La presencia del cristianismo en España se remonta a casi dos mil años atrás. La tradición sitúa sus orígenes durante la evangelización de la península ibérica, en el mismo siglo I, por el apóstol Santiago el Mayor (vinculado a las historias de la aparición de su sepulcro en Compostela y de la Virgen del Pilar en Zaragoza), y por san Pablo, cuyo viaje a Hispania no se puede asegurar que se produjera, pero de quien al menos consta su voluntad expresa de emprenderlo:
A comienzos del siglo IV tuvo lugar en Iliberis, una ciudad cercana a la actual Granada, el Concilio de Elvira, el más antiguo del que se conservan las actas. A él acudieron 19 obispos y 24 presbíteros para tratar temas de carácter disciplinar, por lo que para esa época la Iglesia representaba ya una pujante fuerza social y contaba en la península de una estructura bien organizada por diócesis, que tenían sus sedes en ciudades.
Tras ser declarada religión oficial en el último siglo del Imperio romano, el cristianismo sufrió las vicisitudes de una prolongada Edad Media, que comenzó experimentando la segregación entre el arrianismo que traían los invasores germánicos y el catolicismo de los hispanorromanos (hasta la conversión del rey visigodo Recaredo en 586).