Refexionando sobre la cuestión de dónde debemos tener puesta nuestra mirada, y teniendo presente lo que está ocurriendo en estos días en mi país, México, y muy particularmente en el estado de Tabasco, surgió esto que quiero compartir esperando que sea de bendición y edificación.
ENFOCANDO LA MIRADA
Una de las razones razón por la que Dios permite la aflicción es quitar de nosotros la atracción y confianza en las cosas de este mundo.
Nuestra tendencia es a fijar nuestra atención y confianza en los recursos humanos, cosas que podemos ver, cosas que podemos tocar, palpar (nuestro dinero, nuestro trabajo, nuestras habilidades, nuestras posesiones).
Nuestra inclinación natural es andar por vista, y no por fe, pero Dios quiere que sea al contrario: “Porque por fe andamos, no por vista” (2 Corintios 5:7).
Un ejemplo de esto los encontramos en Juan 6:5-14. Felipe, uno de los apóstoles, reacciona como la mayoría de nosotros lo hubiera hecho, tratando de calcular, de acuerdo a lo que él veía, los recursos necesarios para resolver el problema que la había planteado el Señor de alimentar a la multitud que se había reunido para escucharle (v. 7). Más el Señor le había preguntado para probarle pues Él sabía lo que iba a hacer (v. 6). Esto es algo nos debe de confortar: el Señor sabe lo que va a hacer.
Felipe hace un inventario humano de la situación, y se da cuenta que, en términos humanos, era una situación difícil de resolver, y así lo expresa. El Señor justamente quería a Felipe en esa situación.
A menudo el Señor nos coloca en circunstancias en donde no hay salida posible, para que quitemos nuestros ojos de las cosas en las que estamos confiando. Por eso vino la prueba.
Debemos aprender a confiar, no en los recursos que están a la vista, sino en El Señor de todos los recursos.
“Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe” (Hebreos 12:2)
Y esto nos lleva a ver que una razón por la que Dios permite la aflicción en nuestra vida, es para enfocarnos en Él. Para que pongamos atención en la esperanza celestial. Y es que vivimos demasiado arraigados a esta tierra, vivimos con los ojos muy pegados a lo que nos rodea, en las cosas que tenemos, por lo tanto, en cuanto las perdemos, nos desilusionamos rápidamente.
El aspóstol Juan nos dice en 1 Juan 2:17 que el mundo pasa, y todo cuanto en él hay, junto con sus deseos. Todo lo que hay en el mundo es pasajero, más el que confía y obedece a Dios permanece para siempre. Debemos pues poner nuestros ojos en Én y en las cosas de arriba, porque cuando las ponemos en las cosas de la tierra es fácil que perdamos la esperanza, porque estas se van a acabar en algún momento.
Escrito está: “Si habéis pues resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado á la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Colosenses 3:1-2)
Además, las cosas de este mundo no se comparan con las cosas que nos esperan en los cielos. “Porque tengo por cierto que lo que en este tiempo se padece, no es de comparar con la gloria venidera que en nosotros ha de ser manifestada” (Romanos 8:18). Lo que realmente debe valer para nosotros no es lo temporal, sino lo eterno, y la esperanza de un hijo de Dios está puesta en Él, en los cielos. “Porque lo que al presente es momentáneo y leve de nuestra tribulación, nos obra un sobremanera alto y eterno peso de gloria; no mirando nosotros á las cosas que se ven, sino á las que no se ven: porque las cosas que se ven son temporales, mas las que no se ven son eternas” (2 Corintios 4:17-18). Dios permite la aflicción para reenfocar nuestra perspectiva, nuestra visión espiritual, en aquello que realmente vale. Nuestra esperanza no se encuentra en nuestros recursos aquí, sino en el cielo, en el lugar en donde nuestra ciudadanía se encuentra.
Y todo para la gloria de Dios.
Atte.
Joaco <><