Me interesa que los compañeros foristas lo entiendan lo que escribí tal como lo escribí:
"Si el unitario sigue las enseñanzas de Jesús, si sus acciones demuestran que el Espíritu de Cristo vive en él/ella, toda su vida será de adoración a Dios, y el hecho de que adore o no a Jesucristo será totalmente irrelevante. Será irrelevante porque no existe UNA SOLA ACCIÓN DE ADORACIÓN que distinga la voluntad de Dios de la voluntad de Jesús, quien siempre sujetó la suya a la de Dios."
He usado este mismo argumento debatiendo con hermanos testigos de Jehová, quienes acusan a los trinitarios de no prestar una adoración correcta a Dios. Les he pedido que me señalen un solo acto, UNO SOLO, que muestre que el trinitario no rinde una adoración correcta. Y han permanecido en silencio.
Si uno vive el Evangelio, afirmar que se debe adorar solo al Padre, de o solo al Hijo, o a los dos, es irrelevante. Y esto molesta por igual, según veo, tanto a trinitarios como a unitarios. No sé por qué. Quizá porque fantaseamos con la idea de que valemos más por lo bien que teorizamos, que por lo mucho que amamos.
Para algunos (unitarios y trinitarios por igual) el amor es una cursilería. La doctrina es cosa seria. El amor lo puede tener cualquiera. La ortodoxia es de gente importante. La señora de los tamales es aburrida. Cristo es apasionante.
Adorar en espíritu y de un modo verdadero consiste en preparar, de buen semblante, un rico sándwich de pollo y mayonesa para tu esposa cuando está cansada y quiere estar recostada, aunque tú mismo estés agotado. Hay más espiritualidad en este sándwich, que en la totalidad de las epístolas paulinas.
Si lo anterior todavía te parece frívolo, es solo cuestión de añadirle chipotle o pepinillos.
¿Nos hemos pregintado alguna vez,
La adoración de quiénes acepta Dios?
Cierta mujer debió plantearse esa pregunta cuando habló con Jesucristo cerca del monte Guerizim, en Samaria.
Indicando cuál era una de las diferencias entre la adoración de los samaritanos y la de los judíos, ella comentó:
“Nuestros antepasados adoraron en esta montaña; pero ustedes dicen que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar”. (Juan 4:20.)
La sorprendente respuesta de Jesús fue:
“La hora viene cuando ni en esta montaña ni en Jerusalén adorarán ustedes al Padre”. (Juan 4:21.)
Por mucho tiempo los samaritanos habían temido a Jehová y habían adorado a otros dioses en el monte Guerizim. (2 Reyes 17:33.)
Sin embargo, Jesucristo dijo que ni aquel lugar ni Jerusalén tendrían importancia en la adoración verdadera.
Jesús pasó a decir a la samaritana:
“Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación se origina de los judíos”. (Juan 4:22.)
Los samaritanos tenían ideas religiosas equivocadas y únicamente aceptaban como inspirados los primeros cinco libros de la Biblia, y, además, solo en su propia recensión (texto corregido), conocida como el Pentateuco Samaritano.
De modo que, en realidad, no conocían a Dios. Sin embargo, a los judíos se les había encomendado el conocimiento de las Escrituras. (Romanos 3:1, 2.)
Estas proporcionaron tanto a los judíos fieles como a todos los que estuvieran dispuestos a escuchar, lo que necesitaban para conocer a Dios.
Jesús de hecho mostró que, para agradar a Dios, tanto los judíos como los samaritanos tendrían que corregir su manera de adorar.
Dijo: “La hora viene, y ahora es, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre con espíritu y con verdad, porque, en realidad, el Padre busca a los de esa clase para que lo adoren. Dios es un Espíritu, y los que lo adoran tienen que adorarlo con espíritu y con verdad”. (Juan 4:23, 24.)
¿Se percibe aquí que Jesús dijera a la samaritana que Dios acepta toda forma de adoración, o le especificó, más bien, que eran necesarios ciertos requisitos para agradarle?
Para adorar a Dios
“con espíritu”, necesitamos tener su espíritu y dejarnos guiar por él.
Para adorar a Dios
“con verdad” hemos de estudiar su Palabra, la Biblia, y adorarlo en conformidad con su verdad revelada.
Jesús puso de relieve que Dios quiere adoración verdadera,
lo cual indica que hay maneras de adorar que no acepta.
Adorar a Dios significa honrarlo con reverencia y rendirle servicio sagrado. Si alguien deseara honrar a un gobernante poderoso, procuraría servirle y hacer lo que a él le fuera grato.
Como nosotros queremos complacer a Dios, en lugar de decir: ‘Estoy contento con mi religión’, tenemos que asegurarnos de que nuestra forma de adorar satisfaga los requisitos estipulados por Dios.
Al leer Mateo 7:21-23 veremos si podemos aislar un factor decisivo que indica si Dios acepta toda forma de adoración.
Jesús dijo: “No todo el que me dice: ‘Señor, Señor’, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre ejecutamos muchas obras poderosas?’. Y sin embargo, entonces les confesaré: ¡Nunca los conocí! Apártense de mí, obradores del desafuero”.
En la adoración verdadera es esencial reconocer a Jesucristo como Señor.
Pero este texto indica que a la adoración de muchos de los que afirmarían ser discípulos de Jesús le faltaría algo.
Él dijo que algunos ejecutarían “obras poderosas”, como por ejemplo, supuestas curaciones milagrosas.
Sin embargo, les faltaría algo que Jesús consideró fundamental.
No estarían ‘haciendo la voluntad de su Padre’.
Si deseamos complacer a Dios, tenemos que aprender cuál es la voluntad del Padre, y entonces hacerla.
Para hacer la voluntad de Dios se requiere un conocimiento exacto de Jehová y de Jesucristo.
Dicho conocimiento lleva a vida eterna.
Por ello, es muy importante que todos tomemos en serio la responsabilidad de adquirir conocimiento exacto de la Palabra de Dios, la Biblia.
Hay quienes dicen que con tal de que adoremos a Dios con sinceridad y fervor, no debemos preocuparnos.
Otros afirman que cuanto menos sepamos, menos se nos exigirá.
Pero la Biblia nos anima a incrementar nuestro conocimiento de Dios y de sus propósitos. (Efesios 4:13; Filipenses 1:9; Colosenses 1:9.)