¿No crees que te hallas en conflicto? Pues, si dices que no crees en una resurreccion literal, entonces para ti la muerte es un final. ¿Como va a ir al Paraiso a vivir para siempre si alguno muerto no resucitara?
Porque para entrar en el Paraíso no necesitamos tener este cuerpo.
Baháulláh compara el estado en que vivimos con el estado de un feto en el útero materno.
El feto no tiene la menor idea de lo maravilloso que es el mundo fuera de su madre, ni podría entender cualquier explicación que pudiéramos intentar darle, .
El feto vive en su propio mundo, oscuro, cálido, líquido, nutrido a través de la placenta y cordón umbilical. Durante su estancia en ese mundo desarrolla ojos aunque aún no vea, brazos y piernas aunque aún no corra ni trabaje... pulmones aunque aún no le sirvan aún para respirar.... estómago aunque aún no pueda digerir.
Dicen los psicólogos que el feto quizá conciba su cuerpo, la placenta, el útero y a su madre que lo lleva como un todo, indiferenciable de sí mismo.
Al nacer, sin embargo, tiene que desprenderse de ese mundo en el que se sentía tan cómodo y seguro. Debe dejar atrás no solo el útero, sino desprenderse de la placenta y cordón umbilical que lo nutría y al que percibía como parte de él mismo.
Pero es entonces, en le mundo exterior, lleno de luz, colores, sonidos, sabores, olores... el mundo del lenguaje y de la relación con el otro, que todos los sentidos que desarrolló dentro del útero le habrán de servir.
Nosotros todos somos como fetos que nos desarrollamos en esta existencia material.
Pero este tipo de existencia será transitoria. Algún día habremos de desprendernos de nuestro cuerpo, de nuestro hogar terreno, de nuestro trabajo, de nuestro planeta. "La carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios" (1 Cor 15:50)
Sin embargo, los atributos de carácter que habremos desarrollado nos ayudarán en ese otro "mundo" a seguir nuestro acercamiento a Dios.