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Más evidencia de la tierra joven:
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La Tierra Joven
por Bert Thompson, Ph.D.
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INTRODUCCIÓN
Está llegando a ser cada vez más raro en la controversia de la creación/evolución el encontrar cosas sobre las cuales los creacionistas y evolucionistas estén de acuerdo. Generalmente hablando, las dos cosmogonías están años-luz separadas desde el comienzo hasta el final. Pero existe una cosa sobre la cual los partidos de ambos lados están de acuerdo: la evolución es completamente imposible si el sistema Tierra/Universo es joven—con una edad medida en miles, no billones, de años. En su libro, The Creation/Evolution Controversy (La Controversia Creación/Evolución), R.L. Wysong abordó este punto.
Tanto los evolucionistas y los creacionistas creen que la evolución es una imposibilidad si el universo tiene solamente unos pocos miles de años de edad. Probablemente no existe ningún enunciado que podría ser hecho sobre el tema de los orígenes que reuniría tanto acuerdo de ambos lados. Dejando de lado la cuestión de que si el tiempo vasto es competente para propulsar la evolución, nosotros debemos preguntar si el tiempo vasto realmente está disponible (1976, p. 144).
No obstante, es interesante observar cómo algo sobre lo cual ambos lados concuerdan ha causado tanto desacuerdo. Aparte del tema básico de que si la creación o la evolución son correctas, el área más seria de conflicto entre el relato bíblico y el panorama evolutivo es el sistema cronológico de la historia—en otras palabras, la edad de la Tierra. Mientras que una Tierra/Universo joven no presenta problema para los creacionistas, éste es un lamento de difuntos para cada variedad del modelo evolutivo.
Una lectura simple y sincera del registro bíblico indica que el Cosmos fue creado en seis días, solamente unos pocos de miles de años atrás. Desde luego, contrario a ese punto de vista está la idea de los teorizantes evolucionistas de que el Universo tiene 8-15 billones de años de edad, y que la Tierra misma tiene casi 5 billones de años de edad. Un asunto complicado adicional es el hecho de que el registro bíblico indica que las cosas vivas fueron colocadas sobre la Tierra recién creada incluso antes del fin del proceso creativo de seis días (e.g., la vida de la planta llegó en el día tres). De acuerdo con la teoría evolutiva, las formas primitivas de vida evolucionaron de químicos no-vivientes aproximadamente 3.5-4.0 billones de años atrás, con todas las otras formas de vida desarrollándose gradualmente durante las así-llamadas eras geológicas. El hombre, en una forma u otra, luego llegó a la escena aproximadamente 2-3 millones de años atrás.
Incluso para un observador casual, es aparente que esto no es un pequeño problema. Mucho de la controversia actual entre los creacionistas y los evolucionistas se centra en el tema de la edad de la Tierra. Una gran parte de la controversia tiene que ver con el hecho de que no existe compromiso que permitirá que los panoramas Tierra-antigua/Tierra-joven coexistan; el abismo que separa el punto de vista bíblico y el evolutivo sobre el tema de la edad de la Tierra es simplemente demasiado grande.
En la cita inicial del Dr. Wysong, fue sugerido que debemos “preguntar si el tiempo vasto está en efecto disponible”. Ese es mi propósito aquí. Existe suficiente evidencia científica para indicar que tal tiempo no está disponible, y que la Tierra es relativamente joven, no extremadamente antigua. Esa evidencia necesita ser examinada y considerada, aun cuando en ciertos círculos científicos la idea de una Tierra joven puede ser considerada impensable. En su libro, The Truth: God or Evolution? (La Verdad: ¿Dios o la Evolución?), Marshall y Sandra Hall reconocieron este hecho cuando observaron: “No es fácil derribar una creencia, por absurda y dañina que pueda ser, la cual su civilización la ha promulgado como la verdad científica por la mayor parte del siglo”. Los Halls continuaron diciendo:
El tiempo, como los poetas y los vendedores de seguro nos lo recuerdan, es el enemigo de la vida. Pero el tiempo también tiene sus amigos. Sin extensiones de tiempo grandes, incomprensibles e inmensurables para apoyarse, los evolucionistas serían patos quietos para las preguntas mordaces de incluso estudiantes de secundaria. El tiempo es el refugio de los evolucionistas de las hondas y flechas de la lógica, la evidencia científica, el sentido común, y la tabla de multiplicación... Las incertidumbres probadas acerca de la datación científica son un secreto bien-guardado. La persona común que lee su periódico o revista consigue la clara impresión de que la datación es una ciencia tan exacta como la suma de fracciones... Ya que nadie puede prever diez mil años—mucho menos medio millón o un millón—los “científicos” pueden esconderse detrás de los dos mil millones de años que ellos dicen que la evolución tomó, y pueden esconderse allí en seguridad relativa. Ellos creen eso (1974, pp. 74,69,71,75, énfasis en original).
O, como Richard M. Pearl comentó: “Para los geólogos, el tiempo es lo que el espacio es para el astrónomo—inmensidad más allá de los pensamientos de la gente...suficiente como para hacer ‘todas las cosas posibles’” (1962, p. 1).
El punto está bien hecho. Es difícil derribar una creencia que ha sido enseñada como la “verdad científica” por tanto tiempo. Y es especialmente difícil derribar tal concepto cuando el punto de vista completo del mundo está basado sobre éste. Aunque cuando toda la evidencia es considerada, ésta no presagia el bien para las reclamaciones de los evolucionistas de una Tierra/Universo antiguo. Me gustaría considerar algo de esa evidencia.
ESTADÍSTICAS DE LA POBLACIÓN
Uno de los argumentos más fuertes para una Tierra joven se deriva del campo de la cinética de la población. Sin entrar a un completo detalle aquí en el poco espacio disponible, el argumento de las estadísticas de la población puede ser declarado como sigue. Usando la fórmula:
Pn = (Cn-x+1) (Cx -1)
es posible calcular la población del mundo (Pn= población del mundo después de n generaciones; n= numero de generaciones; x= periodo de vida en términos de generaciones; 2C= número de hijos por familia). Si la cifra evolutiva entraría en esta fórmula, con el hombre habiendo vivido en la Tierra solamente un millón de años (algunos evolucionistas sugieren que el hombre, en una forma u otra, ha estado en la Tierra 2-3 millones de años), ¡hubiera una población en la tierra de 1 x 105000! Ese número es un 1 seguido de 5,000 ceros. Aunque, el Universo (con un tamaño estimado de 20 billones de años luz en diámetro) tuviera capacidad solamente para 1 x 10100 de gente. No obstante, usando las cifras creacionistas, la población actual del mundo sería aproximadamente 4.34 billones de personas. Por ende, ¡las cifras evolutivas implicarían una población en la Tierra 104900 veces más grande que la que alcanzaría en el Universo completo! La pregunta es—¿cuál de las dos cifras está casi exactamente en el blanco, y cuál no pudiera ser posiblemente correcta? [NOTA: Este tratado es sumamente abreviado. Para documentación adicional, vea: Lammerts 1971, pp. 198-205; Rybka, 1993, pp. 20-22; Wysong, 1976, pp. 168-169; Morris y Morris, 1996, pp. 317-320].
LOS FÓSILES POLISTRATOS
Para el “hombre en las calles”, uno de los argumentos más impresionantes para una Tierra antigua es el testimonio de las capas de la roca sedimentaria (muchas de las cuales tienen miles de pies de grosor) esparcidas alrededor del planeta. Los científicos (y guardaparques) nos exponen a ejemplos como el Gran Cañón, y presentan su rollo tan efectivamente que—cuando observamos capa detrás de capa de las rocas sedimentarias puesta una encima de otra—la única explicación parece ser que vastas cantidades de tiempo geológico deben haber estado implicadas. Cada división de las rocas, se nos dice, representa un tiempo muy lejano y un mundo antiguo que hace mucho tiempo ha cesado de existir. Sin embargo, los creacionistas no están de acuerdo, y sugieren que una mirada más cercana al “registro de las rocas” sugiere juventud, no antigüedad, para nuestro planeta hogar.
Incrustados en las rocas sedimentarias por todo el globo están los que son conocidos como fósiles “polistratos”. Polistrato significa “muchas capas”, y hace referencia a los fósiles que cortan a través de a lo menos dos capas de las rocas sedimentarias. Probablemente los más extensamente reconocidos de los fósiles polistratos son troncos de árboles que se extienden verticalmente a través de dos, tres, y más secciones de roca que supuestamente fueron colocados en épocas que cubren millones de años. No obstante, el material orgánico (tal como la madera) que es expuesto a los elementos se pudrirá, no se fosilizará. Y, como Leonard Brand señaló en su libro, Faith, Reason & Earth History: A Paradigm of Earth and Bilogical Origins by Intelligent Design (La Fe, la Razón, y la Historia de la Tierra: Un Paradigma de la Tierra y los Orígenes Biológicos por el Diseño Inteligente), incluso si se le hubiese quitado a los árboles el oxígeno, “las bacterias anaeróbicas causan descomposición a menos que los especimenes sean sepultados rápidamente” (1997, p. 240). Por ende, la completa longitud de estos troncos de árboles debe haber sido preservada muy rápidamente, lo cual sugiere, entonces, que las capas sedimentarias alrededor de estos deben haber sido depositadas rápidamente—posiblemente (e incluso probablemente) durante una catástrofe única. Como Paul Ackerman ha sugerido: “Estos constituyen una clase de reloj de tiempo congelado del pasado, indicando que terribles cosas ocurrieron—no en millones de años sino rápidamente” (1986, p. 84; vea también Morris, 1994, pp. 100-102; Wilson, 1997, 1:37-38).
Adicionalmente, los troncos de árboles no son los únicos representantes de los fósiles polistratos. En el estado de Oklahoma, el geólogo John Morris estudiaba las capas de la piedra caliza que contienen criaturas fosilizadas como-juncos conocidas como Calamites que oscilan de uno a seis pulgadas de diámetro. El Dr. Morris señaló: “Estas ‘cañas’ segmentadas fueron evidentemente bastante frágiles una vez muertas, ya que son usualmente encontradas en fragmentos diminutos. Obviamente, la piedra caliza no pudo haberlas acumulado lenta y gradualmente alrededor de un organismo todavía-creciente, sino deben haber sido muy rápidamente depositadas en una serie de eventos subacuáticos” (1994, p. 101).
A veces, incluso los cuerpos de animales forman fósiles polistratos (como el barbo en la Formación del Río Verde en Wyoming—vea Morris, 1994, p. 102). Pero probablemente el más famoso de todos los fósiles polistratos de animales fue aquella de una ballena de barbas descubierta en 1976. K.M. Reese, un escritor empleado por la revista científica revisada por colegas, Chemical y Engineering News (Noticias de Química e Ingeniería), reportó el hallazgo en gran detalle en la edición de octubre 11 de 1976 de esa publicación.
Los trabajadores en la división Dicalita de Grefco, Inc. han encontrado el esqueleto fósil de una ballena de barbas de algo de 10 a 12 millones de años de edad en las canteras de la tierra diatomácea de la compañía en Lompoc, California. Ellos han encontrado fósiles allí antes; de hecho, los operadores de la maquinaria han aprendido una buena lección acerca de estos y cuidadosamente anotan cualquier cosa que encuentran con el nombre del colector, la fecha, y el lugar exacto donde se encontró. Cada descubrimiento es entregado a Lawrence G. Barnes en el Museo de Historia Natural del Condado de Los Angeles. No obstante, la ballena es uno de los fósiles más grandes alguna vez recogido en alguna parte. Esta fue descubierta por el operador James Darrah y el Dr. Barnes está dirigiendo la excavación. La ballena está parada derecha en la cantera y está siendo expuesta gradualmente mientras la diatomita es extraída. Solamente la cabeza y una pequeña parte del cuerpo son visibles todavía. La ballena de barbas moderna tiene 80 a 90 pies de largo y tiene una cabeza de similar tamaño, indicando que el fósil puede tener cerca de 80 pies de largo (1976, 54[4]:40).
Sin embargo, la parte sorprendente de esta historia tiene que ver con la respuesta de la comunidad científica al reporte de Reese, y la carta posterior del Dr. Larry Helmick al editor concerniente al hallazgo. Lea lo que un evolucionista, Harvey Olney, escribió en una carta al editor—y ¡créalo si puede!
Dr. Helmick, ¡cómo se atreve a implicar que nuestros libros de textos de geología y teorías de uniformismo podrían estar posiblemente en lo incorrecto! Todo mundo sabe que los lechos de la tierra diatomácea son acumulados lentamente durante millones de años mientras que los esqueletos de las diatomeas lentamente se depositan en el fondo del océano. La ballena de barbas simplemente se paró sobre su cola por 100,000 años, descomponiéndose su esqueleto, mientras que la nevada diatomácea cubrió su armazón milímetro por milímetro. ¡Ciertamente usted no esperaría que científicos institucionales inteligentes e informados de esta época moderna regresen al punto de vista pasado de moda de nuestros antepasados sólo para explicar tales hallazgos! (1977, 55[12]:4, énfasis añadido).
Ahí lo tiene. En vez de aceptar los hechos sencillos como valor nominal y admitir que los procesos uniformistas y gradualistas simplemente no funcionan, se espera que nosotros creamos en cambio que una ballena muerta se paró sobre su cola—mientras se descomponía—cuando ¡millones de esqueletos de diatomeas diminutas le envolvían durante un periodo de 100,000 años! [Para un examen profundo del fósil de la ballena de barbas, vea Snelling, 1995].
N.A. Rupke fue el científico quien primero creó el término “fósiles polistratos”. Después de mencionar numerosos ejemplos de tales fósiles (1973, pp. 152-157), él escribió: “Hoy en día, la mayoría de geólogos defienden un proceso uniforme de sedimentación durante la historia de la tierra; pero sus puntos de vista son contradichos por los hechos claros” (p. 157, énfasis añadido). ¡Contradicho por los hechos claros en efecto! Los fósiles polistratos testifican en voz alta de una Tierra joven de la cual sus capas se formaron rápidamente—y ¡no mucho tiempo atrás! Árboles, juncos, barbos, ballenas, y los muchos otros organismos con los cuales el registro fósil abunda no murieron y yacieron alrededor por cientos, miles, o millones de años mientras que lentamente se convertían en fósiles polistratos. Tales fósiles proveen evidencia clara y convincente de que la Tierra es muy joven, no antigua como los evolucionistas insisten.
EL HIDRÓGENO EN EL UNIVERSO
El hidrógeno es constantemente convertido en helio por todo el Universo. Sin embargo, considerablemente el hidrógeno no puede ser producido en alguna cantidad apreciable a través de la conversión de otros elementos. Por ende, si el Universo fuera inmensamente antiguo, debería haber poco hidrógeno restante—ya que el hidrógeno rutinariamente es convertido en helio, y ya que esta conversión es un proceso de una vía.
No obstante, Don Fred Hoyle, eminente astrónomo/cosmólogo británico, ha anotado que “el universo consiste casi completamente de hidrógeno”. Por tanto, el Dr. Hoyle fue conducido a concluir: “¿Cómo entonces el universo consiste casi completamente de hidrógeno? Si la materia fuera infinitamente antigua, esto sería muy imposible. Así que nosotros podemos ver que el universo siendo lo que es, el tema de la creación simplemente no puede ser esquivada” (1960, p. 125, énfasis añadido).
A causa de la evidencia de hidrógeno en el Universo, el Dr. Hoyle desarrolló su hipótesis de la “creación continua”. Incluso el agnóstico Bertrand Russell reconoció la fuerza de esta clase de evidencia (que indicaba un Universo contingente), y admitió que la implicación clara era que la materia no pudo ser infinitamente antigua ya que el Cosmos debía tener un comienzo (1931, p. 122). La conclusión—ya que el Universo consiste principalmente de hidrógeno, y ya que no existe evidencia de alguna clase de génesis actual de hidrógeno—es que la concentración actual de hidrógeno habla elocuentemente de un Universo joven.
EL HELIO EN LA ATMÓSFERA
Otro tipo de cronómetro geofísico que indica una edad anómala joven de la Tierra es la acumulación de gases radiactivamente derivados en la atmósfera. El más importante de estos es el helio, el cual se deriva de la desintegración de uranio y torio en la corteza de la Tierra. Algo de este helio radiogénico escapa y encuentra su camino a la superficie de la Tierra, donde es añadido a la atmósfera. Sin embargo, ha sido reconocido por muchos años que no hay suficiente helio en la atmósfera para corresponder a: (a) la presunta edad de la Tierra; y (b) al índice de escape del helio dentro de la atmósfera de las rocas que forman la corteza de la Tierra. Los científicos han declarado que la atmósfera presente contiene 3.5 x 1015 gramos de helio, y que el índice de la formación de helio es 3 x 1011 gramos/año. Dadas estas cifras, la edad de la Tierra resulta ser alrededor de 10,000 años.
Para explicar esta dificultad, los científicos evolucionistas están forzados a asumir que el sobrante de helio generado en el pasado (el cual debería estar aquí, pero no lo está) “de alguna manera” logró escapar a velocidad, superó la gravedad de la Tierra, y simplemente salió de la atmósfera. Aunque, este escenario requiere que las temperaturas en la exosfera (la porción exterior de la atmósfera) sean extremadamente altas—entre 1800 y 2300 grados Celsius (vea Bates, 1957, p. 107). Como un autor comentó concerniente a estas temperaturas increíbles (y totalmente indocumentadas): “Algunos teorizantes encuentran las altas temperaturas mencionadas difíciles de aceptar” (Bates, p. 107). Esto es un eufemismo sutil, ya que ninguna evidencia independiente de tales temperaturas existe. En otras palabras, en vez de aceptar la conclusión obvia del contenido de helio de la atmósfera de que la edad de la Tierra debe ser relativamente joven, los científicos evolucionistas prefieren creer que las temperaturas de la exosfera debieron haber sido suficientemente altas para permitir que el helio escape—a pesar de cuán extremo este requerimiento pueda ser [NOTA: Para información adicional sobre el argumento del helio de la atmósfera, vea: Morris, 1974, pp. 150-151; Wysong, 1976, pp. 162-163].
CONCLUSIÓN
Existen muchos otros métodos que indican que la Tierra es muy joven. Las concentraciones de elementos y/o compuestos en los océanos (e.g.: uranio, sodio, níquel, cesio, potasio, cobre, aluminio, etc.) deberían ser mucho más grandes de lo que son si la Tierra fuera antigua. No obstante, de la manera como existen hoy en día, estas concentraciones sugieren un planeta muy joven. La existencia de gas natural bajo presión alta—en yacimientos de petróleo cubiertos por rocas porosas—provee una buena indicación de una Tierra joven. En su volumen clásico, Prehistory and Earth Models—La Prehistoria y los Patrones de la Tierra (1960), el científico premiado Melvin Cook reportó que, basado sobre las cantidades de gas natural a tales presiones, el más alto límite de la edad de la Tierra sería aproximadamente 10,000 años.
Otros ejemplos podrían ser listados, pero el hecho es que existe buena evidencia científica para indicar que la Tierra, en vez de tener billones de años de edad, tiene una edad mejor medida en solamente miles de años—justo como la Biblia enseña.
REFERENCIAS
Ackerman, Paul D. (1986), It’s A Young World After All (Grand Rapids, MI: Baker).
Bates, D.R. (1957), “Composition and Structure of the Atmosphere,” in The Earth and Its Atmosphere (New York: Basic Books).
Brand, Leonard (1997), Faith, Reason, & Earth History: A Paradigm of Earth and Biological Origins by Intelligent Design (Berrien Springs, MI: Andrews University Press).
Cook, Melvin (1960), Prehistory and Earth Models (London: Max Parish).
Hall, Marshall and Sandra (1974), The Truth: God or Evolution? (Grand Rapids, MI: Baker).
Helmick, Larry S. (1977), “Strange Phenomena,” [Letter to the Editor], Chemical and Engineering News, 55[4]:5, January 24.
Hoyle, Fred (1960), The Nature of the Universe (New York: Harper).
Lammerts, Walter, ed. (1971), Scientific Studies in Special Creation (Philadelphia, PA: Presbyterian and Reformed).
Morris, Henry M., ed. (1974), Scientific Creationism (San Diego, CA: Creation-Life Publishers).
Morris, John D. (1994), The Young Earth (Colorado Springs, CO: Master Books).
Morris, Henry M. and John D. Morris (1996), The Modern Creation Trilogy—[Volume 2] Science & Creation (Green Forest, AR: Master Books).
Olney, Harvey O. III (1977), “A Whale of a Tale” [Letter to the Editor], Chemical and Engineering News, 55[12]:4, March 21.
Pearl, Richard M. (1962), 1001 Questions about Earth Sciences (New York: Dodd and Mead).
Reese, K.M. (1976), “Workers Find Whale in Diatomaceous Earth Quarry,” Chemical and Engineering News, 54[4]:40, October 11.
Rupke, N.A. (1973), “Prolegomena to a Study of Cataclysmal Sedimentation,” Why Not Creation, ed. Walter E. Lammerts (Grand Rapids, MI: Baker).
Russell, Bertrand (1931), The Scientific Outlook (London: George Allen and Unwin).
Rybka, Theodore W. (1993), Geophysical and Astronomical Clocks (Irvine, CA: American Writing and Publishing).
Snelling, Andrew A. (1995), “The Whale Fossil in Diatomite, Lompoc, California,” Creation Ex Nihilo Technical Journal, 9[2]:244-258.
Wilson, Clifford (1997), The Bible Comes Alive (Green Forest, AR: New Leaf Press).
Wysong, R.L. (1976), The Creation/Evolution Controversy (East Lansing, MI: Inquiry Press).
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