La ciudad de Roma en la época apostólica era muy pequeña en relación con la gran urbe de hoy en día, quizás no estuviera poblada por más de 250.000 almas. Las ciudades del Imperio Romano eran muy pequeñas en comparación a las de ahora. En ese tiempo vivía mucha menos gente que hoy en día, como todo el mundo sabe. Esta es la razón por la cual, cuando en la época de los apóstoles, la gente se convertía a Cristo en una ciudad, el apóstol Pablo, o alguno de sus colaboradores, como por ejemplo Tito, ordenaba a un obispo, llamado también, presbítero (Ti. 1: 5).
Este obispo en realidad era un pastor o anciano, el cual se rodeaba de otros ancianos o presbíteros, nombrados también por el apóstol o sus ayudantes (Hchs. 14: 23; Tito 1: 5) y constituían el gobierno de esa iglesia local que se acababa de levantar en esa ciudad.
No obstante en cuanto a Roma, cuando Pablo escribe su Epístola a los Romanos, es decir, a los cristianos de la capital del Imperio, y eso fue hacia el año 55 d.C., no existía, en realidad en ese tiempo una iglesia constituida como tal, sino un grupito de creyentes que se reunían por las casas. En la misma epístola en cuestión, Pablo lo resalta cuando les envía su salutación. En ella, no se dirige a la iglesia de Roma, sino que se dirige “a todos los que estáis en Roma...” (Romanos 1: 7).
Así que, hacia algo más de la mitad del primer siglo de nuestra era, ni siquiera había en Roma una iglesia organizada, sino grupitos de creyentes diseminados. Es difícil entonces imaginar la figura de un obispo en esas circunstancias. Precisamente, Pablo les escribe explicándoles la intención que tenía de ir a verlos para congregarlos y darles a conocer más sobre el Evangelio en el cual habían creído (ver Romanos 1: 9-13).
Tendrían que pasar algunos años hasta que se formara una iglesia como tal en Roma de todos esos grupos de creyentes dispersos. Cuando Pablo escribió su Segunda Epístola a Timoteo entre los años 65 al 68 d. C, leemos en 4: 21 de ciertos cristianos destacados de Roma: Eubulo, Pudente, Lino y Claudia. Evidentemente, en ese tiempo la iglesia cristiana en Roma estaba en marcha. Eusebio de Cesarea en su obra “Historia Eclesiástica”, nos dice que Lino fue el primer obispo de Roma. Entendiendo que eso fue así, esto no hace de Lino el segundo papa, así como Pedro tampoco fue el primero. Sencillamente Lino fue el primer anciano de la iglesia que se encontraba en la ciudad de Roma. Lino tenía tanta responsabilidad pastoral como cualquier otro pastor de cualquier iglesia cristiana evangélica actual que ande en el temor de Dios.