Muy bien, Cátara, bienaventurada eres tú porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre.
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Vendemos las heridas de los ateos y de los musulmanes y acojámoslos en nuestra casa cuando fuera pasan hambre y frío. Y acallemos nuestras teorías presuntuosas. Oigamos solamente al que es, al que sabe y al que juzgará. Y sepamos que, si no ponemos su Enseñanza por obra, nuestra casa tiene cimientos de arena y se desparramará como desparraman los que con Cristo no recogen, como derraman su sangre los que no aman a los demás (aunque sean "enemigos"). De verdad te digo que algunos ateos pasarán por delante de nosotros por la puerta estrecha que lleva al Paraíso mientras nosotros gritamos en la puerta: "Señor, Señor". Pero él nos dirá: "nunca os conocí, obreros del mal".
Así que: hagamos lo que en cada momento nos dice su Espíritu, que hace llover sobre buenos y malos, sobre justos e injustos...y luego digamos: "siervo inútil soy, pues sólo hice lo que tenía que hacer". Y, después, pidamos al Señor que tenga misericordia con todos los demás. Que todos son nuestros hermanos, hasta los malvados, hasta los peores, pues nosotros también somos malvados y peores aún que ellos.
Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí pecador.
Porque no hay que creer en Dios con la mente y con los labios, eso es hipócrita y cualquiera puede hacerlo si cree que con ello será salvado. Hay que creer en Dios con el alma y el corazón y entonces tu mente y tus labios hablarán realmente de Dios. Porque muchos ateos niegan con la mente y los labios, pero creen más que nosotros con el alma y el corazón. Porque no se conoce al árbol por sus palabras, sino por sus frutos. Así que demos frutos que superen a los de los hipócritas y a los de los ateos o nos veremos sobrepasados por ellos en el Reino de Dios. Y cuídémoslos, mimemos a los musulmanes y a cualquiera que quiera someternos por la espada, pongamos la otra mejilla para que brille en nosotros la luz del Señor. Porque, si la sal se desvirtúa, con qué se la podrá salar?
Bien dijo nuestro Maestro que queremos encontrar en la Escritura la salvación, pero no queremos ir a Él que es vida, vida de la que hablan las escrituras. Pero los muertos van a lo muerto y los vivos van a lo vivo. Y, si no nacemos de lo alto, no entraremos bajo las órdenes de Dios.
Dios da pan a sus hijos, y no les dará un escorpión. Pero da pan a los que quieren hacer su voluntad, no a los que le piden el pan que se consume en el estómago. Yo tengo un alimento que vosotros no conocéis. Y, de verdad, que seguimos sin conocerlo.
Gracias Cátara por tus palabras, los que nos hemos comprometido con el amor del Señor tenemos que sacrificarnos por los demás. Nosotros sabemos que somos malos, por eso vemos en los demás a nuestros hemanos. Y, en algunos, vemos verdaderos ejemplos del amor de Dios, a los que no somos dignos ni de llevar las sandalias. Aprendamos de sus obras e imitémoslos. Poque, mientras todos hablan del apocalipsis y siguen exprimiendo sus sesos, la muerte llega pronto y esto es el apocalipsis para el que está muerto. Pues si llegas muerto ante el Juez, pobre de ti higuera estéril porque se acabaron tus presuntuosos sueños.
Ahora hay un hombre, un hijo de Dios, que se debate entre la vida y la muerte, se llama Vicente Ferrer. Pero se trata de la vida de su cuerpo, pues Él ya resucitó hace mucho tiempo cuando nació de lo alto, del Espíritu de Dios, y se hizo esclavo del Señor. ¿Voy yo a mirar la doctrina de este consagrado, voy a colar los mosquitos? ¡Líbreme Dios! Porque la blasfemia contra el Espíritu es la única que no perdona Dios.
¡Lo que voy a mirar son sus obras, el vivo ejemplo de los hijos de Dios!
Alguna vez hablé con alguno que me dijo que Vicente, por su doctrina, había apostatado. ¡Dios mío, que Dios perdone a los que no saben controlar su lengua!
Pues si el que da su vida por los demás ha apostatado, ¿entonces quién podrá salvarse?
Pero hay muchos que creen salvarse por las palabras y entonces sólo miran, y con recelo, las palabras de los demás.
De verdad, no dudéis, lanzaros al vacío de la generosidad. Cuando veáis a un pobre que pasa frío, hacedle sitio en vuestra casa y no busquéis excusas porque tendréis que dar excusas ante el Señor.
Una vez más, Cátara, muchas gracias por tu intervención.
Tu hermano Antonio.
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