Como algunos saben, soy médico de formación, me especialicé en Infectología y tuve el privilegio de atender muchos pacientes infectados por VIH en la época en que apenas aparecieron los primeros tratamientos efectivos.
La mayoría eran homosexuales. Algunos vivían de manera promiscua e irresponsable, y les amonestaba al respecto. Pero otros ya vivían con parejas estables con fidelidad mutua. Dentro de estos últimos, algunos vivían en una relación amorosa y virtuosa. En aquel tiempo en México el Estado no reconocía legalmente estas uniones, por lo que no podrían casarse. La inmensa mayoría eran personas adultas con padres o hermanos o que por alguna razón no podían o querían ayudarlos.
Como su médico, pude conocer la dinámica de algunas de estas parejas. Para que el paciente pudiera vivir más y mejor, era fundamental el cuidado de su pareja. Quienes tenían la bendición de tener una pareja amorosa, el pronóstico era definitivamente mejor. ¿Qué le deseaba yo a tales parejas? ¿Ruptura? No. Les deseaba Paciencia, comprensión, generosidad, seguridad financiera, y todas las virtudes y dones que les desearía a cualquier matrimonio hombre-mujer.
Además, y esto quiero dejarlo claro, jamás podría declarar que tales personas estaban “envilecidas por el pecado”, como equivocadamente se ha señalado aquí. Eran tan pecadores como yo y como ustedes y como cualquiera que depende de la misericordia de Dios.