Hola Edil
Antes de encontrar a Baháulláh, vagué por muchos lados tocando puertas. Con los años había desarrollado algunas ideas preliminares.
Que una segunda venida de Cristo literal, como la creen por ejemplo los adventistas, no tenía cabida en el mundo real, gobernado por las leyes de la física diseñadas y honradas por Dios.
Que Dios no podía haber abandonado a millones de seres humanos a lo largo de la historia sin enviarles Mensajeros con un Mensaje apropiado a su época o cultura. A mí me emocionaba oír las recitaciones del Corán, leer los dichos de Buda (con todo y su muy cuestionable autenticidad) y me conmovía, en general, los intentos de todos los seres humanos por experimentar lo sagrado, la conección con Dios.
Que la ciencia y la religión no podían vivir confrontadas.
Que Dios es esencialmente incognoscible, pero que podía experimentar la emoción de estar en contacto con él tanto por la vía de la revelación como por la vía mística de la introspección como por el estudio de la naturaleza.
Con esto en mente, un día descubrí, al regresar 20 años después a mi natal Oaxaca, México, que la casa donde había vivido de niño era ahora un centro baha'i.
En ese momento Dios sembró en mí una semilla de curiosidad, pero quedó latente, sin germinar, por unos años más.
Finalmente, en Internet descubrí las enseñanzas bahai en diversas páginas web.
Al leer "Las Palabras Ocultas" de Baháulláh, me di cuenta que quien me hablaba a través de esas páginas lo hacía con la Autoridad de Dios, tal como la sentía con los Evangelios. Este "darme cuenta" no fue algo instantáneo como le ha pasado a otros. En mí fue una germinación progresiva que duró unos seis meses más o menos.
Finalmente, al escuchar el himno "O Baháulláh" de Tom Price, acompañada por la orquesta sinfónica de Eslovaquia, sentí la chispa emocional que faltaba a mi asentimiento intelectual. Este es uno de los himnos que más han tocado mi alma, y lo asocio con el momento decisivo en que quise declararme baha'i.