LA INQUISICIÓN HA QUEDADO IMPUNE
Por Fernando Vallejo
Ni un solo papa ha condenado a la Inquisición.
En nuestros tiempos Juan Pablo II el mendaz lanzó al aire la idea, como una de sus bendiciones mierdosas, de que los que quemó la Inquisición no habían sido tantos como se decía.
La Inquisición, supremo horror del Homo sapiens con que LA SANTA PUTA DE BABILONIA, (Léase Catolicismo Romano) la delirante, la loca se supera en infamia y vesania, fue fundada formalmente en 1232 por Gregorio IX de suerte que está por cumplir ocho siglos.
¡Ocho siglos de impunidad!
Cuando la Contrarreforma, le cambiaron el nombre por el de Santo Oficio.
Hoy se llama Congregación para la Doctrina de la Fe, y de allí, como saltó Putin el ruso de la KGB al Kremlin, saltó al papado su prefecto, Joseph Ratzinger.
La Inquisición es la mejor prueba de la existencia del “dios” del catolicismo romano.
¡Claro que existe el Monstruo!
Y nada de que sus designios son inescrutables. Son límpidos como la turbiedad de su esencia.
Cuando a los dominicos les empezaron a escasear los herejes le pidieron permiso a Juan XXII para seguir con las brujas. Y este papa (Jacques Duése de soltero), supersticioso cuanto nepotista y simoníaco, lo otorgó.
En su pontificado hizo y deshizo: colmó de bienes a familiares y amigos, estableció una tabla de tarifas para los documentos eclesiásticos y un sistema internacional de diezmos y negó la "visión beatífica" que dice que no bien mueren los santos empiezan a gozar de la presencia de Dios.
El sostenía que no, que sólo hasta el día del juicio.
Y con cierto sentido del pendant también sostenía que los demonios y los condenados todavía no están sufriendo en el infierno.
Con los franciscanos se enemistó cuando en un capítulo general de su orden reunido en Perugia estos desatinados afirmaron, en desafío a un dictamen expreso de la Inquisición, que era ortodoxo enseñar que Cristo y los apóstoles no habían poseído nada: los excomulgó y emitió una bula declarando que el sagrado derecho a la propiedad precedía a la caída de Adán y Eva y que según el Nuevo Testamento Cristo sí tuvo bienes.
Condenó a título póstumo al famoso dominico Meister Eckhart y excomulgó a nadie menos que al filósofo franciscano Guillermo de Occam.
En respuesta a tanto atropello ya lo iban a condenar sus enemigos por herejía en un concilio general que le estaban armando cuando se les murió. En su lecho de muerte y en presencia de sus cardenales se arrepintió respecto a lo de la visión beatífica: que siempre sí los santos le ven de una vez por todas la cara a Dios.
¡Ya se estaría sintiendo santo el desgraciado!
Aprobada la persecución de brujas se encendió con nuevo brío el horror.
Tan espléndida se mostraba la nueva fuente de confiscaciones y riquezas que los obispos, entrando al quite y en competencia desleal con los dominicos, montaron sus propias inquisiciones y hogueras.
El obispo de Tréveris quemó a trescientos sesenta y ocho, el de Ginebra a quinientos, el de Bamberg a seiscientos y el de Würzburgo a novecientos. Entre dominicos y obispos arrasaron con pueblos y regiones enteras. En Oppenau entre 1631 y 1632 quemaron cerca del dos por ciento de la población. Para detener la tortura las supuestas brujas denunciaban a otras y éstas a otras en una reacción en cadena que podía arrastrarse por décadas. La cifra total de los quemados por brujería nunca se sabrá. Unos dicen que treinta mil, otros que setenta mil, otros que trescientos mil (Wojtyla diría que una docena).
Lo que sí sabemos es que en su mayoría eran mujeres.
Hay cifras de un año, de otro, de aquí, de allá. Por ejemplo, en Como, Lombardía, en 1416 quemaron a trescientos, en 1486 a sesenta, en 1514 a trescientos, y en los años posteriores a razón de cien por año. Cien quemaron en Sion en 1420. En Mirándola en 1522 quemaron a centenares. En Dinamarca en 1544 a cincuenta y dos. En Alemania en 1560 a varios centenares. En París entre 1565 y 1640 a cien. En Genfen mayo de 1571 a veintiuno. En Lorena de 1576 a 1606 entre dos mil y tres mil. En Burdeos en 1577 a cuatrocientos. En Inglaterra entre 1560 y 1600 a trescientos catorce. En Val Mesolcina en 1593 sólo a ocho, pero por obra nadie menos que del cardenal Carlos Borromeo, a quien la Ramera luego canonizó.
Durante el siglo xvi en Dinamarca a mil e igual en Escocia y doscientos en Noruega. En Polonia entre 1650 y 1700 a diez mil. En Inglaterra entre 1645 y 1647 en la provincia de Suffolk el cazador de brujas Matthew Hopkins ahorcó a noventa y ocho, en su mayoría mujeres jóvenes, después de torturarlas y violarlas. Y el gran inquisidor Baltasar Ross iba de pueblo en pueblo con un tribunal itinerante juzgando y quemando como un enajenado.
Las acusaban de canibalismo, de bestialidad, de volar en escobas, de arruinar las cosechas, de hacer abortar a las mujeres, de causar impotencia en los hombres, de beber sangre de niños, de participar en orgías, de besarle el trasero a Satanás y de copular con él en los aquelarres y de darle hijos, de convertirse en ranas y gatos.
De una bruja cuenta el Malleus maleficarum que en las noches emasculaba a los hombres mientras dormían y guardaba sus penes en un nido en la copa de un árbol. Y que un día un labriego despenado
llegó a suplicarle que por el amor de Dios le devolviera su pene, que él tenía mujer e hijos y era pobre. La bruja lo mandó a la copa del árbol a que lo buscara. Subió el labriego, hurgó en el nido, se escogió el pene más grande de la colección y bajó a tierra con su tesoro.
—Ése no —le dijo la bruja quitándoselo—. Pertenece a un cura párroco.
Les pinchaban los ojos con agujas, las empalaban por la vagina o por el recto hasta desmembrarlas en castigo por haberse ayuntado con el Diablo, las arrastraban tiradas por caballos hasta despedazarlas, las asfixiaban... Inocencio VIII fue el que desencadenó la persecución contra las brujas con su infame bula Summis desiderantes affectibus, que promulgó a los tres meses de haberse hecho elegir papa mediante la intriga y el soborno.
Ya sabemos que este es un engendro, corrupto entre los corruptos, monstruo entre los monstruos.
Promulgada la bula designó para que le dirigieran la masacre de brujas en Alemania a Heinrich Kramer y James Sprenger ("el apóstol del rosario"), dos dominicos a los que Occidente les debe el manual más completo y sistematizado sobre esas malvadas mujeres, los daños que causan y cómo se deben cazar, juzgar, torturar y quemar: el Malleus maleficarum o "Martillo de brujas", el libro más asesino que haya parido mente humana fecundada por la mala semilla del “cristo” del romanismo.
¡Y pensar que la Ramera sostuvo por siglos, desde su Canon Episcopi del año 906, que creer en brujas era herejía! Ahora resultaba que no, que era lo contrario.
Hay en esta historia de dominicos, inquisiciones e infamias un monstruo del intelecto a quien el bellaco Juan XXII canonizó; a quien un compinche de orden, el inquisidor y criminal Antonio Ghislieri, alias San Pío V, proclamó doctor de la Iglesia; a quien la Ramera llama "Doctor Angélico", pero a quien bautizaron con el mismo nombre de pila que después habrían de ponerle a Torquemada: Tomás: Tomás de Aquino, el gordo, el autor de los dos mil seiscientos sesenta y nueve artículos de las quinientas doce cuestiones de los diecisiete volúmenes de la Suma teológica, la más grande colección de paja y mierda que haya escrito nuestra especie bípeda desde el principio de los tiempos en jeroglíficos, caracteres cuneiformes, letras de alfabeto, sobre la piedra, en arcilla, en papiro, en papel, como sea y en lo que sea por los siglos de los siglos de la eternidad del Monstruo.
Creía que los gusanos nacían por generación espontánea de la carne en putrefacción (¡ni Spencer!) y que las mujeres resultaban de un semen defectuoso o de la coincidencia de que en el momento de su concepción soplara un viento húmedo. Este gordo glotón que procesaba en sus tripas corderitos y faisanes que le salían por el sieso convertidos en teología o ciencia de Dios, sostenía que había que ejecutar a los herejes así como los príncipes ejecutaban a los falsificadores de moneda, pues ¿qué menos que la muerte para los que falsifican ya no dinero sino la fe, lo más precioso que tiene el hombre?
(Multo enim gravius est corrumpere fidem, per quam est animae vita, quam falsare pecuniam, per quam temporali vitae subvenitur. Unde si falsaríi pecuniae, vel alii malefactores, statim per saeculares principes iuste morti traduntur; multo magishaeretici, statim cum de haeresi convincuntur, possent non solum excommunicari, sed et iuste occidi.)
Por el bien de los demás, al hereje había que separarlo de la Iglesia excomulgándolo y luego entregarlo al brazo secular para que lo separara del mundo matándolo (aliorum saluti providet, eum ab Ecclesia separando per excommunicationis sententiam; et ulterius relinquit eum iudido saeculari a mundo exterminandum per mortem).
¿Y los que falsifican documentos eclesiásticos como la "Donación de Constantino"?, forjada en el siglo viii y que se esgrimió hasta el siglo xx como título de propiedad, según la cual ese emperador asesino le otorgó el 30 de marzo del año 315 a la Gran Ramera toda Italia y el Occidente (omnes Italiae seu occidentalium regionum provintias, loca et civitates),
¿A ésos qué se les hace?
¿Se les quema, o se les chanta en la testa la tiara de las tres coronas rematadas por una cruz sobre un globo terráqueo con que consagran al bufón de turno como papa, obispo y rey?
"Recibe esta tiara ornada de tres coronas que te hace padre de los príncipes y los reyes, guía del orbe" (patrem principum et regum, rectorem orbis in terra).
En adelante el bufón se siente obispo de Roma, vicario de Cristo sucesor de Pedro, sumo pontífice de la Iglesia, patriarca de Occidente, primado de Italia, arzobispo de la provincia de Roma, soberano de la ciudad del Vaticano y siervo de los siervos de Dios.
¿Siervo de los siervos de Dios no será más bien cinismo de estos desvergonzados que se han sentido siempre señores de los señores?
Ratzinger o Benedicto XVI o como se llame se acaba de quitar lo de "patriarca de Occidente".
¿Por generoso?
Por generoso no: por rapaz, por insaciable, por lleno de voracidad. Porque se siente patriarca no sólo de Occidente sino también de Oriente.
Sólo que el Oriente lo perdió la Ramera desde el 16 de julio de 1054 cuando el altanero legado papal Humberto de Moyenmoutier le tiró en la cara la bula de excomunión de León IX al patriarca de Constantinopla Miguel Cerulario en el altar mayor de Santa Sofía y las dos iglesias, enfrentadas desde hacía siglos, se separaron formalmente.
Cerulario a su vez excomulgó a León IX.
Sin ninguna originalidad en realidad pues doscientos años atrás el papa Nicolás I y Focio, el patriarca de Constantinopla de entonces, ya se habían intercambiado excomuniones: como dos verduleras agarradas de la greña por una yuca, papa y patriarca se pelearon por el Filioque, un agregado occidental al tercer artículo del credo de Nicea que ya había hecho correr sangre: "Credo in Spiritum Sanctum qui ex pat re Filioque procedit"
(Creo en el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo).
Filioque quiere decir "y del Hijo": ésa es la yuca. Bizancio decía que sólo del Padre; Roma, que del Padre y del Hijo.
Que un padre se acople con un hijo para dar a luz una paloma es una doble monstruosidad: por incestuosa y contra natura.
En esto Roma yerra.
Pero que un padre tenga por hija una paloma sin la colaboración de nadie es igual de monstruoso.
Con alguien ha de tenerla.
¿O es que acaso el Padre es un anfibio partenogenético?
Bizancio también yerra.
Para agravar la discordia de la yuca, Nicolás y Focio pretendían el territorio de Bulgaria. Focio lo quería para él, sin Filioque.
Nicolás lo quería para sumárselo a la Donación de Constantino, con Filioque.