Leamos la BIBLIA

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Hermanos: La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos. Juzga los deseos e intenciones del corazón. No hay criatura que escape a su mirada. Todo está patente y descubierto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas. Mantengamos la confesión de la fe, ya que tenemos un sumo sacerdote grande, que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios. No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado. Por eso, acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente.





En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo a la orilla del lago; la gente acudía a él, y les enseñaba. Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: -«Sígueme.» Se levantó y lo siguió. Estando Jesús a la mesa en su casa, de entre los muchos que lo seguían un grupo de publícanos y pecadores se sentaron con Jesús y sus discípulos. Algunos escribas fariseos, al ver que comía con publícanos y pecadores, les dijeron a los discípulos: -« ¡De modo que come con publícanos y pecadores!» Jesús lo oyó y les dijo: -«No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he ven do a llamar a los justos, sino a los pecadores.»

Palabra del Señor.
 
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El Señor me dijo: «Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso.» Y ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo, para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel -tanto me honró el Señor, y mi Dios fue mi fuerza-: «Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra.»





Yo, Pablo, llamado a ser apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios, y Sóstenes, nuestro hermano, escribimos a la Iglesia de Dios en Corinto, a los consagrados por Cristo Jesús, a los santos que él llamó y a todos los demás que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor de ellos y nuestro. La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sean con vosotros.





En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venia hacia él, exclamó: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Ése _es aquel de quien yo dije: “Tras de mi viene un hombre que está por delante de mi, porque existía antes que yo.” Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel. » Y Juan dio testimonio diciendo: -«He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo.” Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.» mi predilecto.»

Palabra del Señor.


Más abajo encontrareis la HOMILÍA correspondiente a estas lecturas.
 
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EL PECADO DEL MUNDO

Estructuras injustas.

“Todos los seres humanos nacen libres e iguales”. Son palabras de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU, que se corresponden con otras, mucho más antiguas, que leemos en el libro del Génesis: “Dios creó al hombre a su imagen; hombre y mujer los creó”. ( Gen 1, 27). Iguales ambos en dignidad y gobierno.

Pero, una cosa es predicar y otra dar trigo, como vulgarmente se suele decir, porque siguen prevaleciendo en el mundo hirientes desigualdades, que denigran la condición humana , entre ricos y pobres, blancos y negros, esclavos y libres, creyentes y no creyentes. Los egoísmos, el dinero y el afán de poder y dominio configuran los mapas de la marginación, que crece notablemente mientras aumenta el número de los capitalistas.

El poder se utiliza a menudo, no para servir a las personas, sino como pretexto para diversas discriminaciones, poniendo como telón de fondo la producción. Así se explota a la mujer, se explota al obrero, se explota al débil.
Parece que en este mundo no hay lugar para los más débiles ni se protegen los derechos de las minorías.

Tras la derrota del nazismo en la II Guerra Mundial hubo un despertar de la conciencia ciudadana hacia el respeto y la tolerancia. Somos, sin embargo, olvidadizos y aprovechamos cualquier resquicio para obtener ventajas políticas y callar la voz de la discrepancia.

Y esto asombra todavía más cuando hemos entrado de lleno en la era de las comunicaciones y en los intercambios de todo tipo. Deberíamos ser más fraternos, más hospitalarios con los trasiegos migratorios y los vaivenes del trabajo. Pero, nos hemos vuelto quizás recelosos y timoratos.

Si bien el desarrollo tecnológico es en sí mismo una buena noticia, no lo es la utilización de la técnica en beneficio de unos pocos espabilados, trayendo como resultado una estructura de pecado de dimensión universal.. Esa misma estructura que denunció en su tiempo Juan el Bautista y recientemente el Papa Juan Pablo II en la “Sollicitudo Rei Socialis”, pone en peligro la unidad del género humano y nos enfanga a todos como cómplices de las injusticias, violencias, marginaciones, desnutrición y hambre.

¿Quiénes somos culpables?.

Tal vez ninguno de nosotros se sienta culpable, porque no somos conscientes de ser directamente responsables, de la misma manera que no nos damos cuenta si el aire que respiramos es puro o está contaminado. En todo caso echamos la culpa a las autoridades de turno o evadimos la necesaria ayuda para que las instituciones benéficas, a las que criticamos injustamente, afronten el problema. Pero, nos enfadamos si alguien cuestiona nuestros privilegios adquiridos o nos tacha de egoístas.

Esta es una constatación, tan palpable en la sociedad occidental, que no vale eludir el problema y cauterizar nuestra conciencia con justificaciones banales.

El Nuevo Catecismo de la Iglesia recoge, editado hace varios años, contempla entre otros, el llamado “pecado social”, como puede ser la acumulación injusta de riqueza, los atentados contra la naturaleza, el riesgo temerario al conducir, que pone en peligro la vida de terceras personas...

No viene al caso entrar en análisis casuísticos. Se trata simplemente de poner coto y remedio a este pecado del mundo, inmerso cada vez más en un paganismo galopante y lúdico, que termina emponzoñando y enfriando las relaciones humanas.

Nueva evangelización.

Esta es una de las prioridades actuales de la Iglesia que el Papa Benedicto XVI intenta impulsar utilizando los medios de comunicación a nuestro alcance, cada año más sofisticados y precisos.

Urge una nueva evangelización, que proyecte los contenidos de fe en la vida cristiana.
El cristianismos es, más que una moral o una ética, un actitud básica que empape nuestra existencia y señale a Aquel que es fuente de la misma.

El evangelio que acabamos de proclamar nos invita a fijar nuestra mirada en Jesús, ese gran desconocido para muchos cristianos, que merece la pena ser conocido.

Me toca hablar a menudo en los Cursillos de Novios de Jesús de Nazaret. Me asombra la poca cultura religiosa de gran parte de las parejas que vienen a casarse en la iglesia más que por la Iglesia, siguiendo las tradiciones de sus padres o la moda al uso. “Luce más”, suelen decir. ¿Cuál? ¿El templo, la ceremonia, el vestido?
Hay un anacronismo esperpéntico en todas estas actitudes, pues, mientras por un lado se admira a Jesús, por otro, se ignora su mensaje. Se habla de Él de oídas, como se habla de la Inquisición o del Papa con la demagogia barata y el atrevimiento propio de los ignorantes, mezclando lo sagrado y lo profano en un amasijo de disparates.
No obstante, cuando reciben y acogen su mensaje quedan positivamente “alucinados”.

Hace días me acerqué en Metro a un barrio de Madrid para visitar a una pareja amiga. Me habían dado como referencia para ubicarme en el lugar, un templo recién construido. Me perdí y tuve que preguntar a un transeúnte, que ignoraba mi condición de sacerdote. Recibí una contestación seca y lacónica: “De templos y curas, cuanto más lejos, mejor”.

Existe mala prensa en torno a lo religioso y abunda el vicio, muy español por otra parte, de dejarse arrastrar por corrientes anticlericales y anticristianas, aún a trueque de confesarse oficialmente católicos. Resulta paradójico, pero es real. Está en la calle y en la boca de muchos creyentes, quizás condicionados por experiencias negativas con algún sacerdote, religioso o religiosa, que tienden a generalizar, o tal vez por pasadas uniones de interés entre autoridades políticas y religiosas que escandalizaban al pueblo. Estas lacras pasan factura.

Es cierto que Jesús sigue siendo un mito, una aureola, un modelo, aunque se ignore su mensaje. Tendremos que tocar fondo y despertar de nuevo a los valores espirituales, empezando por conocer a Jesús como”Camino, Verdad y Vida”, seguirle como nuestro Señor y amarle como nuestro Dios y Salvador.
¡Ojalá conociéramos la historia de la salvación como sabemos de memoria la última alineación de nuestro equipo favorito de fútbol o los intérpretes de las canciones en boga! Seguramente lucharíamos por prioridades más profundas y gratificantes.

Con esta esperanza expresemos juntos nuestra fe.​
 
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Hermanos: Todo sumo sacerdote, escogido entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios: para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Él puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades. A causa de ellas, tiene que ofrecer sacrificios por sus propios pecados, como por los del pueblo. Nadie puede arrogarse este honor: Dios es quien llama, como en el caso de Aarón. Tampoco Cristo se confirió a si mismo la dignidad de sumo sacerdote, sino aquel que le dijo: «Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy», o, como dice otro pasaje de la Escritura: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.» Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna, proclamado por Dios sumo sacerdote, según el rito de Melquisedec.





En aquel tiempo, los discípulos de Juan y los fariseos estaban de ayuno. Vinieron unos y le preguntaron a Jesús: -«Los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan. ¿Por qué los tuyos no?» Jesús les contestó: -«¿Es que pueden ayunar los amigos del novio, mientras el novio está con ellos? Mientras tienen al novio con ellos, no pueden ayunar. Llegará un día en que se lleven al novio; aquel día si que ayunarán. Nadie le echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto, lo nuevo de lo viejo, y deja un roto peor. Nadie echa vino nuevo en odres viejos; porque revienta los odres, y se pierden el vino y los odres; a vino nuevo, odres nuevos. »

Palabra del Señor.
 
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Hermanos: Dios no es injusto para olvidarse de vuestro trabajo y del amor que le habéis demostrado sirviendo a los santos ahora igual que antes. Deseamos que cada uno de vosotros demuestre el mismo empeño hasta el final, para que se cumpla vuestra esperanza, y no seáis indolentes, sino mitad a los que, con fe y perseverancia, consiguen lo prometido. Cuando Dios hizo la promesa a Abrahán, no teniendo a nadie mayor por quien jurar, juró por si mismo, diciendo: «Te llenaré de bendiciones y te multiplicaré abundantemente.» Abrahán, perseverando, alcanzó lo prometido. Los hombres juran por alguien que sea mayor y, con la garantía del juramento, queda zanjada toda discusión. De la misma manera, queriendo Dios demostrar a los beneficiarios de la promesa la inmutabilidad de su designio, se comprometió con juramento, para que por dos cosas inmutables, en las que es imposible que Dios mienta, cobremos ánimos y fuerza los que buscamos refugio en él, asiéndonos a la esperanza que se nos ha ofrecido. La cual es para nosotros como ancla del alma, segura y firme, que penetra más allá de la cortina, donde entró por nosotros, como precursor, Jesús, sumo sacerdote para siempre, según el rito de Melquisedec.





Un sábado, atravesaba el Señor un sembrado; mientras andaban, los discípulos iban arrancando espigas. Los fariseos le dijeron: -«Oye, ¿por qué hacen en sábado lo que no está permitido?» Él les respondió: -« ¿No habéis leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus hombres se vieron faltos y con hambre? Entró en la casa de Dios, en tiempo del sumo sacerdote Abiatar, comió de los panes presentados, que sólo pueden comer los sacerdotes, y les dio también a sus compañeros.» Y añadió: -«El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado; así que el Hijo del hombre es señor también del sábado.»

Palabra del Señor.
 
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Melquisedec, rey de Salen, sacerdote del Dios altísimo, cuando Abrahán regresaba de derrotar a los reyes, lo abordó y lo bendijo, recibiendo de él el díezmo del botín. Su nombre significa «rey de justicia», y lleva también el título de rey de Salen, es decir, «rey de paz». Sin padre, sin madre, sin genealogía; no se menciona el principio de sus días ni el fin de su vida. En virtud de esta semejanza con el Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre. Y esto resulta mucho más evidente si surge otro sacerdote a semejanza de Melquisedec, que lo sea no en virtud de una legislación carnal. sino en fuerza de una vida imperecedera; pues está atestiguado: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.»





En aquel tiempo, entró Jesús otra vez en la sinagoga, y había allí un hombre con parálisis en un brazo. Estaban al acecho, para ver si curaba en sábado y acusarlo. Jesús le dijo al que tenia la parálisis: -«Levántate y ponte ahí en medio.» Y a ellos les preguntó: -«¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?» Se quedaron callados. Echando en torno una mirada de ira, y dolido de su obstinación, le dijo al hombre: -«Extiende el brazo.» Lo extendió y quedó restablecido. En cuanto salieron de la sinagoga, los fariseos se pusieron a planear con los herodianos el modo de acabar con él.

Palabra del Señor.
 
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Hermanos: Jesús puede salvar definitivamente a los que por medio de él se acercan a Dios, porque vive siempre para interceder en su favor. Y tal convenla que fuese nuestro sumo sacerdote: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo. Él no necesita ofrecer sacrificios cada día, como los sumos sacerdotes, que ofrecían primero por los propios pecados, después por los del pueblo-, porque lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. En efecto, la ley hace a los hombres sumos sacerdotes llenos de debilidades. En cambio, las palabras del juramento, posterior a la ley, consagran al Hijo, perfecto para siempre. Esto es lo principal de toda la exposición: Tenemos un sumo sacerdote tal, que está sentado a la derecha del trono de la Majestad en los cielos y es ministro del santuario y de la tienda verdadera, construida por el Señor y no por hombre. En efecto, todo sumo sacerdote está puesto para ofrecer dones y sacrificios; de ahí la necesidad de que también éste tenga algo que ofrecer. Ahora bien, si estuviera en la tierra, no seria siquiera sacerdote, habiendo otros que ofrecen los dones según la Ley. Estos sacerdotes están al servicio de un esbozo y sombra de las cosas celestes, según el oráculo que recibió Moisés cuando iba a construir la tienda: «Mira -le dijo Dios-, te ajustarás al modelo que te fue mostrado en la montaña.» Mas ahora a él le ha correspondido un ministerio tanto más excelente, cuanto mejor es la alianza de la que es mediador, una alianza basada en promesas mejores.





En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del lago, y lo siguió una muchedumbre de Galilea. Al enterarse de las cosas que hacia, acudía mucha gente de Judea, de Jerusalén y de Idumea, de la Transjordania, de las cercanías de Tiro y Sidón. Encargó a sus discípulos que le tuviesen preparada una lancha, no lo fuera a estrujar el gentío. Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo. Cuando lo veían, hasta los espíritus inmundos se postraban ante él, gritando: «Tú eres el Hijo de Dios.» Pero él les prohibía severamente que lo diesen a conocer.

Palabra del Señor.
 
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Hermanos: Ahora a nuestro sumo sacerdote le ha correspondido un ministerio tanto más excelente, cuanto mejor es la alianza de la que es mediador, una alianza basada en promesas mejores. En efecto, si la primera hubiera sido perfecta, no tendría objeto la segunda. Pero a los antiguos les echa en cara: «Mirad que llegan días -dice el Señor-, en que haré con la casa de Israel y con la casa de Judá una alianza nueva; no como la alianza que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto. Ellos fueron infieles a mi alianza, y yo me desentendí de ellos -dice el Señor-. Así será la alianza que haré con la casa de Israel después de aquellos días -oráculo del Señor-: Pondré mis leyes en su mente y las escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: “¡Conoce al Señor!”, porque todos me conocerán, del menor al mayor, pues perdonaré sus delitos y no me acordaré ya de sus pecados.» Al decir «alianza nueva», dejó anticuada la anterior; y lo que está anticuado y se hace viejo está a punto de desaparecer.





En aquel tiempo, Jesús, mientras subía a la montaña, fue llamando a los que él quiso, y se fueron con él. A doce los hizo sus compañeros, para enviarlos a predicar, con poder para expulsar demonios. Así constituyó el grupo de los Doce: Simón, a quien dio el sobrenombre de Pedro, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, a quienes dio el sobrenombre de Boanerges -Los Truenos-, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Celotes y Judas Iscariote, que lo entregó.

Palabra del Señor.
 
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Hermanos: De hecho se construyó un tabernáculo, el primero, donde estaban el candelabro, la mesa y los panes presentados -éste se llama «el santo »-, y detrás de la segunda cortina el tabernáculo llamado «el santísimo ». Pero Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos. Su tabernáculo es más grande y más perfecto: no hecho por manos de hombre, es decir, no de este mundo creado. No usa sangre de machos cabríos ni de becerros, sino la suya propia; y así ha entrado en el santuario una vez para siempre, consiguiendo la liberación eterna. Si la sangre de machos cabríos y de toros y el rociar con las cenizas de una becerra tienen el poder de consagrar a los profanos, devolviéndoles la pureza externa, cuánto más la sangre de Cristo, que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto del Dios vivo.





En aquel tiempo, Jesús fue a casa con sus discípulos y se juntó de nuevo tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque decían que no estaba en sus cabales.

Palabra del Señor.
 
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En otro tiempo el Señor humilló el país de Zabulón y el país de Neftali; ahora ensalzará el camino del mar, al otro lado del Jordán, la Galilea de los gentiles. El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierra de sombras, y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo; se gozan en tu presencia, corno gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín. Porque la vara del opresor, y el yugo de su carga, el bastón de su hombro, los quebrantaste como el día de Madián.





Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo: poneos de acuerdo y no andéis divididos. Estad bien unidos con un mismo pensar y sentir. Hermanos, me he enterado por los de Cloe que hay discordias entre vosotros. Y por eso os hablo así, porque andáis divididos, diciendo: «Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Pedro, yo soy de Cristo. » ¿Está dividido Cristo? ¿Ha muerto Pablo en la cruz por vosotros? ¿Habéis sido bautizados en nombre de Pablo? Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a anunciar el Evangelio, y no con sabiduría de palabras, para no hacer ineficaz la cruz de Cristo.





Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftali. Así se cumplió lo que habla dicho el profeta Isaías: «País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló. » Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: -«Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.» Pasando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, S’ o al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: -«Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres.» Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redel con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron. Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.

Palabra del Señor.


Más abajo encontrareis la HOMILÍA correspondiente a estas lecturas.
 
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¿QUÉ ESTAMOS HACIENDO DE LA LUZ?​

“El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz” (Is 9, 1).

La liturgia de hoy nos sitúa en los comienzos de la predicación del Evangelio. Jesús llama a la conversión “porque está cerca el Reino de Dios”
El término “Reino de Dios” no alude a un territorio concreto, en el que Dios va a reinar, sino a la acción de Dios, que reina sobre los hombres.

Por otro lado, la conversión que Jesús preconiza es un cambio de la mente y del corazón, una apertura interior y en las formas, capaz de transformar nuestras vidas y desterrar viejos encorsetamientos, que , a menudo son un obstáculo a esta acción de Dios.

Galilea es una región fértil y verde, donde se habían asentado colonias de gentiles y donde florecía la civilización romana, que había sustituido a la griega. Poco a poco se había ido convirtiendo en una encrucijada de culturas y de pueblos,

Jesús se halla en Cafarnáun, ciudad de la orilla norte del lago de Tiberíades, que sería el centro de sus correrías apostólicas. Escoge para su misión a un puñado de hombres, que en adelante le acompañarán como colaboradores y amigos muy cercanos, a quienes les descubre con infinita paciencia sus más íntimos secretos y la batalla emprendida contra el mal.
La curación de las enfermedades físicas se enmarca también en este contexto de la acción salvadora de un Dios que se conmueve ante los hombres e intenta involucrarnos en esta sagrada misión.

Sin necesitar nuestra ayuda, se apoya en nosotros haciéndonos partícipes y responsables de llevar la luz al pueblo que anda en tinieblas.

El P. Congar, uno de los teólogos inspiradores del Concilio Vaticano II, que se sentía llamado a ser luz, decía: “Cada día Cristo me llama, cada día me impide detenerme: su palabra y su ejemplo me arrancan de la tendencia instintiva que me retendría pegado a mí mismo, a mis costumbres, a mi egoísmo. Yo le pido que tenga conmigo la misericordia de no dejarme en mí mismo, sentado en mi tranquilidad”.

Dar testimonio de la luz.

El egoísmo, los respetos humanos, el miedo a la responsabilidad o a las oposición de los demás nos impiden dar testimonio de la luz. Lo más sencillo es claudicar, dejarse arrastrar por la corriente, pero es esto precisamente lo que los cristianos no debemos hacer.

Pasó hace siglos la época de las catacumbas, de las persecuciones sin cuartel hacia los seguidores de Jesús, pero vivimos en la actualidad, sobre todo en España, con miedo a manifestar públicamente nuestra fe.
Y, sin embargo, a nadie debería asombrar que un personaje público o un importante intelectual se acercara a proclamar la Palabra de Dios en un funeral o en cualquier acto religioso, como lo hacen en otros países oficialmente menos católicos.

Existe miedo, pudor, cobardía y achantamiento por nuestra condición religiosa o por un pasado de simbiosis con la sociedad civil. Cuenta más en mostrarse como políticamente correcto, para no defraudar expectativas electorales, que nuestra condición de creyentes.
Corren tiempos de desventaja para los cristianos. Es mejor visto en muchos sectores un ateo, un agnóstico, un budista o un homosexual, que un cristiano practicante.

Una sociedad, que se precia de ser tolerante y respetuosa no puede ser al mismo tiempo descalificante e incomprensiva con los miembros-paradojas de la vida- de su propia familia en la fe. Porque, eso sí, todos somos católicos y apostólicos cuando las circunstancias son favorables y nos volcamos en recibir al Papa como vicario de Cristo, mientras negamos el ”pan y la sal” a nuestros propios correligionarios.. Algo falla. Cabe preguntarnos “¿qué hemos hecho de la luz?” ¿A qué viene ese complejo de inferioridad por no ser un revolucionario o un iconoclasta al uso de modas estúpidas? ¿Eso es ser un progresista y un liberado?
Un liberado... ¿de qué? ¡Cuánto tendríamos que enrojecer si el Señor nos formulara estas preguntas!

Cambiar las actitudes negativas.

¡Claro que hemos de convertirnos!
La conversión no consiste en ponerse triste, en compunciones espirituales, sino un cambio operativo de sabernos encontrar con ese Dios que nos quiere más humanos, más fraternos, más testigos libres del amor, más vitales en el aprecio de un sistema de valores que pone en un segundo orden la consecución de bienes materiales y coloca la mutua pertenencia en el eje de la buena comunicación. Rumiar las tristezas y despotricar de todo no conduce a ninguna parte, humanamente hablando, salvo a amargarnos la vida.

Si sembramos oscuridades, mirando todo con ojos negativos, la tiniebla siempre enturbiará nuestra vista y nos impedirá ver las maravillas que existen a nuestro alrededor, que son inagotables, pues el buen Dios ha tenido a bien complacerse en la Creación.
Los hombres somos parte de este don gratuito de Dios.

¿Por qué nos empeñamos tanto en valorar la mala voluntad y las malas artes reduciendo el mundo a un rincón sombrío de dudas, deslealtades y juicios críticos destructivos?

¡Con lo fácil que sería cultivar el elogio que estimula, el saludo afectuoso, la bondad que enamora y el positivismo práctico en todas las acciones que emprendemos!

Hagámoslo así intentando ver el mundo y los acontecimientos con la mirada de Dios, que nos ama, nos llama y nos elige para ser mensajeros de esa luz, como hizo en su tiempo con los Apóstoles. Ayer, como hoy y como probablemente mañana el mundo necesita mensajeros de luz y no agoreros de calamidades y sembradores de desconfianzas.

¡Feliz Domingo!