Re: ¿Porqué Chick le duele tanto a los católicos?
Elessar dijo:
Si quieres creer que lo de Chick es "realidad histórica", a pesar de haberse comprobado lo fraudulento de varios de sus escritos, pues allá tú.
Poco después que comenzaran a ponerse en marcha los planes de la horrible conspiración que vamos a relatar a continuación, los papistas de Irlanda habían presentado una protesta ante los Lores de Justicia del reino, exigiendo el libre ejercicio de su religión y una derogación de las leyes contrarias, ante lo que ambas cámaras del Parlamento en Inglaterra respondieron solemnemente que jamás concederían tolerancia alguna a la religión papista en aquel reino.
Este irritó tanto más a los papistas incitándoles a la ejecución del diabólico complot concertado para la destrucción de los protestantes y no fracasó sino que tuvo el éxito deseado por sus maliciosos y rencorosos promotores.
El designio de esta horrible conspiración era que tuviera lugar una insurrección general al mismo tiempo por todo el reino y que se diera muerte todos los protestantes, sin excepción alguna El día fijado para esta horrorosa masacre fue el veintiuno de octubre de 1641 fiesta de Ignacio de Loyola fundador de los Jesuitas; y los principales conspiradores en las partes principales del reino emprendieron los preparativos necesarios para la lucha que maquinaban.
A fin de que este aborrecible plan pudiera tener un éxito más seguro, los papistas practicaron los ardides más elaborados, y su conducta en sus visitas a los protestantes fue, en este tiempo, de una más aparente bondad que la que habían mostrado hasta entonces, lo que se hizo para poder consumar de manera más plena los designios inhumanos y pérfidos que contra ellos meditaban.
La ejecución de esta salvaje maquinación fue atrasada hasta inicios del invierno, para que el envío de tropas desde Inglaterra fuera cosa más difícil. El Cardenal Richelieu, el ministro francés, había prometido a los conspiradores un considerable suministro de hombres y dinero, y muchos
oficiales irlandeses habían prometido de cierto asistir cordialmente a sus hermanos católicos, tan pronto como tuviera lugar la insurrección.
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De esta manera la capital fue felizmente preservada; pero la sanguinaria parte de la tragedia tramada ya no se podía impedir. Los conspiradores estaban ya sobre las armas temprano por la mañana del día señalado, y todos los protestantes que encontraron en su camino fueron asesinados de inmediato. No se perdonó ninguna edad, ni sexo ni condición. La mujer llorando por su marido destripado, y abrazando a sus indefensos hijos, era traspasada junto a ellos, muriendo todos a la vez. Los viejos y jóvenes, los vigorosos y los débiles, sufrieron la misma suerte y se confundieron en una misma ruina. En vano salvaba la huida de un primer asalto; la destrucción asolaba por doquier, y se nfrentaban con las perseguidas víctimas en cada recodo.
En vano se quiso reunir a parientes a compañeros, a amigos; todas las relaciones estaban disueltas; y la muerte caía de la mano de aquellos a quienes se imploraba protección y de quienes se esperaba. Sin provocación, sin oposición, los atónitos ingleses, viviendo en la mayor
paz, y, pensaban ellos, plena seguridad, fueron asesinados por sus más cercanos vecinos, con los que habían mantenido durante mucho tiempo una continuada relación de bondad y buenos oficios. Pero la muerte fue el más suave de los castigos infligidos por estos monstruos en forma
humana; todas las torturas que pudiera inventar la más voluntariosa crueldad, todos los prolongados tormentos del cuerpo y angustias de la mente, las agonías de la desesperación, no podían saciar una venganza carente de motivos, y cruelmente salida de ninguna causa. La naturaleza depravada, incluso la religión pervertida, aunque alentadas por la licencia más desenfrenada, no pueden llegar a un mayor paroxismo de ferocidad que el que se manifestó en estos inmisericordes salvajes. Incluso las representantes del sexo débil, naturalmente tiernas ante sus propios sufrimientos y compasivas ante los de los demás, emularon a sus fuertes compañeros en la práctica de toda crueldad. Los mismos niños, enseñados por el ejemplo y la exhortación de sus padres, aplicaban sus débiles golpes a los cadáveres de los indefensos hijos de los ingleses.
Tampoco la avaricia de estos irlandeses fue suficiente para detenerlos en absoluto en su crueldad. Tal era su desenfreno que los ganados que robaron y que habían hecho suyos por saqueo, fueron degollados conscientemente porque llevaban el nombre de los ingleses; o,
cubiertos de heridas, lanzados sueltos a los bosques, para que allí murieran lentamente en sus sufrimientos.
Las espaciosas viviendas de los granjeros fueron reducidas a cenizas o arrasadas hasta el suelo.
Y allí donde los desdichados propietarios se habían encerrado en sus casas y se estaban preparando para defenderse, fueron muertos en llamas junto con sus mujeres e hijos.
Esta es la descripción general de esta matanza sin paralelo; ahora queda, por la naturaleza de esta obra, dar algunos detalles particulares.
Apenas si los fanáticos e inmisericordes papistas habían comenzado a ensuciarse las manos de sangre que repitieron esta horrible tragedia día tras día, y los protestantes, en todas partes del reino, cayeron víctimas de su furia con muertes de la crueldad más inaudita.
Los ignorantes irlandeses fueron tanto más intensamente instigados a ejecutar esta infernal operación por los Jesuitas, sacerdotes y frailes cuanto que ellos, cuando se decidió el día de la ejecución de su complot, recomendaron en sus oraciones que se diera diligencia en aquel gran designio, que dijeron ellos sería de gran ayuda para la prosperidad del reino y para promover la causa católica. En todo lugar dijeron al común de la gente que los protestantes eran herejes, y
que no se debía permitirles más vivir entre ellos; añadiendo que no era más pecado matar a un inglés que matar a un perro; y que ayudarlos o protegerlos era un crimen de lo más imperdonable.
Habiendo asediado los papistas la ciudad y el castillo de Longford, se rindieron los ocupantes de este último, que eran protestantes, con la condición de que se les diera cuartel; los asediadores, en el instante en que aparecieron las gentes de la ciudad, los atacaron de la manera más
implacable, destripando el sacerdote de ellos, a modo de señal, al ministro protestante inglés; después de esto, sus seguidores asesinaron a todo el resto, algunos de los cuales fueron colgados, otros apuñalados o muertos a tiros, mientras que a muchos se les destrozó la cabeza con hachas que habían sido suministradas para este fin.
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Tampoco escapo el sexo débil en lo más mínimo a la crueldad que podían proyectar sus inmisericordes y furiosos perseguidores. Muchas mujeres, de todas las edades, eran muertas de la más cruel naturaleza. Algunas, de manera particular, fueron atadas con la espalda contra
fuertes postes, y, desnudadas hasta la cintura, aquellos inhumanos monstruos les cortaron los pechos derechos con tijeras de esquileo, lo que, naturalmente, les causó las agonías más terribles; y así fueron dejadas hasta que murieron desangradas.
Tal fue la salvaje ferocidad de estos bárbaros que incluso bebés no nacidos eran arrancados del vientre para ser victimas de su furia. Muchas desdichadas madres fueron colgadas desnudas de ramas de árboles, descuartizadas, y su inocente descendencia arrancada de ellas y echada a los perros y a los cerdos. Y, para intensificar lo horrendo de la escena, obligaba al marido a verlo antes de sufrir él mismo.
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El libro de los mártires por John Fox
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