Re: EL ATAVÍO DE LA MUJER CRISTIANA
¿Hay algún versículo en la Biblia que prohíbe a una hermana en la fe pintar sus uñas, sus mejillas, sus ojos o su cabello?
Bajo la dispensación de la ley las prohibiciones abundaban, con castigo correspondiente para el transgresor.
En la dispensación presente la GRACIA nos enseña que “Renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente”, Tito 2:12.
La gracia no es un permiso para hacer lo que nos dé la gana, sino un poder divino y dinámico que impulsa a los hijos de Dios rechazar las vanidades (pintura, etc.) de este siglo malo, y mantener un testimonio positivo delante del mundo de que uno es salvo.
En el mundo, el que no sigue las modas vanidosas tiene que sufrir oprobio; pero entre el pueblo de Dios el que haya adoptado tales vanidades se halla como “pájaro pintado”.
¡Cuánto mejor será abandonar por completo las cosas mundanas a todo costo para agradar y servir al Señor, que ha dicho:
“Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas”, Mateo 11:29.
La palabra “pintar” se encuentra solamente cuatro veces en toda la Biblia y en cada caso se relaciona con la condenación de Dios.
Tres veces tiene que ver con usar pintura para embellecer la persona:
Ezequiel 23:40: “Y por amor de ellos te lavaste y pintaste tus ojos y te ataviaste con adornos”.
Estas palabras se refieren a la condenación de Israel por su prostitución espiritual con los enemigos de Dios.
Jeremías 4:30: “Aunque pintes con antimonio tus ojos, en vano te engalanas; te menospreciarán tus amantes, buscarán tu vida”.
Otra vez se refiere a la defección de Israel y las funestas consecuencias de procurar el prestigio del mundo en lugar de andar en comunión con Dios.
2 Reyes 9:30: “Jezabel... se pintó los ojos con antimonio”.
Ella era la mujer más infame de toda la historia bíblica.
Así las hermanas que porfían en usar pintura se identifican con las que mueren bajo la condenación de Dios.
Ahora, en lugar de pensar tanto en el lado negativo, o en lo que no debemos hacer, pensemos en una vida positiva para el Señor:
“Por que habéis sido comprados por precio (infinito); glorificad pues a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios (1 Cor. 6:20).
En Rom. 12:1 dice: Que presentáis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conformáis a este siglo” etc.
Antes de ser salvo, el entendimiento de la persona está controlado por el dios de este siglo, Satanás (la serpiente antigua) que pudo engañar a nuestra primera madre Eva.
Ella vio que el árbol era bueno para comer, agradable a los ojos y codiciable para alcanzar la sabiduría.
Ella pudiera haber preguntado:
“¿Qué mal, pues, hay en todo eso?”.
Fue seducida; despreció la Palabra de Dios y cayó en la trampa. En lugar de hacerle bien, ese acto fue para su caída, y la ruina de la raza.
Además de la exhortación de Pablo, tenemos las palabras inspiradas de Juan:
“No améis al mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él, porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne; los deseos de tos ojos y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre sino del mundo”, 1 Juan 2:15-16.
El tercer testigo que queremos citar es el apóstol Pedro:
“Asimismo voso- 22 La Sana Doctrina tras mujeres, estad sujetas a vuestros maridos;... vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos; sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios”. 1 Pedro 3:2-3.
Recuerdo que hace 70 años presencié cultos evangélicos por un renombrado evangelista, y una de sus frases fue:
“La prima donna (primera cantatriz del teatro) con su cara pintada”.
En aquella época las artistas del teatro fueron las únicas que usaban pintura para su cara y muchas de ellas llevaban una vida disoluta.
En Colosenses 3 el apóstol amonesta a los que han resucitado con Cristo “a poner la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra”... habiéndose despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo”.
Antes de adoptar una novedad, el creyente espiritual ora al Señor para saber si es su voluntad y agradable a Dios.
Los que se pintan lo hacen para disimular y darse una hermosura artificial; pero Dios quiere la sencillez y sinceridad en sus hijos e hijas: “Sed imitadores de Dios, como hijos amados”, y que no sigan las vanidades del mundo con sus modas de ostentación personal. S.J.Saword (“La Sana Doctrina No. 110)
Tantos Enemigos, pero un Amigo “¡Ay! ¡Qué fatigado me encuentro!” decía todas las noches un monje a su abad.
“Pues, ¿qué trabajo tan abrumador habéis tenido hoy para quejaros de esa manera? Mañana os lo aliviaré. No me gustan tantas lamentaciones…”
“No podéis aliviármelo. El día que no haga ese trabajo, me pierdo. Tengo todos los días, y a todas horas, dos halcones que cuidar con suma solicitud, dos liebres que retener, dos gavilanes que adiestrar, un dragón que vencer, un león que combatir y un enfermo que cuidar.”
“¡Usted esta loco!”, replicó el abad.
“Quien está loco es quien así no lo cree.
Los halcones que tengo que cuidar son mis ojos, para que no miren lo que no les conviene y no se fijen con ansia en lo que no les es lícito desear.
Las dos liebres que tengo que retener son mis dos pies, siempre ligeros para el mal y prestos para andar por el camino del pecado.
Los dos gavilanes son mis manos, que es preciso sujetar al trabajo y no dejarlas vivir en la ociosidad, pues eso es una rapiña.
El dragón es mi lengua que tengo siempre que tener encadenada, pues aunque miembro de los más pequeños del cuerpo, tiene veneno mortal, y hace más daño que todos los otros.
Y por último, el león es mi corazón con el cual tengo que sostener una lucha continua.
” “¿Y cuál es el enfermo que tenéis que cuidar?”
“Es mi propio cuerpo, que tan pronto tiene calor, como frío; tan pronto hambre como sed, y siempre se necesita tratarle con gran cuidado.”
Decía bien aquel monje, pero ignoraba que en esa lucha, nosotros no podemos hacer nada; y solos, perderemos siempre en ella; pero asistidos del poder de Dios, Él nos dará la victoria en Cristo Jesús Señor nuestro.