Leamos la BIBLIA

Re: Leamos la BIBLIA





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En aquellos días, el Señor pronunció las siguientes palabras:
«Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud.
No tendrás otros dioses frente a mí.
No te harás ídolos, figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en el agua debajo de la tierra.
No te postrarás ante ellos, ni les darás culto; porque yo, el Señor, tu Dios, soy un dios celoso: castigo el pecado de los padres en los hijos, nietos y biznietos, cuando me aborrecen.
Pero actúo con piedad por mil generaciones cuando me aman y guardan mis preceptos.
No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso. Porque no dejará el Señor impune a quien pronuncie su nombre en falso.
Fíjate en el sábado para santificarlo.
Durante seis días trabaja y haz tus tareas, pero el día séptimo es un día de descanso, dedicado al Señor, tu Dios: no harás trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu ganado, ni el forastero que viva en tus ciudades.
Porque en seis días hizo el Señor el cielo, la tierra y el mar y lo que hay en ellos.
Y el séptimo día descansó: por eso bendijo el Señor el sábado y lo santificó.
Honra a tu padre y a tu madre: así prolongarás tus días en la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar.
No matarás.
No cometerás adulterio.
No robarás.
No darás testimonio falso contra tu prójimo.
No codiciarás los bienes de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de él.»



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Hermanos:
Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para lo judíos, necedad para los gentiles; pero, para los llamados –judíos o griegos-, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios.
Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.



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Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:
-«Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.»
Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.»
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:
- «¿Qué signos nos muestras para obrar así?»
Jesús contestó:
- «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.»
Los judíos replicaron:
- «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.
Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.

Palabra del Señor.


Más abajo encontrareis la HOMILÍA correspondiente a estas lecturas.
 
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El templo de Jerusalén, destruido dos veces y otras tantas reedificado, se había convertido en los tiempos de Jesús en sede de los poderes político, religioso y económico.
Menudeaban los abusos, hasta el punto de ocupar recintos sagrados para todo tipo de mercado.
Jesús acostumbraba subir a Jerusalén para celebrar la fiesta de la Pascua y, como buen judío, acudía al recinto sagrado para alabar a Dios. Encontrar allí a cambistas y a vendedores fue un choque brutal, que provocó su justa indignación.
La expulsión de los mercaderes del templo se enmarca en un gesto profético de Jesús, que entronca con el salmo 69,10: “La pasión por tu casa me consumirá”.
No se trata de un arranque de ira contra ellos, que no se corresponde con la misericordia y mansedumbre de Jesús, sino de condena de la estructura injusta y vacía en que había desembocado el culto.
Es también una repulsa a quienes utilizan la religión en su propio beneficio.

¿Cómo actuaría hoy Jesús si visitara muchos de nuestros templos parroquiales, catedrales, basílicas y, especialmente los santuarios donde acuden millones de fieles?
Es cierto que, donde confluyen las muchedumbres, proliferan como chinches los comerciantes y se abren negocios para satisfacer las demandas de los peregrinos.
Pero es igualmente cierto que los cristianos nos dejamos llevar del consumismo actual, compramos baratijas innecesarias como recuerdos de las experiencias vividas en estos lugares de peregrinación, y caemos en la tentación de poner a la misma altura la compra y la devoción.
El templo no es cosa de ritos, de recuerdos acaramelados, sino de amor y entrega generosa.
Siempre que hay amor, el templo es una estructura viva, porque vivas son las piedras de las personas que lo forman..

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La alusión de Jesús al profeta Isaías: “Mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos” supone una condena del nacionalismo religioso judío, presidido por los escribas, fariseos y saduceos, que organizaban a su antojo el culto y decidían quiénes eran impuros o no.
Los nacionalismos excluyentes siempre han sido un peligro en la historia de las religiones y de la Iglesia. Recordemos cómo se separaron la Iglesia de Oriente de la de Occidente por cuestiones políticas, o la escisión de la Iglesia Anglicana de la Católica con Enrique VIII de Inglaterra. ¡Cuántas injusticias, odios y revanchas, por culpa de la ambición y orgullo de unos pocos, que arrastran al pueblo llano a su causa!

Siento pena de algunos sacerdotes, para quienes es más importante su país o nación que el seguimiento de Jesús, o que se niegan a celebrar la Eucaristía en otra lengua que no sea la suya, aunque la hablen correctamente.
La unidad de los cristianos llegará cuando los dirigentes, primeros responsables de la escisión, se pongan de acuerdo y eliminen barreras. Los feligreses católicos no sienten cargo de conciencia en acudir, por ejemplo, a la Iglesia Ortodoxa, cuando se hallan en zona ortodoxa. Y tampoco ellos. La fe en Cristo, que es la que nos une, convierte en secundarias las discrepancias.
Los nacionalismos, llenos de prejuicios atávicos, son una rémora y un cáncer para la comunicación entre los pueblos y, si se asocian a la religión, producen náuseas.

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Si para los nacionalismos excluyentes el supremo dios es la nación, la lengua, la raza...
para el materialismo lo son las cosas que ocupan nuestra mente y nuestro corazón: radio, televisión, cadena musical, fútbol, telenovelas, conciertos de rock...
Vivimos atrapados por un mundo de ídolos de barro, que se quiebran de un día para otro.

Hace tres semanas fallecía en la bañera de un hotel la famosa cantante Whitney Houston, una mujer hermosa, de talento, intérprete de góspel, música pop y soul, con una voz prodigiosa, que ponía los pelos de punta.
Nos conmovimos con su muerte, a los 48 años, en lo mejor de su edad.
Lo tenía todo para ser feliz en la Tierra.
Su carrera musical, que empezó con una explosión de alegría, reconocimiento y entusiasmo desbordante, se fue diluyendo con el paso de los años en los infortunios, el desamor y un perenne rictus de tristeza.
La droga, el ídolo que marchita el cuerpo, cercena el alma y mata la ilusión, acabó con su vida.
Rezamos por ella y pedimos que se haya encontrado con Dios y estrenado la belleza nueva, que no se marchita y la felicidad para la que fue creada.

Dios acoge nuestros gritos y plegarias, incluso cuando andamos perdidos, sin rumbo y sin ideales que motiven nuestra existencia, o cuando somos rehenes de nuestros miedos y fantasmas.
Dios es el último recurso cuando todo se desmorona a nuestro alrededor, porque los ídolos mueren o fallan, y dejan un profundo pozo de vacío en el alma.
¡Ojalá que, durante esta Cuaresma, resuene en nuestros oídos la voz de Dios a Moisés!: “No tendrás otros dioses frente a mí” (Éxodo 20,3).

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Escucho con frecuencia a los adultos expresiones peyorativas sobre los jóvenes de hoy: “no piensan más que en divertirse”, “tienen la cabeza hueca, sólo sueñan con el botellón”, “son una cuadrilla de degenerados”, “carecen de modales y respeto”... y otras muchas lindezas. Puede que haya una base de razón, pues la juventud de hoy se parece muy poco a la de hace treinta años.
Han variado las costumbres, las aficiones, las diversiones, las formas de comunicación. Existen grupos de gamberros, amigos de borracheras y amantes de follones y grescas, pero son más los que se recluyen en sus casas, estudian, trabajan, se integran en grupos sanos, colaboran con la familia y se comportan con buenos modales. Los jóvenes actuales no son peores o mejores que los de generaciones pasadas; son sencillamente diferentes.
Sí constatamos ahora la escasa afluencia de jóvenes a las celebraciones religiosas. Algunos lo achacan a que, durante el fin de semana, un alto porcentaje sale a divertirse hasta el amanecer, lo que provoca dormir durante el día y esparcirse por la noche. Imposible asistir a misa en esta circunstancias.
Pero el problema es más de fondo: la marginación del hecho religioso en la universidad, escuelas, colegios y, más crecientemente, entre familias desintegradas o desestructuradas..
Los jóvenes llenan los estadios de fútbol, los conciertos de rock, las salas de fiestas...pero son pocos los que vienen a la Iglesia.
¿ No hemos convertido nuestros templos en fríos y distantes lugares de culto?
¿Celebramos unidos la fe en el Resucitado con alegría contagiosa?
¿ Acogemos con entusiasmo y les damos “cancha” a los jóvenes” en nuestras comunidades?

Según la interpretación paulina, cada cristiano es piedra viva del nuevo santuario.
Y ese santuario es el mismo Jesús, que se presenta ante los judíos como el templo indestructible: “Destruid este templo y en tres días lo levantaré” (Juan 2, 19).
Los cimientos de este templo se asientan, por una parte, en el amor entrañable al hermano, y, por otra, en la reunión de la comunidad convocada en su nombre.
Por eso, la regeneración cristiana se va realizando en pequeños grupos, que se fían de la Palabra, rezan, se apoyan entre sí y son capaces, con su testimonio, de irradiar el evangelio.
Gracias a estos pequeños grupos se ha podido celebrar el pasado verano la Jornada Mundial de la Juventud, con millones de jóvenes presentes. Son la levadura capaz de transformar el mundo. Celebraron su fe multitudinariamente, pero la viven durante el año en su comunidad de origen, donde reciben el alimento y la fuerza para mantenerse íntegros en sus convicciones.

Como “piedras vivas” que somos, cabe preguntarnos cuál es nuestra actitud al presentarnos al templo, con la comunidad de la que formamos parte o nuestra implicación en tareas organizadoras.

Quizás debamos revisar en este tiempo de Cuaresma nuestra superficialidad y rutina, nuestro relativismo moral o nuestra vaciedad existencial.

El Señor, que tiene palabras de vida eterna, nos ofrece siempre la oportunidad de “cambiar nuestro corazón de piedra en corazón de carne” (Ezequiel 36,27), sensible a las necesidades de los hermanos.
 
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En aquellos días, Naamán, general del ejército del rey sirio, era un hombre que gozaba de la estima y del favor de su señor, pues por su medio el Señor había dado la victoria a Siria.
Era un hombre muy valiente, pero estaba enfermo de lepra.
En una incursión, una banda de sirios llevó de Israel a una muchacha, que quedó como criada de la mujer de Naamán, y dijo a su señora:
- «Ojalá mi señor fuera a ver al profeta de Samaria: él lo libraría de su enfermedad.»
Naamán fue a informar a su señor:
- «La muchacha israelita ha dicho esto y esto.»
El rey de Siria le dijo:
- «Ven, que te doy una carta para el rey de Israel.»
Naamán se puso en camino, llevando tres quintales de plata, seis mil monedas de oro y diez trajes. Presentó al rey de Israel la carta, que decía así:
- «Cuando recibas esta carta, verás que te envío a mi ministro Naamán para que lo libres de su enfermedad.»
Cuando el rey de Israel leyó la carta, se rasgó las vestiduras, exclamando:
-«¿Soy -yo un dios capaz de dar muerte o vida, para que éste me encargue de librar a un hombre de su enfermedad? Fijaos bien, y veréis cómo está buscando un pretexto contra mí.»
El profeta Eliseo se enteró de que el rey de Israel se había rasgado las vestiduras y le envió este recado:
- «¿Por qué te has rasgado las vestiduras? Que venga a mí y verá que hay un profeta en Israel.»
Naamán llegó con sus caballos y su carroza y se detuvo ante la puerta de Eliseo. Eliseo le mandó uno a decirle:
- «Ve a bañarte siete veces en el Jordán, y tu carne quedará limpia.»
Naamán se enfadó y decidió irse, comentando:
- «Yo me imaginaba que saldría en persona a verme, y que, puesto en pie, invocaría- al Señor, su Dios, pasaría la mano sobre la parte enferma y me libraría de mi enfermedad. ¿Es que los ríos de Damasco, el Abana y el Farfar, no valen más que toda el agua de Israel? ¿No puedo bañarme en ellos y quedar limpio?»
Dio media vuelta y se marchaba furioso. Pero sus siervos se le acercaron y le dijeron:
- «Señor, si el profeta te hubiera prescrito algo difícil, lo harías. Cuanto más si lo que te prescribe para quedar limpio es simplemente que te bañes.»
Entonces Naamán bajó al Jordán y se bañó siete veces, como había ordenado el profeta, y su carne quedó limpia como la de un niño. Volvió con su comitiva y se presentó al profeta, diciendo:
- «Ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de Israel.»



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En aquel tiempo, dijo Jesús al pueblo en la sinagoga de Nazaret:
- «Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio.»
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo.
Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.

Palabra del Señor.
 
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En aquellos días, Azarías se detuvo a orar y, abriendo los labios en medio del fuego, dijo:
«Por el honor de tu nombre, no nos desampares para siempre, no rompas tu alianza, no apartes de nosotros tu misericordia.
Por Abrahán, tú amigo; por Isaac, tu siervo; por Israel, tu consagrado; a quienes prometiste multiplicar su descendencia como las estrellas del cielo, como la arena de las playas marinas.
Pero ahora, Señor, somos el más pequeño de todos los pueblos; hoy estamos humillados por toda la tierra a causa de nuestros pecados.
En este momento no tenemos príncipes, ni profetas, ni jefes; ni holocausto, ni sacrificios, ni ofrendas, ni incienso; ni un sitio donde ofrecerte primicias, para alcanzar misericordia.
Por eso, acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde, como un holocausto de carneros y toros o una multitud de corderos cebados.
Que éste sea hoy nuestro sacrificio, y que sea agradable en tu presencia: porque los que en ti confían no quedan defraudados.
Ahora te seguimos de todo corazón, te respetamos y buscamos tu rostro, no nos defraudes, Señor.
Trátanos según tu piedad, según tu gran misericordia.
Líbranos con tu poder maravilloso y da gloria a tu nombre, Señor.»



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En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús:
«Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?»
Jesús le contesta:
«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así.
El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo:
“Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo.”
El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda.
Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo.
“Págame lo que me debes.”
El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo:
“Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré “
Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido.
Entonces el señor lo llamó y le dijo:
“¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”
Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.»

Palabra del Señor.
 
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Moisés habló al pueblo, diciendo:
- «Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os mando cumplir.
Así viviréis y entraréis a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar.
Mirad, yo os enseño los mandatos y decretos que me mandó el Señor, mi Dios, para que los cumpláis en la tierra donde vais a entrar para tomar posesión de ella.
Ponedlos por obra, que ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos que, cuando tengan noticia de todos ellos, dirán: “Cierto que esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente.”
Y, en efecto, ¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está el Señor Dios de nosotros, siempre que lo invocamos?
Y, ¿cuál es la gran nación, cuyos mandatos y decretos sean tan justos como toda esta ley que hoy os doy?
Pero, cuidado, guárdate muy bien de olvidar los sucesos que vieron tus ojos, que no se aparten de tu memoria mientras vivas; cuéntaselos a tus hijos y nietos.»



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En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- «No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley.
El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos.
Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.»

Palabra del Señor.
 
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Así dice el Señor:
«Ésta fue la orden que di a vuestros padres:
“Escuchad mi voz.
Yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo; caminad por el camino que os mando, para que os vaya bien.”
Pero no escucharon ni prestaron oído, caminaban según sus ideas, según la maldad de su corazón obstinado, me daban la espalda y no la frente.
Desde que salieron vuestros padres de Egipto hasta hoy les envié a mis siervos, los profetas, un día y otro día; pero no me escucharon ni prestaron oído: endurecieron la cerviz, fueron peores que sus padres.
Ya puedes repetirles este discurso, que no te escucharán; ya puedes gritarles, que no te responderán
Les dirás. “Aquí está la gente que no escuchó la voz del Señor, su Dios, y no quiso escarmentar.
La sinceridad se ha perdido, se la han arrancado de la boca.”»



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En aquel tiempo, Jesús estaba echando un demonio que era mudo y, apenas salió el demonio, habló el mudo. La multitud se quedó admirada, pero algunos de ellos dijeron:
- «Si echa los demonios es por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios.»
- Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo en el cielo. El, leyendo sus pensamientos, les dijo:
- «Todo reino en guerra civil va a la ruina y se derrumba casa tras casa. Si también Satanás está en guerra civil, ¿cómo mantendrá su reino? Vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belzebú; y, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿Por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros.
Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros. Pero, si otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte el botín.
El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama.»

Palabra del Señor.
 
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Así dice el Señor:
«Israel, conviértete al Señor Dios tuyo, porque tropezaste por tu pecado.
Preparad vuestro discurso, volved al Señor y decidle:
“Perdona del todo la iniquidad, recibe benévolo el sacrificio de nuestros labios.
No nos salvará Asiria, no montaremos a caballo, no volveremos a llamar Dios a la obra de nuestras manos.
En ti encuentra piedad el huérfano.”
Yo curaré sus extravíos, los amaré sin que lo merezcan, mi cólera se apartará de ellos.
Seré para Israel como rocío, florecerá como azucena, arraigará como el Líbano.
Brotarán sus vástagos, será su esplendor como un olivo, su aroma como el Líbano.
Vuelven a descansar a su sombra: harán brotar el trigo, florecerán como la viña; será su fama como la del vino del Líbano.
Efraín, ¿qué te importan los ídolos?
Yo le respondo y le miro: yo soy como un ciprés frondoso: de mí proceden tus frutos.
¿Quién es el sabio que lo comprenda, el prudente que lo entienda?
Rectos son los caminos del Señor: los justos andan por ellos, los pecadores tropiezan en ellos.»



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En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó:
- «¿Qué mandamiento es el primero de todos?»
Respondió Jesús:
- «El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.” El segundo es éste: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” No hay mandamiento mayor que éstos.»
El escriba replicó:
- «Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.»
Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo:
-«No estás lejos del reino de Dios.»
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Palabra del Señor.
 
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Vamos a volver al Señor: él, que nos despedazó, nos sanará; él, que nos hirió, nos vendará.
En dos días nos sanará; al tercero nos resucitará; y viviremos delante de él.
Esforcémonos por conocer al Señor: su amanecer es como la aurora, y su sentencia surge como la luz.
Bajará sobre nosotros como lluvia temprana, como lluvia tardía que empapa la tierra.
- « ¿Qué haré de ti, Efraín? ¿Qué haré de ti, Judá?
Vuestra piedad es como nube mañanera, como rocío de madrugada que se evapora.
Por eso os herí por medio de los profetas, os condené con la palabra de mi boca.
Quiero misericordia, y no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos.»



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En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.”
El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; solo golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador.”
0s digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»

Palabra del Señor.