Leamos la BIBLIA

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Queridos hermanos:
Cuanto pidamos lo recibimos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada.
Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio.
Queridos: no os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo.
Podréis conocer en esto el espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús no es de Dios: es del Anticristo. El cual habéis oído que iba a venir; pues bien, ya está en el mundo.
Vosotros, hijos míos, sois de Dios y lo habéis vencido. Pues el que está en vosotros es más que el que está en el mundo. Ellos son del mundo; por eso hablan según el mundo y el mundo los escucha.
Nosotros somos de Dios. Quien conoce a Dios nos escucha, quien no es de Dios no nos escucha.
En esto conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error.



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En aquel tiempo, al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan se retiró a Galilea.
Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías:
«País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles.
El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló.»
Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo:
- «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.»
Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.
Su fama se extendió por toda Siria y le traían todos los enfermos aquejados de toda clase de enfermedades y dolores, endemoniados, lunáticos y paralíticos. Y él los curaba. Y le seguían multitudes venidas de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y Trasjordania.

Palabra del Señor.
 
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Así dice el Señor:
«Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero.
Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones.
No gritará, no clamará, no voceará por las calles.
La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará.
Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará, hasta implantar el derecho en la tierra, y sus leyes que esperan las islas.
Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he cogido de la mano, te he formado, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones.
Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas.»



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En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
- «Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra a los israelitas, anunciando la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos.
Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.»



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“Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma.”
En aquel tiempo, proclamaba Juan:
—«Después de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias.
Yo los he bautizado con agua, pero él los bautizará con Espíritu Santo».
Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán.
Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo:
—«Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto».

Palabra del Señor.


Más abajo encontrareis la HOMILÍA correspondiente a estas lecturas.
 
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Hoy acaba el tiempo de Navidad.
La liturgia da un salto de 30 años y nos ubica en Galilea, al comienzo de la vida pública de Jesús, que se abre con un hecho singular y sorprendente, el Bautismo de Jesús, fuera del templo de Jerusalén, marco habitual de los grandes acontecimientos religiosos de Israel. La narración evangélica corresponde a San Lucas, aunque el relato viene también en los otros dos sinópticos: San Mateo y San Marcos.
La escena se desarrolla en el río Jordán, dentro de un bautismo general organizado por Juan el Bautista.
Jesús, confundido entre la muchedumbre, se adentra en el agua de la vida, signo de limpieza y purificación para el judaísmo, como si fuese un pecador más, con la sencillez propia del que es consciente de un cambio, de una conversión tan necesaria para el corazón humano.

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Esta alusión es común a los Sinópticos, que abundan en las mismas expresiones:”La voz de Dios” “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto, escuchadle”.
Con el Bautismo abre Jesús la era mesiánica que culminará con un bautismo de sangre en la cruz.
Aquí, ungido por la fuerza del Espíritu y sellado por la voluntad del Padre, recibe Jesús el espaldarazo definitivo y la confirmación de la misión para la que ha sido enviado.
Toda su vida pública a partir de este momento será abandonarse a esta voluntad divina.
Por eso se retira al desierto para prepararse para esta sagrada misión, y subirá posteriormente a Nazaret antes de lanzarse de lleno a predicación de la Buena Noticia.
En la sinagoga del pueblo donde se había criado reafirmará su condición mesiánica al asumir en su persona la profecía de Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido para dé la buena noticia a los pobres...(Is. 61,1-2).

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La primera lectura sobre el Siervo de Yahvé (Is. 42, 1-4.6-7) nos dice que la misión será implantar el derecho y la ley de Dios llevando la luz a los más pobres y necesitados.
El compromiso bautismal arrastra a Jesús a una “lucha” sin cuartel contra la injusticia y el pecado. No se arredra ni acobarda ante los poderosos, explotadores y manipuladores del pueblos. Se conmueve ante los sencillos de corazón y ante los pecadores arrepentidos; se hace solidario con los enfermos, especialmente con los leprosos; se muestra sensible ante las mujeres, muy marginadas en aquel tiempo, y tierno con los niños a quienes acoge con amor. Pero es duro con los escribas y fariseos, teóricos conocedores de la Ley, porque no cumplen lo que predican.
Su coherencia y rectitud suscitan las envidias, recelos y odios de los gobernantes, porque desenmascara sus viles actitudes. Se la “tienen jurada” y buscan la ocasión de deshacerse de El.

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San Pedro hace alusión al bautismo de Jesús, el Ungido por Dios, que “pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Act. 10,38).

También nosotros hemos sido investidos a través del bautismo para seguir el mismo camino de Jesús: morir al pecado para resucitar con El a una vida nueva.

La “cosa” nuestra probablemente se inició a las pocas semanas de nacer cuando nuestros padres nos trajeron a la iglesia para “cristianarnos” según la costumbre de la época.
Ellos asumieron el compromiso de educarnos en la fe, de guiarnos por la senda del bien,
De acostumbrarnos se a respetar, rezar y amar.

La fe, en este sentido, ha sido un regalo, una herencia de incalculable valor que nunca agradeceremos suficientemente.
Ser conscientes del bautismo recibido nos impulsa a un reto extraordinario: luchar contra los males de nuestra sociedad.

Llevo desde hace años la responsabilidad de la pastoral bautismal, de novios y matrimonial en mi parroquia y he de confesar que, salvo honrosas excepciones, padres, novios y parejas adolecen de una falta lamentable de formación religiosas y moral. Estamos en una sociedad mayormente pagana, aunque conservemos ritos, costumbres y tradiciones cristianas. Para muchos bautizar es una costumbre más como casarse en la Iglesia- digo “en la iglesia”, no “por la Iglesia”, asistir a la imposición de la ceniza o la procesión del Domingo de Ramos. Quedan ascuas encendidas en la hoguera de sus sueños, pero envueltas en ignorancia y múltiples tópicos negativos que condicionan la escucha atenta y eficaz.
Sin embargo, detecto últimamente mejor buena voluntad y capacidad receptiva del mensaje cristiano.
Siempre coloco a los niños de la familia del bautizando(a) alrededor de l apila bautismal, no para que salgan en la foto, sino para que retengan en la memoria este acontecimiento y valoren su importancia.
Albergo la esperanza de que la sociedad cristiana del futuro sea mejor que la nuestra.

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El progreso económico sin precedentes en las últimas décadas, acompañado de un capitalismo salvaje y el relativismo moral, ha dejado desguarnecida de soportes morales a mucha gente al abandonar, al mismo tiempo la práctica religiosa.
La crisis económica actual está pasando factura y dejando al descubierto las carencias que padecemos a nivel moral y social.

Por esta razón urge, como en los tiempos de Juan el Bautista y Jesús un profundo cambio regenerativo de nuestro cristianismo a la carta, viciado quizás por los atractivos consumistas.
Necesitamos morir al hombre viejo, esclavizado por la carne y las pasiones mundanas, para dar entrada al hombre nuevo nacido de la gracia y del Espíritu, y abierto a las exigencias evangélicas.
Nada de medias tintas; que “cada cual hable de corazón a su hermano”- decía San Pablo- y ahuyente de su vida el conformismo, la apatía, la avaricia, el pasotismo, la frivolidad...
Al reafirmar nuestro bautismo asumimos también la misma misión de Jesús y parecidos compromisos. No es una tarea fácil, pero el mundo cambiará en la medida que cada uno de los cristianos cambiemos nuestra vieja condición pecadora y dejemos actuar a Dios en nuestra vida.

Ayer leía en un periódico nacional un artículo sobre las triquiñuelas, métodos y adoctrinamiento terrorista que realiza ETA con sus jóvenes cachorros a través de lavados mentales, inyecciones de fanatismo y slogans reivindicativos para mantener el idealismo político de los presos y el espíritu combativo de sus bases.
Si esto hace para lograr unos objetivos políticos y entrenan a los suyos para matar.
¿Qué podemos hacer nosotros para sembrar el bien y la concordia?

Renovemos juntos los compromisos bautismales y proclamemos nuestra fe en el Hijo de Dios “que nos salvado de las tinieblas para llevarnos al reino de su luz admirable”...
 
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Habla un hombre sufita, oriundo de Ramá, en la serranía de Efraín, llamado Elcaná, hijo de Yeroján, hijo de Elihú, hijo de Toju, hijo de Suf, efraimita. Tenla dos mujeres: una se llamaba Ana y la otra Fenina; Fenina tenía hijos, y Ana no los tenía.
Aquel hombre solía subir todos los años desde su pueblo, para adorar y ofrecer sacrificios al Señor de los ejércitos en Siló, donde estaban de sacerdotes del Señor los dos hijos de Elí, Jofní y Fineés.
Llegado el día de ofrecer el sacrificio, repartía raciones a su mujer Fenina para sus hijos e hijas, mientras que a Ana le daba sólo una ra11ción; y eso que la queria, pero el Señor la había hecho estéril. Su rival la insultaba, ensañándose con ella para mortificarla, porque el Señor la habla hecho estéril. Así hacia año tras año; siempre que subían al templo del Señor, solía insultarla así.
Una vez Ana lloraba y no comía. Y Elcaná, su marido, le dijo:
-«Ana, ¿por qué lloras y no comes? ¿Por qué te afliges? ¿No te valgo yo más que diez hijos?»



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Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía:
-********* «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»
-********* Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago. Jesús les dijo:
-********* -«Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.»
-********* Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él.

Palabra del Señor.
 
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En aquellos días, después de la comida en Siló, mientras el sacerdote Elí estaba sentado en su silla junto a la puerta del templo, Ana se levantó y, con el alma llena de amargura, se puso a rezar al Señor, llorando a todo llorar. Y añadió esta promesa: -«Señor de los ejércitos, si te fijas en la humillación de tu sierva y te acuerdas de mi, si no te olvidas de tu sierva y le das a tu sierva un hijo varón, se lo entrego al Señor de por vida, y no pasará la navaja por su cabeza. »
Mientras ella rezaba y rezaba al Señor, Elí observaba sus labios. Y, como Ana hablaba para sí, y no se ola su voz aunque movía los labios, Elí la creyó borracha y le dijo:
- «¿Hasta cuándo te va a durar la borrachera? A ver si se te pasa el efecto del vino.»
Ana respondió:
-«No es así, Señor. Soy una mujer que sufre. No he bebido vino ni licor, estaba desahogándome ante el Señor no creas que esta sierva tuya es una descarada; si he estado hablando hasta ahora, ha sido de pura congoja y aflicción.» Entonces Elí le dijo:
-«Vete en paz. Que el Dios de Israel te conceda lo que le has pedido.»
Ana respondió:
-«Que puedas favorecer siempre a esta sierva tuya.»
Luego se fue por su camino, comió, y no parecía la de antes.
A la mañana siguiente madrugaron, adoraron al Señor y se volvieron.
Llegaron a su casa de Ramá, Elcaná se unió a su mujer Ana, y el Señor se acordó de ella.
Ana concibió, dio a luz un hijo y le puso de nombre Samuel, diciendo:
-«Al Señor se lo pedí.»



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En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad. Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar:
-« ¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.»
Jesús lo increpó:
-$«Cállate y sal de él.»
El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos:
-«¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.»
Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.

Palabra del Señor.
 
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En aquellos días, el niño Samuel oficiaba ante el Señor con Elí.
La palabra del Señor era rara en aquel tiempo, y no abundaban las visiones.
Un día Elí estaba acostado en su habitación. Sus ojos empezaban a apagarse, y no podía ver.
Aún ardía la lámpara de Dios, y Samuel estaba acostado en el templo del Señor, donde estaba el arca de Dios. El Señor llamó a Samuel, y él respondió: -«Aquí estoy.»
Fue corriendo a donde estaba Elí y le dijo:
-«Aquí estoy; vengo porque me has llamado.»
Respondió Elí:
-«No te he llamado; vuelve a acostarte.»
Samuel volvió a acostarse.
Volvió a llamar el Señor a Samuel.
Él se levantó y fue a donde estaba Elí y le dijo:
-«Aquí estoy; vengo porque me has llamado.»
Respondió Elí:
-«No te he llamado, hijo mío; vuelve a acostarte.»
Aún no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la palabra del Señor.
Por tercera vez llamó el Señor a Samuel, y él se fue a donde estaba Ell y le dijo:
-«Aquí estoy; vengo porque me has llamado.»
Elí comprendió que era el Señor quien llamaba al muchacho, y dijo a Samuel:
-«Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde:
“Habla, Señor, que tu siervo te escucha.”»
Samuel fue y se acostó en su sitio.
El Señor se presentó y le llamó como antes:
-« ¡Samuel, Samuel!»
Él respondió:
-«Habla, que tu siervo te escucha.»
Samuel crecía, y el Señor estaba con él; ninguna de sus palabras dejó de cumplirse; y todo Israel, desde Dan hasta Berseba, supo que Samuel era profeta acreditado ante el Señor.



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En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés.
La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron:
-«Todo el mundo te busca.»
Él les respondió:
-«Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido.»
Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios

Palabra del Señor.
 
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En aquellos días, se reunieron los filisteos para atacar a Israel. Los israelitas salieron a enfrentarse con ellos y acamparon junto a Piedrayuda, mientras que los filisteos acampaban en El Cerco. Los filisteos formaron en orden de batalla frente a Israel.
Entablada la lucha, Israel fue derrotado por los filisteos; de sus filas murieron en el campo unos cuatro mil hombres.
La tropa volvió al campamento, y los ancianos de Israel deliberaron:
-« ¿Por qué el Señor nos ha hecho sufrir hoy una derrota a manos de los filisteos? Vamos a Siló, a traer el arca de la alianza del Señor, para que esté entre nosotros y nos salve del poder enemigo.» Mandaron gente a Siló, a por el arca de la alianza del Señor de los ejércitos, entronizado sobre querubines. Los dos hijos de Elí, Jofra y Fineés, fueron con el arca de la alianza de Dios.
Cuando el arca de la alianza del Señor llegó al campamento, todo Israel lanzó a pleno pulmón el alarido de guerra, y la tierra retembló.
Al oír los filisteos el estruendo del alarido, se preguntaron:
-« ¿Qué significa ese alarido que retumba en el campamento hebreo?»
Entonces se enteraron de que el arca del Señor había llegado al campamento y, muertos de miedo, decían:
-« ¡Ha llegado su Dios al campamento! ¡Ay de nosotros! Es la primera vez que nos pasa esto. ¡Ay de nosotros! ¿Quién nos librará de la mano de esos dioses poderosos, los dioses que hirieron a Egipto con toda clase de calamidades y epidemias? ¡Valor, filisteos! Sed hombres, y no seréis esclavos de los hebreos, como lo han sido ellos de nosotros. ¡Sed hombres, y al ataque! » Los filisteos se lanzaron a la lucha y derrotaron a los israelitas, que huyeron a la desbandada.
Fue una derrota tremenda: cayeron treinta mil de la infantería israelita.
El arca de Dios fue capturada, y los dos hijos de Elí, Jofril y Fineés, murieron.



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En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: -«Si quieres, puedes limpiarme.»
Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo:
-«Quiero: queda limpio.»
La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio.
Él lo despidió, encargándole severamente:
-«No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu, purificación lo que mandó Moisés.»
Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a el de todas partes.

Palabra del Señor.
 
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En aquellos días, los ancianos de Israel se reunieron y fueron a entrevistarse con Samuel en Ramá. Le dijeron:
-«Mira, tú eres ya viejo, y tus hijos no se comportan como tú. Nómbranos un rey que nos gobierne, corno se hace en todas las naciones.» A Samuel le disgustó que le pidieran ser gobernados por un rey, y se puso a orar al Señor.
El Señor le respondió:
-«Haz caso al pueblo en todo lo que te pidan.
No te rechazan a ti, sino a mí; no me quieren por rey.»
Samuel comunicó la palabra del Señor a la gente que le pedía un rey:
-«Éstos son los derechos del rey que os regirá: a vuestros hijos los llevará para enrolarlos en sus destacamentos de carros y caballería, y para que vayan delante de su carroza; los empleará como jefes y oficiales en su ejército, como aradores de sus campos y segadores de su cosecha, como fabricantes de armamento y de pertrechos para sus carros. A vuestras hijas se las llevará como perfumistas, cocineras y reposteras.
Vuestros campos, viñas y los mejores olivares os los quitará para dárselos a sus ministros. De vuestro grano y vuestras viñas os exigirá diezmos, para dárselos a sus funcionarios y ministros. A vuestros criados y criadas, vuestros mejores burros y bueyes, se los llevará para usarlos en su hacienda. De vuestros rebaños os exigirá diezmos. Y vosotros mismos seréis sus esclavos. Entonces gritaréis contra el rey que os elegisteis, pero Dios no os responderá.» El pueblo no quiso hacer caso a Samuel, e insistió:
-«No importa. ¡Queremos un rey! Así seremos nosotros como los demás pueblos. Que nuestro rey nos gobierne y salga al frente de nosotros a luchar en la guerra.» Samuel oyó lo que pedía el pueblo y se lo comunicó al Señor.
El Señor le respondió:
-«Hazles caso y nómbrales un rey.»


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Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaún, se supo que estaba en casa.
Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. Él les proponía la palabra.
Llegaron cuatro llevando un paralítico y, como no podían meterlo, por el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico. Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico:
-«Hijo, tus pecados quedan perdonados.»
Unos escribas, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros:
-« ¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, fuera de Dios?»
Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo:
-¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico “tus pecados quedan perdonados” o decirle “levántate, coge la camilla y echa a andar”?
Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados... »
Entonces le dijo al paralítico:
-«Contigo hablo: Levántate, coge tu camilla -y vete a tu casa. »
Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo:
-«Nunca hemos visto una cosa igual.»

Palabra del Señor.
 
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Había un hombre de Loma de Benjamín, llamado Quis, hijo de Abiel, hijo de Seror, hijo de Becorá, hijo de Afiaj, benjaminita, de buena posición.
Tenía un hijo que se llamaba Saúl, un mozo bien plantado; era el israelita más alto: sobresalía por encima de todos, de los hombros arriba.
A su padre Quis se le habían extraviado unas burras; y dijo a su hijo Saúl:
-«Llévate a uno de los criados y vete a buscar las burras. »
Cruzaron la serranía de Efraín y atravesaron la comarca de Salisá, pero no las encontraron.
Atravesaron la comarca de Saalín, y nada. Atravesaron la comarca de Benjamin, y tampoco. Cuando Sarnuel vio a Saúl, el Señor le avisó:
-«Ése es el hombre de quien te hablé; ése regirá a mi pueblo.»
Saúl se acercó a Samuel en medio de la entrada y le dijo:
-«Haz el favor de decirme dónde está la casa del vidente.»
Samuel le respondió:
-«Yo soy el vidente. Sube delante de mí al altozano; hoy coméis conmigo, y mañana te dejaré marchar y te diré todo lo que piensas. »
Tomó la aceitera, derramó aceite sobre la cabeza de Saúl y lo besó, diciendo:
-«El Señor te unge como jefe de su heredad. Tú regirás al pueblo del Señor y lo librarás de la mano de los enemigos que lo rodean.»



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En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo a la orilla del lago; la gente acudía a él, y les enseñaba. Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo:
-«Sígueme.»
Se levantó y lo siguió.
Estando Jesús a la mesa en su casa, de entre los muchos que lo seguían un grupo de publicanos y pecadores se sentaron con Jesús y sus discípulos. Algunos escribas fariseos, al ver que comía con publicanos y pecadores, les dijeron a los discípulos:
-« ¡De modo que come con publicanos y pecadores! »
Jesús lo oyó y les dijo:
-«No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he ven do a llamar a los justos, sino a los pecadores.»

Palabra del Señor.
 
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En aquellos días, Samuel dijo a Saúl:
-«Déjame que te cuente lo que el Señor me ha dicho esta noche.» Contestó Saúl:
-«Dímelo. »
Samuel dijo:
«Aunque te creas pequeño, eres la cabeza de las tribus de Israel, porque el Señor te ha nombrado rey de Israel. El Señor te envió a esta campaña con orden de exterminar a esos pecadores amalecitas, combatiendo hasta acabar con ellos. ¿Por qué no has obedecido al Señor? ¿Por qué has echado mano a los despojos, haciendo lo que el Señor reprueba?» Saúl replicó:
-« ¡Pero si he obedecido al Señor! He hecho la campaña a la que me envió, he traído a Agag, rey de Amalec, y he exterminado a los amalecitas.
Si la tropa tomó del botín ovejas y vacas, lo mejor de lo destinado al exterminio, lo hizo para ofrecérselas en sacrificio al Señor, tu Dios, en Guilgal.»
Samuel contestó:
-« ¿Quiere el Señor sacrificios y holocaustos, o quiere que obedezcan al Señor? Obedecer vale más que un sacrificio; ser dócil, más que la grasa de carneros. Pecado de adivinos es la rebeldía, crimen de idolatría es la obstinación. Por haber rechazado al Señor, el Señor te rechaza como rey.»



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En aquel tiempo, los discípulos de Juan y los fariseos estaban de ayuno. Vinieron unos y le preguntaron a Jesús:
-«Los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan. ¿Por qué los tuyos no?»
Jesús les contestó:
-« ¿Es que pueden ayunar los amigos del novio, mientras el novio está con ellos? Mientras tienen al novio con ellos, no pueden ayunar. Llegará un día en que se lleven al novio; aquel día si que ayunarán.
Nadie le echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto, lo nuevo de lo viejo, y deja un roto peor.
Nadie echa vino nuevo en odres viejos; porque revienta los odres, y se pierden el vino y los odres; a vino nuevo, odres nuevos. »

Palabra del Señor.