Re: Fin del Mundo 2031 por Elena G. White - Iglesia Adventista Séptimo Día
¿Alguna vez has buceado en el mar? ¿Crees que después de 3000 años una rueda de madera se va a ver tan facilmente?
Respondo: Una rueda de oro va a demorar mucho más en desgastarse o descomponerse bajo el mar. Pero si esta u otra rueda se cubre de coral, su forma va a perdurar por mucho tiempo.
Según EGW, los Israelitas tomaron 3 días para llegar al mar Rojo:
"On the third day of their journey, the Hebrews encamped by the Red Sea, whose waters presented a seemingly impassable barrier before them, while on the south a rugged mountain obstructed their further progress. Suddenly they beheld in the distance the flashing armor, waving banners, and moving chariots of a great army. As they drew nearer, the hosts of Egypt were seen in full pursuit. Terror filled the hearts of Israel. Over all the encampment rose a tumultuous sound. Some cried unto the Lord, but far the greater part hastened to Moses with their complaints:-- " The Signs of the Times April 1, 1880
"The children of Israel were joyful to receive the tidings of their freedom and made haste to leave the scene of their bondage. But the way was toilsome, and at length their courage failed. Their journey led them over barren hills and desolate plains. The third night they found themselves walled in on each side by mountain ranges, while the Red Sea lay before them. " Testimonies for the Church Volume 4, Página 21
Dime algo gabrielín, ¿cuántos kms recorrieron en solo tres días?
Vamos por parte:
"Los israelitas obedecieron las instrucciones que Dios les había dado. Rápida y secretamente hicieron los preparativos para su partida. Las familias estaban reunidas, el cordero pascual muerto, la carne asada, el pan sin levadura y las hierbas amargas preparados. El padre y sacerdote de la casa roció con sangre los postes de la puerta, y se unió a su familia dentro de la casa. Con premura y en silencio se comió el cordero pascual. Con reverente temor el pueblo oró y aguardó; el corazón de todo primogénito, desde el hombre más fuerte hasta el niño, tembló con indescriptible miedo. Los padres y las madres estrechaban en sus brazos a sus queridos primogénitos, al pensar en el espantoso golpe que había de caer aquella noche. Pero a ningún hogar de Israel llegó el ángel exterminador. La señal de la sangre, garantía de la protección del Salvador, estaba sobre sus puertas, y el exterminador no entró.
Antes de llegar la mañana, ya estaban en camino. Durante el tiempo de las plagas, ya que la manifestación del poder de Dios había encendido la fe en los corazones de los siervos y había infundido terror en sus opresores, los israelitas se habían reunido poco a poco en Gosén; y no obstante lo repentino de la huida, se habían tomado ya algunas medidas para la organización y dirección de la multitud durante la marcha, dividiéndola en compañías, bajo la dirección de un jefe cada una.
Y salieron "como seiscientos mil hombres de a pie, sin contar los niños. Y también subió con ellos grande multitud de diversa suerte de gentes." (Éxo. 12: 34-39 ) Esta multitud se componía no sólo de los que obraron movidos por la fe en el Dios de Israel, sino también de un número mayor de individuos que trataban únicamente de escapar de las plagas, o que se unieron a las columnas en marcha por pura excitación y curiosidad. Esta clase de personas fue siempre un obstáculo y un lazo para Israel.
El pueblo llevó consigo también "ovejas, y ganados muy muchos." Estos eran propiedad de los israelitas, que nunca habían vendido sus posesiones al rey, como lo habían hecho los egipcios. Jacob y sus hijos habían llevado su ganado consigo a Egipto, y allí había aumentado grandemente. Antes de salir de Egipto, el pueblo, siguiendo las instrucciones de Moisés, exigió una remuneración por su trabajo que no le había sido pagado; y los egipcios estaban tan ansiosos de deshacerse de ellos que no les negaron lo pedido. Los esclavos se marcharon cargados del botín de sus opresores.
En vez de seguir la ruta directa hacia Canaán, que pasaba por el país de los filisteos, el Señor los dirigió hacia el sur, hacia las orillas del mar Rojo. "Porque dijo Dios: Que quizá no se arrepienta el pueblo cuando vieren la guerra, y se vuelvan a Egipto." Si hubieran tratado de pasar por Filistea, habrían encontrado oposición, pues los filisteos, considerándolos como esclavos que huían de sus amos, no habrían vacilado en hacerles la guerra. Los israelitas no estaban preparados para un encuentro con aquel pueblo poderoso y belicoso. Tenían un conocimiento muy limitado de Dios y muy poca fe en él, y se habrían aterrorizado y desanimado. Carecían de armas y no estaban habituados a la guerra; tenían el espíritu deprimido por su prolongada servidumbre, y se hallaban impedidos por las mujeres y los niños, los rebaños y las manadas. Al dirigirlos por la ruta del mar Rojo, el Señor se reveló como un Dios compasivo y juicioso.
"Y partidos de Succoth, asentaron campo en Etham, a la entrada del desierto. Y Jehová iba delante de ellos de día en una columna de nube, para guiarlos por el camino; y de noche en una columna de fuego para alumbrarles;
a fin de que anduviesen de día y de noche.
Nunca se partió de delante del pueblo la columna de nube de día, ni de noche la columna de fuego. El salmista dice: "Extendió una nube por cubierta, y fuego para alumbrar la noche." (Sal. 105: 39, véase también 1 Cor. 10: 1, 2.) El estandarte de su invisible caudillo estaba siempre con ellos. Durante el día la nube dirigía su camino, o se extendía como un dosel sobre la hueste. Servía de protección contra el calcinante sol, y con su sombra y humedad daba grata frescura en el abrasado y sediento desierto. A la noche se convertía en una columna de fuego, que iluminaba el campamento, y les aseguraba constantemente que la divina presencia estaba con ellos.
En uno de los pasajes más hermosos y consoladores de la profecía de Isaías, se hace referencia a la columna de nube y de fuego para indicar cómo custodiará Dios a su pueblo en la gran lucha final con los poderes del mal: "Y criará Jehová sobre toda la morada del monte de Sión, y sobre los lugares de sus convocaciones, nube y obscuridad de día, y de noche resplandor de fuego que eche llamas: porque sobre toda gloria habrá cobertura. Y habrá sombrajo para sombra contra el calor del día, para acogida y escondedero contra el turbión y contra el aguacero." (Isa. 4: 5, 6.)
Viajaron a través del lóbrego y árido desierto. Ya comenzaban a preguntarse adónde los conduciría ese viaje; ya estaban cansándose de aquella laboriosa ruta, y algunos principiaron a sentir el temor de una persecución de parte de los egipcios. Pero la nube continuaba avanzando, y ellos la seguían. Entonces el Señor indicó a Moisés que se desviara en dirección a un desfiladero rocoso para acampar junto al mar. Le reveló que Faraón los perseguiría, pero que Dios sería honrado por su liberación.
En Egipto se esparció la noticia de que los hijos de Israel, en vez de detenerse para adorar en el desierto, iban hacia el mar Rojo. Los consejeros de Faraón manifestaron al rey que sus esclavos habían huido para nunca más volver. El pueblo deploró su locura de haber atribuido la muerte de los primogénitos al poder de Dios. Los grandes hombres, reponiéndose de sus temores, explicaron las plagas por causas naturales. "¿Cómo hemos hecho esto de haber dejado ir a Israel, para que no nos sirva?" (véase Éxodo 14) era su amargo clamor.
Faraón reunió sus fuerzas, "y tomó seiscientos carros escogidos, y todos los carros de Egipto," y capitanes y soldados de caballería, e infantería. El rey mismo, rodeado por los grandes de su reino, encabezaba el ejército. Para obtener el favor de los dioses, y asegurar así el éxito de su empresa, los sacerdotes también los acompañaban. El rey estaba decidido a intimidar a los israelitas mediante un gran despliegue de poder. Los egipcios temían que su forzada sumisión al Dios de Israel los expusiese a la burla de las otras naciones; pero si ahora salían con gran demostración de poder y traían de vuelta a los fugitivos, recuperarían su prestigio y también el servicio de sus esclavos.
Los hebreos estaban acampados junto al mar, cuyas aguas presentaban una barrera aparentemente infranqueable ante ellos,
mientras que por el sur una montaña escabrosa obstruía su avance. De pronto, divisaron a lo lejos las relucientes armaduras y el movimiento de los carros, que anunciaban la vanguardia de un gran ejército. A medida que las fuerzas se acercaban, se veía a las huestes de Egipto en plena persecución. El terror se apoderó del corazón de los israelitas. Algunos clamaron al Señor, pero la mayor parte de ellos se apresuraron a presentar sus quejas a Moisés: "¿No había sepulcros en Egipto, que nos has sacado para que muramos en el desierto? ¿Por qué lo has hecho así con nosotros, que nos has sacado de Egipto? ¿No es esto lo que te hablamos en Egipto, diciendo: Déjanos servir a los Egipcios? Que mejor nos fuera servir a los Egipcios, que morir nosotros en el desierto."
Moisés se turbó grandemente al ver que su pueblo manifestaba tan poca fe en Dios, a pesar de que repetidamente habían presenciado la manifestación de su poder en favor de ellos. ¿Cómo podía el pueblo culparle de los peligros y las dificultades de su situación, cuando él había seguido el mandamiento expreso de Dios? Era verdad que no había posibilidad de liberación a no ser que Dios mismo interviniera en su favor; pero habiendo llegado a esta situación por seguir la dirección divina, Moisés no temía las consecuencias. Su serena y confortadora respuesta al pueblo fue: "No temáis; estaos quedos, y ved la salud de Jehová que él hará hoy con vosotros; porque los Egipcios que hoy habéis visto, nunca más para siempre los veréis. Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis quedos."
(Ver “Antigüedades de los judíos” libro II, capítulo XV.)
No era cosa fácil mantener a las huestes de Israel en actitud de espera ante el Señor. Faltándoles disciplina y dominio propio, se tornaron violentos e irrazonables. Esperaban caer pronto en manos de sus opresores, y sus gemidos y lamentaciones eran intensos y profundos. Habían seguido a la maravillosa columna de nube como a la señal de Dios que les ordenaba avanzar; pero ahora se preguntaban unos a otros si esa columna no presagiaría alguna calamidad; porque
¿no los había dirigido al lado equivocado de la montaña, hacia un desfiladero insalvable? Así, de acuerdo con su errada manera de pensar, el ángel del Señor parecía como el precursor de un desastre.
Pero entonces he aquí que al acercarse las huestes egipcias creyéndolos presa fácil, la columna de nube se levantó majestuosa hacia el cielo, pasó sobre los israelitas, y descendió entre ellos y los ejércitos egipcios. Se interpuso como muralla de tinieblas entre los perseguidos y los perseguidores. Los egipcios ya no pudieron localizar el campamento de los hebreos, y se vieron obligados a detenerse. Pero a medida que la obscuridad de la noche se espesaba, la muralla de nube se convirtió en una gran luz para los hebreos, inundando todo el campamento con un resplandor semejante a la luz del día."