Los agujeros negros del 11-M
Los agujeros negros del 11-M
Los agujeros negros del 11-M
Una versión policial repleta de incongruencias
Han pasado ya 38 días desde los trágicos acontecimientos del 11-M. Un tiempo prudencial como para que, dejando a un lado los inevitables impulsos emocionales que provocaron los atentados, reflexionemos sobre los datos revelados hasta ahora por los investigadores y, ante todo, sobre nuevos elementos que ponen en duda muchas de sus conclusiones. EL MUNDO ha conversado, durante este tiempo, con fuentes de los distintos cuerpos de seguridad del Estado, testigos cercanos a los detenidos y analistas de varias embajadas para elaborar un laborioso puzzle que abre horizontes inquietantes. En los días previos a las elecciones se preparaban, en secreto, golpes de mano espectaculares contra la cúpula de ETA. Durante el 11-M, y en los días posteriores, se manipularon informaciones, se desviaron pistas, se ocultaron datos vitales para el esclarecimiento de los hechos. Son los agujeros negros de unas jornadas que cambiaron, de una forma drástica e imprevisible, el rumbo político del país. Las flagrantes incongruencias de lo que hasta ahora se ha conocido deben dejar paso a la exigencia ineludible de que se llegue hasta el fondo de la verdad de todo lo que sucedió.
El 10 de marzo, miércoles, el Gobierno de José María Aznar está muy tranquilo. Sabe por todas las encuestas que cuatro días después va a ganar las elecciones. El propio Felipe González lo declara en un círculo de íntimos esa misma tarde: «No tendrán la mayoría absoluta, pero van a ganar las elecciones».
Al presidente le tienen preparado un regalo de fin de curso. Sus colaboradores más próximos saben que para él, la lucha contra ETA ha sido uno de los ejes centrales de su actuación. Por eso, las Fuerzas de Seguridad le van a dar una gran satisfacción que a la vez servirá como una última catapulta electoral para arrasar en los comicios: la captura, de golpe, de toda la cúpula de la banda y de prácticamente todos sus comandos operativos conocidos. Aznar podrá así, dentro de su último mandato y por un margen de un par de días, cumplir con una de sus promesas más solemnes: acabar con el grueso de la organización terrorista.
Se ha elegido cuidadosamente la fecha del gran golpe: la noche del viernes 12 de marzo, justo en el momento en que el país abandona la campaña electoral para sumergirse en la jornada de reflexión. Los agentes de campo están cada uno en su puesto vigilando a los terroristas. El secreto de la operación es absoluto. Las Fuerzas de Seguridad han trasladado al Gobierno, en las últimas semanas, su preocupación al considerar que ETA puede intentar un atentado salvaje que irrumpa de forma determinante en la campaña electoral. En este sentido, se han analizado hasta la saciedad los intentos de la banda por volar trenes en la estación madrileña de Chamartín coincidiendo con la tarde de la Nochebuena última.
Hay detalles de Inteligencia que indican que es muy posible la utilización de mochilas. Los dos jóvenes capturados en una carretera comarcal de Cuenca con una furgoneta en la que transportaban 500 kilogramos de explosivos, Irkus Badillo y Gorka Vidal, han declarado que ETA les había ordenado la colocación en la estación de esquí de Baqueira Beret, en las últimas Navidades, de 12 bolsas y mochilas con explosivos para que explotaran de una forma coordinada.Tras observar el terreno desistieron de la acción.
Todos han dado por supuesto que la Guardia Civil está detrás de la captura en una operación de seguimiento de la furgoneta desde Francia, pero no es cierto. Aunque parezca imposible, ha sido una detención casual. Eso quiere decir que no tienen a los nuevos comandos jóvenes tan controlados como creían. ¿Para qué pueden querer 500 kilos de explosivos en Madrid el 28 de febrero si no es para destrozar las elecciones?
TELEFONOS MOVILES
También les preocupan los teléfonos móviles. En la estación de San Sebastián, los servicios especiales de la Guardia Civil habían encontrado semanas antes lo que calificaron como una bomba cebo. No se trataba de una trampa destinada a destrozar a quienes intentaran desactivarla. Por el contrario, era un artefacto inofensivo pero que tenía como iniciador un teléfono con dos cables, uno rojo y otro azul.
ETA ha intentado desde hace tiempo utilizar teléfonos para cometer sus atentados. Así lo hicieron en el cementerio de Zarautz, el 9 de enero de 2001, cuando se encontraban reunidas muchas personalidades junto a la tumba del concejal del PP José Ignacio Iruretagoyena, asesinado tres años antes. Los últimos informes de Inteligencia en poder del CNI explicaban con detalle las pruebas de ETA para utilizar teléfonos móviles como iniciadores de bombas. Informes anteriores detallaban que los terroristas no habían conseguido subsanar técnicamente un desfase entre el momento de la decisión de activar el explosivo y la explosión, un corto intervalo de tiempo que a veces era de unos simples segundos. Pero el último informe era categórico: al fin habían logrado la simultaneidad. Los teléfonos móviles ya eran operativos para ETA. Presumiblemente, en el próximo gran atentado sería el sistema utilizado por los asesinos.
En la mañana del 11 de marzo se produce un enorme desconcierto. Es importante la coordinación entre las Fuerzas de Seguridad y el Gobierno en funciones. Llegan las primeras noticias del atentado y con ellas los datos de que, al parecer, se han empleado teléfonos móviles para hacer estallar al menos 10 o 12 mochilas y bolsas en los trenes próximos a la estación de Atocha. Por los datos aportados anteriormente, todos piensan en ETA. Se envía inmediatamente al norte la orden de que los agentes operativos den noticia de los objetivos que están siendo estrechamente vigilados para la macro operación preparada para el viernes por la noche. Los informes van llegando y el desconcierto aumenta. Todos los etarras están en su sitio. Ninguno de los vigilados ha podido ser el autor de la masacre. Muchos recuerdan la furgoneta detenida en Cuenca y al comando que surge de la nada.
En ese momento de máximo desconcierto, sucede algo que provoca que el Gobierno cometa el mayor error de su mandato. Comienza la trampa. Un miembro de los Cuerpos de Seguridad envía por teléfono y desde el mismo lugar de los hechos la primera valoración del explosivo. Siempre de viva voz y sin que nadie ponga todavía nada por escrito se nombra la palabra mágica: Titadine. Es el fabricante de una modalidad de dinamita que utiliza habitualmente ETA.
La palabra se extiende entre los que tienen algo que ver con el caso y los primeros informes que llegan a la Policía Nacional, la Guardia Civil, el CNI, el Gobierno de la nación y el Gobierno vasco. El error al transmitir el informe sólo puede ser intencionado. Ningún experto policial, y menos los especialistas en desactivación de explosivos, podrían confundir Titadine con Goma 2. Los olores que provocan ambas sustancias son tan diferentes como un plátano y una pera. Pero en los primeros momentos de confusión, téngase en cuenta que a esa hora de la mañana ni siquiera se sabe aún el número de víctimas, produce un efecto multiplicador demoledor. Esos primeros indicios son los que le hacen pronunciar a Ibarretxe aquel discurso tan precipitado en el que, con una cara de enorme preocupación, arremete contra ETA después de considerar como un hecho cierto que han sido ellos los autores. El Gobierno también cae en el mismo error.
Aquí juega un papel determinante Arnaldo Otegi, parlamentario de Sozialista Abertzaleak, que insinúa a una radio local del País Vasco, Herri Irratia, que lo primero que le ha venido a la cabeza es que «el Estado español mantiene fuerzas de ocupación en Irak». La pista radical islamista se pone así en marcha poco después de las 10 de la mañana. Pero Otegi sólo trata de ganar tiempo.
OTEGI MIENTE
A las 13.00 horas volverá a reafirmar esta idea para salir al paso de las primeras declaraciones del ministro del Interior, Angel Acebes, que defiende con rotundidad la autoría de ETA. Otegi no contempla «ni como mera hipótesis» que ETA pueda ser la autora de los atentados de Madrid. Pero está mintiendo y el presidente del Gobierno a esas horas ya lo sabe.
Las Fuerzas de Seguridad tienen constancia de una conversación que el propio Otegi ha mantenido con alguien de su entorno antes del mediodía -dos horas más tarde de sus primeras declaraciones exculpatorias para ETA- y en la que muestra su desconcierto, su miedo, su total estupor: «Si sale alguien por ahí (se refiere a alguien de los suyos) reivindicando esto, estamos perdidos definitivamente. Yo tengo que saberlo cuanto antes porque si es así no puedo volver a mi pueblo. Tengo que marcharme cuanto antes. Necesito saberlo».
Lo que el Gobierno no conoce es que ya en esos momentos se han puesto a trabajar duramente un grupo de mandos policiales y algunos agentes del CNI, de la cuerda más dura y leal al partido socialista, para informar a sus dirigentes de todos los detalles que puedan conducir la situación en beneficio propio. Son los mismos que consiguen que cambie de manos la investigación y que la controlarán desde ese momento.
Se forma un equipo hermético que deja de lado a la Guardia Civil y que ralentiza las informaciones que se pasan al CNI. Llaman, sin embargo, cada pocos minutos a una célula del PSOE que obtiene así información privilegiada, lo que les permite montar una estrategia eficaz contra el Gobierno. Saben que éste sigue empeñado en la tesis de ETA y permanecen callados para que Aznar, Rajoy y Acebes se metan ellos solos en la trampa.
A la vez, comienzan a darse a conocer, a cuentagotas, detalles que marcan un camino a la opinión pública. En la misma mañana del 11-M aparece una misteriosa furgoneta blanca. Un portero ha visto a tres sospechosos, con la cara y la cabeza cubiertas, junto a una furgoneta blanca marca Renault, modelo Kangoo. Uno de ellos llevaba una bolsa y se ha dirigido hacia el tren, en torno a las siete de la mañana, en la estación de Alcalá de Henares. Se dice en un primer momento que la furgoneta no tiene huellas, más tarde aparecerá, en el transcurso de los siguientes días de la investigación, una huella de un joven marroquí a quien pronto se acusará de ser uno de los autores materiales de los atentados, Jamal Zougam. Este podría ser el hombre que vio el portero con una bolsa entrar en la estación de Alcalá de Henares. En su entusiasmo, el testigo relata a la policía que era un hombre alto, como de 1,90 metros, muy fuerte. Zougam apenas sobrepasa el 1,60 de estatura.
EL PSOE INFORMADO
Miembros del PSOE, avisados por su gente en la policía, saben desde la mañana de la existencia de la furgoneta, antes incluso que el propio CNI. La Inteligencia española no conoce, a la hora de redactar uno de los informes que el Gobierno en funciones desclasificaría días más tarde, ni siquiera la existencia de esa furgoneta, matrícula 0576 BRX. Se dice que su dueño presentó una denuncia por desaparición del vehículo unos días antes, el 28 de febrero, y que fue robada frente a su domicilio en el populoso barrio de Cuatro Caminos de Madrid. Cuando la encuentran, conserva las placas de matrícula originales y los expertos determinan que se ha utilizado sin forzar nada y con llaves originales. Al dueño le desapareció todo el manojo de sus llaves hace casi un año. Es falso que viva en Cuatro Caminos. Su domicilio, como figura en la propia denuncia, está en una calle con nombre de vegetal de la localidad de Torrelodones.
En la revisión de la furgoneta se tarda las horas suficientes como para que el Gobierno se meta un poco más en la trampa de la autoría de ETA. Se da la excusa de que la policía no tiene Tedax libres. Todos sus especialistas en explosivos están ocupados en los lugares de los atentados. Pero lo que no dicen es que la Guardia Civil ofrece sus servicios de Tedax y son rechazados de forma categórica.
Muy avanzada la tarde, y a pesar de que un perro-policía ha demostrado horas antes lo contrario, se da a conocer que se han encontrado restos de explosivos. Incluso se habla de un cartucho de 125 gramos de dinamita Goma 2 Eco. No es cierto. El perro que se empleó para el reconocimiento no se comportó como lo hacen invariablemente cuando encuentran explosivos, con inmovilidad absoluta. En la furgoneta no había explosivos cuando la policía la precinta en Alcalá. La furgoneta es trasladada primero a la Brigada Provincial de Información en la calle Tacona de Moratalaz. Desde allí, a las 14.14 horas, se lleva a las instalaciones de la Comisaría General de Policía Científica, ubicadas en Canillas.
Los funcionarios de la comisaría de Alcalá no habían detectado explosivos en su inspección ocular. Es en Canillas donde se encuentra, debajo de uno de los asientos delanteros, una bolsa con siete detonadores de distinto tipo y fecha.
Pero la noticia de la jornada, la que hace que todo dé un vuelco definitivo, es la aparición de una cinta de audio con versos del Corán. Comienza a asomar así lo que un veterano investigador de la policía ha definido como el cuento de Pulgarcito, alguien que encuentra el camino porque previamente ha dejado las piedrecitas blancas que le indican el mismo. En la furgoneta hay también una casete en árabe -junto a otras de Plácido Domingo- pero lo que nadie dice es que la cinta, grabada en Arabia Saudí e interpretada por un cantante, corresponde a unos versos de iniciación al Corán, algo que no cuadra en un peligrosos y fanáticos terroristas islámicos. Es como si en manos de unos terroristas integristas católicos del IRA se encontrara un librito de iniciación al Catecismo. Pero el efecto mediático ya se ha producido.
Una hora más tarde se da a conocer la reivindicación de un grupo islamista, las Brigadas Abu Hafs Al Masri, que ha mandado un e-mail a un periódico británico en lengua árabe, Al Quds Al Arabi. Los especialistas no le dan ningún valor como demuestra, con sólidos argumentos, otro de los documentos del CNI desclasificados. Los que firman la autoría son un grupo que en los últimos meses ha reivindicado todo lo imaginable, incluidos los últimos apagones de Nueva York. En los días siguientes se producen hasta siete reivindicaciones diferentes de, al menos, cinco grupos organizados, procedentes de cuatro países diferentes.
TENEMOS OTRA BOMBA
Otra pista clave irrumpe de pronto en el panorama. A las dos de la madrugada del viernes, miembros de la comisaría de Vallecas llaman a los Tedax después de haber encontrado una bolsa que contiene una bomba. No es la única que no ha explotado a lo largo del jueves.
En la mañana de los atentados aparecen al menos tres más en las cercanías de la estación de Atocha y en la de El Pozo. En todos los casos los artificieros optan por destruirlas inmediatamente. Se vuelan por los aires de esa manera pistas materiales que parecen imprescindibles para el esclarecimiento de los hechos.
Un joven policía municipal relata su hallazgo muy pormenorizadamente. Es un novato que apenas lleva un año de servicio. Jacobo Barrero cuenta cómo encontró debajo de uno de los asientos del segundo piso de uno de los trenes afectado por las explosiones una mochila negra. Cuando la abre, casi le da un síncope. Ve un teléfono del que salen dos cables, «uno rojo y uno negro», que están conectados a una fiambrera redonda de color naranja. No habla en ningún momento de cartuchos. Corre hasta una tapia cercana con la bolsa y llama muy nervioso a sus superiores. No le hacen demasiado caso y decide volver a intentarlo, esta vez con la Policía Nacional. Atienden su aviso y envían a los Tedax.
Varios expertos en la materia no entienden todavía por qué decidieron volar la bolsa. «Un simple chorro de agua podría bastar para inutilizarla, sobre todo sabiendo que a pesar de los traqueteos a los que le sometió el agente que la había encontrado no se había activado». El caso es que aquella mañana destruyen esa y el resto de las mochilas que no habían explotado. En el aire quedó un olor picante muy intenso, nada que ver con el Titadine cuyo nombre tanto había despistado en un primer momento.
Pero vayamos a la madrugada del viernes. A las 2.40 horas, y a requerimiento a través de una llamada de los policías de servicio, los Tedax, llegan a la comisaría de Vallecas para inspeccionar una bolsa azul, con asas de cuero. En su interior hay una masa gelatinosa, unos 10 kilos, de lo que luego se averiguará que es dinamita Goma 2 Eco, de la fabricada por Explosivos Riotinto, unida a un detonador eléctrico marca Riodets, fabricado en Galdakano, Vizcaya, como los encontrados en la furgoneta blanca. Mezclados con el explosivo hay un kilo aproximado de clavos y tornillos.
Al día siguiente, se da a la prensa la versión de que alguien en la comisaría de Vallecas se había percatado del contenido de la bolsa por casualidad, después de que sonara un teléfono móvil en su interior. Se ha publicado que la bomba no había hecho explosión a las 7.20 horas en el tren porque los terroristas se habían confundido al colocar la hora del despertador que tenía que activar el mecanismo. Pusieron la hora en PM en lugar de AM. No es cierto. De serlo, hubiera estallado a las 7.20 horas de la tarde, y no fue así.
LA MOCHILA TRASHUMANTE
La realidad es que esa bolsa dio teóricamente vueltas por Madrid durante muchas horas sin que nadie se percatara de ella. Algunas versiones dicen que fue trasladada hasta Ifema con el resto de las pertenencias que se encontraron y que nadie había reclamado. Lo único que se sabe es que alguien llamó desde la comisaría de Vallecas a los Tedax a las 2.00 horas de la madrugada del viernes para que se hicieran cargo de ella.
La relación con los trenes es meramente circunstancial. Cualquiera podía haberla colocado en Ifema. La bolsa esta vez, contraviniendo lo que la policía había hecho hasta ese momento con las mochilas bomba que habían encontrado intactas, no es destruida. Los Tedax quieren deshacerse de ella y es un comisario jefe quien se lo recrimina mientras uno de sus inspectores (Protección Ciudadana) se ofrece voluntario para neutralizarla. Sea como fuere, figura las 5.12 horas como el momento en que es desactivada, en un parque cercano. Es así como se obtienen todas las pistas que llevarán a los investigadores a las primeras detenciones.
Es sorprendente que en las imágenes policiales tomadas del contenido de la bolsa no aparece ningún tipo de cartucho de dinamita. Sólo hay una masa gelatinosa de explosivo, un teléfono móvil con dos cables incrustados, una batería para el teléfono y, por supuesto, la tarjeta del móvil. Las fotografías son publicadas por la cadena de televisión estadounidense ABC y pueden ser contempladas por cualquiera en su página de Internet.
Aquí viene uno de los episodios más curiosos de toda esta historia. La tarjeta del teléfono lleva a los investigadores hasta un hombre de raza gitana que es quien ha contratado con Amena ese número. Descubren así que la tarjeta está clonada y que el teléfono lo ha vendido una pareja de comerciantes indios en su establecimiento. ¿A quién? A Jamal Zougam, un trapisondista marroquí de poca monta que tiene un locutorio muy popular en Lavapiés. Precisamente se dedica a comerciar con tarjetas de móviles, entre otras cosas. Es un viejo conocido de la policía y de los servicios secretos de medio mundo.
Los franceses enviaron en 2001 una comisión rogatoria relacionándolo con Maher y Contelier, dos activistas vinculados a la organización Ansar al Islam. La policía registró en aquella ocasión su domicilio sin encontrar nada raro. Se trata de un hombre marcado. Es uno de los 300 marroquíes a los que el servicio secreto da un repaso de vez en cuando por si está haciendo algo peor que robar con los teléfonos. Su nombre aparece en el sumario del juez Garzón por el 11-S y en las agendas de Abu Dahdah, que está en la cárcel como responsable de la célula de Al Qaeda en España.
En la tarde del viernes los investigadores que han apostado por la pista de ETA sienten alivio cuando les cuentan que han encontrado una tarjeta de teléfono en la mochila que no explotó y que es de fabricación francesa. Creen que el rastreo de esa tarjeta les va a llevar hasta San Juan de Luz. Por eso, agentes del CNI llaman a sus fuentes para comunicarles que la pista de ETA cobra, de nuevo, una gran fuerza y que es la más fiable, a pesar de todos los demás indicios. Acebes sale de nuevo en televisión esa tarde y sonríe para sus adentros convencido de que pronto va a poder demostrar que la pista etarra es la verdadera.
NO ES AL QAEDA
Los expertos en terrorismo islamista han aportado además dos nuevos datos que consideran claves a la hora de descartar a Al Qaeda: esta organización nunca reivindica sus atentados hasta después de un mes y medio de que los haya cometido y, sobre todo, jamás han robado una furgoneta, como la blanca que se encontró con la casete con versos del Corán, para una de sus acciones armadas. La compran o la alquilan.
Pero el viernes a las 12 de la noche, cuando todavía los gobiernos británico e italiano comunican a Madrid que en su opinión la autoría es de ETA, la tarjeta del móvil no lleva a ETA sino a Zougam. Los islamistas pasan a primer plano y ya nadie se atreve siquiera a insinuar la posibilidad de que ETA esté involucrada. Hace ya horas que por puro sentido común se ha paralizado la operación, preparada para esa noche, para detener a toda la cúpula etarra.
La juez francesa antiterrorista Le Vert llama a una alta personalidad del PSOE para advertirle de que los expertos franceses descartan a ETA. Un camarero que se encuentra sirviendo la mesa donde se recibe la llamada cuenta que, en ese momento, uno de los comensales pide el champán más caro de la casa y dice «¡Hemos ganado las elecciones!».
Dos horas y media más tarde, como consta en la fecha y hora de algunos de los e-mail que se difunden, comienza a propagarse la idea de que el Gobierno miente y de que hay que ir a pedir cuentas a las sedes del PP. Pero sobre el terreno, no sólo están los investigadores españoles.
EL ENFADO ISRAELI
Agentes de muchos servicios secretos occidentales se mueven con rapidez e intercambian informaciones. Los estadounidenses están muy enfadados. A través del Departamento de Estado han solicitado, hasta en ocho ocasiones y de una manera formal, que se acepte a agentes del FBI en las tareas de investigación. Son rechazados sistemáticamente. Lo peor es que Washington ha advertido en los últimos meses a España de la necesidad de reforzar las medidas de seguridad ante la eventualidad de un gran atentado en Europa. En Gran Bretaña, en Alemania, en Francia, en Italia se toman medidas excepcionales. Se suprimen vuelos y se hace ostensible la presencia de militares en aeropuertos y estaciones. En España no sucede nada de eso.
En la embajada de Israel, hubo una actividad frenética durante el 11-M. Su enfado era más profundo que el de los americanos. Desde hacía exactamente un año habían informado a las autoridades competentes en materia de seguridad españolas de que integristas islamistas preparaban en Madrid un gran atentado. No son informes difusos sobre una amenaza inconcreta. Al menos en 10 ocasiones, agentes de la seguridad israelí se lo han hecho saber a sus homólogos españoles.
En los últimos encuentros aumenta la tensión. Jerusalén cree saber que los terroristas, que están sobre el terreno hace tiempo, tienen ya el material suficiente para una gran masacre. Está todo listo y sólo falta la orden de llevarla a cabo. Creen que será contra la comunidad judía en España.
Los agentes israelíes sienten un profundo malestar por la nula capacidad receptiva de sus interlocutores. La última advertencia seria se la hacen exactamente tres semanas antes de los atentados del 11-M. La actitud de indiferencia por la información aportada que detectan en sus interlocutores les hace sentirse tan incómodos que sugieren a sus superiores que lo más conveniente sería no insistir para no enturbiar las relaciones entre ambos grupos.
Los españoles sólo se tomarán en serio la advertencia a toro pasado, cuando descubren entre los papeles rescatados del piso de Leganés donde murieron siete terroristas planos y datos concretos para realizar un gran atentado durante una concentración en el cementerio judío de Hoyo de Manzanares.
A pesar de todas las consideraciones anteriores, los atentados de Madrid pillan a los israelíes por sorpresa. Los primeros detenidos no pertenecen a las células que ellos están siguiendo. Pero lo que más les llama la atención es el hecho de que los investigadores españoles no acepten su ayuda.
En Israel se encuentran los mejores especialistas en medicina forense relacionados con terroristas suicidas. Tienen una enorme experiencia en casos similares a los atentados del 11-M, no en vano han tenido que sufrir 1.000 muertos en atentados parecidos en los últimos cuatro años. Por eso son capaces de saber rápidamente si en los atentados han intervenido kamikazes. Tras las explosiones de Madrid pretenden volar desde Tel Aviv varios de estos especialistas para colaborar en la investigación.
FALSOS KAMIKAZES
Pero la policía española, que ya ha rechazado a los estadounidenses, rechaza también a los israelíes. Y eso, a pesar de algunos rumores del primer día en los que se difunde la noticia de que puede haber restos de kamikazes entre las víctimas. En realidad se trata de una simple confusión, para algunos intencionada.
En Ifema recogen y separan los restos de las víctimas. Las bolsas de plástico contienen signos de colores para organizar mejor la identificación. Hay tres bolsas aparte con restos que nadie es capaz de atribuir a una persona concreta. Hay incluso trozos de cuerpos de gente que está con vida en los hospitales. Esas tres bolsas dan lugar a los rumores difundidos por medios de comunicación y que luego quedarían desmentidos. El propio Zapatero hace llamadas en las que afirma que ya han encontrado restos de kamikazes y que el Gobierno lo oculta.
Días más tarde y ya con la investigación avanzada, los especialistas israelíes no comprenden como el CNI y el resto de los Cuerpos de Seguridad españoles no fueron capaces de detectar ningún signo de que algo iba a suceder relacionado con los círculos islamistas y sin embargo, en un tiempo récord, han sido capaces de desentrañar la trama y detener a los autores. Tampoco consideran verosímil el hecho de que instigadores, organizadores, proveedores de material y ejecutores sean un mismo grupo, mezclado entre sí, que dejan pistas comunes como los números apuntados en las agendas y las llamadas cruzadas de los móviles. Nunca ha sucedido algo así.
Los terroristas islamistas forman células herméticas, perfectamente impermeables. Los ejecutores no tienen nada que ver con los que organizan la logística, los que proveen el material, los que lo financian, los que determinan los objetivos o los que idean los atentados. En el caso de Madrid se rompe el modus operandi. Además, saben por propia experiencia que nunca utilizan delincuentes comunes, ni personas que ya estén marcadas o fichadas por la policía y menos a confidentes policiales. Tampoco se fían jamás de la ayuda que puedan proporcionar personas que no pertenecen a la comunidad islámica.
La investigación avanza tan rápida que inmediatamente aparece el proveedor de los explosivos. Dicen que han llegado a él a través de los envoltorios de los cartuchos de dinamita encontrados en la mochila desactivada. Pero eso, según los técnicos es materialmente imposible.
De hecho, en torno al ex minero, José Emilio Suárez Trashorras, de 27 años con baja laboral permanente, se hacen un sin número de afirmaciones que se difunden a bombo y platillo. Se dice que tiene ascendencia marroquí, antecedentes penales, y que se puso en contacto en la cárcel con presos marroquíes. También que es traficante de armas y que se vio en un bar de Avilés con los participantes en los atentados de Madrid. Una publicación se recrea con la escena en la que José Emilio lleva una noche hasta una pequeña explotación minera a los terroristas, les abre las puertas y les dice «llevaos lo que queráis». Ninguna de las afirmaciones mencionadas es cierta.
EX MINERO FANTASMA
José Emilio no es de ascendencia marroquí, ni tiene antecedentes penales, ni ha estado en la cárcel en contacto con presos marroquíes. Sus vecinos y ex compañeros de trabajo lo definen como un joven perturbado mentalmente, un simple «tonto de baba». Sólo tiene antecedentes por trapicheo de droga y la sospecha de que traficaba con dinamita, algo que nunca se le ha podido probar. En junio de 2001, y dentro de una operación antidroga denominada Pipol, fue detenido junto a su cuñado, un vendedor de coches usados. En un garaje de la calle Eloy Fernández de Avilés encontraron, dentro de un vehículo, una cantidad importante de hachís, 100 detonadores y 16 cartuchos de dinamita Goma 2 Eco, de 125 gramos cada uno. El juicio por estos hechos aún no ha salido. Nadie ha podido demostrar la implicación del ex minero. Lo más que ha reconocido éste tras su detención actual, es haber proporcionado a unos marroquíes detonadores, algunos de ellos con bastante antigüedad. Luego implica a su cuñado, Antonio Toro, que está harto de sacarle de apuros, pero éste queda en libertad después de un interrogatorio. El dueño del bar de Avilés donde dicen que se ha reunido con los terroristas afirma que jamás le ha visto en su vida.
Lo que realmente es cierto es que José Emilio padece un trastorno esquizoide depresivo, tiene problemas psiquiátricos y por eso la empresa en la que trabajaba, Caolines de Merilés SL, una mina de caolín en el concejo de Tineo, no le renovó el contrato, el 31 de octubre de 2002.
Los investigadores descartan algo que se dio por cierto. La furgoneta Renault Kangoo blanca no pudo transportar los explosivos desde Avilés hasta Madrid. Sólo había recorrido 200 kilómetros desde que la robaron hasta que la encontraron en la mañana de los atentados.
Entonces, ¿qué es lo que relaciona a José Emilio con la dinamita de los atentados? Solamente dos cartuchos de dinamita Goma 2 Eco, de 125 gramos, encontrados en la mochila que fue hallada en la comisaría de Vallecas con el teléfono móvil que dio las pistas de los autores de la masacre del 11-M. Sin embargo, en las fotografías oficiales del contenido de la bolsa azul, distribuidas a diversas policías extranjeras y difundidas por la cadena estadounidense de televisión ABC, no figura ningún tipo de cartucho.
Un veterano policía, conocedor del mundo del hampa, ha comentado a este periódico: «El mundo de los choros [los pequeños delincuentes] no se mueve como dicen que lo ha hecho José Emilio. No dudo de que pueda ser capaz de vender dinamita por una cantidad razonable de droga o de dinero. Se acababa de casar y podría necesitar más dinero. Pero lo primero que habría hecho tras venderles el material habría sido acudir al policía con el que tuviera más confianza para contárselo. El sabe que esa información es oro y que le van a deber así un gran favor. Ese tipo de personas no tiene cuajo suficiente para callarse sin saber qué van a hacer con ese material. Las cosas no funcionan así».
Una de las falsedades más flagrantes que se han difundido en torno a la investigación es la aparición de una prueba material para certificar la autoría de los atentados por parte de Zougam. Se publicó, con gran alarde tipográfico, que la policía había encontrado en el locutorio de la calle Tribulete de Madrid, donde trabajaba Zougam, un trocito de plástico que faltaba en la carcasa del teléfono hallado en la bolsa que encontraron en la comisaría de Vallecas con la bomba que no llegó a explotar. El juez reconoció que no había podido preguntar al detenido por el tema ya que ese detalle no figuraba en las diligencias policiales.
Es un milagro haber encontrado un trocito del plástico que presuntamente faltaba en la carcasa, algo tan increíble como el pasaporte de Mohamed Atta que se encontró intacto, cerca de las ruinas de las Torres Gemelas, tras el atentado de Nueva York el 11-S a pesar de que su propietario había teóricamente estallado en una bola de fuego al estrellarse el avión que conducía 80 pisos más arriba. Pero hay que añadir otro detalle significativo.
El teléfono encontrado en la bolsa era un Motorola modelo Triumph según la mayor parte de las informaciones difundidas. Se especificó que ese Motorola se había comprado en una tienda de Alcorcón. Algunos comentaristas llegaron a señalar que existía miedo entre muchos consumidores que también poseían un modelo de uso tan corriente como ése. Pues bien, pueden tranquilizarse ya que el modelo de teléfono que estaba en la bolsa, como puede apreciarse en las fotografías difundidas por la cadena televisiva ABC corresponde a un Mitsubishi modelo Trium (sin ph final) 110.
ZOUGAM ESTABA MARCADO
En torno a la figura del hasta ahora autor material de la masacre, Jamal Zougam, se han difundido también muchas fantasías. Todos los que le conocen aseguran que era un musulmán nada fanático y que iba a la mezquita lo justo para mostrarse en sus rezos poco ortodoxos.
Nunca había ocultado sus actividades de trapisondista. Pertenecía al hampa de esos pequeños delincuentes que se mueven como pez en el agua por el barrio de Lavapiés. Sabía perfectamente que era observado regularmente por la Policía desde que su domicilio fue inspeccionado. Era consciente de que su locutorio estaba intervenido -como es el caso de muchos de los locutorios de Madrid-. Estaba marcado con varias cruces en todas las fichas policiales de numerosos países. Era la persona menos adecuada, por tanto, para que un grupo terrorista le invitara a participar en una operación secreta de tanta envergadura. La mayor parte de los moros que pululan en los ambientes de la pequeña delincuencia en Madrid son confidentes de la policía y/o del servicio secreto marroquí -con una enorme capacidad en España-.
No es nada difícil encontrar personas de su entorno que quieran hablar de él. Bastará con dos ejemplos. Una señora de la limpieza, marroquí, asegura conocerlo mucho: «A mí, como a mucha gente, me ofreció una tarjeta para el teléfono móvil con la que podía llamar gratis a Marruecos durante dos años seguidos sin pagar nada. Claro que, la tarjeta me costaba 30.000 pesetas. Era un chollo pero me dio miedo que pudiera meterme en un lío. No quiero ni pensar la de gente que habrá usado tarjetas de Zougam y que ahora estarán pendientes de si los meten en la investigación de los atentados».
El segundo testimonio es más sorprendente. Se trata de un joven senegalés fácilmente identificable porque tiene un defecto en un ojo. Vive en Lavapiés y asegura que ha trabajado para una multinacional estadounidense. Es informático y hace algunas chapuzas en la tienda de Zougam. Por eso está muy asustado ya que una de sus «habilidades» es la manipulación de tarjetas de móviles: «Yo me libré de milagro. Trabajaba en el locutorio de Zougam. El día en que fueron a detenerle yo estaba librando. Si no, estoy convencido de que me hubieran detenido con él». Compraban gran cantidad de tarjetas. En todos los locutorios de Madrid de ese tipo se trafica con tarjetas clonadas. Es algo sabido y «casi» permitido. «Lo más extraño», asegura el senegalés, es que la policía no se haya puesto en contacto conmigo. No comprendo como siendo Zougam una pieza tan aparentemente clave en la investigación ni siquiera han hablado con todos los que trabajábamos allí. ¿Acaso no les interesa los testimonios que podamos aportar?».
Zougam no se comporta, tras el 11-M, con lógica. Seis días antes del atentado deja su pista en una llamada telefónica a Abu Dahdah, el presunto jefe de la célula española de Al Qaeda implicado en el sumario del juez Garzón sobre el 11-S. Es como encender un letrero luminoso.
TERREMOTO EN EL CNI
Después de los atentados, sabe por las informaciones de la radio que han encontrado una mochila con una de las bombas del tren sin explotar y que hay un móvil con una tarjeta, la que presuntamente vendió él. No le entra el pánico. Sigue su vida normal y espera a que, inevitablemente, vengan a por él. No es lógico para alguien que teóricamente está metido en una célula integrista que pretende seguir atentando en Madrid y que por tanto, aunque sólo fuera por razones operativas, no puede permitirse el lujo de dejarse pillar.
En el CNI las cosas no están para bromas. Tras el 11-M se pasaron unas cuantas horas llorando y lamentándose por no haber sido capaces de impedir los atentados. Luego llegó el momento de las responsabilidades. Hay que tener en cuenta que Jorge Dezcallar, el máximo responsable del Centro, fue director general, en Exteriores, con competencias en la zona del Magreb. Fue también embajador en Marruecos.
Para colmo, la segunda en el mando dentro del CNI, la secretaria general, es una mujer, María Dolores Vilanova, que ocupó en el Centro, en la época de Manglano el cargo de responsable de contrainteligencia de los países del Magreb. Dicho de una manera más sencilla, es la persona que mejor conoce el mundo del hampa y de los posibles agentes marroquíes infiltrados en España. La autoría de los chorizos marroquíes equivale a que un niño de primaria hubiera metido un gol a Casillas desde 50 metros y en una portería de pocos centímetros.
En el CNI no se disimuló el alivio por la pérdida del poder del PP. Participaban del enfado de los militares con el ex ministro de Defensa Federico Trillo, a quien, en privado, y a veces en público, despreciaban.
El CNI reunió informes según los cuales amplios grupos de militares y sus familias, en zonas tradicionalmente de derechas, se habían pasado la consigna de abstenerse en las elecciones.
En los pasillos del Ministerio de Defensa no hubo ningún tipo de disimulo. Había gente que se abrazaba el lunes 16 en los pasillos al comentar la victoria de Zapatero en las urnas. En el Centro se tiene grabado a fuego como una de las grandes cacicadas de Trillo la bronca destemplada que tuvo que encajar un agregado de Defensa destacado en Afganistán ante las exigencias del ministro de que montara rápidamente, y sólo para él, una capilla para asistir a misa.
La gota que ha colmado el vaso ha sido la desclasificación que hizo el Gobierno de Aznar de documentos del CNI en los que se orientaba la autoría del atentado hacia ETA. Es verdad que en amplios ambientes del Centro las sospechas se dirigieron durante las primeras 40 horas hacia ETA. Se recogieron el 11-M informes que procedían de las cárceles en las que presas vascas habían celebrado con júbilo los atentados. Hubo incluso incidentes violentos por la indignación que eso produjo entre presas comunes. También se tenía constancia de que en reuniones del entorno abertzale la gente se había dividido claramente en dos sectores. Al primero, le parecía una barbaridad lo sucedido, y el segundo lo justificaba y anunciaba que ese era el camino y que había que golpear más fuerte hasta que «se enteraran».
Agentes del CNI se quejaron, en las primeras horas después de los atentados, del hermetismo de los investigadores de la policía. Les llegaban las informaciones tarde. Reconocen que miembros del PSOE tenían una información mucho más puntual que ellos. Lo que no aceptan es que no hubieran advertido al Gobierno del peligro islamista.
Las labores de vigilancia tienen que ser aleatorias. Es materialmente imposible controlar a los 300 principales sospechosos de estar relacionados con células integristas. Así que se elige a unos cuantos y se va rotando la vigilancia. Zougam y el resto de los detenidos estaban dentro de ese operativo. Los móviles son un buen punto de partida pero los cambian con enorme facilidad: «En ocasiones conseguimos una orden del juez para intervenir un teléfono y cuando nos ponemos a ello el vigilado ya ha cambiado de teléfono». Se ha seguido a los sospechosos en el extranjero. Son vigilancias caras en material y en hombres. De pronto, gente que vive muy sobriamente en España, se desplaza sin problemas de billetes de avión y comienzan a manejar dinero en abundancia. La mayor parte proviene de donativos que se canalizan a través de organizaciones de caridad promovidas por Arabia Saudí. ¿Cuanto tiempo puede durar una vigilancia de este tipo si el observado no comete ningún acto delictivo durante años? «Al final lo que la gente ve es la delincuencia en la calle. eso es lo que preocupa y por eso es lógico que los políticos dediquen más medios a combatir ese tipo de cosas que tienen un resultado práctico mucho mayor para los votantes».
LA PISTA FALSA IRAQUI
No es cierto que se despreciaran pistas como la iraquí. Por ejemplo, se ha hablado mucho de un coronel iraquí que viajó hasta España antes de los atentados. Lo que no se ha comentado es que el CNI tomó buena nota de la información que le pasó el servicio secreto italiano sobre el tema. De hecho existe un documento de dos folios en el que se detalla el asunto. Tiene fecha del 11 de febrero, justo un mes antes de los atentados. En el texto se avisa sobre un rumor de que el ex coronel de Sadam Husein, Walid Salem Omar tenía prevista su llegada a España el 6 de febrero de 2004 dispuesto a cometer atentados. Su empresa, Ibn Fernas, está englobada en el grupo Hispano Arabe SA que tiene su sede social en el Paseo de la Habana de Madrid. El documento especifica que Walid se había detenido en Siria donde había sacado una gran cantidad de dinero en metálico de un banco de Damasco. Siempre según el escrito, viajaría con ese dinero y habría hecho una escala técnica en Marruecos, concretamente en Agadir. El CNI siguió por supuesto esta pista, como otras muchas que llegan procedentes de servicios de información extranjeros, sin que se obtuviera ningún resultado positivo.
El comportamiento atípico y fuera de toda lógica de los marroquíes acusados de los atentados lleva a situaciones incomprensibles. Por ejemplo El Tunecino, Sharhane ben Abdelmajid Fakhet, vive tranquilamente en un piso alquilado sin dar ruido. Pero unos días antes del 11-M, abandona la casa y llama la atención hasta el punto de que Rafael, el casero, se presenta a la policía para denunciar que se ha marchado sin pagar. Otro letrero luminoso en el camino.
El colmo de los despropósitos se refleja en que los investigadores no tienen el menor interés en revisar el piso a pesar de que, según el dueño, está lleno de papeles, cintas de audio, etcétera. A la policía no parecen interesarle las pertenencias de quien se presenta ante la opinión pública como el cerebro inductor.
BARBACOA TERRORISTA
Lo mismo sucede con los habitantes de la casa de Morata de Tajuña, en el kilómetro 14 de la carretera 313, cerca de Madrid. Los investigadores dicen que han llegado hasta allí a través de una laboriosa búsqueda triangulando las llamadas de los teléfonos móviles. Pero la policía conocía la existencia de esa casa y la había vigilado en varias ocasiones.
Las huellas de los sospechosos están naturalmente dentro, ya que eran ellos quienes la habitaban ocasionalmente de una forma abierta y con una buena relación con los vecinos. Son éstos los que ven a muchos de los que luego morirían en Leganés haciendo -¡dos semanas después de los atentados del 11-M!- una barbacoa con niños y parientes incluidos. A uno de los implicados, Jamal Ahmidan al que apodaban El Chino los vecinos lo conocen bien porque les ha prestado en ocasiones su moto. No era un islamista radical sino un delincuente de poca monta como el resto de la cuadrilla. Era un viejo conocido de la policía marroquí. Lo habían condenado a cuatro años de cárcel en Marruecos por un asesinato relacionado con el tráfico de drogas y había cumplido dos años y medio de condena. Su ficha aparece en todos los servicios policiales europeos por sus raterías. La policía marroquí pasó a la española todo lo que tenían sobre él hacía tiempo. Si hubiera estado involucrado siquiera mínimamente con los radicales extremistas hubiera sido uno de los 1.600 procesados en el macrojuicio de Marruecos de 2003 por los atentados de Casablanca y por el que se detuvieron, con los ortodoxos métodos de nuestros vecinos, a 6.000 personas.
Se le ha presentado como un integrista radical, pero los vecinos de Morata de Tajuña explican que se le veía en compañía de dos jóvenes muy guapas, con un piercing, pantalones de cuero ajustados y camisetas que dejaban la tripa al aire.
Existe constancia de que la casa estaba vigilada mucho antes de que la policía la «descubriera». No hay más que comprobar la denuncia que presentaron varios vecinos, primero ante el 091 y más tarde ante el 062 de la Guardia Civil, días antes del 11-M, el 7 domingo a las 10.50 de la mañana -según consta en una cinta grabada- por considerar que los habitantes de aquella casa les infundían sospechas en relación con trapicheo de drogas y mercancía robada.
La Guardia Civil alegó después del 11-M, que no querían seguir esa vía de investigación para no interferir con la labor de la policía, que era quien llevaba todo el caso de los atentados. La realidad es que la proverbial rivalidad entre distintos cuerpos policiales ha llegado a uno de sus puntos culminantes a raíz de los atentados del 11-M. La Policía no ha permitido el menor resquicio a los investigadores de la Guardia Civil.
NO TENEMOS NADA
El día anterior al descubrimiento teórico del piso de Leganés, una funcionaria involucrada directamente en la investigación reconoció a un compañero de Información: «La verdad es que tenemos muy poco. De lo del ex minero no sale gran cosa. No sabemos la procedencia de la dinamita. Todo está cogido con alfileres. No hay pruebas materiales, sólo nombres en agendas y llamadas telefónicas entre unos y otros. Lo más sólido son los testimonios espontáneos de varios testigos que aseguran haber visto a varios de los acusados en los trenes, aquella mañana». El problema es que después de que sus fotos se publicaran en todos los periódicos la gente ha podido reconocer esos rostros inducidos por lo publicado y no porque los recordaran realmente. Después de una situación anímica como la que tuvieron que soportar en los atentados, los supervivientes no son muy fiables, según los psicólogos. Y menos cuando hay que distinguir entre ciudadanos marroquíes que para muchos son fácilmente confundibles. Hasta la fecha, ninguno de los detenidos ha reconocido la participación en los atentados.
El sábado 3 de abril, las esperanzas de los investigadores estaban centradas en nuevos rostros. Se habían repartido retratos a los medios de comunicación de los cerebros, inductores o dinamizadores de los atentados. Y aquí llegamos al capítulo de Leganés, el más incoherente de toda la historia. En la tarde de ese día, según comentaron más tarde fuentes policiales, se localiza a través de las llamadas de teléfonos móviles un piso en Leganés en el que puede haber terroristas implicados en el 11-M. No es cierto. Habían sido ya localizados días antes a través de fotografías que enseñan a los comerciantes de la zona. Es así como saben que el llamado El Tunecino y El Chino pueden estar residiendo en el número 40 de la Avenida Carmen Martín Gaite. Sin explicación posible y después de este hallazgo, la policía da a los medios las imágenes de los hombres que pertenecen a ese grupo para que se publiquen. La gente se familiariza con sus rostros. Los terroristas no deben de comprar periódicos ni ver informativos de televisión, ya que no se dan por enterados.
Según los investigadores siguen con su macabra actividad hasta el punto de que se acercan a la vía del AVE en la provincia de Toledo y colocan una mochila con explosivos «pero sin iniciador» con una mecha de más de 130 metros. Aterrorizan así de nuevo al país. La bomba, según las autoridades, está colocada entre las 10 y las 12 del mediodía. El hecho cierto es que azafatas del AVE que hicieron el turno del tren Madrid-Sevilla a las 7.00 horas ven una inusitada actividad de la Guardia Civil en las vías a lo largo del trayecto. Miembros de la Benemérita entran en los vagones de ese tren después de su llegada a Sevilla, a las 9.50 hora para revisar todos los rincones, incluidos los contenedores de desperdicios.
LA FARSA DE LEGANES
Tan sólo 24 horas más tarde, la investigación tomará un giro sorprendente. A primera hora de ese sábado, algunos concretan la hora en las 7.00 hora de la mañana, el grupo de los geos recibe la orden por la que deben estar preparados para una operación importante. Así se lo comunica el Gobierno en funciones, esa misma mañana, a altos cargos del Partido Socialista.
La versión posterior contará que varios de los terroristas consiguen romper el cerco policial en torno a la casa de Leganés y llegan por la tarde hasta el piso del número 40. Lo lógico, cuando los terroristas aún no se habían dado cuenta de que se estrechaba el cerco, era haberlos capturado, uno a uno y con total discreción cuando salieran o entraran en la vivienda. Por el contrario, se extiende la versión de que uno de los acusados baja la basura, se percata de la presencia policial y avisa -primero se dice que por el móvil, después que a gritos- de lo que estaba en marcha.
Al menos una decena de agentes de paisano -según el testimonio directo de los vecinos- ocupan posiciones en la parte interior ajardinada de la casa, donde está la piscina, de una forma nada discreta. «Mamá, ¿los que llevan pistolas son malos?», comenta a sus padres un niño de la urbanización. Y comienza un tiroteo sin que intervenga todavía la dotación de geos.
La llegada de éstos cambia las cosas. Son profesionales altamente cualificados y con una gran experiencia en el asalto de lugares donde hay gente armada y peligrosa. Pero incomprensiblemente -como ha denunciado públicamente uno de los propios geos que intervienen- no se cumplen ninguna de las reglas del protocolo de actuación. No se espera a que llegue el negociador, un psicólogo cualificado para dialogar con delincuentes peligrosos. No hay intérprete. No se aguarda a la hora de la madrugada en el que el cerebro de los terroristas está más debilitado. No se intenta pactar la entrega. Ni siquiera se sabe el número de los ocupantes. Simplemente, y desoyendo la opinión de los propios responsables de los geos, se ordena el asalto, a pesar de que es vital cogerlos vivos para conocer la verdad de lo ocurrido el 11-M.
Todo vuela por los aires al comenzar el asalto. Muere un geo y los cuerpos de los terroristas quedan esparcidos en un área de más de 60 metros. El ministro Acebes dice en su primera comparecencia, tras lo sucedido, que son cuatro los terroristas que se han inmolado.También explica que guardaban en un armario dos mochilas con explosivos preparadas para hacer explosión, similares a la encontrada en la vía de tren. Más tarde se hablará de grandes fajos de dinero en euros, perfectamente organizados. Las imágenes del día siguiente demostrarán que del piso sólo quedan los pilares limpios. Aumenta a siete la cuenta de los islamistas muertos. Se trata del núcleo del comando, de los movilizadores y de al menos una buena parte de los autores materiales del 11-M.
El relato posterior de los hechos se adorna con historias sobre cuerpos desnudos purificados por cortinas blancas en forma de sudario, cánticos en círculo y conversaciones telefónicas. La madre de El Chino lo corrobora desde su domicilio en Tetuán. «Mi hijo se despidió de mí diciendo que iba al lugar que le estaba reservado. Luego escuché una gran explosión y poco después se corto la línea». No se puede saber lo que escuchó esa madre atribulada, pero desde luego no pudo ser la explosión. La dinamita tiene una fuerza explosiva de salida de más de 8.000 metros por segundo. Si el teléfono de su hijo estaba a menos de dos metros de la carga explosiva se volatilizó mucho antes de que pudiera transmitir el sonido de la bomba que ha enterrado definitivamente la esperanza de conocer toda la verdad del 11-M.
Autor: Fernando Múgica
Fuente: Edición impresa de El Mundo 18/04/2004.