Durante el reinado del primer emperador cristiano, Constantino el Grande, dispuso que aquéllas Sedes qué estuvieran en las ciudades mayores de las diócesis, recibieran privilegios especiales por sobre los Metropolitanos; y los Jerarcas de aquéllas Sedes comenzaron a ser llamados Arzobispos, Exarcas y finalmente, Patriarcas. El Primer Concilio Ecuménico (Canon 6) reconoció los poderes administrativos más altos a las tres ciudades principales del imperio: Roma, Alejandría y Antioquia, sujetando a dichas diócesis territorios enteros. El mismo Concilio concedió al Obispo de Jerusalén (Aelia), en su calidad de cuna de la Cristiandad " por el honor que fluye de su posición su dignidad propia de Metropolitano de la ciudad se salvaguarda."
Durante el Segundo Concilio Ecuménico (Canon 3) se igualó al Patriarca de Constantinopla con el de Roma y otras Sedes Apostólicas. El significado literal de este canon concedió la prerrogativa de honor al Patriarca de Constantinopla, aunque poniéndolo, sin embargo, en un segundo lugar con respecto al Obispo de Roma. Si bien el Concilio concedió un sitio especial de honor al Obispo de la Nueva Roma, no le otorgó en cambio ningún poder: por ende el Obispo de la nueva capital continuó estando sujeto, formalmente, al Metropolitano de Heraclea.
El Canon 3 del Segundo Concilio Ecuménico dice: "Como Obispo de Constantinopla, se le concede tener las prerrogativas de honor después del obispo de Roma, ya que esta ciudad es la Nueva Roma."
Nosotros sólo podemos ver en el Canon 3 del Segundo Concilio Ecuménico, que el Patriarca de Constantinopla, como obispo de la Nueva Roma, debe tener las prerrogativas de honor después del Obispo de Roma; sin embargo, este canon no dice nada sobre la supremacía de Roma o Constantinopla sobre los asuntos administrativos o judiciales de los demás Patriarcados; no obstante, el Obispo de Constantinopla actuó de tal manera que la interpretación literal del canon se tornó inaceptable, desde que los obispos de la capital comenzaron a ejercer su verdadera autoridad más allá de los límites de Constantinopla.
Según Pavlov estas prerrogativas de honor para "ambos" jerarcas (Roma y Constantinopla) poco a poco evolucionaron hacia prerrogativas de poder real por sobre los otros Metropolitanos ordinarios: en el primer caso (Roma) por vía de la costumbre y en el segundo caso (Constantinopla) por vía de la legislación Imperial" Así las leyes de Emperadores Honorio y Teodosio le concedieron los derechos de última instancia al obispo de la nueva capital con respecto a las disputas entre obispos de territorios vecinos en la región del Illyricum, así como sobre las diócesis de Asia, Pontus y Fracia los cuales fueron confirmados por el Concilio de Calcedonia (Cánones 9 y 17) el cual concedió el derecho de apelación al exarca diocesano o al obispo de la Ciudad Capital.
El Canon 28 de Calcedonia habla del reconocimiento de la desigualdad de honor entre los dos jerarcas nombrados (el de Roma que tiene el primer lugar y el de Constantinopla el segundo), sin embargo, según Pavlov, fueron igualados en términos de derechos y poderes; es decir, les concedió tres diócesis a Constantinopla con el derecho para ordenar los metropolitanos para dichas diócesis, así como para consagrar obispos para los cristianos de distintas nacionalidades (bárbaros) de esas -nuevas- diócesis. Este canon se volvió la piedra angular en materia de elevación y preeminencia de la Sede de Constantinopla.