- Hay todo un cuentecito en cuanto al supuesto "cordero" que los hebreos llevaban al santuario cada vez que cometían un pecado. En realidad, si se lee lo especificado en Levítico 4, se revela que el animal sacrificado para tales pecados no era NUNCA un cordero. Podía ser un toro (cuando el oferente era todo el pueblo o un sacerdote), un cabrito (cuando el oferente era un príncipe o jefe tribal) o una oveja o una cabra (hembras en ambos casos) cuando el oferente era un ciudadano común y corriente. El capítulo 5 del mismo libro estipula casos excepciones para personas pobres de solemnidad, las cuales podían ofrecer tórtolas y también ofrendas de cereales.
- Cuando el animal ofrecido era un cabrito, una cabra o una oveja, se vertía toda su sangre a los pies del altar de los sacrificios, y no entraba ni una gota de esa sangre en el lugar santo. La carne del animal sacrificado quedaba a disposición del sacerdote, que la consumía junto con sus familiares (incluidos los varones que no podían ser sacerdotes por mutilaciones) y sus criados.
- Cuando el animal ofrecido era un toro, se vertía su sangre a los pies del altar de los sacrificios, pero una pequeña parte de la misma era depositada por el sacerdote en los cuernos del altar del incienso. El cadáver del toro era quemado fuera del campamento.
En realidad, toda la noción de que el santuario era una "máquina" de "transferencia" del pecado no es más que un puro mito. Los únicos pecados que contaminaban el santuario eran los NO confesados. En cuanto a los demás, era físicamente imposible (recordemos que había un solo altar para los sacrificios, y que el ritual del sacrificio conllevaba un tiempo no desdeñable) que los sacerdotes pudiesen realizar miles, o decenas o cientos de miles de sacrificios diarios. Un ritmo semejante de matanzas de animales habría acabado con todo el ganado de la nación rapidísimamente, y, en poco tiempo, habría exterminado a todo el ganado bovino, ovino y caprino del planeta. En realidad, no parece previsible que, salvo en casos contadísimos, los sacerdotes pudieran atender a mucho más de doce sacrificios por hora (esto requeriría cinco minutos para desangrar a los animales, lapso que probablemente sea excesivamente rápido). Aunque los sacerdotes trabajasen doce horas al día, eso da un límite máximo diario de cien sacrificios o poco más. La noción de unos pocos cientos de pecados confesados diariamente (y es físicamente imposible que hayan sido más normalmente) es incompatible con la idea de que siempre que un israelita pecase tuviese que llevar un "cordero" al santuario. Tal cosa ocurría solo excepcionalmente, posiblemente solo en el caso de pecados de yerro que fuesen notorios en la comunidad y vergonzantes para el oferente.
Tras la conquista de Canaán, los israelitas llevaban tales ofrendas cuando, de forma excepcional (normalmente, en las fiestas nacionales), viajaban al santuario, y, como queda dicho, a no ser que se tratase de sacerdotes o de pecados comunes de todo el pueblo, no entraba ni una gota de sangre en el lugar santo.