas, como Pablo, quien, cuando aceptó el cristianismo, había estudiado bajo el famoso rabino Gamaliel y empezaba a distinguirse a los ojos de los gobernantes judíos. (Hech 9:1, 2; 22:3; Gál 1:14.)
No obstante, todos volvieron la espalda a lo que este mundo les ofrecía a fin de esparcir un mensaje basado en que Jesús había sido resucitado de entre los muertos. (Colo 1:23, 28.)
¿Por qué hacer tales sacrificios para sufrir por una causa que supieran que estuviera basada en una mentira?
La respuesta es que no habrían hecho eso. Estuvieron dispuestos a sufrir y morir por una causa que sabían que se fundaba en la verdad.
Sí, la prueba procedente de los testimonios es absolutamente convincente.
Jesús en realidad fue levantado de entre los muertos el 16 de Nisán de 33 E.C.
Y puesto que esa resurrección sucedió, todos los demás milagros de la Biblia son posibles... milagros para los cuales también tenemos testimonio sólido, de testigos oculares.
La misma Potencia que levantó a Jesús de entre los muertos también hizo posible que él resucitara al hijo de la viuda de Naín.
También dio poder a Jesús para ejecutar milagros menores que ese, pero todavía maravillosos, de curación.
Esa Potencia estuvo tras la alimentación milagrosa de la multitud, y también hizo posible que Jesús anduviera sobre el agua. (Lc 7:11-15; Mt 11:4-6; 14:14-21, 23-31.)
Como se ve, la mención de milagros no es razón para que dudemos de la veracidad de la Biblia.
Más bien, los milagros que sucedieron en los tiempos bíblicos son prueba convincente de que la Biblia es realmente la Palabra de Dios.