Orgullo y prejuicio
Alberto Míguez
La UE, por boca de Aznar, Chirac y Schröder, reiteró en la reunión del G-8 en Canadá que Arafat seguía siendo el único interlocutor válido y legítimo para lograr un acuerdo en Oriente Medio y que prescindir de él, como sugirió el presidente Bush en su Plan, constituiría un grave error. Con la boca pequeña reconocieron los tres, sin embargo, que el “rais” (líder, jefe) palestino estaba perdiendo parte de esa legitimidad por no comprometerse a fondo contra el terrorismo.
Asombra desde luego que, tras tantos años de experiencia y después de todo lo que ha ocurrido en Oriente Medio, los dirigentes de los tres países digan estas cosas. La UE es el principal abastecedor de dinero y ayuda a la Autoridad Palestina y sus dirigentes deberían conocer el nivel de corrupción, nepotismo, violencia y desorden que reina en los territorios palestinos.
En nombre de esa legitimidad que le otorgan a Arafat, deberían precisamente exigir que se acabe de una vez el caos promovido desde las altas instancias palestinas y que constituye el mejor caldo de cultivo para el terrorismo. Un terrorismo contra el que, por supuesto, Arafat no mueve un dedo (“no puede”, aseguran la buenas almas europeas, que siempre las hay) y cuyo origen (la segunda Intifada) está precisamente en las órdenes dadas hace dos años por el “rais” para apretarle las tuercas al entonces primer ministro Barak y rechazar así el mejor acuerdo posible para ambas partes presentado por Israel en Sharm El Sheij y rechazado por Arafat.
Palestina no es Noruega o Canadá. Y aplicar a los islamistas palestinos, a los kamikazes criminales, a las brigadas y bandas terroristas el mismo rasero que se utiliza para juzgar en Europa un proceso político democrático y a sus protagonistas, además de ser un disparate, lleva directamente al aislamiento y la inacción. Europa navega en la cuestión palestina entre el orgullo y el prejuicio que le impide reconocer sus errores del pasado (“sostenella e no enmendalla”) y bloquea cualquier iniciativa inteligente y novedosa. Creer, por ejemplo, que la única salida para el drama cotidiano que se vive en aquellas tierras es una conferencia internacional es simplemente un disparate o un argumento retórico. Todo le mundo sabe que a estas alturas esa conferencia sería imposible.
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http://www.libertaddigital.com/./opiniones/opi_desa_9870.html
Alberto Míguez
La UE, por boca de Aznar, Chirac y Schröder, reiteró en la reunión del G-8 en Canadá que Arafat seguía siendo el único interlocutor válido y legítimo para lograr un acuerdo en Oriente Medio y que prescindir de él, como sugirió el presidente Bush en su Plan, constituiría un grave error. Con la boca pequeña reconocieron los tres, sin embargo, que el “rais” (líder, jefe) palestino estaba perdiendo parte de esa legitimidad por no comprometerse a fondo contra el terrorismo.
Asombra desde luego que, tras tantos años de experiencia y después de todo lo que ha ocurrido en Oriente Medio, los dirigentes de los tres países digan estas cosas. La UE es el principal abastecedor de dinero y ayuda a la Autoridad Palestina y sus dirigentes deberían conocer el nivel de corrupción, nepotismo, violencia y desorden que reina en los territorios palestinos.
En nombre de esa legitimidad que le otorgan a Arafat, deberían precisamente exigir que se acabe de una vez el caos promovido desde las altas instancias palestinas y que constituye el mejor caldo de cultivo para el terrorismo. Un terrorismo contra el que, por supuesto, Arafat no mueve un dedo (“no puede”, aseguran la buenas almas europeas, que siempre las hay) y cuyo origen (la segunda Intifada) está precisamente en las órdenes dadas hace dos años por el “rais” para apretarle las tuercas al entonces primer ministro Barak y rechazar así el mejor acuerdo posible para ambas partes presentado por Israel en Sharm El Sheij y rechazado por Arafat.
Palestina no es Noruega o Canadá. Y aplicar a los islamistas palestinos, a los kamikazes criminales, a las brigadas y bandas terroristas el mismo rasero que se utiliza para juzgar en Europa un proceso político democrático y a sus protagonistas, además de ser un disparate, lleva directamente al aislamiento y la inacción. Europa navega en la cuestión palestina entre el orgullo y el prejuicio que le impide reconocer sus errores del pasado (“sostenella e no enmendalla”) y bloquea cualquier iniciativa inteligente y novedosa. Creer, por ejemplo, que la única salida para el drama cotidiano que se vive en aquellas tierras es una conferencia internacional es simplemente un disparate o un argumento retórico. Todo le mundo sabe que a estas alturas esa conferencia sería imposible.
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