He encontrado este interesante artículo sobre el escrito de Oriana Fallaci, y aquí os lo adjunto:
http://www.elmundo.es/2001/10/17/mundo/1060235.html
PRIMER PLANO
Oídos los críticos, Oriana tiene razón
Por Giovanni Sartori
Oriana Fallaci no está sola. A romper una lanza en pos de su polémico artículo llega ahora este alegato publicado en Corriere Della Sera por el politólogo italiano Giovanni Sartori, profesor de Ciencia Política en la Universidad de Florencia.
Para el autor de obras como Homo videns o La sociedad multiétnica, ampliamente traducida en España, las críticas a la periodista se amparan en un «tercermundismo políticamente correcto». «Afirmar que el problema del terrorismo no se resuelve matando a los terroristas es como afirmar que el problema de la criminalidad no se resuelve deteniendo y condenando a los criminales. Es cierto, pero ¿cuál es la alternativa?», se pregunta Sartori. Después de criticar a Edward Said y a la intelectualidad italiana que salió a la palestra a reprender a Fallaci tras los atentados del 11 de Septiembre, el profesor lanza su diatriba: «Nunca es lícito comparar la violencia del que empieza con la del atacado. Alguien me dispara. Yo respondo, disparando».
Oriana Fallaci es florentina. Al igual que Tiziano Terzani. Y Dacia Maraini lo es a mitad (por parte de padre, Fosco Maraini). Si en el debate entro también yo, dado que también lo soy, todos juntos hacemos casi un pleno. Y es que los florentinos somos gente amiga de las batallas dialécticas y de las disputas.
Dacia Maraini comienza su artículo (Corriere del 29/9) con un «Querida Oriana». Se ve claramente que es sólo a mitad florentina. Porque ese comienzo es turinés: falso y cortés. Ese encabezamiento no es válido. Y de hecho, en el párrafo siguiente la querida Maraini declara a la querida Fallaci que «la admiración por tu valentía se transformó pronto en alarma por tu inconsciencia». Para una mujer de aspecto amable y de elegantes modales, es una forma de comenzar realmente seca. Al menos, Tiziano Terzani (Corriere del 8/10) comienza con un «Oriana», y basta, sin cariñitos ni falsa cortesía. El tratamiento justo para un Terzani que escribe así: «En tus palabras parece haber muerto lo mejor de la cabeza humana, la razón, y lo mejor del corazón, la compasión». Con este añadido: «Me inquieta el que tu brillante lección de intolerancia influya en tantos jóvenes». Para una persona de semblante orientalizante (y, se supone, que de religión contemplativa) esta forma de comenzar no suele ser habitual. Debe ser la llamada de la selva, el retorno del fuego florentino.
LA DUDA
No digo nada nuevo si sostengo que todos nosotros leemos selectivamente y con anteojos. Pero esta vez, la distancia selectiva de las lecturas ha sido realmente enorme, como intentaré demostrar en el debate. Un debate del que se saca la conclusión que anticipo de que Oriana Fallaci debe tener razón, dado que sus adversarios se equivocan profusamente. Y eso que, al principio, me dejé encantar por la flauta de Terzani y por su afirmación de que «dudar es una función esencial del pensamiento, la duda es la base de nuestra cultura». El odio es la base de la cultura de Hamlet. Descartes no escribía «dudo luego soy», sino «cogito ergo sum». La duda habrá, pues, que insertarla en el cogito, en el pensamiento. Y la duda de Terzani, como veremos, no es un pensamiento.
Umberto Eco dice en la Repubblica que a él lo que le preocupa son «los jóvenes, porque los viejos ya no cambian de forma de pensar». Siento curiosidad por saber en qué categoría se coloca a sí mismo Eco, si se coloca entre los viejos o no. En cualquier caso, lo sé de mí mismo: para los jóvenes soy un extraviejo. Lo que no quita sorpresa, sorpresa que mi mente hierva de cambios en mi forma de pensar.
En el 68 escribía precisamente en el Corriere que la llamada revolución estudiantil preparaba el advenimiento de la asnocracia, es decir del triunfo de los asnos. Lo que me obligaba a ver, en mi cabeza, con poco optimismo la evolución de la democracia. Justo después de la caída del Muro de Berlín señalaba que «la democracia sin enemigo» era mucho más difícil de gestionar que la democracia amenazada por un enemigo. Lo cual me inducía a reorientar mi cabeza hacia este nuevo problema. Y dado que ya en los años setenta escribía sobre la altísima vulnerabilidad de la sociedad tecnológica, el 11 de Septiembre no me pilló del todo por sorpresa. E inmediatamente me dije: esto es Hiroshima Dos. Esto es algo inédito y algo inédito todavía más terrible que Hiroshima Uno. Porque, en 1945, había una guerra y se sabía con certeza que la rendición (de Japón) ponía fin también a los bombardeos atómicos americanos. Hoy, los confines entre guerra y paz se han diluido y ya nada detiene nada. La pulverización de las dos torres de Manhattan prefigura un horripilante escenario de «bombas atómicas de la paz» (por así decirlo) que nos pueden caer encima todos los días y masacrarnos a ciegas.
De ahí que, desde hace un mes, esté reorganizando bien o mal mi cabeza, que intenta comprender y hacer frente a una novísima (amén de horrible) realidad. En cambio, para Maraini y Terzani parece que no pasó nada nuevo. En ambos se nota lo dejà vu de siempre y las cantinelas mil veces repetidas. Serán jóvenes, ciertamente más jóvenes que yo, pero, según el criterio de Umberto Eco, sus cabezas son ya muy viejas.
Dacia Maraini es una excelente escritora, cuyas novelas leo siempre con placer. Pero en su disertación ético-política vuelvo a encontrar los acostumbrados lugares comunes del tercermundismo políticamente correcto.
Tiziano Terzani ha escrito sobre Asia con finura y maestría, pero cuando cita, como recetas de salvación, a San Francisco de Asís, Ghandi y, después, a varios kilómetros de distancia, al padre Balducci y a mi colega (en la Columbia University) Edward Said, no hace más que acumular despropósitos.
Personalmente, prefiero los dominicos a los franciscanos. Concedo que El Cántico del Hermano Sol es un texto de un candor conmovedor. Pero dicho candor no puede ser transferido de una época realmente primitiva a la era supercomplicada del tercer milenio. Ghandi, por su parte, tenía que vérselas con los ingleses, pero nosotros no tenemos nada que ver con Ghandi. ¿Y el padre Balducci? Pocos saben quién es. Pero, en Florencia, en los años en los que el padre Balducci fascinaba a todo el mundo (por lo que parece, también a Terzani), yo estaba allí. Y recuerdo un debate en el que atacó sin miramientos al Papa por obligar al que esto suscribe, un laico bastante montaraz, a hacer el papófilo. ¡Qué personaje el padre Balducci! Pero peor es todavía el sombrío Edward Said, que escribe bien, pero razona fatal. El hecho de que Said sea palestino lo legitima en su ser propalestino. Pero no tengo conciencia de que Said haya condenado jamás a sus hombres-bomba y existe una fotografía que le pilló, en la franja de Gaza, lanzando una piedra intifádica contra los israelitas. ¿Será uno de los partidarios de los «campos de comprensión en vez de los campos de batalla»? On aura tout vu, lo que hay que ver (y oír).
ELOGIO DEL «KAMIZAKE»
Terzani escribe: «A ti, Oriana, los kamikazes no te interesan. A mí, mucho, en cambio». Tras lo cual cita a los japoneses que dieron origen al nombre, a los tigres tamiles y a los palestinos de Hamas. También en esto, Terzani es demasiado viejo, como diría Eco, para darse cuenta de que los kamikazes de Nueva York son animales totalmente diferentes de los que él está estudiando todavía.
Los, digamos, kamikazes a la antigua usanza se inmolan por su patria, son locales. Su causa es concreta y circunscrita. Los suicidas de Nueva York y del Pentágono, y los que seguirán su estela, son globales y su patria es el Corán y su fe religiosa. No luchan por su madre patria, por la patria en la que nacieron, sino por un mundo islamizado que combate y castiga a los infieles. ¡Toda una diferencia, que, sin embargo a Terzani se le escapa!
Y, además, prosigue así su discurso: «No se trata de justificar ni de condonar, sino de entender. Se trata de entender, porque estoy convencido de que el problema del terrorismo no se resuelve matando a los terroristas, sino eliminado las razones que les convierten en tales». Bellas y santas palabras, pero sólo santas y bellas. Afirmar que el problema del terrorismo no se resuelve matando a los terroristas es como afirmar que el problema de la criminalidad no se resuelve deteniendo y condenando a los criminales. Y es cierto, pero ¿cuál es la alternativa? ¿Eliminar las cárceles y enviar a los criminales a un colegio Terzani en el que puedan ser estudiados y comprendidos? Si Terzani se ocupa de ellos, yo estoy de acuerdo. Que me dé su dirección y yo propondré que las cárceles sean abolidas y que sus inquilinos se vayan a reunir con él a su refugio del Himalaya. El verá lo que hace con ellos.
Hablando en serio, el problema es que el terrorismo debe ser explicado por las razones que lo motivan. Pero Terzani lo explica asegurando que el ataque a las Torres Gemelas «no es ciertamente el acto de una guerra de religión de los extremistas musulmanes». Para una persona que comienza declarando que no tiene certezas y que, para él, nuestra civilización es la civilización de la duda, esta afirmación es una aseveración que desentona por lo tajante. Y además, es infundada. Porque Terzani la sostiene citando a un colega americano que no es ninguna eminencia especial (uno entre cien mil) para el que «los asesinos suicidas del 11 de Septiembre no atacaron a América, sino a la política exterior americana», culpable, entre otras cosas, de haber mantenido, a pesar del final de la Guerra Fría, «cerca de 800 instalaciones militares en el mundo». Son realmente formidables estos fundamentalistas entrenados por Bin Laden. Sabían, saben cosas que ni siquiera yo sé. Me arrepiento. Tras lo cual paso a declarar que se trata de una explicación ridícula. Como ya he dicho, el que piensa así es porque no piensa.
Terzani observa que «si a la violencia del ataque contra las Torres Gemelas respondemos con más violencia todavía... a nuestra respuesta violenta le seguirán otros ataques suyos más violentos y así sucesivamente». Es cierto que la violencia llama a la violencia. Pero nunca es lícito comparar la violencia del que empieza con la violencia del que se defiende. Alguien me dispara. Yo le respondo, disparando. ¿Es lo mismo? ¿Sufrir la violencia y, sin reaccionar, detener la violencia? Nunca ha pasado algo así. Y estoy completamente seguro de que no pasará con el terrorismo islámico.
A propósito, ¿quiénes son los terroristas? ¿Cuáles son sus características? Y por lo tanto, ¿cómo tenemos que definirlos? Tras haber mencionado a los kamikazes japoneses, a los tamiles y a los palestinos de Hamas, Terzani descubre sus cartas: tenemos que aceptar declarar que también el presidente de la Union Carbide (al que se le reclama por la explosión de la fábrica química de Bhopal, en la India, en 1984) sea declarado terrorista. ¿Y por qué tenemos que aceptar que «para otros» (Terzani no se descubre y no dice si se incluye entre esos otros, pero sospecho que sí) el terrorista «pueda ser el empresario que llega a un país pobre del Tercer Mundo», para hacer, como hace, sus sucios negocios? Terzani se da cuenta de que ha ido demasiado lejos y echa el freno. Esto, advierte, «no es relativismo. Sólo quiero decir que el terrorismo como forma de utilizar la violencia puede expresarse de varias formas, incluso a veces económicas». Y realmente, no se trata de relativismo, sino de cacao mental, incapacidad de distinguir e incapacidad de utilizar (como prescribe Descartes) ideas claras y distintas. Y da risa que Terzani se lance a atacar a Oriana Fallaci acusándola de atentar contra «lo mejor de la cabeza humana, la razón». Porque es precisamente él el que se está metiendo un autogol. ¿O es que Union Carbide es como (casi como) Al Qaeda y Gianni Agnelli como (o casi como) Bin Laden? Siguiendo esta lógica, Terzani también sería un terrorista, porque «utiliza violencia» para con la lógica. El asunto es que el terrorismo no puede ser definido sólo como «una forma de utilizar la violencia». Así definido, todo es terrorismo y, por eso mismo (como advierte Mario Pirani), nada es terrorismo. Pero para el que razona y para el que saber razonar estas disquisiciones son puras memeces.
EVOCAR AL PAPA
Paso a Dacia Maraini, que, incluso, apela al Papa: «En el momento en que todos, desde el Papa al presidente de Estados Unidos, intentan distinguir entre Islam y terrorismo, tú la tomas con el que no está dispuesto a lanzarse a una guerra de religión. Para ti, quien distingue entre terrorismo e Islam es un hipócrita y un jodido intelectual. Con este criterio, incluso el Papa sería un hipócrita». ¿Era necesario llegar a un enfrentamiento a golpes bajos, a golpes de Papa? Releamos juntos el texto incriminado, que reza así: «Estamos ante una guerra de religión, quizás querida y declarada sólo por una franja de aquella religión, pero en cualquier caso una guerra de religión». Es cierto que, a nivel diplomático, tenemos que ser prudentes y disimular. Pero Galli della Loggia (Corriere del 4/10) explicó extraordinariamente bien que la prudencia diplomática es una cosa y la verdad de los hechos, otra. Y el hecho es que la hostilidad de los llamados Estados árabes moderados hacia el terrorismo «no nace de su supuesta moderación, sino del miedo al radicalismo militante».
De hecho, los gobiernos en cuestión no son capaces de «traducir su miedo al extremismo en una batalla ideológico-cultural a favor de una versión moderada del Islam... De la sociedad del llamado frente moderado nunca ha venido una condena explícita de la sentencia de muerte de los mulás iraníes contra Salman Rushdie, de las penas degradantes e inhumanas o de las bestiales persecuciones contra los cristianos de Sudán...». El hecho es, pues, que el fanatismo fundamentalista no puede ser discutido en ningún Estado musulmán «porque eso equivaldría a cuestionar públicamente el Corán». Así de claro.
¿Cuál habría sido, pues, el terrible y vergonzoso error de Oriana Fallaci? Probablemente, el haber utilizado el «quizás». Tendría que haber dicho: estamos ante una guerra de religión querida y declarada sólo por una franja de aquella religión. De ahí que no parezca plausible que la ira de Dacia Maraini haya explotado por tan poco. ¿Podría, pues, haberse desencadenado por el ataque de Oriana Fallaci a una Italia «estúpida, bellaca...imbécil y sin alma»? No me gustaría pensar que Dacia Maraini se haya sentido incluida en dicho retrato. Sería un pecado.
En cualquier caso, aquí me interesa la Dacia Maraini que nos alecciona sobre la forma en la que se pueden o no se pueden comparar las culturas y/o las civilizaciones. Su ataque es el siguiente: Tú (Oriana) «sostienes con impaciencia que ni siquiera quieres oír hablar de dos culturas, porque sería tanto como colocarlas en el mismo plano... Y te lanzas como un ciclón a hacer lo que cualquiera que tenga una pizca de sentido común te diría que no hicieses: una comparación entre civilizaciones». A ver si nos entendemos, ¿estamos hablando de culturas o de civilizaciones? Dacia Maraini confunde evidentemente las dos cosas, lo que, como veremos, es una grave «falacia».
Pero, antes, sigamos citando: «No se necesita haber estudiado antropología para saber que toda confrontación entre culturas es insensata. Dado que la civilización está en movimiento...escapa al concepto de bien y de mal. Toda cultura...vive de valores, de reglas...que jamás pueden ser despreciadas, por ninguna razón». Y concluye: «Dejemos en paz el discurso sobre la civilización. Tras milenios de odios y de guerras hemos tenido que haber aprendido por lo menos que el dolor no tiene bandera».
Evidentemente, el dolor no tiene bandera. Las lágrimas son todas iguales. ¿Pero qué tiene que ver la civilización con esta bella frase? Tiene algo que ver si tenemos en cuenta que éstas son máximas de la alta civilización (que no son compartidas, en este caso concreto, por la «baja civilización» del que se alegra por la matanza de Manhattan). ¿Pero por qué tenemos que abandonar el discurso sobre la civilización para descubrir que el dolor no tiene banderas? Se me escapa la relación. Y se me escapa porque no la hay. Y temo que toda la argumentación de Dacia Maraini sea de esta misma textura.
El problema, como ya dije, es que Dacia Maraini no distingue, no sabe distinguir entre cultura y civilización. Entre otras cosas, porque su única pieza de apoyo es la antropología cultural (la antropología sin adjetivos es otra cosa). Y la antropología cultural no tiene como concepto fundante la categoría de civilización. Lévy-Bruhl y los demás padres fundadores de la disciplina exploraron la «mentalidad primitiva» y su distancia-diferencia de la nuestra (y de nuestra lógica). Y si yo me travistiese de antropólogo cultural estaría dispuesto a sostener que los antropófagos que comen a los enemigos que matan son mucho más «racionales» que los que no lo hacen.
¿QUE CIVILIZACION?
Y si no lo sostengo, es porque mi sensibilidad ética se adscribe a otra civilización. Eso es, civilización. Pero también sobre este punto tenemos que entendernos. Si defiendo, como defiendo, la civilización occidental no lo hago en sede estética y menos religiosa. La arquitectura, la literatura y el arte de muchas civilizaciones no occidentales son, a mi juicio, de extraordinaria belleza. Y si tuviese que elegir entre una religión, me pasaría al budismo (aunque me sienta atraído por la nitidez y por la moderación del sintoísmo).
Por lo tanto y volviendo a la cuestión, ¿cuál es la civilización que defiendo y de la que ni Maraini ni Terzani parecen sentirse muy satisfechos? Es la civilización en la acepción ético-política del concepto. Es la civilización que consiguió más que ninguna otra sí, en comparación con cualquier otra, la «buena ciudad», la ciudad política más humana, más vivible, más libre y más abierta que cualquier otra. ¿Se trata de una equiparación «insensata»? Esa es una tesis que dejo en manos de los insensatos que la sostienen.
Terzani escribe que la intolerancia de Oriana le inquieta. Confieso que a mí me inquieta mucho más la ceguera del que goza de una buena vida (ético-política) y que no ve, porque no sabe ver, los contrastes.
Para Oriana Fallaci, «si se hunde América, se hunde Europa, se hunde Occidente y nos hundimos todos. Blair lo ha entendido...». Está claro que Terzani y Maraini, no. Por eso estoy realmente preocupado.
Traducción de José Manuel Vidal.
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Saludos
Homer
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