Leamos la BIBLIA

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Así dice la esposa:
«En mi cama, por la noche, buscaba al amor de mi alma: lo busqué y no lo encontré.
Me levanté y recorrí la ciudad por las calles y las plazas, buscando al amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré.
Me han encontrado los guardias que rondan por la ciudad:
-”¿Visteis al amor de mi alma?”
Pero, apenas los pasé, encontré al amor de mi alma.»



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El primer día de la semana, María- Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Fuera, junto al sepulcro, estaba María, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde habla estado el cuerpo de Jesús.
Ellos le preguntan:
-«Mujer, ¿por qué lloras?»
Ella les contesta:
-«Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto. »
Dicho esto, da media vuelta y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.
Jesús le dice:
-«Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?»
Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta:
-«Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré.»
Jesús le dice:
-«¡María!»
Ella se vuelve y le dice:
-«¡Rabboni!», que significa: «¡Maestro!»
Jesús le dice:
-«Suéltame, que todavía no he subido al Padre. Anda, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro.”»
María Magdalena fue y anunció a los discípulos:
-«He visto al Señor y ha dicho esto.»

Palabra del Señor.
 
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Hermanos:
Para la Ley yo estoy muerto, porque la Ley me ha dado muerte; pero así vivo para Dios.
Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí.
Y, mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí.



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En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador.
A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.
Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.
Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mi no podéis hacer nada.
Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.
Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará.
Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.»

Palabra del Señor.
 
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En aquellos días, el Señor se apareció en sueños a Salomón y le dijo: -«Pídeme lo que quieras.»
Respondió Salomón:
-«Señor, Dios mío, tú has hecho que tu siervo suceda a David, mi padre, en el trono, aunque yo soy un muchacho y no sé desenvolverme. Tu siervo se encuentra en medio de tu pueblo, un pueblo inmenso, incontable, innumerable. Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien, pues, ¿quién sería capaz de gobernar a este pueblo tan numeroso?»
Al Señor le agradó que Salomón hubiera pedido aquello, y Dios le dijo:
-«Por haber pedido esto y no haber pedido para ti vida larga ni riquezas ni la vida de tus enemigos, sino que pediste discernimiento para escuchar y gobernar, te cumplo tu petición: te doy un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrá después de ti.»



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Hermanos:
Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio.
A los que habla escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito de muchos hermanos.
A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó.



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En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
-«El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría ‘va a vender todo lo que tiene y compra el campo.
El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.
El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran.
Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.
¿Entendéis bien todo esto?»
Ellos le contestaron: -«Sí.»
Él les dijo:
-«Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo. »

Palabra del Señor.


Más abajo encontrareis la HOMILÍA correspondiente a estas lecturas.
 
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“Un corazón dócil para gobernar”..

Salomón ha pasado a la historia judía y cristiana como modelo de rey sabio, porque, en lugar de pedir poder y riquezas, implora a Dios “un corazón dócil para gobernar” (I Reyes 3, 9).
Fue el tercer monarca de Israel, después de su padre David, a quien sucedió.
Utilizó medios violentos para acceder al poder, en contra de su hermano mayor.
Durante su reinado Israel gozó de prosperidad económica y de paz.
Muchos reyes acudieron a Jerusalén para visitarle, entre ellos la famosa reina de Saba.
Se le atribuyen varios libros sapienciales de la Biblia, cantos y proverbios.
Su vida fue poco edificante, pues llegó a tener cientos de esposas y concubinas. Hizo ostentación de sus riquezas y cayó en el peor de los pecados para un israelita: la idolatría.
A su muerte, el Reino de Israel se segregó en dos.
Todo ello no evita que en muchos pasajes bíblicos se alabe su proceder para hacer justicia a su pueblo.
Dios escribe recto con líneas torcidas.

Varias parábolas..

Las parábolas narradas en el evangelio se centran en la respuesta que Jesús quiere de
los que creen en Él.

“El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en el campo. El que lo encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, vende todo lo que tiene y lo compra” (Mateo 13, 44)
“El Reino de los Cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al

El núcleo del mensaje es el mismo en ambas parábolas; los dos encuentran algo de inestimable valor: el Reino de los Cielos.
Se entiende así la alegría de innumerables personas, que lo han dejado todo para seguir a Jesús.
San Pablo, después de su conversión y de haber identificado su vida con la de Cristo, decía que “todo lo estimo por basura con tal de ganar a Cristo “ (Filipenses 3, 8).
Algo similar escribía Santa Teresa de Jesús: “Nada te turbe, nada te espante; quien a Dios tiene, nada le falta, sólo Dios basta”.

El Reino, acogido con generosidad, es como un espacio en nuestro mundo terrenal, donde todo se adecua a imagen de Dios; es como un trozo de cielo en la tierra.
A quien no ha recibido el don de la fe, le resulta difícil entender que haya personas capaces de desprenderse de sus bienes.
Sin embargo, nada hay más insensato que el corazón del hombre cuando se empecina en acumular riquezas para asegurarse un futuro feliz y sin sobresaltos.
Pero la felicidad no nos viene dada por lo que tenemos, sino por lo que somos como personas: honestos, respetuosos, caritativos, y dejando actuar a Dios en cada uno de nosotros.

Compartir.

Jesús nos sigue ofreciendo hoy un camino, que no ha perdido el carácter de buena noticia.
La historia humana se ha desarrollado siempre con múltiples vaivenes, marcados por la búsqueda constante de sistemas que logren estabilidad, paz, buena convivencia y una justa distribución de bienes para todos.
Los intentos han sido loables, pero han desembocado en profundos desencantos, no por culpa de los sistemas, sino por la egoísta manipulación de los mismos.
El comunismo fracasó, porque sus dirigentes, al prescindir de Dios y considerar la religión como “opio del pueblo” terminaron convirtiéndose en “dioses”, y esclavizando a los suyos.
El materialismo no persigue la idea de Dios, pero impregna todo el tejido social con la seducción de las riquezas.
Los millones de parados dan fe de la ineficacia de los sistemas políticos cuando la crisis de valores y el desarme moral amordazan las reacciones humanas ante las injusticias.

Las palabras de Jesús: “Anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres y vente conmigo” (Mateo 19, 21), no parecen tener demasiado eco en nuestra sociedad postmoderna.
A pesar de todo, el camino a seguir pasa primero por abandonar todo lo superfluo y confiarnos en la Providencia, que llena con creces los vacíos de nuestras almas.

“Donde está tu tesoro, allí está también tu corazón” (Mateo 19, 21).

Últimamente estamos asistiendo en España a concentraciones de protesta contra la clase política para promover lo que llaman “democracia real” en nombre de todos los indignados. No sabemos dónde desembocará este movimiento, ni quién o quienes mueven los hilos desde la trastienda y con qué objetivos. El futuro desvelará el misterio.

Algo sí es cierto: debemos acabar cuanto antes con lo privilegios, prebendas, exenciones fiscales... de nuestros políticos, en tanto haya millones de ciudadanos con problemas para llegar a fin de mes.
Por otro lado, ir contra el sistema democrático, libremente asumido por el pueblo, no es la mejor carta de presentación para solucionar nuestro futuro inmediato.
Dicho esto, podemos preguntarnos: ¿En qué puesto de preferencia colocamos los valores morales, la fe, la familia... y Dios?.
La regeneración auténtica de una sociedad enferma comienza por un diagnóstico claro de los niveles morales a los que hemos llegado y tomando medidas para educar a las próximas generaciones en reglas justas de convivencia, de respeto y de reconocimiento y protección del hecho religioso.
Si buscamos tesoros imperecederos, nuestro corazón estará sano.
Si lo que buscamos son tesoros efímeros, nuestro corazón navegará por la senda de la amargura.
Si hemos encontrado el Reino de los Cielos, demos gracias a Dios y pidámosle que no perdamos la perla de gran valor: la FE que nos salva y que nos permite amar más y mejor en medio de este caos que nos toca vivir.
No echemos en saco roto el salmo 18, que nos presenta la liturgia de hoy: “Más estimo yo los preceptos de tu boca, que miles de monedas de oro y plata”·

Y, pase lo que pase, siempre están vigentes, y podemos hacerlas propias, las palabras de San Pablo a los Romanos:
“Sabemos que, a los que aman a Dios, todo les sirve para bien”

¡Feliz Domingo!.
 
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En aquellos días, los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor y hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo.
Los condujeron a presencia del Sanedrín y el sumo sacerdote los interrogó.
-« ¿No os hablamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre.»
Pedro y los apóstoles replicaron:
-«Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen.»
Esta respuesta los exasperó, y decidieron acabar con ellos.
Más tarde, el rey Herodes hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan.



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Hermanos:
El tesoro del ministerio lo llevamos en vasijas de barro para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros.
Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no abandonados; .nos derriban, pero no nos rematan; en toda ocasión y por todas partes, llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.
Mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte, por causa de Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. Así, la muerte está actuando en nosotros, y la vida en vosotros.
Teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: «Creí, por eso hablé», también nosotros creemos y por eso hablamos; sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también con Jesús nos resucitará y nos hará estar con vosotros.
Todo es para vuestro bien. Cuantos más reciban la gracia, mayor será el agradecimiento, para gloria de Dios.



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En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó:
-¿«Qué deseas?»
Ella contestó:
-«Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda.»
Pero Jesús replicó:
-«No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber? »
Contestaron:
-«Lo somos.»
Él les dijo:
-«Mi cáliz lo beberéis; pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mi concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre.»
Los otros diez, que lo hablan oído, se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús, reuniéndolos, les dijo:
-«Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo.
Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos.»

Palabra del Señor.
 
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En aquellos días, Moisés levantó la tienda de Dios y la plantó fuera, a distancia del campamento, y la llamó «tienda del encuentro». El que tenía que visitar al Señor salía fuera del campamento y se dirigía a la tienda del encuentro.
Cuando Moisés salía en dirección a la tienda, todo el pueblo se levantaba y esperaba a la entrada de sus tiendas, mirando a Moisés hasta que éste entraba en la tienda; en cuanto él entraba, la columna de nube bajaba y se quedaba a la entrada de la tienda, mientras él hablaba con el Señor, y el Señor hablaba con Moisés.
Cuando el pueblo vela la columna de nube a la puerta de la tienda, se levantaba y se prosternaba, cada uno a la entrada de su tienda.
El Señor hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con un amigo. Después él volvía al campamento, mientras Josué, hijo de Nun, su joven ayudante, no se apartaba de la tienda.
Y Moisés pronunció el nombre del Señor.
El Señor pasó ante él, proclamando:
-«Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad. Misericordioso hasta la milésima generación, que perdona culpa, delito y pecado, pero no deja impune y castiga la culpa de los padres en los hijos y nietos, hasta la tercera y cuarta generación.»
Moisés, al momento, se inclinó y se echó por tierra.
Y le dijo:
-«Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque ése es un pueblo de cerviz dura; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya.»
Moisés estuvo allí con el Señor cuarenta días con sus cuarenta noches: no comió pan ni bebió agua; y escribió en las tablas las cláusulas del pacto, los diez mandamientos.



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En aquel tiempo, Jesús dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle:
-«Acláranos la parábola de la cizaña en el campo.»
Él les contestó:
-«El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles.
Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será al fin del tiempo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga.»

Palabra del Señor.
 
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En aquellos días, Moisés hizo todo ajustándose a lo que el Señor le habla mandado.
El día uno del mes primero del segundo año fue construido el santuario. Moisés construyó el santuario, colocó las basas, puso los tablones con sus trancas y plantó las columnas; montó la tienda sobre el santuario y puso la cubierta sobre la tienda; como el Señor se lo habla ordenado a Moisés.
Colocó el documento de la alianza en el arca, sujetó al arca los varales y la cubrió con la placa. Después la metió en el santuario y colocó la cortina de modo que tapase el arca de la alianza; como el Señor se lo había ordenado a Moisés.
Entonces la nube cubrió la tienda del encuentro, y la gloria del Señor llenó el santuario.
Moisés no pudo entrar en la tienda del encuentro, porque la nube se había posado sobre ella, y la gloria del Señor llenaba el santuario.
Cuando la nube se alzaba del santuario, los israelitas levantaban el campamento, en todas las etapas. Pero, cuando la nube no se alzaba, los israelitas esperaban hasta que se alzase.
De día la nube del Señor se posaba sobre el santuario, y de noche el fuego, en todas sus etapas, a la vista de toda la casa de Israel.



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En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
-«El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran.
Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.
¿Entendéis bien todo esto? »
Ellos les contestaron:
-«Sí.»
Él les dijo:
-«Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo. »
Cuando Jesús acabó estas parábolas, partió de allí.

Palabra del Señor.
 
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El primer día, os reuniréis en asamblea litúrgica, y no haréis trabajo alguno.
Los siete días ofreceréis oblaciones al Señor.
Al séptimo, os volveréis a reunir en asamblea litúrgica, y no haréis trabajo alguno.»
El Señor habló a Moisés:
-«Di a los israelitas: “Cuando entréis en la tierra que yo os voy a dar, y seguéis la mies, la primera gavilla se la llevaréis al sacerdote.
Éste la agitará ritualmente en presencia del Señor, para que os sea aceptada; la agitará el sacerdote el día siguiente al sábado.
Pasadas siete semanas completas, a contar desde el día siguiente al sábado, día en que lleváis la gavilla para la agitación ritual, hasta el día siguiente al séptimo sábado, es decir, a los cincuenta días, haréis una nueva ofrenda al Señor.
El día diez del séptimo mes es el Día de la expiación. Os reuniréis en asamblea litúrgica, haréis penitencia y ofreceréis una oblación al Señor.
El día quince del séptimo mes comienza la Fiesta de las tiendas, dedicada al Señor; y dura siete días.
El día primero os reuniréis en asamblea litúrgica. No haréis trabajo alguno.
Los siete días ofreceréis oblaciones al Señor.
Al octavo, volveréis a reuniros en asamblea litúrgica y a ofrecer una oblación al Señor. Es día de reunión religiosa solemne. No haréis trabajo alguno.
Éstas son las festividades del Señor en las que os reuniréis en asamblea litúrgica, y ofreceréis al Señor oblaciones, holocaustos y ofrendas, sacrificios de comunión y libaciones, según corresponda a cada día.”»



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En aquel tiempo, muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús:
-«Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.»
Jesús le dijo:
-«Tu hermano resucitará.»
Marta respondió: -«Sé que resucitará en la resurrección del último día.»
Jesús le dice:
-«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mi, no morirá para siempre. ¿Crees esto?»
Ella le contestó:
-«Si, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.»

Palabra del Señor.
 
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El Señor habló a Moisés en el monte Sinaí:
-«Haz el cómputo de siete semanas de años, siete por siete, o sea cuarenta y nueve años.
A toque de trompeta darás un bando por todo el país, el día diez del séptimo mes.
El día de la expiación haréis resonar la trompeta por todo vuestro país.
Santificaréis el año cincuenta y promulgaréis manumisión en el país para todos sus moradores.
Celebraréis jubileo; cada uno recobrará su propiedad, y retornará a su familia.
El año cincuenta es para vosotros jubilar; no sembraréis ni segaréis el grano de ricio ni cortaréis las uvas de cepas bordes.
Porque es jubileo; lo considerarás sagrado. Comeréis de la cosecha de vuestros campos.
En este año jubilar cada uno recobrará su propiedad.
Cuando realices operaciones de compra y venta con alguien de tu pueblo, no lo perjudiques.
Lo que compres a uno de tu pueblo se tasará según el número de años transcurridos después del jubileo.
Él a su vez te lo cobrará según el número de cosechas anuales: cuantos más años falten, más alto será el precio; cuanto menos, menor será el precio. Porque él te cobra según el número de cosechas.
Nadie perjudicará a uno de su pueblo. Teme a tu Dios.
Yo soy el Señor, vuestro Dios.»



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En aquel tiempo, oyó el virrey Herodes lo que se contaba de Jesús y dijo a sus ayudantes:
-«Ése es Juan Bautista, que ha resucitado de entre los muertos, y por eso los poderes actúan en él. »
Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo habla metido en la cárcel encadenado, por motivo de Herodías, mujer de su hermano Filipo; porque Juan le decía que no le estaba permitido vivir con ella. Quería mandarlo matar, pero tuvo miedo de la gente, que lo tenía por profeta.
El día del cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó delante de todos, y le gustó tanto a Herodes que juró darle lo que pidiera.
Ella, instigada por su madre, le dijo:
-«Dame ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan Bautista. »
El rey lo sintió; pero, por el juramento y los invitados, ordenó que se la dieran; y mandó decapitar a Juan en la cárcel.
Trajeron la cabeza en una bandeja, se la entregaron a la joven, y ella se la llevó a su madre.
Sus discípulos recogieron el cadáver, lo enterraron, y fueron a contárselo a Jesús.

Palabra del Señor.
 
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Así dice el Señor:
«Oid, sedientos todos, acudid por agua, también los que no tenéis dinero: venid, comprad trigo, comed sin pagar vino y leche de balde.
¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta, y el salario en lo que no da hartura?
Escuchadme atentos, y comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos.
Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme, y viviréis.
Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a David.»



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Hermanos:
¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?
Pero en todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.



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En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos.
Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle:
-«Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer.»
Jesús les replicó:
-«No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer.»
Ellos le replicaron:
-«Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.»
Les dijo:
-«Traédmelos.»
Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

Palabra del Señor.


Más abajo encontrareis la HOMILÍA correspondiente a estas lecturas.
 
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Comer juntos..

El comer no es tan sólo un hecho fisiológico; lo es también cultural y social.
Así lo han entendido la mayor parte de los pueblos, que han visto en la comida una forma única de comunicación, de sintonía humana, de crear distensión y cercanía en torno a una mesa donde se puede confraternizar, dialogar, crecer en la mutua pertenencia, compartir las preocupaciones, los sueños, la vida en común, la solidaridad....

Dentro de la familia sentarse a comer todos juntos en torno al mantel marca esa unidad que tanto necesitamos, fomenta los lazos entre los distintos miembros y nos adentra en una verdadera humanización de todos los quehaceres de la vida.

A Jesús le gustaba asistir a banquetes, participar en la fiesta del alimento compartido, alegrarse con los comensales, dar junto a ellos gracias a Dios, porque la vida es regalo y es don, y el alimento expresión solidaria de esa vida.
Por eso el mismo Jesús nos lega como herencia el ágape fraterno, la Eucaristía, para que recordemos su presencia perenne y salvadora entre nosotros.

Hoy, en los países industrializados, se han operado cambios profundos que afectan a nuestra sociedad en las nuevas formas de comer: se recortan los lazos familiares, los alimentos se industrializan, está la tv que se convierte a menudo en el epicentro de toda la atención de los comensales silenciosos. La comida del mediodía se ha convertido para muchos en un hecho funcional. Nos vamos dando cuenta de que, poco a poco, deshumanizamos un gesto tan humano y tan entrañable como es el sentarnos a comer juntos, sin otros protagonistas que nosotros mismos..
En muchos hogares la mesa no sirve para que padres e hijos se encuentren; hay turnos de comida, otros se quedan en la empresa o salen a comidas de trabajo. Los vínculos familiares se deterioran por la falta de diálogo y comunicación, sobre todo en los niños, principales afectados por hogares rotos, que se refugian en el ordenador o en los juegos solitarios.

Dadles vosotros de comer..

El gesto de Jesús sentándose a la mesa con sus discípulos e invitando a la gente a compartir una sencilla comida, es un toque de atención para una sociedad enferma, como la nuestra, que se está atiborrando de cosas materiales, pero no ha logrado llenar sus necesidades espirituales más profundas. “Dadles vosotros de comer” (Mt 14,16)

¿Multiplicar los panes o multiplicar los corazones?

Podemos dar alimentos, pero tener el corazón frío. Y el problema del hambre es un problema de sensibilidad, de solidaridad, de conciencia humanitaria, pues es en el horno del corazón donde se amasa el mejor pan para saciar el hambre.
Hay muchas clases de hambre, pero ninguna tan dolorosa como la que ocasiona el desprecio y el desamor. ¿Cómo llenar esa hambre de amor, de comprensión, de escucha, de justicia?
¿Cómo abordar la soledad de los nuevos pobres de la sociedad moderna: ancianos solitarios, enfermos terminales, niños sin familia, madres abandonadas, mujeres maltratadas, delincuentes, drogadictos, alcohólicos, emigrantes sin papeles, gente sin hogar...
Todos necesitan el pan del amor y el reconocimiento de su dignidad como personas.

Todavía me conmueven las imágenes de numerosos subsaharianos ahogados en las playas de Tarifa huyendo de la geografía del hambre. Espectáculo dantesco que se repite con machacona cotidianidad, en tanto las mafias del comercio humano actúan sin escrúpulos, mientras otros ambicionamos aumentar nuestro producto interior bruto y gastamos el dinero a manos llenas en lo que no alimenta, como nos recuerda hoy el profeta Isaías (Is.55,2),
Nos llenamos de cosas superfluas, devoramos modas y quemamos ídolos con un apetito consumista que no tiene fin ¿Para qué? ¿Somos más felices por ello?

¿Por qué no rentabilizar mejor nuestro salario y compartir parte de él para aliviar las necesidades que reclaman más urgencia por nuestra parte?

No se trata de suscitar mala conciencia, sino de despertar inquietudes. Aportar nuestro pequeño trocito de pan, como el chico del evangelio, opera auténticos milagros, empezando por nosotros mismos, que recuperamos así la propia dignidad.

Hay personas que ofrecen su vida, su tiempo y su dinero para corregir estas desigualdades. Con su ejemplo nos retan a una solidaridad posible y necesaria, aunque el número de los hambrientos crezca, pero también crecerá al mismo tiempo nuestra esperanza.

¡Feliz Domingo!.