Re: Los adventistas, el sello de Dios y las filacterias
¿PERDEMOS EL MANTO DE LA JUSTICIA CUANDO PECAMOS?
Ya que la justificación envuelve la dádiva de la justicia de Cristo sobre el creyente a través del Espíritu Santo, la pregunta es: ¿perdemos la presencia del Espíritu Santo cuando pecamos?
Ellen White consideró este asunto de dos perspectivas complementarias:
1.- El Señor no nos abandona cuando caemos; Él continúa amándonos, mirándonos como Sus hijos, y opera para darnos la victoria sobre nuestras fallas.
2.- Nosotros no estamos correctos con Dios cuando pecamos.
Vamos a considerar primero la siguiente citación animadora: "Existen los que ya experimentaron el amor perdonador de Cristo, y que desean realmente ser hijos de Dios, pero reconocen que su carácter es imperfecto, su vida faltosa, y llegan a punto de dudar si su corazón fue renovado por el Espíritu Santo. A esos yo desearía decirles: No retrocedáis, en desespero. Muchas veces, tendremos de postrarnos y llorar a los pies de Jesús, por causa de nuestras faltas y errores; pero no nos debemos desanimar. Aun cuando somos vencidos por el enemigo, no somos repelidos, ni abandonados o rechazados por Dios. No; Cristo está a la diestra de Dios, haciendo intercesión por nosotros. Dice el amado Juan: "Estas cosas os escribo, para que no pequéis; y, si alguien peca, tenemos un Abogado para con el Padre, Jesús Cristo, el justo". (1 Juan 2:1). Y no olvidéis las palabras de Cristo: "El mismo Padre os ama". (Juan 16:27). Él desea atraíros de nuevo a Si, y ver reflejadas en vosotros Su pureza y santidad. Y si tan solamente os rindiereis a Él, Aquel que en vosotros comenzó la buena obra ha de continuarla hasta el día de Jesucristo. Orad con más fervor; creed más plenamente. En la medida que vayamos desconfiando de nuestro propio poder, confiemos más en el poder de nuestro Redentor, y habremos de loarlo, a Él que es la 'salud de nuestra face'". (CC:64).
"Todos somos falibles, todos cometemos errores y caímos en pecado; pero si el perverso está dispuesto a ver sus errores, tal como son mostrados por el convincente Espíritu de Dios, y en humildad de corazón los confiesa ..., entonces podrán ser restaurados". (AFC:238).
Sin embargo, cuando estamos pecando, no estamos bien con Dios: "Un solo pecado para el cual no hubo arrepentimiento es suficiente para cerrar las puertas del Cielo contra usted. Fue por causa que el hombre no puede ser salvo con una mancha de pecado en él, que Jesús vino para morir en la cruz del Calvario. Tu única esperanza es mirar para Cristo y vivir." (Signs of the Times, 17-03-1890).
"Aquel que comete pecado es del diablo. Cada transgresión trae el alma para condenación y provoca el desagrado divino. Los pensamientos del corazón son discernidos por Dios. Cuando pensamientos impuros son mantenidos, ellos no precisan ser expresados en palabras o actos para consumar el pecado y llevar el alma a la condenación. Su pureza es manchada, y el tentador ha triunfado". (4T:623).
"Él pecador indefenso debe aferrarse a Cristo como su única esperanza. Si él deja escapar su aga-rradero por un momento, coloca en peligro su propia alma y las almas de los otros. Solamente en el ejercicio de una fe viva estaremos salvos. Pero la perpetuación de cualquier pecado conocido, la negligencia de deberes conocidos, en casa o fuera de ella, irá a destruir la fe, y desligar el alma de Dios." (FCV:138).
"Tan luego como nos separamos nosotros mismos de Dios a través del pecado, que es la transgresión de Su ley, Satanás toma el control de nuestras mentes. Nosotros pasaremos a buscarlo ansiosamente para ser atraídos a Dios." (Review and Herald, 12-07-1887).
"Cuando damos oportunidad a la impaciencia, colocamos el Espíritu de Dios fuera de nuestro corazón, y damos lugar a los atributos de Satanás". (2MS:236).
"Tan luego como un hombre se separa de Dios de tal manera que su corazón no está bajo el poder conquistador del Espíritu Santo, los atributos de Satanás serán revelados, y el va a comenzar a oprimir sus compañeros." (TM:78).
"Me fue me mostrado que fue cuando David era puro, y caminaba en el consejo de Dios, que Dios lo llamó de el hombre conforme Su propio corazón. Cuando David se alejó de Dios, y manchó su virtuoso carácter con sus crímenes, el no era mas el hombre conforme el corazón de Dios. Dios no iría justificarlo en su último estado pecaminoso, y así envió Natán, Su profeta, con terribles denuncias para David, por haber transgredido los mandamientos del Señor. Dios mostró su desagrado por causa de las muchas mujeres que David poseía, visitándolo con juzgamientos, y permitiendo que la maldad floreciese contra él de dentro de su propia casa. La terrible calamidad que Dios permitió que viniese contra David, que, para su integridad, fue una vez llamado de el hombre conforme el corazón de Dios, es una evidencia para las generaciones posteriores de que Dios no va a justificar ninguna persona que transgreda Sus mandamientos; sino que Él ciertamente va a punir al culpado, no importando cuan justos o favorecidos por Dios ellos puedan haber sido cuando ellos seguían el Señor en pureza de corazón.
Cuando el justo deja la justicia y practica la maldad, su justificación pasada no lo salvará de la ira de un Dios justo y santo." (1 Spirit of Prophecy:379).
"Nadie se engañe con la creencia de que puede hacerse santo mientras voluntariamente transgrede uno de los mandamientos de Dios. El cometer el pecado conocido hace silenciar la voz testimoniadora del Espíritu y separa el alma de Dios.
'Pecado es quebrantamiento de la ley'. Y 'cualquiera que peca (transgrede la ley) no Lo vio ni Lo conoció'. (1 Juan 3:6). Aun cuando Juan en sus epístolas trate tan ampliamente del amor, no duda, sin embargo, en revelar el verdadero carácter de esa clase de personas que pretenden ser santificadas al mismo tiempo en que viven transgrediendo la ley de Dios. 'Aquel que dice: yo lo conozco, y no guarda Sus mandamientos, es mentiroso, y en él no está la verdad. Pero cualquiera que guarda Su Palabra, el amor de Dios está en él verdaderamente perfeccionado'.(I Juan 2:4-5). Esta es la piedra de toque de toda profesión de fe. No podemos atribuir santidad a cualquier persona sin compararla con la medida de la única norma divina de santidad, en el Cielo y en la Tierra." (GC:473).
"Pero mientras Dios puede ser justo, y aun justificar el pecador a través de los méritos de Cristo, hombre ninguno puede cubrir su alma con el manto de la justicia de Cristo si continua practicando pecados conocidos, o negligenciando deberes conocidos. Dios requiere la entrega completa del corazón, antes que la justificación pueda tomar lugar; y para que el hombre pueda retener la justificación, tendrá que existir continua obediencia, a través de una fe activa y viva que opera por amor y purifica el alma... Para que el hombre sea justificado por la fe, esta precisa alcanzar un punto en el cual pueda controlar las afecciones e impulsos del corazón; y es por la obediencia que la fe se torna perfecta". (1MS:366).
"Cada pecado tendrá que ser renunciado como la cosa odiada que crucificó el Señor de la vida y de la gloria, y el creyente tiene que tener una experiencia progresiva haciendo continuamente las obras de Cristo. Es mediante una entrega continua de la voluntad, por continua obediencia, que las bendiciones de la justificación son retenidas." (1MS:397).
¿Es la posición de Ellen White, de que un pecado nos separa de Dios, bíblica?
Consideremos las implicaciones de Rom. 8:12-14: "Así, pues, hermanos, somos debedores, no a la carne como si constreñidos a vivir según la carne. Porque, si vivieres según la carne, camináis para la muerte; pero, si por el Espíritu mortificares los hechos del cuerpo, ciertamente viviréis. Pues todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios".
¿Es un acto pecaminoso una capitulación para la carne? Es justo decir que una persona que cometió un acto pecaminoso ha "mortificado los hechos del cuerpo"? ¿Está la persona que cometió un acto pecaminoso permitiendo que ella misma sea "guiada por el Espíritu de Dios"?
Consideremos también Gal. 5:16-18: "Digo, sin embargo: Andad en el Espíritu, y jamas satisfaréis la concupiscencia de la carne. Porque la carne milita contra el Espíritu, y el Espíritu contra la carne, porque son opuestos entre si; para que no hagáis lo que por acaso sea de vuestro querer. Pero, si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley".
Cuando cometemos un pecado, ¿gratificamos los deseos de la carne? ¿Cómo podríamos argumentar de manera diferente? Pero, "la carne milita contra el Espíritu". Siendo así, nosotros no estamos siendo controlados y guiados por el Espíritu cuando cometemos un pecado. Estamos "bajo la ley" cuando pecamos. Si estamos bajo la ley y no estamos siendo controlados por el Espíritu, hemos perdido el manto de la justicia; hemos perdido la justificación.
"Y si alguien no tiene el Espíritu de Cristo, ese tal no es de Él". (Rom. 8:9). Cuando pecamos, no tenemos el Espíritu de Cristo en el control de nuestro corazón; y así, no pertenecemos a Cristo.
La justificación está identificada en las Escrituras con el perdón. (Vea Hechos 13:38-39; Rom. 4:1-8; 6CBA:1070-1071).
¿Precisamos de perdón cuando cometemos un pecado? La respuesta es obvia. (Vea 1 Juan 1:9; 2:1). Entonces precisamos de la justificación cuando pecamos.
"Ser perdonados de la manera como Cristo perdona no es solamente para ser perdonados, sino para ser renovados en el espíritu de nuestra mente". (Review and Herald, 19-08-1890).
¿Un pecado da evidencia de que hemos sido renovados, o él da evidencia de lo contrario? Pablo urgió los Efesios a no dar "lugar al diablo". (Efe. 4:27).
"No salga de vuestra boca ninguna palabra torpe, y, sí, únicamente la que sea buena para edificación, conforme la necesidad, y así transmita gracia a los que oyen. Y no entristezcáis el Espíritu de Dios, en el cual fuisteis sellados para el día de la redención. Lejos de vosotros toda amargura, y cólera, e ira, y gritería, y blasfemia, y así como toda malicia. Antes sed unos para con los otros benignos, compasivos, perdonándoos unos a los otros, como también Dios en Cristo os perdonó". (Efe. 4:29-32).
Entonces la malicia, amargura, cólera, gritería, blasfemia, falla en ser benignos y compasivos, entristece el Espíritu de Dios. Cuando entristecemos el Espíritu, no estamos bien con Dios; hemos perdido el manto de la justicia y estamos precisando de perdón y limpieza.
Las enseñanzas de Juan son casi inequívocas en este aspecto. "Todo aquel que practica el pecado, también transgrede la ley; porque el pecado es la transgresión de la ley". (1 Juan 3:4).
No es solamente el pecado habitual que es transgresión de la ley; cualquier pecado es transgresión de la ley.
"Sabéis también que Él se manifestó para quitar los pecados, y en Él no existe pecado." (1 Juan 3:5).
Juan no está diciendo solamente que en Cristo no había apenas pecado habitual; él está diciendo que no había ningún pecado en Cristo.
"Aquel que practica el pecado procede del diablo, porque el diablo vive pecando desde el principio. Para esto se manifestó el Hijo de Dios, para destruir las obras del diablo". (1 Juan 3:8).
Obviamente todo pecado es del diablo, no solamente el pecado habitual. Cristo vino a destruir todo pe-cado, no solamente el hábito de pecar continuamente.
"Todo aquel que es nacido de Dios no vive en la práctica de pecado; pues el que permanece en el es la divina semilla; y ese no puede vivir pecando, porque es nacido de Dios". (1 Juan 3:9)
Todo el pasaje está hablando de cualquier pecado o de un pecado. El verso 9 en el contexto no está enseñando que el nacido de nuevo en Cristo puede pecar ocasionalmente, aunque él no peque habitualmente. El punto central es que tanto tiempo como el individuo permita que el Espíritu Santo permanezca en su corazón, él tiene el poder para no pecar. Aquel que nació de nuevo mantiene la comunión con Cristo (justificación) y el creyente hace aquello que Dios pide para que él haga. Él tiempo de poiei en 1 Juan 3:9 parece ser un presente gnómico expresando una acción escrupulosa "una verdad universal, una máxima, un hecho comúnmente aceptado, un estado o condición que existe perpetuamente". (Brooks and Winbery, Syntax The New Testament Greek). El texto no está solamente condenando el pecado habitual; él reprime todo pecado del cristiano que nació de nuevo.
Para que no quede ninguna duda cuanto al significado de esto, Juan enfatizó este punto de la siguiente manera: "En esto conocemos que amamos los hijos de Dios, cuando amamos a Dios y practicamos sus mandamientos. Porque este es el amor de Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son penosos, porque todo aquel que es nacido de Dios vence el mundo; y esta es la victoria que vence el mundo, nuestra fe". (1 Juan 5:2-4).
Juan no está sugiriendo que aquellos que aman a Dios irían obedecer algunos de Sus mandamientos por algún tiempo. Ninguno de Sus mandamientos es penoso. El cristiano nacido de nuevo experimenta una victoria sobre el mundo en el sentido de que, por el poder de Cristo, él guarda Sus mandamientos habitualmente.
El resumen viene en 1 Juan 5:18: "Sabemos que todo aquel que es nacido de Dios no vive en pecado; antes, aquel que nació de Dios lo guarda, y el maligno no lo toca".
Cuando cometemos un acto pecaminoso, el maligno nos tocó; fallamos en permitir que Jesús nos guardase a través de Su poder. Perdemos nuestra posición de justificados en Dios, nuestro manto de justicia. Estamos precisando de perdón, justificación, una renovación de nuestro relacionamiento con Cristo.
Obviamente, el pecado del creyente no es exactamente igual al pecado del incrédulo. Cuando caemos en un pecado casual que es contrario al curso de nuestra vida, tenemos un Abogado (1 Juan 2:1); tenemos una corte de apelación a través de los méritos de Cristo. El Señor aun nos ama y trae convicción a nuestros corazones a través del Espíritu Santo. Pero en ese punto no podemos decir junto con Pablo, "luego, ya no soy yo quien vive, sino que Cristo vive en mí". (Gal. 2:20). Aun cuando sea temporario nuestro estado de injustificación, precisamos de una renovación a través del Espíritu Santo cada vez que caemos. Como creyentes cristianos, cada vez que quedamos conscientes de haber pecado, pedimos al Señor para que nos perdone. De acuerdo con su divina promesa, Él perdona, nos libera de la condenación, y nos limpia de toda injusticia. (Vea 1 Juan 1:9; Rom. 8:1).