Roma     promete que si se siguen sus decretos la persona finalmente será librada     del Purgatorio y entrará al cielo. Sin embargo, la Iglesia jamás ha podido     definir por cuánto tiempo cualquier persona debe pasar en el Purgatorio, ni     cuánto de ese tiempo se acorta por cualquier medio que se ofrezca. Es     una necedad extrema confiar la liberación del individuo del Purgatorio a     una Iglesia que ni siquiera puede definir cuánto tiempo la persona debe     pasar allí por cada pecado, ni cuánto tiempo cada ritual o acto de     penitencia reduce el sufrimiento purgatorial. No obstante, los     católicos continúan dando ofrendas a la Iglesia, y grandes sumas se dejan     en testamentos (recuérdese a Enrique VIII) para hacer que se oficien muchas     misas en favor del difunto. Ese proceso nunca se detiene, siempre se     necesitan más misas, "por si acaso".
     El     Concilio de Trento, el Segundo Concilio Vaticano, y el Código     del Derecho Canónico resultante, contienen muchas reglas complejas para     aplicar los méritos de los vivos, y especialmente las misas, a los difuntos     en la purificación de sus pecados y para reducir el tiempo en el Purgatorio:
          "La     Iglesia ofrece el Sacrificio Pascual por los difuntos a fin de que ... los     muertos puedan ser ayudados por las oraciones y los vivos puedan ser     consolados por la esperanza. Entre     las misas por los difuntos, la Misa de Funeral es la que tiene el primer     lugar en importancia ... Una misa por los difuntos puede celebrarse tan     pronto como se reciban las noticias de una muerte ..." (Flannery,     op.cit., tomo2, pp. 205)
     Uno     de los principales promotores de esta doctrina horriblemente falsa pero     ingeniosamente lucrativa, fue un monje agustiniano de nombre Augostino     Trionfo. En su época (el siglo XIV los Papas gobernaban como monarcas     absolutos, tanto respecto al cielo como a la tierra. Mediante su poder de     atar y desatar, ellos no sólo establecían y deponían reyes y emperadores,     sino que se creía que podían, a discreción, abrir y cerrar las puertas     del cielo a la humanidad. El genio de Trionfo extendió esta autoridad, por     orden del Papa Juan XXII, a un tercer reino. Von Dollinger explica:
     "Se     había dicho que el poder del vicario de Dios se extendía sobre dos reinos,     el terrenal y el celestial ... Desde fines del siglo XIII se añadió un     tercer reino, el imperio gobierno sobre el cual los teólogos de la Curia     habían asignado al Papa - el Purgatorio." (J.H.     Ignaz von Dollinger, The Pope and the Council (Londres, 1869), pp.186-187)