Exacto no una mera visión
El evento del monte de la transfiguración no fue una aparición literal de los muertos, sino una visión celestial revelada con un propósito profético. Jesús mismo lo define como un "hórama" (ὅραμα) en Mateo 17:9 "No digáis a nadie la visión...".
En el Nuevo Testamento, un hórama es una visión del cielo donde el vidente interactúa con el agente divino (Dios, Cristo, un ángel), pero no con los elementos simbólicos dentro de la visión. En Hechos 10, por ejemplo, Pedro responde a la voz celestial, pero no tiene ninguna interacción real o física con los animales del lienzo, ya que estos forman parte del contenido revelado, no de la realidad presente.
En la transfiguración ocurre lo mismo. Pedro, Jacobo y Juan solo se dirigen a Jesús. No hay diálogo ni contacto con Moisés ni Elías, quienes aparecen como figuras gloriosas dentro de la visión. Mateo 17:4 es claro: "Pedro dijo a Jesús...".
El centro del mensaje no es su presencia, sino la exaltación del Hijo, confirmada por la voz del cielo: "Este es mi Hijo amado... a él oíd" (Mateo 17:5).
Lucas 9:31 aclara que Moisés y Elías hablaban con Jesús sobre "su partida" (ἔξοδον), es decir, su muerte redentora. Toda la visión gira en torno a la misión mesiánica de Cristo, no a la supuesta consciencia de los muertos.
Pedro lo confirma en 2 Pedro 1:16–18, afirmando que lo que vieron fue un anticipo de "la venida" (parousía) de Cristo en gloria, no una prueba de que Moisés y Elías estén vivos y conscientes.
Hebreos 11:39–40 lo refuerza: "Y todos estos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido; proveyendo Dios algo mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros".