2.- ¿Apóstol número doce?
¿Es Pablo, el apóstol número doce ó es apóstol solo en el sentido general de predicador misionero? Este asunto no parece un tema de alcance teológico, y además para nuestros días es una cuestión absolutamente irrelevante. Que lo fuese o no, no parece que produzca ningún efecto espiritual ni doctrinal, y así es, pero sin embargo fue un hecho que en muchas circunstancias y lugares marcó en sobremanera el trabajo ministerial de Pablo.
Dice Lucas 6:13 que Jesús llamó a sus discípulos y escogió a doce de ellos a los cuales también llamó apóstoles. Y en Apocalipsis 21:14, describiendo la nueva Jerusalén dice: El muero de la ciudad tenías doce firmamentos; y en ellos los nombres de los doce apóstoles del Cordero. Pero este grupo inicial destinado a ser fundamento y testimonio básico de la fe en Cristo, perdió a uno de sus miembros, Judas el traidor, antes de ser confirmados, en Pentecostés, por el poder del Espíritu Santo para el ministerio.
En el tiempo que transcurre entre la ascensión de Jesucristo de Hch. 1:6-11, y la manifestación del Espíritu Santo de Hch. 2:1-12, se nos relata que los ciento veinte (once apóstoles, las mujeres galileas, los hermanos de Jesús y otros discípulos) se reunieron y por iniciativa de Pedro determinan elegir a uno en sustitución de Judas, proponiendo dos candidatos: Barrabás el Justo y Matías. Y dice el relato que echaron suertes y recayó sobre Matías, que fue contado con los once apóstoles.
El sistema de echar a suertes en la Biblia se remonta a la salida de Egipto, y aparece en primer término en relación con la elección entre dos machos cabríos, uno para Jehová y otro para Azazel, Lev. 16:8. También se echaron suertes para el reparto de la tierra prometida entre las tribus, Num. 33:54. Para seleccionar fuerzas de ataque por tribus (Jue. 20:10). En las consultas a Dios, 1ªSam. 14:42. Para la distribución de las funciones de los levitas, 1ªCr. 23-26; 24:5 y 31; 25:8; 26:13,14. En el retorno de la cautividad para la contribución de la casa de Dios Neh.10:34, y para señalar los que habían de vivir en Jerusalén, Neh. 11:1. También en el caso de Jonás para determinar al culpable de la tormenta, Jon. 1:7. Podríamos citar más casos, pero creo que es significativo que concluir que para los judíos esta formula era tradicional y contaba con la bendición de Dios. Entre los paganos echar la suerte era hacer una consulta agorera, como hoy echar las cartas, Est.9:24. Pero para los hebreos era tan común que a la fracción de herencias que les correspondía, la llamaban “suerte”, porque era la parte que les había correspondido en el sorteo, y todos asumían que la decisión de “la suerte” correspondía a la voluntad de Dios (Prov. 16:33).
Lo que hicieron los ciento veinte, pues, parece a primera vista que era una buena decisión. Además antes de sacar “la suerte” nos dice en Hch. 1:24, que oraron para comprometer al Señor en la decisión que saliera determinada. Debemos decir ante todo que Lucas al relatar en su libro los hechos acaecidos, se abstiene de hacer juicios de valor acerca de los mismos. Él simplemente los relata. Ni aquí, ni en la discusión de Pablo con Bernabé, ni en el abandono de Juan Marcos, ó en el consejo de los ancianos de Jerusalén a Pablo para purificarse, ó sobre lo que este hizo, introduce comentarios ó juicios de valor, sino que se limita a relatar lo que sucedió. Es importante saber esto y compararlo, por ejemplo, con los relatos de los libros de las crónicas ó los reyes, donde se afirma repetidamente que conductas eran buenas ó malas. Pero Lucas deja este juicio para el Señor y para el lector.
Aun así, yo me voy a atrever a dar
mi opinión personal sobre el asunto. En una primera lectura, todo lo relativo a la elección parece que está correcto, pero cuando hacemos una meditación serena sobre el texto percibimos que hay ciertos pequeños pero significativos fallos:
1) Desde la desaparición de Judas, Jesús estuvo cuarenta días con los discípulos sin establecer a ningún sustituto, ni impartir instrucciones que consten, para que lo eligiesen después de su partida. Creo que si las hubiese dado siendo un tema tan importante estarían en alguno de los evangelios.
2) Los reunidos por su propia iniciativa se consideraron competentes para decidir la cuestión.
3) Se creyeron igualmente suficientes para establecer los requisitos de la elección.
4) Pensaron que tenían autoridad para determinar la terna de candidatos.
5) Solo cuando ya tienen todo ordenado según sus pensamientos, determinan hacer una oración, que no es una petición sino casi un mandato a Dios para que apruebe todo lo que ellos urdieron por si solos y que decidiese entre sus dos candidatos.
Esto es justo un ejemplo de todo lo contrario a lo que la oración a Dios y nuestras peticiones deben ser. En todos los casos que hemos mencionado de las suertes en el Antiguo Testamento, había una terna definida y completa entre la cual elegir. Pese a estas objeciones, estoy seguro de que todos ellos pensaron que actuaban correctamente, pero es un motivo de reflexión saber que incluso nuestras buenas intenciones son, en muchas ocasiones, un estorbo para los planes que Dios tiene de antemano fijados.
Ahora vamos a considerar el asunto del sorteo. En el caso de la tierra prometida, tanto los límites del territorio como las tribus entre las que había que realizar el reparto los había determinado Dios, no el pueblo. Y también las tribus que debían participar en el reparto, pues Leví fue excluida por expresa decisión de Dios. En el caso de los dos machos cabríos, quien determinó la norma fue Dios, y solo se exigía que fuesen echadas suertes entre dos ejemplares. En el caso de la restauración de Nehemías, estaban presentes todos los candidatos. En las herencias, tanto los herederos como posesiones estaban determinados. Pero en el caso que nos ocupa, ¿Estaban facultados para determinar que fuesen dos los candidatos? ¿Lo estaban para establecer las características que debían reunir? Ya sabemos con el ejemplo de la elección de David, para ser rey en lugar de Saúl, que los hombres de Dios también se equivocan y actúan en muchas ocasiones movidos por las apariencias. Y también sabemos que los pensamientos de los hombres, por más que sean fieles y tengan ministerios relevantes, están igualmente casi siempre alejados de los pensamientos de Dios.
Por ejemplo: ¿Cómo podría Dios determinar en aquel acto que fuese Saulo el elegido si no estaba entre los candidatos? Reconozco que las condiciones que establecieron:
“hombres que han estado juntos con nosotros desde el principio… para que sea hecho testigo de su resurrección”, Hch. 1:21,22, parecen ser correctas y encajarían con las claves de la misión apostólica. Para los reunidos sería casi imposible pensar que el apóstol número doce pudiese ser alguien que no estuviese incluido en aquel grupo pues, en su razonamiento, carecería de los requisitos necesarios para testificar. Entendían que aquella persona tendría que haber estado presente con ellos desde el principio…
Yo no sé si algún día en su vida terrenal llegaron a ser conscientes de la auténtica dimensión del poder de Dios. Pero hoy nosotros podemos meditar en que sus obras son asombrosas. ¡Cuan grandes son tus obras, oh Señor, muy profundos son tus pensamientos!, Sal. 92:5. Dios puede levantar hijos a Abraham incluso de unas piedras. Puede dar descendencia a una virgen ó a una estéril. Y demostró también con Saulo como puede levantar un testigo presencial de la obra y del mensaje de Cristo sin siquiera haber coincidido con él por los polvorientos caminos de Palestina ni en una ocasión.
Pero sabemos que Dios levantó como testigo a Saulo. Lo eligió, lo llamó, se le manifestó, le enseñó, lo dotó convenientemente y determinó su ministerio. Algo que ninguno de los ciento veinte podría siquiera sospechar.
Jesús había dicho cosas muy significativas con respecto a “los doce”: Que él los había escogido, Jn. 6:70; Jn. 15:16; Hch. 1:2, como a Saulo, Hch. 9:15. Y también que fueron llamados personalmente para seguirle y serle testigos, como Saulo.
La cuestión de la oración es tal que cuando, como en este caso, no tiene en cuenta la voluntad de Dios al ignorar su soberanía y sus tiempos, no es una oración con Dios, sino “algo” que se convierte en una coartada para validar propósitos e iniciativas de nuestra carne. No ignoramos que cuando la Inquisición mataba a los mártires, también oraban. Y oran cuando eligen a un nuevo Papa. Pero eso no es una oración, puesto que está fuera de la voluntad de Dios que se mate a sus santos ó que se elija a uno como suplantador del Espíritu Santo.
Los ciento veinte no se diferencian mucho de nuestra forma actual de actuar en muchísimas ocasiones. Actuaron como nosotros, a veces, en plan “Juan Palomo, yo me lo guiso y yo me lo como” y luego, porque hacemos una oración, ya determinamos que estamos actuando bajo la voluntad de Dios. Pero esta no es la forma que aprendemos del salmista:
Espera en El, y Él hará, (Sal. 37:5). Moisés había tranquilizado al pueblo de Israel con unas prudentes palabras semejantes, ante las protestas y lamentos de la gente:
No temáis; estaos quietos, y ved la salvación del Señor, que ÉL HARA hoy con vosotros… El Señor peleará por vosotros, y vosotros estaréis quietos, Ex. 14:13,14. Cuando Dios quiera que nos movamos, ya nos lo hará saber con claridad. Esto es la fe madura. La fe inmadura y escasa obra siempre con temor de que Dios no esté controlando la situación, sino pensando que está lejos, ausente ú ocupado en otras cosas y que si no actuamos nosotros las cosas irán mal ó quedarán sin hacer. Pero Jesús no les dijo que eligiesen a uno que faltaba, solo que fuesen testigos suyos y que para ello recibirían poder del Espíritu Santo.
De Matías y de su ministerio nunca más se supo. Pero de los problemas que Pablo padeció por esa cuestión tenemos constancia en sus epístolas: En 1ª Cor. 9:1-3 tiene que escribir: ¿No soy apóstol? ¿
No he visto yo a Jesús, el Señor nuestro? ¿No sois vosotros mi obra en el Señor? Si para otros no soy apóstol para vosotros ciertamente lo soy… Contra los que me acusan (de no ser apóstol)... Y en 1ª Cor. 15:8-11, así: “y al ultimo de todos, como a un abortivo, me apareció a mí. Pero yo soy el más pequeño de los apóstoles, que ni siquiera soy digno de ser llamado apóstol (en razón de qué? Fue por no estar en Pentecostés? Por no coincidir físicamente con Jesús?

porque perseguí a la iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy… antes he trabajado
más que todos ellos. (¿Quiénes son ellos? Los otros once).
En 2ª Cor.1:1, otra vez encabeza su epístola con rotundidad: Pablo, apóstol de Jesucristo, “
por la voluntad de Dios”. Y en 2ªCor. 12:11-12 añade: “porque en nada he sido menos que
aquellos grandes apóstoles (¿Quiénes? No solo los once en conjunto, sino restringiendo con más precisión incluso a los que eran considerados columnas de la iglesia y que tenían reputación de ser importantes. Si bien, él se considera el más pequeño de ellos), aunque nada soy. Con todo, las señales de apóstol han sido hechas en toda paciencia, por señales, prodigios y milagros”. (Comp. Con Hch. 5:12). Gal. 1:1 Pablo, apóstol de Jesucristo, no de los hombres, ni por hombres, sino por Jesús el Cristo y Dios el Padre. Col 1:1; 2ª Tim. 1:1: Pablo, apóstol de Jesús… por la voluntad de Dios.