“Y creó Dios al hombre a su imagen... y los bendijo y les dijo: Fructificad y mulitiplicaos; llenad la tierra y sojuzgadla, y señoread...” (Génesis 1:27-28).
El hombre recibió autoridad sobre la tierra y sobre todo lo que existía en ella. El era el representante de Dios, creado a su imagen, y tenía autoridad para cumplir con los propósitos de Dios en el mundo. El él existía la gracia de Dios y Su justicia, entre otras cosas. Mientras el hombre caminaba con Dios en obediencia, su autoridad y dominio quedaban vigentes. Pero cuando Adán y Eva pecaron, algo profundo sucedió; algo que dejó a la humanidad en esclavitud y temor. El hombre perdió la justicia de Dios y su propósito. Su identidad había cambiado. Ahora, no era un hijo de Dios, sino un hijo de ira (Efesios 2:3). En lugar de reinar, el hombre quedó sujeto a servidumbre (Hebreos 2:15).
Cuando Jesús vivía entre nosotros como hombre, El nos mostraba lo que significaba la autoridad del creyente. Como Dios en la carne, era un hombre justo, sin pecado, y lleno de gracia y verdad (Juan 1:14). Así, El dominaba las enfermedades, la escasez, el clima, los demonios, la muerte y al mismo diablo. Su justicia le mantuvo bajo la cobertura de Dios y, así, el tenía autoridad para deshacer las obras del maligno (1 Juan 3:8).
Durante su ministerio, Jesucristo entregó la misma autoridad a sus doce discípulos, y después a setenta más. Fue una tremenda demostración de la autoridad que existe para todos los que se encuentran sometidos a Jesucristo.
Es importante que entendamos que el diablo sólo ganó acceso al mundo a través del pecado del hombre. Mientras el hombre mantenga su naturaleza pecaminosa, no tiene ningún derecho legal en contra de las obras del enemigo. Tiene que sufrir enfermedades, tragedias, escasez y el fracaso, porque es un pecador y el diablo viene para “robar, matar y destruir” (Juan 10:10). El hombre perdió la justicia por el pecado de Adán. Pero, si el poder del pecado fuera destruido, y si el hombre pudiera recibir una nueva naturaleza, una nueva identidad, entonces recibiría también la autoridad para reinar en la vida, ¡como Jesús! Las buenas Nuevas del evangelio declaran exactamente esta poderosa verdad.
“Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado” (Romanos 6:6-7).
¡Hemos sido justificados el pecado! El cuerpo del pecado fue destruido en la cruz. Somos libres para servir al Señor sin la consciencia del pecado. Veamos más:
“Al que no conoció pecado (Jesús), por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21).
Aquí, Dios declara que por el sacrificio de Jesucristo, nosotros fuimos hechos justos. La naturaleza pecaminosa, ya no existe en el creyente. Tenemos una nueva identidad:
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).
Entonces, el creyente ahora no es un pobre pecador salvo por la gracia. Era un pobre pecador, pero fue salvado y transformado por la gracia de Dios. Ahora, cada cristiano es espiritualmente una nueva creación y tiene una nueva identidad. Ya no somos gallinas. ¡Somos águilas! ¡No somos víctimas, sino, vencedores!
La vida cristiana no debe ser una vida llena de fracaso, enfermedades y escasez. De hecho, el Señor nos ha mandado para librar al mundo de tales cosas. El evangelio, es el poder de Dios que puede librar a los esclavos. Pero, si los mismos cristianos siguen viviendo vidas fracasadas, ¿cómo podemos predicar al mundo? No, hermanos, la vida fracasada no es para nosotros. Hemos recibido autoridad y debemos administrarla. Somos responsables ante el Señor por lo que nos ha dado.
“He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará” (Lucas 10:19).
“Y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo” (Efesios 1:22-23).
Si tú eres cristiano, has recibido autoridad. Autoridad para sanar enfermos, echar fuera demonios, librar a los cautivos y ser una bendición en el mundo. Sólo puedes ser vencido por la ignorancia o pasividad.
Bendiciones