Hermano HAAZ y demás foristas: Proseguimos con este símil del siervo
malo de Mateo 24:48-51:
-Es posible que alguno de ustedes se pregunte (aunque no lo diga aún):
-¿De dónde sacó Vd. que quienes fuimos salvos por gracia, justificados por la fe, renacidos por el Espíritu y redimidos por la sangre del Señor
Jesús, estemos aún expuestos a algún tipo de castigo correctivo?
Primera respuesta: -¿Y de dónde sacó usted que no?
Segunda respuesta: - Abundantes pasajes bíblicos nos confirman que la salvación que del Señor hemos recibido, cierta, segura y eterna, nos ha
librado de una vez y para siempre del juicio y condenación que por nuestros pecados merecíamos. Y abundantes pasajes bíblicos nos confirman también que Dios nos trata como un padre que disciplina, y
que su reprensión y castigo está motivado por el amor que nos tiene, siendo su benignidad la que nos guía al arrepentimiento (de los pecados
y desobediencias después de convertidos; véase Heb. 12:5-11; Ap.3:19; Rom.2:4, entre otros pasajes)
A ésto alguien podría replicar: -¡Ah! Pero esos textos se aplican a nuestra vida actual; no dice que el Señor nos dará ese trato después de la muerte o de Su venida.
-¡Por supuesto! Pero tampoco dicen esos u otros textos que la relación
Padre-hijos cese cuando ya estemos en Su presencia, o que Dios esté obligado por alguna especial promesa que desconocemos, a admitirnos al pleno disfrute del hogar celestial, fuese cual fuese el estado en que la muerte o el rapto nos sorprendan.
Nada hay en las Escrituras que siquiera nos sugiera que el solo tránsito
a la eternidad provoque la instantánea santificación de los hijos de Dios. Nada en el espacio o el tiempo tiene la virtud de limpiar los pecados, sino solamente la sangre del Señor Jesucristo. Pero para ello es igualmente necesario el arrepentimiento y confesión de los pecados.
El sacrificio de Cristo en la cruz como nuestro substituto, provee la
propiciación de todos nuestros pecados en su sangre, pero no se hace
efectiva la limpieza de todas nuestras maldades hasta que, arrepentidos,
las confesamos a Dios. Cuando nos convertimos, era prácticamente imposible el arrepentimiento y confesión de todos y cada uno de nuestros pecados que habíamos cometido. Así que no fuimos al Señor
rememorándolos individualmente, sino más bien confesando nuestra
vida de pecado, incredulidad y desobediencia. Siendo ya creyentes,
cuando pecamos tenemos una sensibilidad espiritual que lo registra,
ya que el corazón nos reprende, la conciencia nos acusa y el Espíritu en
nosotros se contrista. Ese es el momento para el arrepentimiento, la
confesión y la limpieza en la sangre de Cristo.
Puede ocurrir también en la vida del creyente, que su descuido de esta
práctica lo lleve gradualmente a una condición tal que el Espíritu es
apagado, el corazón endurecido y entenebrecido, y la conciencia cauterizada, de modo que cuando peca ni cuenta se da. Al ser despertado a su realidad espiritual y volverse de corazón al Señor, no
podrá forzar su conciencia sino apenas su memoria si quisiera confesar
todos sus muchos pecados. Así que, tal como hizo cuando su conversión, ahora en su restauración a la comunión con el Señor,
realmente arrepentido confesará su apostasía, desobediencia y pecado,
y la sangre de Jesucristo le limpiará de toda maldad.
No nos es necesario forzar nuestra imaginación, especulando con la ocasión en que deba operarse esta limpieza en los que mueren con sus
pecados inconfesados y sus asuntos sin arreglar; sólo digo que es inconcebible suponer que podamos llevarlos con nosotros por la
eternidad.
Toda la Palabra de Dios es fiel y verdadera, y cuando ella nos dice que
"la santidad, sin la cual nadie verá al Señor" (Heb.12:14) o que en la
Jerusalem celestial "no entrará en ella ninguna cosa impura o que haga
abominación y mentira" (Ap.21:27), es porque así será, y en algún momento previo tendrán que arrepentirse y ser perdonados de sus impurezas, abominaciones y mentiras, cuantos están inscritos en el
libro de la vida del Cordero.
En el próximo aporte, si Dios quiere, terminaré con la aplicación de
este símil a nuestra realidad presente, en expectativa del regreso de
nuestro Señor.
Dios te bendiga hermano HAAZ e igualmente a todos.
Ricardo.