Re: ERRORESFALSEDADESYDISTORCIONES EN LOS ATAQUES AL LIBRODEMORMON
¿No es el respeto una virtud cristiana? ¿no lo es la tolerancia? Me pregunto cuál es la virtud o cualidad cristiana que puede expresarse a través del sarcasmo y la ironía. ¿Hay amor en una expresión sarcástica? ¿Hay respeto o tolerancia? ¿O es un principio de odio y resentimiento?
Las cualidades que provienen del Espíritu de Dios están listadas en Gálatas 5:22-23, de las cuales la primera es el amor, complementado por paciencia, autodominio, etc. En 1 Pedro se listan también atributos semejantes, los cuales provienen de Dios. Todas las otras pasiones opuestas a estos sentimientos no provienen de Dios, sino que provienen de otra fuente. Santiago, hablando al respecto, hace la comparación a una fuente que provee agua dulce y amarga al mismo tiempo, y explica que esto no puede ser en un cristiano verdadero. El Salvador, por su parte, explicó que "de la abundancia del corazón habla la boca", es decir, que las expresiones de nuestro lenguaje indican el tipo de sentimiento (y por ende, su procedencia) que guardamos en nuestro corazón. Por lo tanto, el sarcasmo, especialmente cuando es divisivo, no es propio de un cristiano.
Las expresiones sarcásticas entre cristianos les dividen y alimentan sentimientos negativos entre ellos. Los sentimientos negativos son el fuego de las guerras. Estas expresiones sarcásticas provienen, por lo general, de libros que han sido el fundamento de batallas tan cruentas a veces como la Inquisición, las Cruzadas, las guerras entre protestantes y católicos, la guerra cristera y muchas otras. Todos estos eventos han sido lamentables porque se ha derramado sangre en todos ellos, siendo el asesinato un pecado, prohibido por Pedro, para el cual no hay redención apropiada, dada la dificultad de la reparación del hecho. Las llamadas "guerras santas" son universalmente condenadas por toda persona de buen corazón.
El sarcasmo es, desgraciadamente, contagioso. Existe la tendencia de contestar al fuego con fuego y a la agresión con agresión. En su fondo, el sarcasmo tiene un trasfondo serio de orgullo intelectual, a través del cual se intenta, fallidamente por cierto, de demostrar superioridad intelectual sobre otra persona o entidad al demarcar sus diferencias. La humildad, por otra parte, de una persona, se demuestra en un terreno equitativo, donde pueda existir plena obediencia a la Regla de Oro enseñada por nuestro Salvador en Mateo 7: "Así como queréis que obren los hombres con vosotros, así obrad vosotros con ellos". Esta regla no es sino una extensión del segundo gran mandamiento. Cuando consideramos a nuestros semejantes como a nosotros mismos, es imposible tratarlos con sarcasmo o de manera despectiva. Pablo de Tarso, el gran maestro de la enseñanza apropiada, comprendía bien esta regla como lo puso de manifiesto en su monumental discurso del Dios no conocido, en Hechos 17. En este discurso puede observarse que Pablo se había dado el tiempo para pasear entre los monumentos y para comprender las creencias de su auditorio, no para criticarlas, sino para elogiar los aspectos positivos de las mismas, a fin de derivar entonces elementos para su causa. Si todos los cristianos aprendiésemos a predicar en esta forma obtendríamos ventajas sumamente interesantes: el guardar en forma consistente el primero y segundo grandes mandamientos (de los cuales se deriva toda la ley), el guardar la Regla de Oro, el enriquecimiento de nuestra alma a través del amor incondicional. Y además como consecuencia de la demostración de lo anterior, ganaríamos la conversión espiritual y no la meramente intelectual de quienes nos escuchan, porque reaccionarían no al orgullo, sino al corazón.
Cabe hacer notar que todas las personas tienen un niño adentro que identifica con facilidad los sentimientos. Todos sabemos cuando se nos habla desde el orgullo o cuando desde el corazón. El orgullo es, por supuesto, un sentimiento egoista, basado en un sentido de superioridad o competencia cuya expresión natural es el sarcasmo despectivo. El amor se vierte en expresiones recíprocas, acordes a la Regla de Oro, equitativas y en el elogio abundante de las buenas virtudes, para reforzarlas, dejando de lado las cualidades negativas, corrigiéndolas en su oportunidad con afabilidad y buen tono. Ese es el ejemplo dejado por el Salvador, cuya expresión general era la de una reprensión suave, y quien, a pesar de ser Superior a todos, se deleitaba en usar una cortesía recíproca en todas sus expresiones.
Quienes desean apoyar la expresión sarcástica en las Escrituras y en el ejemplo de nuestro Salvador y sus discípulos tienen que escudriñar en busca de la excepción e ignorar intencionalmente la regla. Fijarse, entonces, en el 2% de los casos, buscando sólo los extraordinarios, e ignorar los demás. Dicha conducta no es justificable desde el punto de vista de la honestidad espiritual ni de la objetividad académica que pondría de relieve un respeto incondicional por la naturaleza sagrada de las Escrituras.
Dicho lo anterior, no deben existir, pues, diferenciaciones entre cristianos sobre "tu Dios y mi Dios", si bien puede comprenderse mejor una diferenciación entre "tu concepto de Dios y el mío". La diferencia no es entre dioses, sino entre conceptos de los mismos. Eso es objetividad. Es verdad, entonces, que el concepto de dios para los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días contiene elementos que no siempre son reconocidos por el resto de los cristianos. Empero, dichas diferencias se basan en dos elementos importantes pasados por alto por la mayoría de las denominaciones cristianas ortodoxas: la comprensión de las escrituras desde sus elementos más íntimos, y, mucho más importante, la revelación, es decir, la comunicación directa con Dios, tal como en los tiempos antiguos. La base para entender el mormonismo no es el análisis descuidado o aún detallado de sus doctrinas, ni la repetición de extensas mitologías, sino la aceptación de estos dos hechos: las Escrituras y la revelación. Dado que una apoya y complementa a la otra son inseparables entre sí al punto de que quien acepte las Escrituras (la Biblia) incondicionalmente tendrá incondicionalmente que aceptar que esta revelación es apoyada por la misma, puesto que es la manera en que la Biblia misma fue escrita: a través de la revelación recibida por sus escritores, apóstoles, siervos escogidos y profetas.
Habrá que reconocer, también, que el fundamento mismo de la Iglesia, según el segundo capítulo de Efesios, es el de apóstoles y profetas, y que Jesucristo mismo los escogió, junto con muchos otros oficios que menciona el capítulo 4 y que difícilmente pueden encontrarse en las denominaciones cristianas de nuestros días. Habrá que reconocer que ese capítulo 4 menciona que dichos oficios deberían existir de manera perpetua, o, al menos, hasta que los hombres alcanzasen la unidad de la fe y la estatura de la plenitud de Cristo, condiciones que no se hallan aún en nuestros días.
Habrá que comprender, luego, que la Biblia establece la necesidad de profetas y apóstoles (parte del fundamento correcto de la Iglesia cuando es verdadera) y su continuidad (como se demuestra en el primer capítulo de Hechos), y la necesidad de que estos reciban revelación de los cielos tal como en los tiempos antiguos, condiciones sin las cuales es imposible que una Iglesia pueda ser reconocida como verdadera.
Todas las iglesias cristianas, en mayor o menor parte, practican principios cristianos correctos. Pero la diferencia entonces no es en sinceridad, sino en alcance. Podemos gastar nuestros días leyendo innumerables libros y enciclopedias en busca de la comprensión de Dios. José Smith dijo, hablando de su propia experiencia, "si podemos asomarnos a los cielos por cinco minutos, aprenderemos más que por leer todos los libros que se han escrito al respecto". Esa es la fuente, pues, de nuestro concepto de Dios: lo escrito en las Escrituras, lo cual está en completa armonía con lo que El mismo ha revelado sobre El, en nuestros días igual que en el camino a Damasco o en Sinaí.
¿No es el respeto una virtud cristiana? ¿no lo es la tolerancia? Me pregunto cuál es la virtud o cualidad cristiana que puede expresarse a través del sarcasmo y la ironía. ¿Hay amor en una expresión sarcástica? ¿Hay respeto o tolerancia? ¿O es un principio de odio y resentimiento?
Las cualidades que provienen del Espíritu de Dios están listadas en Gálatas 5:22-23, de las cuales la primera es el amor, complementado por paciencia, autodominio, etc. En 1 Pedro se listan también atributos semejantes, los cuales provienen de Dios. Todas las otras pasiones opuestas a estos sentimientos no provienen de Dios, sino que provienen de otra fuente. Santiago, hablando al respecto, hace la comparación a una fuente que provee agua dulce y amarga al mismo tiempo, y explica que esto no puede ser en un cristiano verdadero. El Salvador, por su parte, explicó que "de la abundancia del corazón habla la boca", es decir, que las expresiones de nuestro lenguaje indican el tipo de sentimiento (y por ende, su procedencia) que guardamos en nuestro corazón. Por lo tanto, el sarcasmo, especialmente cuando es divisivo, no es propio de un cristiano.
Las expresiones sarcásticas entre cristianos les dividen y alimentan sentimientos negativos entre ellos. Los sentimientos negativos son el fuego de las guerras. Estas expresiones sarcásticas provienen, por lo general, de libros que han sido el fundamento de batallas tan cruentas a veces como la Inquisición, las Cruzadas, las guerras entre protestantes y católicos, la guerra cristera y muchas otras. Todos estos eventos han sido lamentables porque se ha derramado sangre en todos ellos, siendo el asesinato un pecado, prohibido por Pedro, para el cual no hay redención apropiada, dada la dificultad de la reparación del hecho. Las llamadas "guerras santas" son universalmente condenadas por toda persona de buen corazón.
El sarcasmo es, desgraciadamente, contagioso. Existe la tendencia de contestar al fuego con fuego y a la agresión con agresión. En su fondo, el sarcasmo tiene un trasfondo serio de orgullo intelectual, a través del cual se intenta, fallidamente por cierto, de demostrar superioridad intelectual sobre otra persona o entidad al demarcar sus diferencias. La humildad, por otra parte, de una persona, se demuestra en un terreno equitativo, donde pueda existir plena obediencia a la Regla de Oro enseñada por nuestro Salvador en Mateo 7: "Así como queréis que obren los hombres con vosotros, así obrad vosotros con ellos". Esta regla no es sino una extensión del segundo gran mandamiento. Cuando consideramos a nuestros semejantes como a nosotros mismos, es imposible tratarlos con sarcasmo o de manera despectiva. Pablo de Tarso, el gran maestro de la enseñanza apropiada, comprendía bien esta regla como lo puso de manifiesto en su monumental discurso del Dios no conocido, en Hechos 17. En este discurso puede observarse que Pablo se había dado el tiempo para pasear entre los monumentos y para comprender las creencias de su auditorio, no para criticarlas, sino para elogiar los aspectos positivos de las mismas, a fin de derivar entonces elementos para su causa. Si todos los cristianos aprendiésemos a predicar en esta forma obtendríamos ventajas sumamente interesantes: el guardar en forma consistente el primero y segundo grandes mandamientos (de los cuales se deriva toda la ley), el guardar la Regla de Oro, el enriquecimiento de nuestra alma a través del amor incondicional. Y además como consecuencia de la demostración de lo anterior, ganaríamos la conversión espiritual y no la meramente intelectual de quienes nos escuchan, porque reaccionarían no al orgullo, sino al corazón.
Cabe hacer notar que todas las personas tienen un niño adentro que identifica con facilidad los sentimientos. Todos sabemos cuando se nos habla desde el orgullo o cuando desde el corazón. El orgullo es, por supuesto, un sentimiento egoista, basado en un sentido de superioridad o competencia cuya expresión natural es el sarcasmo despectivo. El amor se vierte en expresiones recíprocas, acordes a la Regla de Oro, equitativas y en el elogio abundante de las buenas virtudes, para reforzarlas, dejando de lado las cualidades negativas, corrigiéndolas en su oportunidad con afabilidad y buen tono. Ese es el ejemplo dejado por el Salvador, cuya expresión general era la de una reprensión suave, y quien, a pesar de ser Superior a todos, se deleitaba en usar una cortesía recíproca en todas sus expresiones.
Quienes desean apoyar la expresión sarcástica en las Escrituras y en el ejemplo de nuestro Salvador y sus discípulos tienen que escudriñar en busca de la excepción e ignorar intencionalmente la regla. Fijarse, entonces, en el 2% de los casos, buscando sólo los extraordinarios, e ignorar los demás. Dicha conducta no es justificable desde el punto de vista de la honestidad espiritual ni de la objetividad académica que pondría de relieve un respeto incondicional por la naturaleza sagrada de las Escrituras.
Dicho lo anterior, no deben existir, pues, diferenciaciones entre cristianos sobre "tu Dios y mi Dios", si bien puede comprenderse mejor una diferenciación entre "tu concepto de Dios y el mío". La diferencia no es entre dioses, sino entre conceptos de los mismos. Eso es objetividad. Es verdad, entonces, que el concepto de dios para los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días contiene elementos que no siempre son reconocidos por el resto de los cristianos. Empero, dichas diferencias se basan en dos elementos importantes pasados por alto por la mayoría de las denominaciones cristianas ortodoxas: la comprensión de las escrituras desde sus elementos más íntimos, y, mucho más importante, la revelación, es decir, la comunicación directa con Dios, tal como en los tiempos antiguos. La base para entender el mormonismo no es el análisis descuidado o aún detallado de sus doctrinas, ni la repetición de extensas mitologías, sino la aceptación de estos dos hechos: las Escrituras y la revelación. Dado que una apoya y complementa a la otra son inseparables entre sí al punto de que quien acepte las Escrituras (la Biblia) incondicionalmente tendrá incondicionalmente que aceptar que esta revelación es apoyada por la misma, puesto que es la manera en que la Biblia misma fue escrita: a través de la revelación recibida por sus escritores, apóstoles, siervos escogidos y profetas.
Habrá que reconocer, también, que el fundamento mismo de la Iglesia, según el segundo capítulo de Efesios, es el de apóstoles y profetas, y que Jesucristo mismo los escogió, junto con muchos otros oficios que menciona el capítulo 4 y que difícilmente pueden encontrarse en las denominaciones cristianas de nuestros días. Habrá que reconocer que ese capítulo 4 menciona que dichos oficios deberían existir de manera perpetua, o, al menos, hasta que los hombres alcanzasen la unidad de la fe y la estatura de la plenitud de Cristo, condiciones que no se hallan aún en nuestros días.
Habrá que comprender, luego, que la Biblia establece la necesidad de profetas y apóstoles (parte del fundamento correcto de la Iglesia cuando es verdadera) y su continuidad (como se demuestra en el primer capítulo de Hechos), y la necesidad de que estos reciban revelación de los cielos tal como en los tiempos antiguos, condiciones sin las cuales es imposible que una Iglesia pueda ser reconocida como verdadera.
Todas las iglesias cristianas, en mayor o menor parte, practican principios cristianos correctos. Pero la diferencia entonces no es en sinceridad, sino en alcance. Podemos gastar nuestros días leyendo innumerables libros y enciclopedias en busca de la comprensión de Dios. José Smith dijo, hablando de su propia experiencia, "si podemos asomarnos a los cielos por cinco minutos, aprenderemos más que por leer todos los libros que se han escrito al respecto". Esa es la fuente, pues, de nuestro concepto de Dios: lo escrito en las Escrituras, lo cual está en completa armonía con lo que El mismo ha revelado sobre El, en nuestros días igual que en el camino a Damasco o en Sinaí.