MPor favor Abenamar, ten un mínimo de respeto por la Palabra de Dios y respeta a los que hemos discernido al Catolicismo romanista como un camino que engaña al católico ingenuo y lo conduce directamente al mismo infierno.
Leemos:
11. Y hacía Dios milagros extraordinarios por mano de Pablo,
12. de tal manera que aun se llevaban a los enfermos los paños o delantales de su cuerpo, y las enfermedades se iban de ellos, y los espíritus malos salían.
Y hasta la sombra de Pedro, leemos:
Hechos 5:15 tanto que sacaban los enfermos a las calles, y los ponían en camas y lechos, para que al pasar Pedro, a lo menos su
SOMBRA cayese sobre alguno de ellos.
¿Por qué los catequistas guardando silencio en vuestra secta sobre el propósito de estos milagros?
O no saben o no les conviene.
1. Los milagros jamás fueron una base para la Fe en Cristo.
Cristo rehusó reconocer un Ministerio de este tipo, leemos:
Juan 2:23 Estando en Jerusalén en la fiesta de la pascua, muchos creyeron en su nombre,
VIENDO LAS SEÑALES QUE HACÍA.
Juan 2:24 Pero Jesús mismo
NO SE FIABA DE ELLOS, porque conocía a todos,
¿Entonces para que se realizaron los milagros?
La respuesta es que tenían un doble carácter y propósito.
Así como un hombre bueno que posee los medios y la oportunidad de aliviar el sufrimiento es impulsado a actuar por su propia naturaleza, así sucedió con nuestro bendito Señor.
Cuando «aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros», era, si puedo decirlo con reverencia, lógico que las enfermedades e incluso la muerte cedieran delante de Él.
El fue «haciendo bienes y sanando a todos los opri*midos por el diablo,
porque Dios estaba con él».
Los escépticos hablan como si nuestro Señor estuviera descrito como haciendo pausas a intervalos en Sus enseñanzas para obrar milagros a fin de acallar la incredulidad.
Esta idea es del todo grotesca en su falsedad.
Bien al contrario, leemos afirmaciones como que «No hizo allí muchos milagros a causa de la incredulidad de ellos».
De hecho, aunque no se registra ni un solo caso en todo el curso de Su ministerio en el que la fe apelara a Él en vano —y esto es lo que hace tan extraño y agobiante en la actualidad el dominio inexorable de la ley natural—, tampoco se registra un solo caso en el que el desafío desde la incredulidad obtuviera la satisfacción de un milagro.
Cada desafío de esta clase fue confrontado remitiendo al sofista a las Escrituras.
Y esto sugiere el segundo gran propósito para el que se dieron los milagros.
No se sugiere en ningún lugar que se dieran para acreditar la enseñanza; su propósito probatorio era única y exclusivamente para acreditar
al Maestro.
No se trataba meramente de que fuesen milagros, sino que eran aquellos milagros que debían esperar los judíos según sus propias Escrituras.
El significado de los mismos dependía de su especial carácter y de su relación con una revela*ción precedente aceptada como divina por parte de aquellos para cuyo beneficio se cumplieron.
De hecho, cuando los fariseos leudaron a Juan el Bautista, estando el ya en la cárcel, este envió a preguntar sobre la identidad del Señor, leemos:
Lucas 7:22 Y respondiendo Jesús, les dijo: Id,
HACED SABER A JUAN
lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio;
En el caso de los apóstoles los milagros acreditaban que su mensaje venía del cielo y fue un crédito temporal.
Al final de sus ministerios, contemplamos a Pablo preso en Roma, allí no desciende ningún ángel a liberarlo de sus cadenas y abrir puertas de cárceles como contemplamos en Filipos y a Pedro en Jerusalén.
A Timoteo el mismo Pablo le receta un poco de vino para sus frecuentes enfermedades, leemos:
1 Timoteo 5:23 Ya no bebas agua, sino usa de
UN POCO DE VINO por causa de tu estómago y de tus frecuentes enfermedades.
CONCLUSIÓN ESCRITURAL
Venir hablar de milagros por medio de reliquias, desconociendo deliberadamente el contexto histórico y propósito de los tales, es, sencillamente, fortalecer el engaño, pues Satanás también hace milagros como bien enseña la Escritura.
Un milagro en la corte de Nerón hubiera podido ciertamente «acreditar el cristianismo».
Desde luego, hubiera podido sacudir al mundo.
Pero no hubo milagro alguno; porque, al cesar el testimonio especial a los judíos, el propósito para el que se habían dado los milagros se había ya cumplido.
Natanael1