La omisión del nombre de Pablo.
La omisión del nombre de Pablo.
En el primer aporte de Julio a este epígrafe él daba su opinión en cuanto al motivo que pudo tener Pablo para ocultar su nombre, argumentos que después tomé tiempo y espacio para explicar. Recientemente encontré una conceptuosa exposición en igual sentido en Barnes’ Notes on the Bible, Volume 16 –Hebrews, Introduction, pgs.15,16, la que traduje ligeramente, nada más que para mostrar el riesgo que siempre corremos de no detenernos a razonar lo que leemos. Lo que eruditos y esclarecidos comentaristas normalmente nos brindan demandan el mismo examen que cuanto oímos o leemos, pues si están escribiendo en un horario fuera del más adecuado en su tiempo biológico para el ejercicio intelectual, pueden sorprendernos con cosas que no condicen con su habitual alto nivel de su exégesis y demás comentarios. Una jarra de más de cerveza en Lutero, un disgusto de Calvino con su mujer, etc., etc., a veces son factores que inciden en comentarios que en su mejor momento no hubiesen expresado, pero que después de escritos, tales fuertes personalidades se muestran reacias a corregirlos. Claro, ya sé, Tobi ya dijo que algo así es lo que a mí me acontece. Pero veremos. Luego de este comentarios de A. Barnes me permitiré llamar la atención a lo que decía Cantinflas:
- ¡Ahí está el detalle!
Leamos pues a Barnes:
“Es difícil de considerar el tema por el hecho que el nombre del autor fue omitido. Se encuentra en cada Epístola de Pablo, y en general es añadido a las epístolas en el Nuevo Testamento. Se omite, sin embargo, en las tres Epístolas de Juan, por razones que son ahora desconocidas. Y puede que también por razones similares quedara omitido en este caso.
El hecho simple es que es anónima; y quienquiera fuera el autor, la misma dificultad persistiría. Si este mero hecho demostrara que Pablo no era el autor, probaría lo mismo con respecto a todo otro candidato propuesto, como evidencia finalmente conclusiva en cualquier caso de que no tenía autor.
Pero cuales hayan sido las razones para la omisión del nombre, sólo puede ser materia de conjetura. La opinión más probable, que me parece a mí, es esta: el nombre de Pablo era odioso a los judíos. Él fue considerado por la nación como un apóstata de su religión, y por todas partes ellos mostraron especial malignidad contra él.
Vea los Hechos de los Apóstoles. Que él fuese considerado así por ellos podía influir indirectamente incluso en aquellos que habían sido convertidos del
Judaísmo a la Cristiandad. Ellos vivían en Palestina. Estaban cercanos al templo, comprometidos en sus ceremonias y sacrificios — pues no hay evidencia que ellos rompieran con esas observancias en su conversión a la Cristiandad. Pablo estaba en el extranjero. Se podría haber informado que él estuvo predicando contra el templo y sus sacrificios, e incluso los judíos cristianos en Palestina podrían haber supuesto que él estaba llevando estos asuntos demasiado lejos. En estas circunstancias podría haber sido IMPRUDENTE para él haber anunciado su nombre, porque podría haber despertado prejuicios que un hombre sabio desearía obviar. Pero si él pudiera presentar un argumento, en algo así como un ensayo, que mostrara que él creía que las instituciones judías fueron fijadas por Dios, y que él no era un
apóstata y un infiel; si pudiera dirigir una demostración acorde a las perspectivas prevalecientes entre los cristianos de Palestina, adaptándolas y explicando la verdadera naturaleza de los ritos judíos, entonces podría fortalecerlos en la fe del evangelio, y ellos alcanzarían a aprender todo eso, consiguiendo su objetivo sin dificultad.
Pablo fue el autor, sin prejuicio ni alarma. De acuerdo con su conducta que argumenta, al final les da tales INSINUACIONES por las que ellos entenderían sin dificultad quien les escribió.
Si este fuera el motivo, sería un caso de TACTO como era ciertamente la característica de Pablo, lo que no es indigno de ningún hombre. Yo no tengo ninguna duda que este fue el verdadero motivo. Se conocería pronto quién lo escribió; y de acuerdo con lo que ya hemos visto nunca se disputó en las iglesias Orientales” (la autoría de Pablo).
Observaciones a dicho comentario:
Aunque a mí mismo me parece demasiada presunción pretenderle enmendar la plana a A. Barnes, soy del parecer que si él pudiera responder se animaría a rectificarse.
Veamos:
1 – Comienza por decir que quizás por razones similares a las que se omite el nombre del apóstol Juan en sus tres epístolas, aparezca también omitido el nombre del autor de la Epístola a los Hebreos. Pero luego se olvida de esto, pues la conjetura que propone y a la que finalmente presenta como su indubitable opinión de ser esa la verdadera motivación que tuvo Pablo para ocultar su nombre, difícilmente pueda achacarse al apóstol Juan y sus epístolas.
2 – “el nombre de Pablo era odioso a los judíos”. Desde el mismo comienzo de Los Hechos de los Apóstoles, el único nombre que podría merecer tal calificativo era el de Jesús de Nazaret, y luego ningún otro. De ahí las reiteradas amenazas a los apóstoles a que no siguiesen hablando ni enseñando en el nombre de Jesús (Hch.4:17,18; 5:28,40). El propio Saulo apresaba a cuantos invocaban ese nombre (Hch.9:14,21; 26:9). Pero de que el nombre de Pablo resultase odioso a los judíos, no tenemos rastro en todo el NT. Cuando finalmente él llega a Roma, los principales de la sinagoga le dicen no saber nada de él, pero sí notoriamente en contra de “la secta” (Hch.28:21,22).
En cuanto no ya al nombre, sino a la propia persona y ministerio de Pablo, era sí “preocupante” para los judíos cristianos en Jerusalem, la versión que corría de que Pablo enseñaba a los judíos de la gentilidad a apostatar de Moisés. Para invalidarla, Pablo se somete a la propuesta de Jacobo y los ancianos en Jerusalem (Hch. 21:17-26). Paradójicamente, al cumplirla, desencadenó lo que se quería evitar, pues unos pocos judíos que le conocían de Asia, incitaron a la multitud contra él. Pero estos no eran cristianos judíos ni siquiera judaizantes, sino judíos fanáticos al estilo de los ortodoxos que hoy mismo en Israel persiguen a los mesiánicos (Hch.21:27-29). No eran los sionistas contemporáneos de Pablo los receptores de su carta, sino sus hermanos en Cristo, judíos como él.
3 – Es ciertamente muy difícil imaginarse a un apóstol inspirado por el Espíritu Santo urdiendo artimañas y apelando a recursos tan humanos como el de ocultar su identidad para lograr un mejor suceso entre los destinatarios de su escrito. Por lo menos, no sería el Pablo que conocemos.
4 - ¡Cuántas cosas somos capaces de meter dentro del expediente del TACTO! Todo cabe, a gusto del consumidor. La verdad es que escribiendo o predicando, los apóstoles poco se cuidaban de las susceptibilidades de los judíos. Basten apenas unos pocos ejemplos de entre muchos que se podrían dar: los dos primeros discursos de Pedro:
“- Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno … prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole …Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hch.2:22,23,36).
“ – Varones israelitas … a su Hijo Jesús, a quien vosotros entregasteis y negasteis delante de Pilato … vosotros negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis que se os diese un homicida, y matasteis al Autor de la vida …” (Hch. 3:12-15).
- ¡Qué falta de tacto Pedro! – pero se convirtieron tres mil tras el primer sermón y cinco mil hombres tras el segundo.
Esteban ante el Concilio de los judíos:
“ -¡Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros” (Hch.7:51).
- ¡Qué falta de tacto, Esteban!
Fue muerto a pedradas; pero antes vio a Jesús a la diestra de Dios pronto a recibirle.
Y el tiempo nos faltaría recordando a Pablo confrontando a los judíos en Antioquía de Pisidia (Hch.13) y otras partes más, sin pelos en la lengua.
Pero una cosa es el “tacto” y otra cosa es “otra cosa”. Veamos 2Co.4:2 para discernir:
“Antes bien renunciamos a lo oculto y vergonzoso, no andando con astucia, ni adulterando la palabra de Dios, sino por la manifestación de la verdad recomendándonos a toda conciencia humana delante de Dios”. De esta buena conciencia es de la que habla Hebreos 13:18: “confiamos en que tenemos buena conciencia, deseando conducirnos bien en todo” (de paso adviértase el uso de los verbos en la primera persona del plural, tan propio de Pablo). ¿Cómo andaría la conciencia del escritor si les estuviera escamoteando su nombre a los lectores de la epístola?
La ética cristiana y paulina jamás admitiría refugiarse en el subterfugio del anonimato, por más loables que fueran las motivaciones.
4 – Finalmente, viene una ingenuidad propia de los anglosajones pero que raramente se ve entre los hispanos y demás latinos: dice que al final les da insinuaciones (intimations) con las que ellos podrían deducir al toque quien era el escritor. ¡Pablo jugando a los enigmas! Adivinen: ¿Quién es el autor? Para ello tendrán que leer el capítulo trece. 7 pistas: a) les aconsejo con autoridad espiritual sobre diversos asuntos; b) pido que oren por nosotros; c) les puedo ser restituido prontamente; d) sopórtenme al exhortarles pues les escribí brevemente; e) Timoteo me acompañará; f) saludos a todos; de los que se vinieron de Italia, inclusive; g) ¡Ah, me olvidaba! El signo en toda carta mía, el saludo final: “La gracia sea con todos vosotros. Amén”. Contar hasta siete y concluir que el autor era Pablo (incluso después de leída toda la homilía), era bien sencillo. Pero entonces, ¿qué sentido tiene buscarle explicación a la omisión del nombre para luego decir que al final fácilmente se colige?
Tanto en aquella época como ahora es mayor noticia la que descubre algo encubierto que lo que está a la vista de todos.
De haber sido así las cosas como el Mr. Barnes imagina, no bien trascendiera el nombre del autor de la epístola, a cuantos les resultaba odioso el nombre de Pablo, más odioso ahora todavía, pues su estratagema había servido para que los incautos se avinieran a su enseñanza en la ignorancia de quien era el que así los instruía. Un amargo sabor a engaño, embuste y traición, hubiera sin duda arrojado tal carta al olvido.
¡Peor es el remedio que la enfermedad!
¡Por favor! Si de veras alguien piensa que estoy alucinando, hágamelo saber.
Pero si halla pertinente estas observaciones, vaya precavido y bien atento y despierto cuando consulte un Comentario.
Saludos.
Ricardo.