Re: REFLEXIONES .....
Está prohibido aburrirse. Si alguien se aburre alguna vez no lo debe reconocer ni bajo amenaza porque lo suyo es estar siempre ocupados en cosas prácticas, productivas, creativas, estimulantes y guays, si es que se quiere mantener amistades de cierto nivel.
«Yo no tengo tiempo de aburrirme» afirman con euforia que no parece fingida quienes pretenden aparentar una vida rica en contenidos y plena en emociones. Los niños dicen con dramatismo «Papá, me aburro» a la vez que exigen un remedio inmediato como si los padres fueran los encargados oficiales de divertir al niño cada vez que no tiene nada que hacer.
Sin embargo el derecho a aburrirse debiera estar recogido en la declaración universal de derechos humanos.
El aburrimiento existe y es real. No es fruto de la falta de elementos externos de distracción sino que surge de dentro. Puede originarse en disgustos o molestias pero también por cansancio. Da la impresión de que estás en un estado casi letárgico y que tienes por los suelos las constantes vitales. Te sientes como noqueado. No es que no tengas cosas que hacer, es que no tienes ganas. Tienes sueño pero no te puedes dormir. Te has quedado sin pilas pero no puedes desconectar del todo. Aunque tengas entretenimientos -libros, juegos, compañía, películas, televisión, radio- nada te satisface.
Coges el mando a distancia, te paseas por todos los canales y dices «no dan nada que valga la pena» cosa probablemente cierta pero domina tu tedio interior.
No es bueno cortarlo artificialmente y de raíz. Es mejor dejarlo fluir de manera natural hasta dónde te quiera llevar. Los paseos mentales que se derivan de un aburrimiento como es debido no tienen precio, la mente salta sin ton ni son de una cosa a otra de manera aleatoria y hasta en círculo o, por el contario, se obsesiona con algún tema inesperado que suponías enterrado.
Puede que llegues a tu propia realidad aunque no sea tan alegre como suponías. Hasta, con un poco de suerte, se van a clarificar tus propias miserias y vas a entender quién es de verdad tu enemigo. Y, si le das tiempo suficiente, no sería extraño que Dios aprovechara la ocasión para decirte alguna cosilla.
Siempre me ha intrigado el grado de aburrimiento que tendría Moisés en Éxodo 3 cuando se le aparece el ángel del Señor y Dios le dice que ha visto el sufrimiento de Israel en Egipto para acabar enviándolo como caudillo libertador. El aburrimiento puede volverse muy productivo a veces.
Hay que reivindicar con energía el derecho a aburrirse, sin sentirse culpable ni perder la honra por ello. Derecho a aburrirse y hablar de ello sin que los demás te consideren un bicho raro.
Tendríamos que disponer -por ley- de un ratito cada día para aburrirnos a discreción y sin daños colaterales. Para quienes están en plena vida laborar, con niños pequeños en casa y mayores que cuidar, el aburrimiento tendría que ir a cargo de la Seguridad Social y con receta médica.
Luis Ruiz es ingeniero y escritor
Y si quiero aburrirme ¿qué?
Está prohibido aburrirse. Si alguien se aburre alguna vez no lo debe reconocer ni bajo amenaza porque lo suyo es estar siempre ocupados en cosas prácticas, productivas, creativas, estimulantes y guays, si es que se quiere mantener amistades de cierto nivel.
«Yo no tengo tiempo de aburrirme» afirman con euforia que no parece fingida quienes pretenden aparentar una vida rica en contenidos y plena en emociones. Los niños dicen con dramatismo «Papá, me aburro» a la vez que exigen un remedio inmediato como si los padres fueran los encargados oficiales de divertir al niño cada vez que no tiene nada que hacer.
Sin embargo el derecho a aburrirse debiera estar recogido en la declaración universal de derechos humanos.
El aburrimiento existe y es real. No es fruto de la falta de elementos externos de distracción sino que surge de dentro. Puede originarse en disgustos o molestias pero también por cansancio. Da la impresión de que estás en un estado casi letárgico y que tienes por los suelos las constantes vitales. Te sientes como noqueado. No es que no tengas cosas que hacer, es que no tienes ganas. Tienes sueño pero no te puedes dormir. Te has quedado sin pilas pero no puedes desconectar del todo. Aunque tengas entretenimientos -libros, juegos, compañía, películas, televisión, radio- nada te satisface.
Coges el mando a distancia, te paseas por todos los canales y dices «no dan nada que valga la pena» cosa probablemente cierta pero domina tu tedio interior.
No es bueno cortarlo artificialmente y de raíz. Es mejor dejarlo fluir de manera natural hasta dónde te quiera llevar. Los paseos mentales que se derivan de un aburrimiento como es debido no tienen precio, la mente salta sin ton ni son de una cosa a otra de manera aleatoria y hasta en círculo o, por el contario, se obsesiona con algún tema inesperado que suponías enterrado.
Puede que llegues a tu propia realidad aunque no sea tan alegre como suponías. Hasta, con un poco de suerte, se van a clarificar tus propias miserias y vas a entender quién es de verdad tu enemigo. Y, si le das tiempo suficiente, no sería extraño que Dios aprovechara la ocasión para decirte alguna cosilla.
Siempre me ha intrigado el grado de aburrimiento que tendría Moisés en Éxodo 3 cuando se le aparece el ángel del Señor y Dios le dice que ha visto el sufrimiento de Israel en Egipto para acabar enviándolo como caudillo libertador. El aburrimiento puede volverse muy productivo a veces.
Hay que reivindicar con energía el derecho a aburrirse, sin sentirse culpable ni perder la honra por ello. Derecho a aburrirse y hablar de ello sin que los demás te consideren un bicho raro.
Tendríamos que disponer -por ley- de un ratito cada día para aburrirnos a discreción y sin daños colaterales. Para quienes están en plena vida laborar, con niños pequeños en casa y mayores que cuidar, el aburrimiento tendría que ir a cargo de la Seguridad Social y con receta médica.
Luis Ruiz es ingeniero y escritor