«Sabemos que en todas las cosas Dios obra
para el bien de los que le aman,
aquellos a quienes él ha llamado
para formar parte de su plan.
Porque Dios, escogiéndolos de antemano,
los separó para ser como su Hijo,
a fin de que el Hijo pudiera ser el primero
de muchos hermanos y hermanas.
A los que escogió también llamó,
y a aquellos a quienes llamó también justificó,
y a quienes justificó también glorificó.
¿Cuál es, entonces, nuestra respuesta a todo esto?
Si Dios está a nuestro favor,
¿quién puede estar en contra de nosotros?
Dios, quien no retuvo a su propio Hijo,
sino que lo entregó por todos nosotros,
¿no nos dará gratuitamente todas las cosas?
¿Quién puede acusar de alguna cosa al pueblo de Dios?
Es Dios quien nos justifica,
así que ¿quién puede condenarnos?
Fue Cristo quien murió—y más importante aún,
quien se levantó de los muertos—el que se sienta
a la diestra de Dios, presentando nuestro caso.
¿Quién puede separarnos del amor de Cristo?
¿Acaso la opresión, la angustia, o la persecución?
¿O acaso el hambre, la pobreza, el peligro, o la violencia?
Tal como dice la Escritura:
“Por tu causa estamos todo el tiempo en peligro de morir.
Somos tratados como ovejas que serán llevadas al sacrificio.”
No. En todas las cosas que nos suceden somos más que vencedores
por medio de Aquél que nos amó.
Por eso estoy plenamente convencido de que ni la muerte,
ni la vida, ni los ángeles, ni los demonios,
ni el presente, ni el futuro, ni las potencias,
ni lo alto, ni lo profundo, y, de hecho,
ninguna cosa en toda la creación
puede separarnos del amor de Dios en Jesucristo.
Romanos 8:28-39 VBL
https://bible.com/bible/1952/rom.8.28-39.VBL