Re: ¿JESUS DIJO QUE ERA DIOS?
REFLEXIONES 2:
Si leemos la Biblia con nuestra convicción del siglo veintiuno de que “Dios” invariablemente significa un ser eterno no creado, nos metemos rápidamente en un problema en 2 Corintios 4:4, donde Satanás es llamado “dios.”
Nuestra tesis original acerca del término “Dios” debe ser ajustada para permitir un significado secundario para Dios, para que no se confunda con el uso del mismo en el sentido absoluto. En Juan 10:34 encontramos el plural “dioses”. Un examen del contexto revelará que acá Jesús habló de los líderes de Israel como “dioses.” Ellos fueron los representantes de Dios a quien Dios había dirigido Su palabra y como tales le fueron dados un título divino (Sal. 82:6). Pero ninguno pensaría que ellos fueron “Dioses” en el mismo sentido como el Único Dios. Un escritor Judío del primer siglo, Filón, habla de Moisés como “dios y rey”: ¿Acaso no disfrutó Moisés aun una más grande asociación con el Padre y Hacedor del universo, considerado merecedor del mismo título? Porque él fue llamado dios y rey [theos kai Basileus] de toda la nación.”
Las palabras de Tomás, dirigidas a Jesús en Juan 20:28, lee: “Mi Señor y mi Dios.” Debido a que muchos lectores de la Biblia han sido condicionados a creer que Jesús es “Dios” en el sentido en el cual usamos esa palabra en el siglo veintiuno, ustedes saltan a la conclusión de que esto debe ser lo que Tomás quiso decir. Jesús debe ser por tanto un ser eternamente preexistente. Pero si Jesús es “Dios” en ese sentido absoluto, ¿por qué sólo unos pocos versos antes Jesús se dirigió al Padre como “mi Dios,” llamándolo al mismo tiempo “vuestro Dios,” el Dios de los discípulos? Cuando Jesús se dirigió al Padre como “mi Dios” (Juan 20:17) él reconoció que era inferior a Dios, el Padre. Jesús no es, por tanto, Dios en el sentido absoluto.
Para Tomás, también, Jesús es “Dios” en un sentido limitado, como Mesías, el agente supremo legal del único Dios. Aquel a quien Tomás llama Dios es él mismo inferior al Único Dios llamado por Jesús como su Dios. Entendido así, Jesús permanece dentro de la categoría de Mesías, el Hijo de Dios, una categoría que Juan expresamente impone en su libro entero de cuyas conclusiones, la realidad de lo obvio enseñado por él, se manifiesta en la sencilla aceptación de lo que el mismo Jesús dijo acerca de sí mismo. (Juan 20:31).
En todo el punto de vista cristológico de Juan hay dos hechos básicos principales: Jesús tiene que ser creído como “Mesías, Hijo de Dios,” mientras que el estatus único del Padre está preservado como “el único Dios verdadero” (Juan 17:3) y “el único que sólo es Dios” (Juan 5:44). De una manera muy significativa, al Mesías prometido le fue dado el título de Dios en Salmo 45:6, según las traducciones populares: “Tu trono, oh Dios, es eterno, y para siempre.” En el siguiente verso se hace claro que este “Dios Mesías” ha sido bendecido por su Dios: “Por tanto, te ungió Dios, el Dios tuyo... ” El más alto honor le fue dado a Jesús por Tomás cuando él se dirigió a él con los títulos reales Mesiánicos “Señor” y “Dios”, derivados de Salmos 45:6,11.
La evidencia del Nuevo Testamento de que Jesús es Dios en el mismo sentido como Dios el Padre, es escasa realmente. Si somos sensibles a las proporciones del uso bíblico del término Dios, notaremos el hecho de que éste se refiere al Padre más de 1325 veces en el Nuevo Testamento, mientras que “Dios” es usado para Jesús sólo dos veces con relativa seguridad (otros casos posibles en donde Jesús es llamado Dios son todos ambiguos, como es bien conocido, por razones gramaticales y sintácticas). Estos hechos sugieren que los muy ocasionales usos de “Dios” para Jesús sea una referencia especial.
Obviamente, entonces, podría ser muy engañoso decir en el siglo veintiuno que “Jesús es Dios,” a menos que primero comprendamos en qué sentido es usada esa palabra por Juan (y por Tomás de quien él informa). Nuestro uso de las palabras no debe dictar el mismo uso en la Biblia. No debemos simplemente confiar en el sonido de una palabra sin investigar sobre su significado. Sobre todo, debemos estar dispuestos a dejar una insistencia dogmática de alguna doctrina aceptada sin investigación. Semejante inflexible adhesión a la forma como hemos siempre creído bloquea la investigación por la verdad que es el sello de un cristiano en crecimiento espiritual (Hechos 17:11).
El liberalismo del siglo diecinueve planteó el tema del efecto negativo de la filosofía griega en la fe original. El escritor Adolf Harnack, por ejemplo, sostuvo que el Evangelio había sido oscurecido por la sutil helenización que dio origen a las formulaciones tradicionales sobre Cristo. El deseo de separar a Jesús y su enseñanza de la acumulación de la filosofía Griega estimuló a una saludable libertad para explorar nuevas ideas.
Desafortunadamente, el liberalismo desarrolló sus propias suposiciones. Podemos sospechar que su teología fue a veces más un intento de darse seguridad a sí mismos de que su propias creencias modernas estaban reflejadas en la enseñanza de Jesús, que a un retorno exitoso a la fe apostólica. Parece que el mundo del pensamiento Hebreo de la Biblia permaneció impopular.
El espíritu de la Verdad y el espíritu de tolerancia no deberían necesariamente ser igualados. Sin embargo, es probable que surja la verdad donde la tolerancia estimula la libre investigación y una separación de las suposiciones tradicionales. La tendencia “liberal” ha creado una atmósfera en donde las doctrinas tradicionales podrían ser cuestionadas. El proceso de revalorización de cada aspecto de la creencia estimuló a una consideración de la manera en que las metafísicas Griegas post-bíblicas han conducido a una pérdida del Cristo bíblico. La pérdida del control ejercido por el dogma tradicional ha probado ser un resultado positivo de una teología post-iluminadora. Han aflorado descontentos con las definiciones Niceanas/Calcedonianas de Jesús repetidamente. La búsqueda por el Jesús de la historia ha continuado en nuestro tiempo. Ella recibió un nuevo ímpetu cuando el 2Myth Of God Incarnate” (El Mito del Dios Encarnado) fue publicado en 1977…
REFLEXIONES 2:
Si leemos la Biblia con nuestra convicción del siglo veintiuno de que “Dios” invariablemente significa un ser eterno no creado, nos metemos rápidamente en un problema en 2 Corintios 4:4, donde Satanás es llamado “dios.”
Nuestra tesis original acerca del término “Dios” debe ser ajustada para permitir un significado secundario para Dios, para que no se confunda con el uso del mismo en el sentido absoluto. En Juan 10:34 encontramos el plural “dioses”. Un examen del contexto revelará que acá Jesús habló de los líderes de Israel como “dioses.” Ellos fueron los representantes de Dios a quien Dios había dirigido Su palabra y como tales le fueron dados un título divino (Sal. 82:6). Pero ninguno pensaría que ellos fueron “Dioses” en el mismo sentido como el Único Dios. Un escritor Judío del primer siglo, Filón, habla de Moisés como “dios y rey”: ¿Acaso no disfrutó Moisés aun una más grande asociación con el Padre y Hacedor del universo, considerado merecedor del mismo título? Porque él fue llamado dios y rey [theos kai Basileus] de toda la nación.”
Las palabras de Tomás, dirigidas a Jesús en Juan 20:28, lee: “Mi Señor y mi Dios.” Debido a que muchos lectores de la Biblia han sido condicionados a creer que Jesús es “Dios” en el sentido en el cual usamos esa palabra en el siglo veintiuno, ustedes saltan a la conclusión de que esto debe ser lo que Tomás quiso decir. Jesús debe ser por tanto un ser eternamente preexistente. Pero si Jesús es “Dios” en ese sentido absoluto, ¿por qué sólo unos pocos versos antes Jesús se dirigió al Padre como “mi Dios,” llamándolo al mismo tiempo “vuestro Dios,” el Dios de los discípulos? Cuando Jesús se dirigió al Padre como “mi Dios” (Juan 20:17) él reconoció que era inferior a Dios, el Padre. Jesús no es, por tanto, Dios en el sentido absoluto.
Para Tomás, también, Jesús es “Dios” en un sentido limitado, como Mesías, el agente supremo legal del único Dios. Aquel a quien Tomás llama Dios es él mismo inferior al Único Dios llamado por Jesús como su Dios. Entendido así, Jesús permanece dentro de la categoría de Mesías, el Hijo de Dios, una categoría que Juan expresamente impone en su libro entero de cuyas conclusiones, la realidad de lo obvio enseñado por él, se manifiesta en la sencilla aceptación de lo que el mismo Jesús dijo acerca de sí mismo. (Juan 20:31).
En todo el punto de vista cristológico de Juan hay dos hechos básicos principales: Jesús tiene que ser creído como “Mesías, Hijo de Dios,” mientras que el estatus único del Padre está preservado como “el único Dios verdadero” (Juan 17:3) y “el único que sólo es Dios” (Juan 5:44). De una manera muy significativa, al Mesías prometido le fue dado el título de Dios en Salmo 45:6, según las traducciones populares: “Tu trono, oh Dios, es eterno, y para siempre.” En el siguiente verso se hace claro que este “Dios Mesías” ha sido bendecido por su Dios: “Por tanto, te ungió Dios, el Dios tuyo... ” El más alto honor le fue dado a Jesús por Tomás cuando él se dirigió a él con los títulos reales Mesiánicos “Señor” y “Dios”, derivados de Salmos 45:6,11.
La evidencia del Nuevo Testamento de que Jesús es Dios en el mismo sentido como Dios el Padre, es escasa realmente. Si somos sensibles a las proporciones del uso bíblico del término Dios, notaremos el hecho de que éste se refiere al Padre más de 1325 veces en el Nuevo Testamento, mientras que “Dios” es usado para Jesús sólo dos veces con relativa seguridad (otros casos posibles en donde Jesús es llamado Dios son todos ambiguos, como es bien conocido, por razones gramaticales y sintácticas). Estos hechos sugieren que los muy ocasionales usos de “Dios” para Jesús sea una referencia especial.
Obviamente, entonces, podría ser muy engañoso decir en el siglo veintiuno que “Jesús es Dios,” a menos que primero comprendamos en qué sentido es usada esa palabra por Juan (y por Tomás de quien él informa). Nuestro uso de las palabras no debe dictar el mismo uso en la Biblia. No debemos simplemente confiar en el sonido de una palabra sin investigar sobre su significado. Sobre todo, debemos estar dispuestos a dejar una insistencia dogmática de alguna doctrina aceptada sin investigación. Semejante inflexible adhesión a la forma como hemos siempre creído bloquea la investigación por la verdad que es el sello de un cristiano en crecimiento espiritual (Hechos 17:11).
El liberalismo del siglo diecinueve planteó el tema del efecto negativo de la filosofía griega en la fe original. El escritor Adolf Harnack, por ejemplo, sostuvo que el Evangelio había sido oscurecido por la sutil helenización que dio origen a las formulaciones tradicionales sobre Cristo. El deseo de separar a Jesús y su enseñanza de la acumulación de la filosofía Griega estimuló a una saludable libertad para explorar nuevas ideas.
Desafortunadamente, el liberalismo desarrolló sus propias suposiciones. Podemos sospechar que su teología fue a veces más un intento de darse seguridad a sí mismos de que su propias creencias modernas estaban reflejadas en la enseñanza de Jesús, que a un retorno exitoso a la fe apostólica. Parece que el mundo del pensamiento Hebreo de la Biblia permaneció impopular.
El espíritu de la Verdad y el espíritu de tolerancia no deberían necesariamente ser igualados. Sin embargo, es probable que surja la verdad donde la tolerancia estimula la libre investigación y una separación de las suposiciones tradicionales. La tendencia “liberal” ha creado una atmósfera en donde las doctrinas tradicionales podrían ser cuestionadas. El proceso de revalorización de cada aspecto de la creencia estimuló a una consideración de la manera en que las metafísicas Griegas post-bíblicas han conducido a una pérdida del Cristo bíblico. La pérdida del control ejercido por el dogma tradicional ha probado ser un resultado positivo de una teología post-iluminadora. Han aflorado descontentos con las definiciones Niceanas/Calcedonianas de Jesús repetidamente. La búsqueda por el Jesús de la historia ha continuado en nuestro tiempo. Ella recibió un nuevo ímpetu cuando el 2Myth Of God Incarnate” (El Mito del Dios Encarnado) fue publicado en 1977…