Re: Los Deuterocanónicos. Razones basadas en su contenido por las que los protestantes lo
Re: Los Deuterocanónicos. Razones basadas en su contenido por las que los protestantes lo
Veamos que dice un erudito en la materia, varios de los argumentos expuestos en este debate se tratan en el siguiente extracto tomado del libro “Reseña critica de una introducción al Antiguo Testamento” pags. 78-82.
Gleason L. Archer es Licenciado en Artes del Seminario Teológico de Princeton, Licenciado en Derecho de la Escuela de Derecho de Suffolk, y Licenciado en Humanidades, Master en Humanidades y Doctorado en Filosofía de la Universidad de Harvard.
El Problema tocante a la canonicidad de los apócrifos
No solo los católicos romanos y los ortodoxos griegos sostienen la canonicidad de los catorce libros apócrifos (en todo o en parte), sino también algunos eruditos protestantes de raigambre liberal hablan de un “Canon Alejandrino”, para el cual reclaman igual validez que la del denominado Canon Palestino (de 22 a 39 libros). Las evidencias a las que recurren en favor de esta pretensión merecen ser cuidadosamente escudriñadas.
El primer argumento en favor de los libros apócrifos es que las primeras versiones los contenían. Sin embargo, esto es solo parcialmente cierto. Así, por ejemplo, los tárgumes arameos no los reconocían. Ni siquiera la Peshita siria, en su forma más antigua, contenía un solo libro apócrifo. Fue posteriormente cuando le fueron agregados algunos.
Jerónimo, el gran traductor de las Escrituras al latín, no reconocía que los apócrifos tenían igual autoridad que los libros del canon hebraico. Una investigación más cuidadosa de esta pretensión reduce la autoridad de los apócrifos a solamente una versión antigua, la Septuaginta. Las traducciones posteriores (tales como la Itala, la Copta, la Etíope, y la Siria posterior) se derivaron de ella. Y aun en el caso de la Septuaginta, los libros apócrifos mantienen una existencia más bien incierta. Al Códice Vaticano (B) le falta 1 y 2 Macabeos (canónicos de acuerdo con la iglesia católica romana), pero incluye 1 Esdras (no canónico de acuerdo con la misma iglesia). El códice Sinaítico (Alef) omite Baruc (canónico, de acuerdo con la iglesia romana) pero incluye 4 Macabeos (no canónico de acuerdo con la iglesia romana). El Códice Alejandrino (A) contiene tres apócrifos “no canónicos”: 1 Esdras y 3 y 4 Macabeos. Resulta así que aun los más antiguos manuscritos o la LXX difieren notoriamente con respecto a cuales libros constituyen la lista de los apócrifos, y que de ninguna manera los catorce libros aceptados por la iglesia católica romana cuenta con el testimonio de las grandes letras unciales de los siglos IV y V.
Insisten con vehemencia los sostenedores de la canonicidad de los apócrifos que la presencia de los catorce libros apócrifos en la LXX indica la existencia del denominado Canon Alejandrino, que incluía estos catorce libros. Pero de ninguna manera es seguro que todos los libros de la LXX fueron considerados canónicos ni siquiera por los mismos judíos de Alejandría. En contra de esta evidencia, y de manera decisiva, tenemos los escritos de Filón de Alejandría (que vivió en el primer siglo d. de J.C.). Si bien cita frecuentemente de los libros canónicos del “Canon Palestino”, no cita ni una sola vez de los libros apócrifos. Esto es imposible de reconciliar con la teoría de un Canon alejandrino mayor, a menos que, por ventura, algunos judíos alejandrinos no aceptaran el Canon Alejandrino y otros sí.
En segundo lugar, tenemos el informe fidedigno de que los judíos alejandrinos del siglo II d. de J.C. aceptaron la Versión Griega de Aquila, aunque no contenía los apócrifos. Una razonable deducción a esta evidencia sería que (como lo indicara Jerónimo) los judíos alejandrinos decidieron incluir en sus ediciones de los libros del Antiguo estamento tanto los que reconocían como canónicos como los que eran “eclesiásticos”, es decir, considerados valiosos y edificantes, pero no infalibles.
Entre los descubrimientos recientes de la Cueva No. 4 de Qumran, se halló apoyo adicional a la suposición de que las obras subcanónicas pueden preservarse y usarse juntamente con las canónicas. Allí, en el corazón mismo de Palestina, donde seguramente el Canon Palestino tendría que haber sido el de máxima autoridad, se hallaron por lo menos dos libros apócrifos, Eclesiástico y Tobías. Un fragmento de Tobías figura en un trozo de papiro y otro en cuero; también hay un fragmento hebreo en cuero. Además, se descubrieron allí varios fragmentos de Eclesiástico que, al menos por lo que se sabe, concuerdan exactamente con los manuscritos del Eclesiástico del siglo XI hallados en la Geniza del Cairo, en la década de 1890-1900 (cf. Burrows, MLDSS págs. 177,78). Con respecto a ello, la Cuarta Cueva de Qumran también reveló obras seudoepigráficas, tales como el Testamento de Leví en arameo, el Testamento de Leví en hebreo, y el libro de Enoc (¡fragmentos de diez distintos manuscritos!) Nadie puede sostener seriamente que los antiguos sectarios de Qumran consideraron como canónicos todas estas obras apócrifas y seudoepigráficas, simplemente porque atesoraban sus copias.
Se argumenta a menudo sobre el hecho de que el Nuevo Testamento, al citar del Antiguo Testamento, lo hace usualmente de la traducción de la LXX. Por lo tanto, puesto que la LXX sí contenía los apócrifos, los apóstoles del Nuevo Testamento tuvieron que haber reconocido la autoridad de toda la LXX tal cual estaba constituida. Más aún, insisten que es un hecho que se mencionan ocasionalmente obras no incluidas en el Canon Palestino. Wildeboer“ y Torrey" han coleccionado todos los casos de citas o alusiones a los libros apócrifos, incluso varios de los que solamente se sospecha.
Pero todos estos argumentos tienen muy poco valor para el tema en discusión, pues ni siquiera se pretende que estas fuentes sean de los catorce libros apócrifos romanos. En la mayoría de los casos, las obras que se suponen fueron citadas desaparecieron hace mucho tiempo, obras tales como el Apocalipsis de Elías y (aparte de un fragmento latino) Asunción de Moisés. En un solo caso, la cita de Enoc 1:9 en Judas 14-16, contamos con la fuente citada. En el Nuevo Testamento también figuran citas de autores griegos paganos. En Hechos 17:28 Pablo cita de la obra de Arato de Soles, Phaenomena, línea 5; en 1 Corintios 15:33 cita de la comedia de Menandro, Thais. Seguramente nadie supondrá que tales citas significan aceptar la canonicidad de Arato o de Menandro. Todo lo contrario, el testimonio del Nuevo Testamento es decisivo en contra de la canonicidad de los catorce libros apócrifos. Virtualmente se citan como divinamente autorizados los 39 libros del Antiguo Testamento o al menos se alude a ellos. En tanto que, como lo acabamos de señalar, la mera cita no establece necesariamente la canonicidad, con todo, es inconcebible que los autores del Nuevo Testamento hubieran considerado canónicos los catorce libros aceptados por la Iglesia Católica Romana, y no hayan citado ni siquiera hecho referencia a ninguno de ellos.
El segundo argumento de peso que se esgrime en favor de los apócrifos es que los padres de la iglesia citan de estos libros como libros autorizados. Sería más correcto decir que algunos de estos primeros escritores cristianos lo hicieron, en tanto que otros adoptaron una bien definida posición en contra de su canonicidad. Entre quienes lo favorecieron se cuentan los autores de 1 Clemente y la Epístola de Bernabé y, más notoriamente aún, el más joven de los contemporáneos de Jerónimo, Agustín de Hipona. Sin embargo, debemos calificar su apología como aparente o, por lo menos, presuntiva, pues ya hemos visto que Judas pudo citar a Enoc, como un libro que contenía un verdadero relato de un antiguo episodio, sin que necesariamente respaldara todo el libro de Enoc como canónico. En lo que refiere a Agustín, su actitud era poco crítica e inconsecuente. Por un lado echó todo el peso de su influencia en el Concilio de Cartago (año 397) en favor de incluir los catorce libros en el canon; por otro lado, cuando un antagonista apeó a un pasaje en 2 Macabeos, para reforzar un argumento, Agustín le replicó que la causa que defendía era sin duda débil si tenía que recurrir a un libro que no estaba en la misma categoría que los libros recibidos y aceptados por los judíos.
La ambigua defensa de los apócrifos, de parte de Agustín, se ve más que compensada por la posición en contrario del venerado Atanasio (que murió en el año 365), altamente apreciado tanto en Occidente como en Oriente como el campeón de la ortodoxia trinitaria. En su trigesimonovena carta se refirió a “ciertos libros en particular y a su número, que eran aceptados por la iglesia.” En el párrafo 4 dice: “Hay entonces, en el Antiguo Testamento, 22 libros” y procedió a enumerar los mismos libros que hallamos en el TM, aproximadamente en el mismo orden en que figuran en la Biblia protestante. En los párrafos 6 y 7 afirma que los libros extrabíblicos (es decir los catorce libros apócrifos) “no están incluidos en el canon,” sino meramente “destinados a ser leídos.” No obstante ello, la Iglesia de Oriente demostró más adelante cierta tendencia a coincidir con Occidente en la aceptación de los apócrifos (segundo Concilio Trullano de Constantinopla en el año 692). Aun así, hubo muchos que tuvieron sus dudas y recelos sobre algunos de los catorce libros, y finalmente en Jerusalén, en el año 1672, la Iglesia Griega redujo el número de los apócrifos canónicos a cuatro: Sabiduría, Eclesiástico, Tobias y Judit.