Re: El Concilio de Constanza y el Mito de la Sucesión Apostólica.
XXXIV.- Entrega
La definición de la infalibilidad papal. Vaticano I.-
La votación preliminar del 13 de julio demostró que no había la unanimidad moral que los autores católicos reconocen como necesaria en las grandes decisiones conciliares, el mismo cardenal Newman en su carta al duque de Norfolk (pp 97─98) afirma que “la ausencia de unanimidad moral hace extremadamente dudosa la validez del concilio. Si es así que los padres no fuesen unánimes, ¿es válida la definición?"
La fuerza numérica de la oposición se agranda si la consideramos a la luz de la desigual representación de los obispos en el concilio (“se podría evidentemente descontar que los 62 placet juxta modum se transformaban en placet puros y simples del voto final en sesión solemne, pero la importancia de los 88 votos negativos aumenta sicológicamente por el hecho de que entre los opositores se encontraban varios de las principales sedes: París, Lyón, Munich, Colonia, Viena, Milán; y varios obispos muy indecisos como Ketteler o Dupanloup”) y la manera como había sido formada la mayoría. De todo ello se deduce que el dogma de la infalibilidad papal no se hubiera decretado, aún más: hubiese sido rechazado, si los miembros del concilio hubieran constituido la verdadera representación de la Iglesia romana y si ésta se hubiese visto libre de los manejos de la Curia y del partido ultramontano.
Una carta (y esta es auténtica) del obispo Strossmayer, de fecha 27 de noviembre de 1870 en el Kölnische Zeitung, del 13 de julio de 1881, afirma que “Al Concilio Vaticano le faltó aquella libertad necesaria para hacer de él un verdadero concilio, y requerida para que sus decretos puedan obligar a las conciencias de todo el mundo católico… Todo lo que pudiera parecer una garantía para salvaguardar la libertad de discusión fue cuidadosamente excluido…Y, por si todo esto fuese poco, se hizo además una violación pública del antiguo principio católico. Quod semper quod ubique, quod ómnibus. En una palabra, el más odioso y descarado ejercicio de la infalibilidad papal fue necesario para que esta infalibilidad pudiese ser elevada a la categoría de dogma. Si a esto le añadimos que el concilio no fue constituido regularmente, que los obispos italianos fueron nombrados para formar una monstruosa mayoría, que los vicarios apostólicos fueron dominados por la Propaganda de la manera más escandalosa, que todo el aparato del poder político que en aquel entonces el papa ejercía en Roma, contribuyó a intimidar la libre expresión, podemos ver fácilmente que clase de libertad (atributo esencial de todo Concilio) fue desplegado en Roma.
El 17 de julio, cincuenta y seis obispos confirmaron al papa su oposición y le comunicaron su intención de no asistir a la sesión próxima. El hecho es que sesenta y un prelados contrarios a la definición de la infalibilidad pontificia marcharon de Roma antes de esa sesión.
El 18 de julio de 1870, tan solo había 535 padres en el aula, de los 704 que habían desfilado a lo largo de las sesiones conciliares (sobre un total de 1.080 que es el número de los invitados). Sólo dos: Luís Riccio, obispo de Calazzio, del reino de las dos Sicilias, y Eduardo Fitzgerald, obispo de Little Rock, en EEUU, votaron en contra. Se notó la ausencia de los 83 prelados que habían asistido a las últimas reuniones y que optaron por marcharse de Roma o quedarse en casa.
La última congregación general se celebró el 1 de septiembre. Al final de la misma el que presidía anunció que serían todos convocados por escrito para la próxima sesión. Dicha convocatoria no fue enviada nunca.
Ah, pero, mientras tanto había estallado la guerra franco─prusiana. Los ejércitos franceses que protegían los dominios papales fueron retirados puesto que eran necesarios para defender a Francia, lo cual fue aprovechado por las tropas piamontesas, al servicio de la unidad italiana las cuales el 20 de septiembre, por la brecha de la Porta Pía, entraron en la ciudad que quedó completamente en sus manos al día siguiente. Pío IX se consideró “el prisionero del Vaticano” pero más lo fue de su megalomanía.
El nueve de octubre un plebiscito reunió al reino de Italia los Estados Pontificios. El 20 del mismo mes, el papa anunció al mundo católico la supresión del concilio sine día, que nunca fue clausurado formalmente.
Conclusión:
Una vez más Roma perdió el tren de la evolución social que se estaba desarrollando en el mundo occidental. La Reforma había abierto las puertas a la libertad de pensamiento en todos los países que esta había sido aceptada y constantemente (no sin dificultades) adaptaba el mensaje del evangelio al devenir de aquella sociedad, pero el romanismo quedó anquilosado en sus propias quimeras. En las naciones tradicionalmente católicas procuraron sacarse de encima la opresión de la llamada Iglesia apareciendo figuras como Jean Jacques Rousseau (1712─1778). De François Marie Arout de Voltaire (1694─1778 dramaturgo e historiador francés. Fue uno de los enciclopedistas más destacados. Predico una religión natural de variedad deísta. Aunque caracterizado como ateo por su ferviente antagonismo a la intolerancia que encontraba en las religiones organizadas, creyó sin embargo en un Dios justo. Se opuso a todo fanatismo y luchó apasionadamente por rectificar los males que veía en la religión y en la sociedad en general. En ética baso sus opiniones en el carácter universal de la moral, en el que creía firmemente. Su famoso Cándido ilustra bien su ingeniosa sátira del “mejor de los mundos posibles” de la Teodicea de Leibniz
Todo eso no dejó de influenciar en el cristianismo reformado y de aquí el proceso en que cada vez pesa menos la “organización eclesial” y más las iglesia locales, las cuales tienen la misión de anunciar el Evangelio en un mundo que debido a cambios constantes también está en una constante crisis.
Una cosa es evidente. Aquellos países que no aceptaron la Reforma, se vieron a bocados a tremendas revoluciones, que encabezó la Revolución Francesa. Las dictaduras que ha sufrido Europa fueron la reacción en contra de las libertades mediante el pensamiento romanista y por ello el Vaticano las apoyó incondicionalmente. Los Concordatos firmados con Hitler, Mussolini y Francisco Franco son un claro exponente de esta realidad.
Al fracasar se vieron obligados a convocar el Concilio Vaticano II Sus definiciones sobre la libertad religiosa y de conciencia llegaron tan tarde que a nadie le preocupa lo que el Romanismo pueda decir. La sociedad en general y sobre todo los católicos, pasan de ellos olímpicamente.