SEGUNDA CARTA DE CIRILO A NESTORIO
Cirilo saluda en el Señor al piadosísimo y muy amado de Dios Nestorio, su colega.
He sabido que algunos tratan con vanos esfuerzos denostar mi buen nombre ante tu Reverencia – y ello con frecuencia – sobre todo con ocasión de reuniones de personas muy visibles. Tal vez pensando además acariciar tus oídos, esparcen voces descontroladas.
Son personas que de ninguna manera he ofendido, les he reprendido en la debida manera: a uno, porque trataba injustamente a ciegos y menesterosos; a otro, porque había empuñado la espada contra su propia madre; a otro más, porque con su sirvienta había robado el oro de otros, y tenía una fama que nadie supondría ni siquiera a su mayor enemigo. Del resto, no pretendo interesarme demasiado, porque no parece bien que extienda la medida de mi pequeñez sobre mi señor y maestro ni sobre los padres: pero en realidad no es posible evitar la estulticia de los malvados, se viva como se viva. Aquellos que, sin embargo, tienen la boca llena de amargura y maledicencia, deberán rendir cuenta al juez de todos, yo, en cambio, volviendo a aquello que estimo más importante, te amonesto también ahora, como hermano en Cristo, para que expongas la doctrina y el pensamiento sobare la fe del pueblo con toda cautela y prudencia, para que reflexiones que aquello que escandaliza a uno de los pequeños que creen en Cristo , suscita la insoportable indignación (de Dios). Si por lo demás los que han sido hubieran sido una multitud, ¿no deberíamos tal vez usarte para con prudencia evitar los escándalos y presentar rectamente una sana exposición de la fe a aquel que busca la verdad? Esto ocurrirá de la mejor manera si leyendo las obras de los santos padres, buscamos apreciarlas mucho, y examinándolas nosotros mismos, si estamos en la fe verdadera y conforme a las Escrituras , adecuamos perfectamente nuestro modo de ver su pensamiento recto e irreprensible.
Dice, entonces, el santo y magno concilio (de Nicea) que el mismo Hijo unigénito, generado según la naturaleza por Dios Padre, Dios verdadero nacido de Dios verdadero, luz que viene de la luz, aquel por medio del cual el Padre ha hecho todas las cosas, descendió y se hizo carne, se hizo hombre, sufrió, fue resucitado al tercer día, subió al cielo. También nosotros debemos atenernos a estas palabras y a estas enseñanzas, reflexionando bien qué significa que el Verbo de Dios se ha encarnado hecho hombre. No decimos, en verdad, que la naturaleza del verbo se haya encarnado, transformándose, ni que se transformó en un hombre, compuesto de alma y cuerpo. Decimos más bien que el Verbo, uniéndose hipostásicamente a una carne animada por un alma racional, se hizo hombre de un modo inefable e incomprensible y se ha llamado hijo del hombre, no asumiendo sólo la voluntad, o ni siquiera sólo la persona. Son diversas las naturalezas que se unen, pero uno sólo el Cristo e Hijo que resulta, sin que esta unidad anule las diferencias de las naturalezas, sino más bien que la divinidad y la humanidad forman un solo Cristo e Hijo, que resulta de ambas, con arcana unión y en unidad. Así se puede afirmar que, aun existiendo antes de los siglos, y siendo generado por el Padre. Él ha sido generado también según la carne por una mujer, pero esto no significa que su naturaleza divina haya tenido inicio en las santa Virgen, ni que esa requiriera un segundo nacimiento después de aquel originado en el Padre (además sería sin motivo, incluso tonto, decir que aquel que existía antes de todos los siglos y que es coeterno con el padre, tengas necesidad, para existir, de una segunda generación, pero dado que por nosotros y por nuestra salvación, ha asumido la naturaleza humana en unidad de persona, y nación de una< mujer, así se dice que nació según la carne. (No debemos pensar), en realidad, que primero haya sido generado un hombre cualquiera de la Santa Virgen y que después haya descendido sobre él el Verbo; sino que, al revés, Una única realidad, desde el seno de la madre, nacida según la carne, aceptando el nacimiento de la propia carne.
Así, decimos que ha sufrido y resucitado, no que el Verbo de Dios haya sufrido en su propia naturaleza, los golpes, las llagas de los clavos, y las otras heridas (la divinidad, de hecho no puede sufrir, porque carece de cuerpo), pero, como estas cosas las ha soportado aquel cuerpo que llegó a ser suyo, se dice que sufrió por nosotros, en verdad, aquel que no podía sufrir, estaba en el cuerpo que sufría. De la misma forma explicamos su muerte. Ciertamente, el Verbo de Dios, según su naturaleza, es inmortal, incorruptible, vida, dador de la vida; pero de nuevo, dado que el cuerpo que él asumió, por la gracia de Dios, como dice Pablo , ha gustado la muerte por cada uno de nosotros, se dice que sufrió la muerte por nosotros. O que Él haya probado la muerte en lo que atañe a su naturaleza (sería tonto pensarlo o decir así), sino que como se ha dicho, su carne ha probado la muerte. Así también, resucitado su cuerpo, hablamos de la resurrección del Verbo; no porque haya estado sometido a la corrupción, - no se diga esto jamás – sino porque ha resucitado su cuerpo. Del mismo modo, confesaremos un solo Cristo, un solo Señor, no adoraremos conjuntamente al Verbo y al hombre, con el riesgo de introducir un comienzo de división diciendo conjuntamente, sino que adoramos un único y mismo (Cristo), porque su cuerpo no es extraño al Verbo, aquel cuerpo con el cual se sienta junto al Padre; y ciertamente no hay dos hijos para sentarse junto al Padre, sino uno, con la propia carne, en su unidad. Si rechazamos la unidad de las personas, por imposible o indigna del Verbo, llegamos a decir que hay dos Hijos, es necesario definir bien cada cosa, y decir que el hombre ha sido honrado con el título de hijo (de Dios), y que, por otra parte, el Verbo de Dios tiene la realidad y el nombre de la filiación. NO debemos entonces dividir en dos hijos el único Señor Jesucristo. Ello no convendría de modo alguno a la fe, aunque algunos hablen de unión de las personas, porque no dice la Escritura que el Verbo de Dios se haya unido a la persona de un hombre, sino que se hizo carne . Ahora que elk Verbo se haya hecho carne no es otra cosa sino que se hizo, como nosotros, partícipe de la carne y la sangre , hizo propio nuestro cuerpo, y fue, como hombre, generado por una mujer, sin perder la divinidad o el ser nacido del Padre, sino permaneciendo, aun en la asunción de la carne, aquello que Él era.
Esto por doquier lo afirma la fe ortodoxa, esto encontramos en los santos padres. Por ello no dudaron en llamar a la santa Virgen Madre de Dios, no ciertamente porque la naturaleza del Verbo o su divinidad hubiesen tenido origen en la santa Virgen, sino, que se dice que el Verbo nació según la carne, porque nació de ella el cuerpo santo dotado de alma racional al cual está sustancialmente unido.
También ahora escribo estas cosas movido por el amor a Cristo, exhortándote como a un hermano, conjurándote frente a Dios y a sus ángeles elegidos, que quieras creer y enseñar con nosotros estas verdades, para que se salve la paz de la iglesia, y permanezca indisoluble el vínculo de la concordia y de la caridad entre los sacerdotes de Dios.
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