Jerónimo:
Que [Paula] evite todos los escritos apócrifos, y si ella es llevada a leerlos no por la verdad de la doctrinas que contienen sino por respeto a los milagros contenidos en ellos, que ella entienda que no son escritos por aquellos a quienes son adjudicados, que muchos elementos defectuosos se han introducido en ellos, y que requiere una discreción infinita buscar el oro en medio de la suciedad.
Epístola 107:12 (Nicene and Post-Nicene Fathers, 2nd Series, 6:194)
Y así enseña la Enciclopedia católica:
http://www.enciclopediacatolica.com/c/canonantiguo.htm
San Jerónimo echó su considerable peso hacia el lado desfavorable a los libros discutidos. Al evaluar su actitud debemos recordar que Jerónimo vivió por mucho tempo en Palestina, en un ambiente en el que todo lo que no fuera parte del canon hebreo era automáticamente objeto de suspicacia y que, además, sentía él una reverencia exagerada hacia el texto hebreo, la “hebraica veritas”, como la llamaba él. En su famoso “Prologus Galeatus”, o prefacio de su traducción de Samuel y de Reyes, él declara que todo lo que no sea hebreo debe ser clasificado entre los apócrifos. Explícitamente afirma que Sabiduría, Eclesiástico, Tobías y Judit no pertenecen al canon. Añade que esos libros se leen en los templos para la edificación de los fieles pero no para confirmar la doctrina revelada. Si se analizan cuidadosamente las expresiones de Jerónimo, en sus cartas y prefacios, acerca de los deutero, podemos ver los siguientes resultados: primero, duda seriamente de su inspiración divina; segundo, el hecho de que ocasionalmente los cite y que haya traducido algunos de ellos como concesión a la tradición eclesiástica, es un testimonio involuntario de su parte al elevado reconocimiento que gozaban en la Iglesia en general, y a la fuerza de la tradición práctica que prescribía su uso en el culto público. Obviamente, el rango inferior al que autoridades como Orígens, Atanasio y Jerónimo los relegaban se debían a una concepción muy rígida de canonicidad, que exigía que un libro, para ser elevado a esa dignidad suprema, debería ser reconocido por todos, tener la sanción de la antigüedad judía y ser apto no sólo para edificar sino para “confirmar la doctrina de la Iglesia”, para utilizar una frase de Jerónimo.
Y por otro lado:
Ireneo (125-202)
«Nosotros no hemos conocido lo que tiene que ver con nuestra salvación por medio de nadie que no fuera de aquellos que nos han aportado el Evangelio. Este (Evangelio) primero lo predicaron. Seguidamente, por la voluntad de Dios, nos lo transmitieron por medio de las Escrituras, para que se convirtiera en «la base y la columna» de nuestra fe» (G. Bardy traduce: «Por la voluntad de Dios, todo lo confiaron en la Escritura».)14
Cipriano (200-258)
«Dios mismo atestigua que se nos exige practicar lo que está
escrito. Si, pues, encontramos esto prescrito en el Evangelio o contenido en las epístolas o los Hechos de los apóstoles, debemos observar esta tradición santa y divina.»l5
Los Padres colocan la Santa Escritura por encima de toda otra fuente de revelación.
Atanasio (298-373):
«Precisamente son éstas (las Escrituras) las fuentes de la salva¬ción; sólo por medio de ellas podemos aprender la disciplina evan¬gélica de la piedad. Que nadie añada nada; que nadie quite tampoco nada.»16
«Las Escrituras santas y divinamente inspiradas son suficientes en sí mismas y por ellas solas para hacer conocer la verdad.»17
«Si queréis una nueva cita, si pretendéis afirmar alguna cosa que va más allá de lo que está escrito, por qué discutís con nosotros, que estamos resueltos a no escuchar ni decir nada que vaya más allá de lo que está escrito.» «Estos textos han sido pronunciados y escritos de parte de Dios por medio de hombres que nos hablan de Dios; y nosotros los hemos recibido de estos maestros divinamente inspira-dos y los transmitimos según tu deseo de saber.»18
«Evidentemente, es caer de la fe y hacer gala de una gran pre¬sunción ser negligentes con algo de lo que está escrito o introducir algo que no está escrito.»19
«Lo que está escrito, créelo; lo que no está escrito, no lo bus¬ques.»20
Cirilo de Jerusalén (315-386):
«Cuando se trata de los divinos y santos misterios de la Fe, no se debe avanzar nada sin la autoridad de las Escrituras divinas... No debéis tampoco creer las palabras que os digo sin haber visto que las Escrituras divinas demuestran mis enseñanzas. La seguridad de nuestra fe no depende de los artificios del lenguaje, sino del testi¬monio de las Escrituras divinas».21
Crisóstomo (347-407):
«Cuando recibimos dinero, no nos fiamos de los que nos lo dan, lo queremos contar nosotros mismos; y cuando se trata de cosas divinas, ¿no sería una locura creer temerariamente y con la cabeza agachada las opiniones de los otros, nosotros que tenemos una regla con la cual podemos examinado todo, las leyes divinas? Esta es la razón por la que yo os conjuro que, sin deteneros en absoluto a considerar lo que juzgan los demás, consultéis las Escrituras».22
«Os ruego y os suplico que, cerrando los oídos a toda otra voz, sigamos como regla el canon de la Santa Escritura.»23
Agustín (354-430):
«¿Quién no sabe que la santa Escritura canónica está guar¬dada dentro de unos límites bien determinados y que se debe poner por encima de todas las cartas que los obispos hayan podido escribir más tarde? Respecto a la Escritura no puede haber ni discusión ni duda posible acerca de la verdad o la justicia de lo que se encuentra incontestablemente escrito.»24
Además, Agustín contrasta la autoridad infalible de la Biblia con la autoridad falible del razonamiento humano, de los obispos y de los concilios.
Si hay un punto en el cual coincide la «Tradición» de los Padres, es en el reconocimiento de la autoridad suprema de la Santa Escri¬tura. ¿Qué prueba aducimos?
He aquí lo que escribe al respecto Jerónimo, el erudito traductor de la Biblia:
«Lo que se nos transmite en los libros canónicos es la doctrina del Espíritu; si los concilios establecen alguna cosa que les contra¬diga, yo lo considero una impiedad» (Epístola a los gálatas). «Si se habla sin la autoridad de las Escrituras, el resultado es una chá¬chara que no es digna de fe.»25
«Todo aquello que no tenga para sí la autoridad de las Escrituras, puede ser despreciado tan fácilmente como probado.»26
«No es el error de los padres lo que se debe seguir, sino la autoridad de las Escrituras y la voluntad del Señor que es Dios.»27
«Saquemos de en medio nuestro, concluye Agustín, todos nues¬tros papeles y todos nuestros libros, y que sólo quede el libro de Dios. Alguien se preguntará por qué. Porque no quiero que se pruebe nada por medio de documentos humanos, sino con los oráculos de Dios.»28
12- Es decir, la tradición oral de la que, al menos, encontramos su eco escrito en las obras de los escritores posteriores a los apóstoles, en oposición a la que se habría transmitido sólo de forma oral, incluso durante la época post apostólica.
13- Homilía sobre Mt. 24.
14 -Advers. Haer. III, l.G. Bardy: Théol. de l'Église de Saint Clément ti Saint lrenée, p. 188.
15-Migne: Epist. 24, Patrol. lat., l. III, p. 294.
16 -Epist. Fest. 39, Corpus Scriptorum chistianorun orientalum, l. 151 (Louvain: 1955), p. 37.
17- Orat. contra gent., Colección Sources Chrétiennes (Paris: Edil. Cerf, 1946), p. 107.
18- De Incarn. «
19 -De vera Fide. Opero t. 2, p. 386.
20- Migne: Homil. De Trin. 29, t. XXVIII, pp. 1603-1609.
21 -Migne: Catech. IV, t. XXXIII, pp. 453-504.
22 -Migne: Homil. 13 en 2 Cor., t. LXI, pp. 490-496.
23- Migne: Homil. 13 in Genesim, t. LlII, pp. 105-108.
24 Contra Donatist., 1. 2, cap. 3. 25 Ep. ad Tztum.
26 In Mt. 22.
27 In Jr. 9:12.