Sin duda que únicamente Dios existe desde siempre en la “soledad acompañada” del Padre, Hijo y Espíritu Santo, comunión de amor sin necesidad de nada ni de nadie.
Pero en un remotísimo pasado cuyo tiempo nos es imposible imaginar, Dios pergeñó un drama maravilloso montando un teatro que incluía escenarios, actores y espectadores.
Así tenemos el insondable Universo, las criaturas angelicales, la Tierra con todo lo que en ella hay, y el hombre completo como varón y mujer.
Es entonces ahora que vienen a mi memoria algunos textos:
“Los cielos cuentan la gloria de Dios, Y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Salmo 19:1).
“Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? (Salmo 8:3,4).
Somos espectadores de una asombrosa y maravillosa realidad que suscita en nuestro espíritu la adoración al Creador de todo ello.
Como dice en otra parte:
“Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin” (Ecl 3:11).
En algunas de sus criaturas (angelicales y humanas), en cambio, en vez de adoración, gratitud y alabanza tan maravilloso espectáculo generó la idea de sublevación, perdiendo de disfrutarlo todo por la ambición a poseerlo y dominarlo.
Menos mal que la misericordia divina nos ha alcanzado como para deponer cualquier amago de rebeldía y humildemente disfrutemos hasta saciarnos de lo que Dios es, ha hecho y nos ha dado por su sola gracia.